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La abstracción real del mercado

Fuentes: Rebelión

Introducción Una de las tareas inherentes al materialismo histórico que no debe perderse de vista es, además de la crítica de lo realmente existente para su superación revolucionaria, el movimiento incesante hacia una reformulación y autocrítica de sus propios elementos conceptuales. Lo que singulariza a la concepción materialista es su capacidad de ponerse a sí […]

Introducción

Una de las tareas inherentes al materialismo histórico que no debe perderse de vista es, además de la crítica de lo realmente existente para su superación revolucionaria, el movimiento incesante hacia una reformulación y autocrítica de sus propios elementos conceptuales. Lo que singulariza a la concepción materialista es su capacidad de ponerse a sí misma en recurrentes procesos de transformación que, lejos de debilitarla, son la fuente de su existencia y combaten el anquilosamiento teórico muchas veces producido, entre otros, por los círculos de poder en regímenes burocráticos. Si algo puso en crisis al materialismo histórico en los últimos años, lo fue la restauración capitalista ocurrida en los países del campo soviético, así como la avanzada neoliberal sobre la clase trabajadora y la construcción de una subjetividad posmoderna por parte de las fuerzas del orden: fin de la historia, de la lucha de clases, de la ideología. La llamada caída de los grandes relatos pareciera corroborar un escenario en donde las máscaras ideológicas ya hayan sido quitadas y los individuos marchen concientemente hacia la consecución de sus verdaderos intereses. No estaríamos sino en una sociedad posideológica, en la cual el más transparente pragmatismo regula las relaciones humanas. Sin embargo ¿Debe considerarse, por ejemplo, al pragmatismo -que es en cierta medida la acción guiada por los intereses inmediatos más allá de consideraciones ideológico-morales – como una conciencia verdadera?

En este contexto, lo que se impone es el análisis riguroso del estatuto de la ideología, su relación con lo real material y la consideración de las diversas mediaciones que existen entre esas dos dimensiones. Intentaremos dar cuenta, al menos un bosquejo, de la dinámica de algunos procesos que median entre la producción material de la vida en el capitalismo y sus resultantes formas ideológicas, entendidas éstas como elementos reproductores de las relaciones de producción vigentes.

En lo que atañe a esta perspectiva conceptual, creemos suficiente trabajar en un nivel básico de concreción dialéctica para lograr el desarrollo teórico deseado, esto es, la puesta en discurso de las categorías concernientes a una economía mercantil simple. Nos detendremos aquí sin necesidad de encarar hacia la teoría de la plusvalía y de la valorización del capital para hacer andar la argumentación, pese a su obvia importancia para aprehender el modo de producción capitalista y la explotación del hombre por el hombre en su forma actual. De esta manera, realizamos en principio una separación analítica entre las estructuras formales de una sociedad mercantil -el objeto de estudio de este trabajo- y lo que es su potencialidad puesta en acto en el capitalismo consolidado: la lógica de la acumulación de capital a partir de la entrada de la fuerza de trabajo al mundo de las mercancías.

1. La economía mercantil simple

El punto de partida es la caracterización de esta economía mercantil simple. Lo que impera es un conjunto de productores que se desenvuelven en sus actividades de forma independiente y aislada, y de acuerdo a una división social del trabajo, intercambian sus productos entre sí en el mercado, constituyéndose el intercambio como vehículo de la síntesis social. «Sólo los productos de trabajos privados autónomos, recíprocamente independientes, se enfrentan entre sí como mercancías».1 La mercancía es, pues, la forma que asume la riqueza social en este tipo de sociedades de apropiación privada, y el análisis inmediato de la misma nos revela su carácter bifacético.

Por un lado, la mercancía es valor de uso, su cuerpo es portador de determinadas propiedades que condicionan la utilidad de la misma para la satisfacción de necesidades. Por otro lado, la mercancía posee un valor de cambio. Éste se presenta, en primer lugar, como relación cuantitativa, la proporción en que se intercambian entre sí valores de uso diferentes. El valor de cambio parecería ser algo contingente y puramente relativo, algo externo a la mercancía. Sin embargo, lo que pone en evidencia la práctica del intercambio es que sea cual fuere la relación de cambio entre dos mercancías, ésta podrá representarse siempre por una ecuación (x = y), una ecuación que denota «que existe algo común, de la misma magnitud, en dos cosas distintas».2 En el intercambio, es preciso abstraer los valores de uso, las propiedades corpóreas de las mercancías, el hecho de ser productos de trabajos privados, útiles y cualitativamente diferentes. Y tras esta operación, lo que queda en pie en las mercancías es un elemento universal que posibilita el acto de intercambio: una misma objetividad espectral, una mera gelatina de trabajo humano abstracto, indiferenciado (gasto de fuerza humana en sentido fisiológico). Este común denominador de las mercancías las constituye como valores, y en tanto productos de trabajo abstracto es que sus mutuas relaciones en el intercambio se establecen, no a partir de algo contingente y externo a ellas (el valor de cambio o forma de manifestación del valor), sino a partir de una sustancia inmanente, nacida del proceso de producción. Un valor de uso sólo tiene valor porque en él está objetivada una determinada cantidad de trabajo abstracto, y esta magnitud de valor se mide por su duración a través de fracciones temporales (horas, días, etc.). El valor de una mercancía se establece a partir del tiempo de trabajo socialmente necesario, es decir, el requerido para producirla «en las condiciones normales de producción vigentes en una sociedad y con el grado social medio de destreza e intensidad de trabajo».3

