No es porque la campaña de segunda vuelta de los candidatos presidenciales de la contienda que se dirime el 19 de diciembre próximo sea presentada como “polarizada” por medios y analistas, que a uno de los dos candidatos deba aceptársele, en nombre de la tolerancia democrática, posturas extremas con temas propios del fascismo occidental que van en contra de los ideales democráticos.
Estos, en Chile, han sido frutos arrebatados a estructuras de poder y a actores políticos que como el candidato Kast fueron hasta hoy defensores del violento régimen militar y civil pinochetista. Como en octubre, cuando un pueblo movilizado recuperó momentáneamente las virtudes de la palabra liberadora, que había sido capturada por el discurso político y mediático.
Fue el mismo candidato Sebastián Sichel, representante de las derechas de connotación liberal, derrotado en la primera vuelta presidencial, quien reveló en 9 puntos el carácter altamente reaccionario y provocador del programa de J.A. Kast y, que incluso, para lo que debería ser un residuo de consciencia de los liberales made in Chile, es una afrenta a la razón democrática. Pero, francamente, hemos comprobado con poca sorpresa que las convicciones de estos “liberales” vinculados al círculo de Sichel y de Evópoli no son sólidas, pues éstos parecen estar dispuestos a ser aspirados por la vorágine neo fascista. Solo podrán llamarse liberales en el futuro si, en la hora de la verdad, rechazan votar por Kast y deciden pronunciarse públicamente en contra de sus intenciones programáticas. Pues los “liberales” que apoyan a Kast parecen preferir ese otro liberalismo: el infectado por las ideas del neoliberalismo económico de Friedrich Hayek que optó por la pendiente iliberal cuando declaró que Pinochet se justificaba en Chile, y que la democracia representativa y sus instituciones pasaban a un segundo plano ante la primacía del imperativo económico de la búsqueda de la ganancia capitalista como paradigma civilizatorio. Kast viene de esa vertiente, y de otros retazos culturales que persisten desde hace tres siglos en Occidente. “Derecha cavernaria”, la llamó Vargas Llosa en un arrebato de lucidez.
El economista José Luis Daza resumió los motivos economicistas que a los economistas neoliberales les hace comprar todo el paquete Kast sin regateos: “Curiosamente, el Kast conservador es el más moderno de los candidatos en temas económicos (¡Sic!). Entiende la importancia de la flexibilidad, de la eficiencia, de los incentivos, de tener una economía abierta […] Comparto con él la idea de un Estado fuerte (Daza prefiere la palabra “fuerte” a autoritario o mano dura), efectivo, pero pequeño, capaz de cumplir con los objetivos que se le fijan, sin que estos sean solo un listado aspiracional para sentirse bien. […] Comparto la idea, dice Daza, de tener impuestos bajos que fomenten el trabajo, la inversión y la innovación, para poder crecer.” Declaración que además de dejar en claro la orientación neoliberal autoritaria muestra la poca formación histórica y filosófica del economista. ¡Curiosamente nada nuevo bajo el sol! De vuelta a la ortodoxia neoliberal de F. Hayek, que entronca bien con esta especie de neoliberalismo autoritario que representa Kast. Las ideas son importantes pues orientan conductas y trazan perspectivas.
El programa conservador, y el mismo discurso de Kast (un cripto fascista según Ariel Dorfman, es decir alguien que esconde su verdadera ideología que es el fascismo (*), son un ataque frontal en regla, no solo a las luchas dadas por la dignidad, la justicia, la igualdad, la fraternidad y por la libertad de los pueblos desde hace al menos cinco siglos en Occidente, sino que además a las conquistas fundamentales del buen vivir como la libertad de reunirse, de organizarse en partidos y en sindicatos, de expresar ideas libremente sin ser amenazados con privación de libertad, de pensar y de investigar; de opinar por lo tanto. Bases de la democracia, ya sea liberal representativa o participativa y de los ideales de igualdad y fraternidad. Estas son conquistas del Siglo de las Luces (Aufklärung) o de la Ilustración como las formas de pensamiento y las democráticas de gobierno, de las primeras asambleas constituyentes y del sujeto reflexivo, capaz de pensar por sí mismo cuando después de la Reforma, y sin control Vaticano-Papal, algunos círculos cultos europeos, a partir del siglo XVI, pudieron leer La Biblia traducida en diferentes lenguas y decidir cada uno por sí mismo o misma, si eran mitos o verdades las que estaban escritas en la Biblia. Sin olvidar que nada impedía que en este mismo siglo las mujeres reflexivas y con aspiraciones de autonomía fueran consideradas brujas y quemadas en la hoguera. Cinco siglos después Kast ha querido privarlas del ministerio de la Mujer, y su émulo J. Kaiser quiere negarles el derecho a voto.
