A veces mira uno a su alrededor y sólo puede recordar la figura del Kapo, retratada por Viktor E. Frankl en El hombre en busca de sentido; motivo asimismo de una película inolvidable de Gillo Pontecorvo; pero que aparece también en obras más recientes como El pianista de Polanski. El Kapo era un judío, que, […]
A veces mira uno a su alrededor y sólo puede recordar la figura del Kapo, retratada por Viktor E. Frankl en El hombre en busca de sentido; motivo asimismo de una película inolvidable de Gillo Pontecorvo; pero que aparece también en obras más recientes como El pianista de Polanski.
El Kapo era un judío, que, en los campos de concentración, se ponía al servicio de los nazis para disciplinar al resto de los prisioneros. Por supuesto, sus justificaciones morales eran tremendamente convincentes. «Es que no hay más remedio, es obligatorio, alguien tiene que hacerlo, si no lo hacemos nosotros entonces lo harán ellos y serán aún más brutales…»
Es interesante pensar en el suicidio político de Zapatero en 2008. Con el tsunami de las hipotecas subprime procedente de los EE UU y a punto de colisionar contra el Estado español, ¿por qué no se negó a hacer los recortes, convocó elecciones anticipadas, se lavó las manos y echó las culpas de todo al PP? ¿Por qué acometió él mismo recortes sociales tan salvajes e históricos como el de las pensiones, provocando una crisis de identidad en su partido que todavía hoy le sigue trayendo secuelas?
¿Tal vez se creyera sus propias mentiras? Sin duda. Pero seamos marxistas y rastreemos las causas profundas debajo, en las condiciones materiales concretas. Porque, aunque al PSOE pudiera convenirle entonces, estratégicamente, perder unas elecciones y abandonar el poder (para culpar de todos los recortes al PP, a «la derecha»), no debe olvidarse que existe una cantidad enorme de gente que vive de la política a todos los niveles, desde las diputaciones hasta los ministerios. Y, lógicamente, a ellos, a los cargos del PSOE, no les interesaba que su partido abandonara el gobierno.
Esto viene a demostrar dos cosas: 1) que los ritmos y motivos de las instituciones pueden ser muy diferentes (e incluso contradictorios) a los ritmos y las motivaciones del pueblo trabajador, y 2) que toda institución tiende a engendrar sus propios intereses grupales.
Sólo en ese sentido puede comprenderse el suicido de Izquierda Unida en Andalucía. Y decimos suicidio porque no se le puede llamar de otra forma a la entrada de IU en un gobierno que, reconocidamente, va a ejecutar el paquete de recortes más importante de la historia del país andaluz.
Sin embargo, IU fracasará, porque la figura del Kapo nunca caló en el sentir popular. Muy al contrario, el Kapo fue siempre una figura particularmente odiosa, pese a sus insistentes justificaciones supuestamente «éticas». ¿Qué queremos decir con todo esto? Que cada día (literalmente) abrimos la prensa y leemos a Diego Valderas emplear excusas sorprendentemente similares a las que empleaban los Kapos. «Es que no hay más remedio, es obligatorio, alguien tiene que hacerlo, si no lo hacemos nosotros entonces lo harán ellos y serán aún más brutales…»
Cuando muchos, en el PCE, comiencen a comprender que estos nuevos «Pactos de la Moncloa» son un auténtico suicidio político, será demasiado tarde para detener el proceso. Ya empiezan a vislumbrarse los primeros síntomas. Muy desesperados deben estar cuando, como Antonio Romero Ruiz (presidente de honor del PCA), se arriesgan al bochorno de comparar el actual gobierno de coalición andaluz con el Frente Popular de 1936.
Quizá sólo Pío Moa sea capaz de probar la veracidad de tan sorprendente ecuación, equiparando a Francisco Largo Caballero con… Rubalcaba. O a la revolución popular armada de 1934 con… un mitin sociata en Rodiezmo. Con suerte, tal vez otra figura más, en este caso la del célebre César Vidal, pueda concederle algo de razón a Romero, descubriendo enormes similitudes entre el Frente Popular, que aceleró meteóricamente la Reforma Agraria, y la actual Junta de Andalucía, que amenaza con desalojar la ocupación del SAT en Somonte, con el fin de privatizar las tierras.
El engaño es demasiado evidente. Es imposible que la gente interiorice (al menos, hasta el punto en que lo ha hecho un profesional de la política como Diego Valderas) el casposo fetichismo democrático-institucional del 78 que las veinticuatro horas del día el sistema nos intenta inculcar.
La última noticia: la Junta andaluza PSOE-IU va a recortar un 15% el salario de los interinos (un cuerpo con condiciones de vida precarias donde las haya). Valderas ha salido en la televisión, explicando el «imperativo legal» que obliga a su gobierno a acometer el recorte («por culpa del PP», por lo visto… aunque fuera el PSOE quien modificara la Constitución para institucionalizar la doctrina del «déficit público»).
Asimismo, Valderas ha explicado el asunto en unos términos que, depurando la demagogia intrínseca a su profesión (la de parlamentario andaluz, desde hace décadas), podrían enunciarse así: o aceptáis la rebaja salarial, o iréis a la calle. ¿Esa es la tan cacareada «refundación»? ¿La complicidad con el chantaje y la amenaza burguesa, la simplificación de la realidad en dos opciones falseadas excluyendo cualquier alternativa posible?
«Por imperativo legal», repite Valderas. Sigue teniendo una percepción equivocada de lo que son las reformas y de cómo se logran. Porque las reformas no se lo gran pidiendo reformas en el parlamento, sino amenazando con la insurrección revolucionaria contra el parlamento. Pero a IU, ese «dique de contención para evitar el surgimiento de vías antisistema» (como la calificó un histórico editorial de ABC), la situación se le empieza a ir de las manos.
Es imposible que la población no vea nada raro en el hecho de que los banqueros acumulen cada vez más fortunas mientras la gente es desalojada de sus propias casas. Tal vez la «vía legal» no dé más de sí, pero la movilización popular puede frenar este ataque y todos los ataques que vengan. Y, cuando llegue ese imperativo ilegal, el «gobierno de progreso» andaluz nos reprimirá y apaleará, como en Somonte.
Decía Ulrike Meinhof que «arrojar una piedra es una acción punible, pero arrojar mil piedras es una acción política». Europa se está calentando. Tal vez los sistemas de seguridad de los barrios ricos se queden cortos y deban ser reforzados. Tal vez pronto la burguesía empiece a tener miedo y sea ella misma la que fuerce al gobierno a subir los impuestos sobre el patrimonio y la gran banca.
Lo que está claro es que será la fuerza, la lucha de clases, la resistencia organizada, el poder popular al margen de las instituciones (y no un «gobierno de progreso» dominado por el PSOE) quien proporcione a la gente un trabajo, una escuela, un hospital y una casa donde meterse.
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