2. La abstracción real

Pero lo que aquí nos interesa es poner la mirada sobre esos mecanismos intrínsecos a la relación mercantil -y a la mercancía- que destilan de tal relación diversos procesos de abstracción. Quien ha trabajado en profundidad sobre este punto fue el alemán Alfred Sohn-Rethel en Trabajo intelectual y trabajo manual. Crítica de la epistemología*. (concluido en 1952 y editado por primera vez en 1970). La idea del autor es la siguiente: en la línea de la tesis materialista según la cual » el ser social de los hombres determina su conciencia», puede afirmarse que antes de que el pensamiento pudiera llegar a la pura abstracción, la abstracción ya actuaba en la efectividad social. La abstracción puede considerarse como la matriz por excelencia de la formación conceptual científica y filosófica, pero no es en el pensamiento donde debe buscarse su origen. Sin duda, la afirmación de Sohn-Rethel representa otra vuelta de tuerca del materialismo histórico, y un claro desafío a la teoría del conocimiento idealista. Para seguir abriéndonos paso en lo que quiere decir el autor, vale acercarnos al nudo central de la problemática:

La forma de la mercancía es abstracta y la abstracción domina en todo su ámbito. El propio valor de cambio es, antes que nada, un valor abstracto, en contraste con el valor de uso de las mercancías. El valor de cambio sólo puede diferenciarse cuantitativamente, y esta cuantificación sigue siendo de carácter abstracto si se la compara con la determinación cuantitativa de los valores de uso. Marx observa, enfáticamente, que incluso el trabajo, en cuanto causa determinante de la magnitud y de la sustancia del valor, deviene «trabajo humano abstracto».4

Esta abstracción mercancía (cuyo desarrollo más acabado se presenta en el dinero)5 debe concebirse, no como un producto del pensamiento de los hombres, sino de sus actos. Es en la efectividad del mercado en donde las sociedades de apropiación privada encuentran su modo de reproducirse; es ahí donde, de manera práctica, la diferencia cualitativa de los valores de uso, el carácter concreto de cuyos trabajos son producto y la individualidad de los diversos propietarios caen en la necesidad irresistible de diluirse para dar paso a esa objetividad espectral a todas las mercancías y poder producirse el intercambio. Se produce de este modo, una abstracción real:

Así como los conceptos de la ciencia natural son abstracciones-pensamiento, el concepto económico de valor es una abstracción real. Sólo existe en el pensamiento humano pero no brota de él. Su naturaleza es más bien social y su origen debe buscarse en la esfera espacio-temporal de las relaciones humanas. No son los hombres quienes producen estas abstracciones, sino sus acciones. «No lo saben, pero lo hacen» «.6

2.1. USO Y CAMBIO

Avanzando en la argumentación, Sohn-Rethel advierte que, a efectos de análisis, su punto de partida difiere de aquel con que parte Marx en El Capital. En vez de remitirse a la distinción valor de uso-valor de cambio como los dos aspectos distintivos de toda mercancía, lo que interesa son las diferentes actividades humanas a las que corresponden: las acciones de uso* y las acciones de cambio. Uso y cambio no sólo son diferentes por definición, sino que se excluyen mutuamente en el tiempo, pues el uso supone modificación de la cosa -constructiva en tanto producción, y destructiva en tanto consumo- y, en contraste, la práctica de intercambio -es decir, un cambio en términos puramente de status social de la mercancía como propiedad- requiere que la condición física de la mercancía, su status material, permanezca inalterado y no conspire contra la igualdad cuantitativa de los valores a intercambiar. De este modo, «el intercambio de mercancías no puede llevarse a cabo como institución social reconocida a menos que se cumpla estrictamente el postulado de separación entre uso y cambio».7 El intercambio de mercancías se hace por medio de la «abstracción» del uso: no se trata de una abstracción mental, sino de una abstracción real, «allí, en la plaza del mercado o en los escaparates, las cosas no cambian. Están como hechizadas por una exclusiva actividad: cambiar de propietario».8

Sin embargo, aunque el intercambio expulsa al uso de las acciones de los hombres que acuden al mercado, no lo expulsa de sus mentes,9 ellos adquieren determinada mercancía en función de una necesidad a satisfacer posteriormente en la esfera del uso, es decir, las mentes no pueden olvidar el propósito de la transacción. Sólo la acción es abstracta, y la abstracción de esta acción, en consecuencia, escapa al pensamiento de quienes la realizan. En el intercambio, la acción es social, las mentes privadas.