Las ideas, valores y principios que Kast odia son los defendidos por los liberales auténticos (además de los demócratas, socialistas, comunistas y anarquistas), que si son consecuentes, nunca votarían por Kast. La postura de Evópoli, partido político que a la primera tiró por la borda los principios de un liberalismo abierto al diálogo, no dogmático y por lo tanto deliberante, como el profesado por el filósofo pragmatista norteamericano John Dewey, rompe con todos estos principios. Los intelectuales liberales saben que en términos doctrinarios, Kast viene de una vertiente que niega los logros de la Razón que irrumpieron con la Revolución Francesa y la Revolución de las 13 colonias norteamericanas. De ese movimiento de ideas que, antes con Spinoza, califica de mitos y especulaciones las fantasmagorías intolerantes de la religión que tantas guerras y masacres provocaron en Europa. El pensamiento de Kast entronca más bien con un pensador inglés llamado Edmund Burke: un conservador aristocrático cripto monárquico que odiaba la igualdad preconizada por los revolucionarios impregnados de los ideales de la libertad entre iguales. Kast viene de un mundo cultural donde el respeto de la autoridad sin fundamentos racionales, la obediencia a las jerarquías y a las instituciones están cimentadas en dogmas religiosos o en la doctrina de la “comunidad de sangre” (Blut und Boden) con la que los nazis “hicieron política” y exterminaron millones de seres humanos a partir de las angustias y el miedo a desaparecer como nación que inocularon los seguidores de Hitler en el pueblo alemán después de la derrota alemana en la I Guerra Mundial y la firma del Tratado de Versalles en 1919 (Johann Chapoutot [2018] y Christian Ingrao [2010]).
José Antonio Kast niega la ciencia y su poder explicativo, por lo tanto, hace y hará caso omiso de las advertencias de comités de expertos con respecto a la crisis climática; es su intención: esto es patente en Kast, pues el candidato del Frente Social Cristiano es un oscurantista que promueve el desprecio por la investigación intelectual o anti intelectualismo (tema privilegiado por el fascismo ordinario y de ahí sus declaraciones de eliminar la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO). Razón por la que empresarios extractivistas como Andrónico Luksic ven en Kast un aliado en el “crecimiento”, la depredación y el saqueo capitalista sin límites. El líder emergente de la derecha chilena también niega la igualdad de derechos a las diversas identidades sexuales con los que Evópoli simpatizaba. Aún así, y con una visión cortoplacista del “interés de Chile”, y con todo este prontuario ideológico del candidato Kast, cuyas bajadas a la realidad, si llega a gobernar el aparato del Estado, podrían ser el control de la prensa, de las plataformas informativas en Internet, es decir del periodismo y la información libre, los supuestos “liberales” chilenos le entregan su apoyo y lo prefieren presidente.
Pero no nos llamemos a engaños: los “liberales” de Chile no han sido nunca auténticos liberales; les importa un bledo votar por alguien que no le atribuye un rol pacificador a las Naciones Unidas resultado del pensamiento liberal de Emanuel Kant, cuya finalidad ética es pacificar la existencia entre los Estados Naciones después de las guerras atroces, de los estragos del colonialismo y del imperialismo occidental durante los siglos XVIII, XIX y XX. La ONU es una institución que merece crítica, pero que pese a todo juega un rol clave para evitar catástrofes bélicas, socorrer a perseguidos políticos, mitigar las crisis humanitarias y esclarecer científicamente en las pandemias así como en la gran crisis ecológica. De ahí que, polarizada o no, la campaña actual, no es la polarización en sí lo que hace problema. Lo que importa ver con la preocupación de la inteligencia es el salto al abismo de todas las orgánicas de las derechas chilenas. Sin orientación, ni credo liberal laico, absorbidas por un líder fortuito y sin ningún magnetismo ni altura de miras, cuya única oferta atractiva a elites en mal de pensée es asegurarles una zona de confort que se aparenta a un búnker armado de intolerancia, apto a propagar y hacer política a partir de las angustias de su clase social, que se siente acorralada, que no quiere ceder privilegios y que cuenta con el poder de sus medios, con siniestros apoyos internacionales en las extremas derechas internacionales junto con caudales de dinero para propagandear el orden por la fuerza sin la razón de las ideas y la continuidad de la distopía neoliberal.
Por Leopoldo Lavín Mujica
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