El próximo mes de abril comenzará el juicio a nueve de las 21 personas que fueron detenidas durante las manifestaciones espontáneas que dieron origen al movimiento de la vivienda en mayo de 2006. La acusación va a pedir 5 años y 2 meses de cárcel para siete de las personas imputadas, y 6 años para […]
El próximo mes de abril comenzará el juicio a nueve de las 21 personas que fueron detenidas durante las manifestaciones espontáneas que dieron origen al movimiento de la vivienda en mayo de 2006. La acusación va a pedir 5 años y 2 meses de cárcel para siete de las personas imputadas, y 6 años para las otras dos. A estos chicos y chicas, convencidos activistas que jamás han tenido comportamientos violentos, se les imputan delitos tan graves como atentado a la autoridad y desórdenes públicos. Todo basado exclusivamente en los testimonios policiales, ya que no hay más pruebas.
Los que salimos a la calle ese 14 de mayo de 2006 lo hicimos para manifestar nuestra indignación contra un sistema que nos encadena a la precariedad y nos impide disfrutar de un derecho humano universal, como es el acceso a la vivienda. Era la víspera del día de San Isidro en la capital, que por aquellos tiempos dormía la plácida y larga siesta del ladrillo. Hoy el sueño se ha convertido en pesadilla para muchos. Pero no para todos. Los especuladores que más se beneficiaron de la locura inmobiliaria hoy siguen durmiendo plácidamente, sin ningún tipo de remordimiento de conciencia. En cambio, algunas de las víctimas de sus desmanes pueden acabar pasando sus noches entre rejas.
Durante años fui portavoz de VdeVivienda, el movimiento social surgido de aquellas protestas, y que contribuyó a que la vivienda llegara a ser el primer problema de los españoles, según el CIS. Hoy sé que no soy uno de los que se sentarán en el banquillo de los acusados por un puro azar del destino. Por eso ahora no podría callarme Eso es lo que quieren los que pretenden que volvamos a lo de antes. Que callemos y nos estemos quietecitos en nuestras casas o en las casas de nuestros padres; o en la cárcel, si fuera preciso. Lo siento por ellos, pero mis valores personales me impiden obedecer a los violentos.
La RAE define lo violento como lo «que está fuera de su natural estado, situación o modo». Otra acepción añade que es lo «que se ejecuta contra el modo regular o fuera de razón y justicia». De ahí que podamos afirmar que esta sociedad está gobernada por la violencia, y que nuestros principales dirigentes no son otra cosa que guardianes de un sistema violento. Han puesto el mundo patas arriba, que diría Eduardo Galeano. Premian la especulación y castigan el trabajo. Dan más a quien más tiene y despojan de sus pocos recursos a quienes apenas tienen para comer. Protegen a los que originan las crisis, y dejan desamparadas a sus víctimas. Estamos infectados de violencia, y la crisis que genera esta violencia no es un suceso accidental; la crisis es la seña de identidad de este mundo marcado por la violencia.
La crisis del sector inmobiliario es un ejemplo claro de violencia sistemática contra las personas. Repasemos un poco lo que pasó en esa época dorada del boom inmobiliario. Gracias a esos años de mal entendida prosperidad, España se convirtió en el país con las casas más caras del mundo, según la OCDE. Y las viviendas eran caras no precisamente porque escasearan. Según datos del Banco de España, a finales de 2007, punto final de la fiesta del ladrillo, el parque total de viviendas superaba los 25,5 millones, sobre un total de 16,69 millones de familias. Estas cifras indican un promedio de 1,56 viviendas por familia, una de las tasas más altas del mundo. De hecho, somos el país de la UE con más viviendas vacías, con una cifra que superaba los tres millones en el censo del año 2001. Dado todo lo que se construyó desde entonces, sobre todo hasta el estallido de la burbuja en ese año 2007, es fácil que esa cifra de casas vacías ronde ya los cuatro millones y medio.