2.2. LAS MATEMÁTICAS

Si profundizamos en la abstracción-intercambio, nos damos cuenta de que se dan en ella dos abstracciones entrelazadas estrechamente. La primera tiene su origen en la separación entre intercambio y uso y ya ha sido expuesta. La segunda opera en el interior de la interacción entre los propietarios, corresponde al propio acto del intercambio. El intercambio contiene un postulado acerca de la igualdad entre los dos lotes de mercancías que han de ser intercambiadas. Ya vimos que esta igualdad se logra a través de las determinaciones cuantitativas de valor, y es en el intercambio donde se expresa de una manera práctica. Se hace una abstracción de la cantidad, estableciéndose una esfera cuantitativa no dimensional, de una pura cantidad: la cualidad pura o abstracta de los números cardinales, que sólo pueden ser definidos a partir de las relaciones mayor que (>), menor que (<) o igual (=). De esta manera, el postulado de la ecuación-intercambio establece con ello los fundamentos del razonamiento matemático libre.

Según esta teoría, el razonamiento matemático debería haber surgido en el momento histórico en que el intercambio de mercancías se convierte en el agente de la síntesis social, un punto caracterizado en el tiempo por la introducción y la circulación de la moneda acuñada. Y es interesante observar que Pitágoras, que fue el primero en usar el pensamiento matemático en su sentido deductivo, apareció poco después de la primera difusión de monedas, aproximadamente hacia los siglos VII y VI antes de Cristo, y actualmente se cree que él mismo participó en la instauración de un sistema monetario en Crotona, ciudad a la que emigró desde Samos alrededor del año 540 antes de Cristo.10 *

Para ilustrar el caso, Sohn-Rethel da un ejemplo: la comparación entre el arte de medición egipcio y el griego. La formación social característica del antiguo Egipto -Edad de Bronce- está basada en el cultivo de los valles de aluvión y se presenta como una construcción a dos niveles. El nivel básico está constituido por la agricultura y la ganadería en los terrenos de aluvión y sus contornos -«producción primaria aluvional»- Dicha economía funciona aún en base a los métodos de la producción colectiva derivada del comunismo primitivo: el carácter comunitario de las formas de producción todavía no había desaparecido. En el nivel superior de esta formación social, se desarrolla una civilización basada en la apropiación del excedente extraordinariamente incrementado por los productores primarios, una civilización en torno a la cual se utiliza una industria secundaria para satisfacer sus exclusivas necesidades. Al servicio de esta industria secundaria se desarrolla un vasto comercio con otros estados y comunidades para la adquisición de materiales. Sin embargo, debe remarcarse que el intercambio comercial no ha penetrado en los poros del orden social.

El Manual de Amés es un compendio en el que se resuelven varios problemas prácticos, como por ejemplo, el cálculo de número de ladrillos necesarios para fabricar el dique de un canal, dadas su longitud, altura y pendiente. Para cada problema, el manual proporciona las instrucciones que permiten resolverlo. El manual ilustra también a los «tiradores de cuerda», quienes eran asignados a los altos funcionarios del Faraón para la construcción de templos y pirámides, de diques y graneros, y para parcelar la tierra cuando de nuevo se retiraban las aguas del Nilo luego de su crecida anual. Entre los éxitos de la cuerda se cuentan la tripartición del ángulo, el aumento y disminución del cubo e incluso en cálculo de la constante Pi, que Amés estableció en 3,164. El uso de la geometría sólo podía aspirar a una exactitud aproximada, y «la pretensión de precisión matemática sólo podía ser vista como una pedantería».11

El propio concepto de teorema pertenece a un nivel de abstracción demasiado elevado para este tipo de «matemática», cuya característica principal es precisamente la ausencia de fundamento lógico y de coherencia sistemática, fundamento y coherencia que más tarde asumirá con su intrínseca división respecto al trabajo manual. «El trabajo intelectual no posee todavía la autonomía intelectual que lo separa radicalmente del trabajo manual por causas que le sean propiamente inherentes, al margen de cualquier mistificación o división de castas.»12

Los griegos sustituyeron la cuerda por la regla y el compás, transformando de este modo el arte de la medición y convirtiéndolo en algo totalmente nuevo: las matemáticas tal cual las entendemos hoy. La geometría de los griegos tiene un carácter puramente intelectual, independiente de las prácticas de medición. El arte de la cuerda era una habilidad manual que sólo podía ser practicada por quienes la habían aprendido y experimentado y sólo en aquellos lugares en los que la medición había llegado a ser una necesidad. Tras esta habilidad no había una demostración autónoma de su contenido geométrico. La geometría inherente a la práctica manual no trascendía el resultado práctico obtenido, que sólo era aplicable al caso pertinente. Los griegos, en cambio, inventaron una nueva clase de demostración geométrica. En vez de tirar la cuerda, trazaban líneas con la regla, líneas que quedaban en la hoja y que, junto con otras líneas, formaban figuras permanentes a partir de las cuales se podía descubrir leyes geométricas. El contenido conceptual de la geometría «era independiente no sólo de tal o cual propósito determinado, sino de cualquier tarea práctica. Sin embargo, para poder separar el contenido conceptual de su aplicación, era preciso que surgiese una abstracción formal que pasó a formar parte del pensamiento reflexivo. Creemos que esto sólo pudo ocurrir como consecuencia de la generalización implícita en la equivalencia monetaria de los valores de las mercancías, que se llevó a cabo con la aparición del sistema monetario»13 en la Antigua Grecia.

2.3. LA FÍSICA

Lo mismo ocurre con el tiempo y el espacio abstractos. En el uso, entendido como el metabolismo entre el hombre y la naturaleza, el tiempo y el espacio están relacionados con los acontecimientos naturales y las actividades materiales del hombre: maduración de cosechas, sucesión de estaciones, nacimiento y muerte del hombre, y todo lo que le ocurre a lo largo de su vida. En contraste, el acto de intercambio refuerza la abstracción en cuanto en él se asume que las mercancías intercambiadas permanecen inmutables durante la transacción. «El intercambio vacía al tiempo y al espacio de su contenido material y les confiere unos contenidos de significación puramente humana relacionados con el status social de las personas y de las cosas. Dichos contenidos son inventados por el propio hombre y sobre ellos debería poder ejercer un control absoluto.»14 El tiempo se convierte en tiempo no-histórico y el espacio en espacio no-geográfico. Por otra parte, el postulado en el que se basa la efectiva transferencia de las mercancías marca que ésta debe ser un acto físico que no altere el estado físico de las mercancías. El acto de intercambio tiene que describirse como un movimiento abstracto en un tiempo y espacio abstractos (homogéneos, continuos y vacíos) de unas sustancias abstractas (materialmente reales, pero carentes de cualidades sensibles) que no sufren, por consiguiente, cambios materiales, sino sólo una diferenciación cuantitativa (diferenciación en abstracto, no dimensional). Este esquema lleva consigo un concepto de la naturaleza entendida como mundo material de los objetos del cual el hombre mismo se ha retirado, una naturaleza desprovista de realidad sensorial y que sólo admite diferencias cuantitativas. Además, sólo es comprensible para las personas familiarizadas con el dinero y con su uso y adquisición, aquellos miembros de las sociedades de apropiación privada cuya síntesis social pasa por el intercambio de mercancías.

Esta fisicalidad abstracta y puramente social del intercambio no existe más que en la mente humana, pero no tiene su origen en la mente. Nace de la actividad del intercambio y de la necesidad del mismo que se produce con el paso del modo de producción comunitario al modo de producción privado. Esta abstracción real es el arsenal del que el trabajo intelectual de las épocas de intercambio de mercancías extrae sus recursos intelectuales. Fue la matriz histórica de la filosofía griega y sigue siendo la matriz de los paradigmas conceptuales de la ciencia tal como la entendemos hoy.15

2.4. LA FILOSOFIA

En un caso meramente accidental y aislado de intercambio entre dos partes, la abstracción intercambio no deja rastro alguno. En una fase superior, a la que Marx llama forma general de valor, cuando el intercambio se convierte en multilateral e incluye una gran variedad de mercancías, una de ellas debe servir de medio de intercambio para las demás, debe servir de equivalente general. El valor de uso de esta mercancía está ahora investido por un postulado que le impide sufrir cualquier cambio material mientras actúa en calidad de tal. La elección para desempeñar este papel recae sobre la mercancía, que por su duración física, divisibilidad y movilidad, mejor se ajusta al postulado. De este modo, el postulado de inmutabilidad, aunque procede de la naturaleza del intercambio, pronto parece ser, para todos los implicados, el resultado del peculiar valor de uso de la mercancía en cuestión. El uso de metales preciosos como material dinerario abona en este sentido. Sin embargo, las dificultades llegaban cuando había que tratar con las propiedades físicas de estos metales: en cada transacción tenían que ser pesados, cortados y fundidos, y esta era la razón de que no se ajustaran muy bien a las exigencias del mercado, desajuste que se solucionará cuando se invente la acuñación de monedas alrededor del año 680 a.C. en la zona jónica del Egeo. De este modo, su materia física se ha convertido de modo visible en un mero portador de su función social. Una moneda, por tanto es algo que se ajusta a los postulados de la abstracción intercambio y a lo que se supone estar formado por una sustancia inmutable, «una distancia sobre la que el tiempo no tiene poder alguno y que está en contradicción antitética con cualquiera de las materias que se pueden encontrar en la naturaleza».16 Ninguna de las posibilidades que la naturaleza nos ofrece o que el hombre puede crear corresponde realmente a la descripción del material de que debería estar hecho el dinero.