En resumen, gracias a la época dorada del pelotazo inmobiliario, también conocido como capitalismo popular del ladrillo, nos sobran más viviendas que a nadie, pero dichas viviendas son las más caras del mundo. Tamaño despropósito no fue desencadenado por los hados o por un demiurgo caprichoso. Para escribir esta epopeya de la especulación, fue imprescindible la participación entusiasta de las administraciones públicas. Nuestros gobernantes, que en teoría son elegidos para servir al pueblo, utilizaron el poder político para atentar contra los derechos económicos y sociales del pueblo, entre los que ocupa un lugar destacado el derecho a la vivienda (artículo 47 de la Constitución).
Nuestros gobernantes practicaron la violencia contra la ciudadanía, provocando con esta actuación que algo lógico y natural, como era el acceso a la vivienda, se convirtiera bien en una quimera, bien en un suicidio económico. En un estado verdaderamente democrático, los responsables políticos de tal atropello serían juzgados por alta traición a la patria. La primera y más clara evidencia en este juicio sería el escándalo de la corrupción generalizada. Multitud de alcaldes y concejales, unidos en vergonzoso contubernio con sus amigos promotores y constructores inmobiliarios, hincharon sus patrimonios personales durante el boom inmobiliario. Pero algo sobró de la fiesta, como bien saben en los partidos de los corruptos. El Tribunal de Cuentas dijo en cierta ocasión, cuando todavía quedaba maná en el ladrillo, que una tercera parte de la financiación de los partidos políticos era ilegal y procedía sobre todo de la especulación urbanística. Así que al cargo de traición a la patria contra estos dirigentes bien podríamos unir el de atentado contra la salud pública, como evidencia este claro olor a putrefacción.
También deberían ser juzgados en este hipotético juicio los principales responsables de la banca, sin cuyos fondos no se habrían podido financiar los años de la locura del ladrillo. Por cierto, no sólo los de la banca española: el negocio de la especulación fue tan suculento que atrajo además la inversión de fondos privados y de bancos de otros países, incluyendo los de EEUU y Alemania. Ahora estos bancos nacionales y extranjeros, en los que tanto dinero público hemos invertido para su salvación, piden a los estados que paguen sus deudas a costa de traumáticos recortes sociales. En un país democrático se tomaría una decisión similar a la de Islandia: se nacionalizaría la banca, se perseguiría penalmente a los banqueros y se convocaría un referéndum para ver si queremos pagar una deuda tan injusta y odiosa para la población
Pero no hay por qué preocuparse. No van a ser juzgados ni políticos, ni constructores ni banqueros. Nunca habrá un juicio al país del ladrillo. Las personas que van a ser juzgadas los días 25 y 26 de abril son otras. Son personas que cometieron el delito de salir de forma pacífica a la calle para reclamar sus derechos. Y que durante estos casi cinco años en los que han estado pendientes de que saliera el juicio, han sido obligadas a comparecer cada 15 días en los Juzgados de Instrucción. Como si fueran peligrosos criminales.
Y tal vez sí sean criminales en cierto modo. Como lo soy yo, y como acabarán siéndolo para este mundo patas arriba todas las personas que se niegan a ser doblegadas por la violencia de un sistema que convierte a los individuos en objetos que se pueden comprar y vender. Objetos prescindibles, que sólo tienen valor de uso y valor de cambio, pero nunca derechos.
Muchos de los que militamos en VdeVivienda tenemos una enorme V grabada en nuestros corazones. Es la V de la Victoria. De la Victoria contra el silencio que nos quieren imponer con amenazas. De la Victoria contra la deshumanización que padecen quienes olvidan que han nacido para ser hombre y mujeres libres. De la Victoria contra el olvido, porque mañana seguiremos recordando. De la Victoria contra la postración, porque mañana volveremos a levantarnos para gritarles con todas nuestras fuerzas que lo que nunca podrán encarcelar será nuestra dignidad. ¡¡¡ABSOLUCIÓN PARA LOS DETENIDOS YA!!!
Daniel Jiménez Lorente, redactor de Noticias Positivas y ex portavoz de VdeVivienda Madrid.
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