Todas las materias que existen, todas las cosas y criaturas de este mundo son perecederas, pasajeras, engañosas, corruptibles, y están expuestas a los efectos del tiempo y a todas las demás corrupciones que enumera Platón cuando las contrapone a esas entidades inmaculadas, eternas, iguales a sí mismas y puras a las que honra con el título de «ideas».»17

En la moneda opera una contradicción. Por una parte, es algo real, una cosa, ninguna moneda podría ser dinero si no fuese materialmente real. Por otro lado, sin embargo, es distinta, ya que no cambia con el paso del tiempo, no sólo en el sentido en que Platón reivindica esta permanencia, sino en la medida en que el Estado lo garantiza al emitirla. Pero, ¿cómo puede el propietario del dinero tener conocimiento de la existencia de una materia que no puede ser vista, sentida, ni tan siquiera tocada? Sólo puede tener conocimiento de ella en su pensamiento. Al ser ajena a las cualidades sensibles, esta materia de la moneda es indestructible. ¿En qué se distingue de esa realidad a la que Platón denomina «idea»? «Nuestro amigo Platón se equivoca al desplazar esta realidad fuera del nuestro mundo comercial y situarla en el cielo sólo porque es indestructible».18

Parménides fue el primer «pensador puro» que introdujo un concepto apropiado de la materia abstracta del dinero, pero sin tener idea de lo que su concepto representaba. Traducido como «lo uno, lo que es», es inalterable al paso del tiempo, ocupa todo el espacio, carece de todas las propiedades de la percepción sensorial, es estrictamente homogéneo, uniforme e indivisible, incapaz de devenir y de perecer, y siendo siempre igual a sí mismo. Junto con Pitágoras y Heráclito, Parménides es uno de los primeros filósofos con los que la actividad mental del hombre asume una forma radicalmente distinta de los antropomorfismos asociados a los modos de producción comunitarios anteriores al tiempo de la producción de mercancías. El uso de abstracciones formales no-empíricas que sólo pueden ser representadas por medio de conceptos «puros» no-empíricos es lo que define el carácter del trabajo intelectual, en su total separación del trabajo manual.

2.5. EL INCONSCIENTE DE LA FORMA MERCANCÍA

Desde una perspectiva psicoanalítica lacaniana, Slavoj Zizek señala que hay una inquietante analogía entre el status ontológico de la Abstracción Real y el del inconciente, «esa cadena significante que persiste en «otra escena»». «La abstracción real es el inconciente del sujeto trascendental, el soporte del conocimiento científico objetivo-universal».19 Citando la frase de Sohn-Rethel que dice que «La abstracción real del intercambio no es pensamiento, pero tiene la forma de pensamiento», Zizek la compara con una de las definiciones posibles de inconciente: la forma del pensamiento cuyo status ontológico no es el del pensamiento, Otra escena externa al pensamiento con la cual la forma del pensamiento ya está articulada de antemano.

El propietario que participa en el acto de intercambio procede como un «solipsista práctico»: desdeña la dimensión universal y socio-sintética de su acto, reduciéndolo a un encuentro casual de individuos atomizados en el mercado. Esta dimensión social «reprimida» de su acto emerge por consiguiente en la forma de su contrario, como Razón universal dirigida a la observación de la naturaleza (la red de categorías de «razón pura» como el marco conceptual de las ciencias naturales).20

En suma, todas las abstracciones reales que resultan del proceso de intercambio mercantil -el vehículo de la síntesis social en economías de apropiación privada-, tales como la pura cantidad, la sustancia abstracta, tiempo, espacio y movimiento abstractos, la noción de Idea, etc. conforman la estructura cognoscitiva inconciente del pensamiento abstracto -la filosofía y la ciencia- y sientan las bases definitivas para la emancipación del trabajo intelectual con respecto al trabajo manual.

3. El fetichismo de la mercancía

Como ya vimos, los valores de uso se convierten en mercancías sólo si son productos de trabajos privados ejercidos independientemente los unos de los otros. La división del trabajo crea la necesidad del intercambio, a través del cual esos productos privados adquieren un carácter social: objetividad de valor, magnitud de valor y forma de valor. En esta forma mercancía que adoptan los productos del trabajo,

«la igualdad de los trabajos humanos adopta la forma material de la igual objetividad de valor de los productos del trabajo; la medida del gasto de fuerza de trabajo humano por su duración, cobra la forma de la magnitud del valor que alcanzan los productos del trabajo; por último, las relaciones entre los productores, en las cuales se hacen efectivas las determinaciones sociales de sus trabajos, revisten la forma de una relación social entre los productos del trabajo.21

Las mercancías asumen una objetividad espectral al entrar al mercado: a sus atributos físicos se le suma ahora la existencia suprasensible del valor. Un siglo y medio después de haber salido a la luz la primera edición de El Capital, seguimos diciendo que todavía no hay químico que haya descubierto en la perla o el diamante el valor de cambio.

Estas determinaciones fantasmagóricas de la forma mercantil subliman en la mente de los productores una representación fetichista: reflejan ante ellos el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, y refleja la relación social que establecen los productores entre ellos y con el trabajo social global como una relación social entre los objetos que existe al margen de los productores. Las relaciones sociales entre trabajos privados se ponen de manifiesto «como relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas.22

Básicamente, lo que ilustra el fetichismo de la mercancía es un pasaje de las mercancías desde la esfera de la producción y el uso hacia la esfera del intercambio, pasaje que se produce en la medida en que actúa la coacción de la abstracción real y se produce la escisión entre las dos esferas. El carácter creativo y útil de los trabajos y la constante transformación y devenir de la materia trastocan en la osificación de las mercancías, las cuales son hechizadas por un postulado de inmutabilidad y de abstracción material una vez que entran al mercado*. Esta es la condición necesaria que subyace a todo intercambio mercantil, la reducción coactiva de las diferencias cualitativas a una misma gelatina homogénea debe operar al tiempo en que las magnitudes de ésta última se mantienen invariables. En efecto, la prohibición del consumo rige en el mercado como elemento constitutivo.

El carácter coactivo del valor es vislumbrado por lo siguiente: la propiedad privada de los medios de producción crea la necesidad de erigir sobre el mundo de la producción un lugar novedoso, una segunda naturaleza: el mercado. Esta segunda naturaleza genera una estructura formal de fenómenos de abstracción real, que lleva implícitos, por un lado, la cosificación de lo que sucede en el proceso vital creativo de la producción y las relaciones humanas, y por el otro, la emancipación del trabajo intelectual vía la génesis de categorías abstractas de pensamiento. Estas dos consecuencias no se presentan en el proceso social sino como un movimiento unitario: el propio fetichismo es un fenómeno de pensamiento abstracto, ya que el extravío de las huellas que retrotraerían las mercancías y sus relaciones mutuas en el mercado a su origen -la actividad vital humana- es un fenómeno de abstracción conceptual -y agrego-, una abstracción que se da en el pensamiento, pero que no brota del mismo sino de la estructura formal del mercado.

4. Las fuerzas productivas

4.1. LA INNOVACIÓN TÉCNICA

El propio desarrollo de las fuerzas productivas, si su dinámica vertiginosa proviene de las necesidades intrínsecas a la ley del valor -en breve, la reproducción del capital-, su punto de apoyo teórico-técnico se encuentra en las abstracciones de la ciencia. No se podría concebir la enorme innovación tecnológica puesta en marcha por el capitalismo pasando por alto la aplicación del complejo físico-matemático desde los mismos albores del actual modo de producción.
La concepción galileana del movimiento de inercia abrió el campo de aplicación de las matemáticas al cálculo de los fenómenos naturales de movimiento.

«Este cálculo puede considerarse científicamente exacto siempre y cuando los fenómenos puedan ser aislados de influencias externas incontrolables y ser comprobadas empíricamente. Ello resume las principales características del método matemático y experimental de la ciencia y al mismo tiempo representa el mayor de los logros, desde el punto de vista epistemológico, de la revolución científica ligada al nombre de Galileo».23

Sin embargo, hay que tener en cuenta que el movimiento galileano de inercia es un concepto no empírico, pues se da en un espacio vacío y estrictamente rectilíneo. El espacio, vacío de aire, no es algo que pueda percibirse en la esfera terrestre, y en el espacio exterior, donde quizás pueda afirmarse que sí lo es, ninguno de los fenómenos observables se mueve en línea recta, sino describiendo órbitas.

Indudablemente nos encontramos ante una contradicción ¿Cómo puede un concepto no empírico ser una de las principales herramientas de investigación empírica de la naturaleza? En otras palabras ¿Cómo es posible obtener un conocimiento de la naturaleza procedente de fuentes distintas a las del trabajo manual? El principio del movimiento de inercia proviene de la estructura del movimiento contenido en la abstracción real del intercambio de mercancías. Pues la estructura del mismo es abstracta en la medida en que no presenta ninguna huella de cualidades perceptibles, y se caracteriza por el movimiento lineal abstracto, a través de un espacio y un tiempo abstractos, vacíos, continuos y homogéneos, de unas sustancias abstractas que no están sujetas a cambio materias alguno, no siendo este movimiento susceptible de otro tratamiento que el matemático.

El capital es un poder social que se hace cargo de la producción cuando ésta trasciende las posibilidades tecnológica y económica, para el productor directo, de hacerse cargo de su control.

«Así como en el campo económico el poder social es el capital, en el campo de la tecnología lo es la ciencia, o, con mayor propiedad, la operación metodológica de la mente humana en su forma socializada, guiada por una lógica específica: las matemáticas».24

4.2. LA FUERZA DE TRABAJO

Además de las innovaciones científico-teconológicas, la destreza del trabajador en sus actividades productivas constituye otro factor que aporta su dinamismo al desarrollo de las fuerzas productivas. Cuanto más hábil y disciplinada es la fuerza de trabajo en una economía o una empresa, más estará en condiciones de acrecentar la producción de valor por unidad de tiempo.

El análisis del fetichismo de la mercancía nos brinda una clave para comprender el asunto: sólo con el modo de producción capitalista los diferentes trabajos humanos útiles (que es una constante transhistórica en el metabolismo entre el hombre y la naturaleza) adquieren el doble estatuto de ser, además de útiles-concretos, mercancías intercambiables en el mercado, fuerzas de trabajo. El carácter bifacético mercantil se extiende al trabajo mismo, constituyéndose una dimensión abstracta de valor (el trabajo indiferenciado) al lado de su dimensión de valor de uso concreto.

En otras palabras, el pasaje del que hablábamos en el apartado del fetichismo -un pasaje entre la esfera del uso hacia la esfera del intercambio- se repite con virulencia con la fuerza de trabajo misma. Si una economía de células de apropiación privada constituye -y tiene la necesidad de constituir- al mercado para el intercambio de producciones privadas, en una palabra, para que sea posible una síntesis social, lo que se percibe es la separación coactiva entre las dos esferas -ya comentada más arriba-. Y si las determinaciones humanas contenidas en los productos del trabajo, al entrar al mercado, se trastocan para los propietarios en propiedades intrínsecas a las cosas -el fetichismo-, otro tanto ocurre con la mercancía fuerza de trabajo.

Lo que entrevemos es que el trabajo humano(o una porción del mismo), cuando entra al mercado como artículo intercambiable, sus propias determinaciones humanas se ven borradas, su estatuto de ser una potencia creativa de los productores desaparece. En cambio, su destino estará signado por el hechizo de la abstracción real: una fuerza separada del trabajador -trabajador que por demás contemplará cómo su subjetividad se diluye en el mundo artificial de la abstracción-, una sustancia abstracta cuyo nuevo fundamento descansará en su cuantificación pura en tanto creadora de valor, y creadora por tanto del capital como el Sujeto, al cual se verá crecientemente sometida.

Al servicio de este sometimiento actuará el intelecto abstracto -o el trabajo intelectual emancipado-, considerando a la fuerza de trabajo como un objeto de estudio, como un punto de aplicación científica. Uno de los puntos esenciales del taylorismo es que los standards del ritmo de trabajo no deben fundamentarse empíricamente a partir del trabajo realizado por los propios trabajadores; más bien se pasa a una temporalización artificial en la que el tiempo requerido para un trabajo se decide sin consultar al trabajador, una medición del tiempo que sólo responde a la lógica de reproducción del capital. En palabras de Taylor, «el estudio del tiempo sólo es útil si permite determinar exactamente cuánto debería tardar y no cuánto tarda un trabajo dado».

El trabajo se convierte en un elemento abstracto capaz de ser medible en sus movimientos y en sus ritmos, y para eso se divide en elementos cada uno de los cuales será temporalizado separadamente como una unidad de tiempo. El trabajo taylorizado, por consiguiente, es trabajo humano transformado en una entidad tecnológica, homogénea y adaptable a la maquinaria.

Las tareas intelectuales conferidas a la dirección empresarial no se consideran representaciones de la mente del trabajador, sino derivaciones de la ciencia y de la tecnología científica. Esto se da en cuanto se intenta obtener un estudio minucioso de las unidades de tiempo, una coerción temporal llevada a cabo por la ciencia como expresión del trabajo intelectual al servicio de la apropiación capitalista.

5. Conclusión: ideología y objetividad

Es importante detenerse a reflexionar sobre un término que utiliza Marx en torno al concepto de valor: la objetividad espectral. Ésta designa, sin lugar a dudas, la sustancia y magnitud de valor que quedan en pie una vez que la mercancía se enfrenta con sus congéneres en el terreno del intercambio. Habíamos dicho que lo que se produce aquí es la abstracción de todas las cualidades corpóreas de la mercancía en cuanto valor de uso, o sea, una abstracción real propia de la estructura del mercado. Habíamos dicho también que esto ocurre sólo en el terreno de la práctica, más allá de que los propietarios entren al mercado con la idea de la necesidad que quieren satisfacer y por tanto del valor de uso que van a adquirir.

Por ende, la mercancía comienza a ser en el mercado una sustancia universal abstracta y una pura cantidad de valor. Pero lejos de originarse en el pensamiento de los propietarios, el valor de las mercancías tiene su fuente en el trabajo humano: su estatuto ontológico no es subjetivo, se desprende de un proceso productivo. Tampoco su estatuto es empírico-objetivo, pues «en contradicción directa con la objetividad sensorialmente grosera del cuerpo de las mercancías, ni un solo átomo de sustancia natural forma parte de su objetividad en cuanto valores».25 El valor, entonces, no es algo que pertenezca a la naturaleza de los productos del trabajo humano per se, sino que adquiere existencia histórica sólo cuando estos productos van a ser intercambiados en esa institución histórica que es el mercado. El valor, en definitiva, tampoco pertenece a la mercancía en sí, sino que expresa una relación social entre los productores, que en el mercado muta en una relación entre cosas. «Dicha objetividad entre valores sólo puede ponerse de manifiesto en la relación social entre diversas mercancías».26

Ahora bien ¿cómo se relaciona esto con la cuestión del trabajo intelectual? Lo que hay que ver en el concepto de objetividad espectral es la forma en que el mundo y los fenómenos de la naturaleza son presentados al conocimiento en las fases históricas en las que prima una estructura mercantil- más que nada, en el capitalismo, que es el modo de producción que desarrolla al mercado hasta su punto máximo-. El trabajo intelectual -el propio de las clases dominantes, en contraposición con el trabajo manual de las clases explotadas- ya encuentra sus herramientas en las abstracciones reales que el mercado hace funcionar. Como ya dijimos, la sustancia abstracta, la intemporalidad, la pura cantidad, el movimiento en un espacio-tiempo abstracto son estos elementos mercantiles de los cuales se va a dotar esta forma histórica de pensar para re-presentar el mundo. Donde hay un mundo que se manifiesta de manera activa, como una totalidad activa y concreta, el trabajo intelectual construye maquinarias cognitivas que capturan los fenómenos y los tamizan a través de la abstracción, fundando una objetividad del conocimiento, un campo de objetos: los casos revisados aquí fueron las matemáticas, la filosofía antigua, la física moderna y el taylorismo, pero un estudio más detallado podría extender la lista.

Si las abstracciones no son propias del mundo real -o naturaleza primaria-, sí lo son del ámbito del mercado, que es una naturaleza secundaria sociohistórica propia de las economías de apropiación privada. Lo que sucede es que la objetividad espectral del valor mercantil es tomada por el trabajo intelectual como matriz de conocimiento del mundo, inaugurando un nuevo tipo de objetividad cognoscitiva -el mundo de los objetos de la ciencia, la filosofía, etc.- que difiere de la objetividad del mundo en movimiento como totalidad en tanto lo cosifica-osifica.

Como venimos tratando de demostrar, la problemática de la ideología toma aquí un estatuto extraordinariamente materialista. Sin duda, esta concepción se aleja del modelo de la falsa conciencia, en tanto que la abstracción del pensamiento -como forma ideológica por excelencia- se adecua con una realidad, la realidad material del mercado y las abstracciones reales que allí ocurren, y por tanto es verdadera. El problema de la ideología no es un problema de adecuación conceptual -el problema de la verdad-, «la ideología no es simplemente una «falsa conciencia», una representación ilusoria de la realidad, es más bien esta realidad a la que ya se ha de concebir como «ideológica»».27 En este sentido, no podemos dejar de ver unidos dos polos presuntamente antitéticos: la ideología y el pensamiento científico-objetivo. Este fenómeno coincide con una peculiar estructuración del pensamiento, una grilla de aprehensión cognitiva que procede y emerge de las entrañas del mercado.

1 Karl Marx, El Capital. El proceso de producción de capital, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2004, p. 52.

2 Ibíd., p. 46.

3 Ibíd., p. 48.

* Concluido en 1952, este trabajo fue objeto de debate entre Adorno (protector de Sohn-Rethel) y Horkheimer (quien objetaba que el texto abundaba en tintes especulativos) antes de salir a la luz en 1970.

4 Alfred Sohn-Rethel, Trabajo intelectual y trabajo manual. Crítica de la epistemología, Ediciones 2001, Barcelona, 1980, p. 27.

5 «La clase específica de mercancías con cuya forma natural se fusiona socialmente la forma de equivalente, deviene mercancía dineraria o funciona como dinero. Llega a ser su función social específica, y por lo tanto su monopolio social, desempeñar dentro del mundo de las mercancías el papel de equivalente general.» en Karl Marx, El Capital.., p. 85.

6 Alfred Sohn-Rethel, Trabajo intelectual y trabajo manual…, p. 28.

* El uso como consumo y como producción.

7 Ibíd, p. 31.

8 Ibíd, p. 32.

9 «Esta falta de sensibilidad, en la mercancía, por lo concreto que hay en el cuerpo de sus congéneres, la suple su poseedor con sus cinco y más sentidos.» Karl Marx, El Capital.., p. 104. Las mercancías «tienen que acreditarse como valores de uso antes de poder realizarse como valores«, p. 105.

10 Alfred Sohn-Rethel, Trabajo intelectual y trabajo manual…, p. 52

* «El estadio de la producción de mercancías, con el que comienza la civilización, se distingue desde el punto de vista económico por la introducción: 1) de la moneda metálica, y con ella del capital en dinero, del interés y de la usura; 2) de los mercaderes, como clase intermediaria entre los productores; 3) de la propiedad privada de la tierra y de la hipoteca, y 4) del trabajo de los esclavos como forma dominante de la producción.» F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en K. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, Tomo 3, Editorial Progreso, Moscú, 1981, p. 350.

11 Alfred Sohn-Rethel, Trabajo intelectual y trabajo manual…, p. 91

12 Ibíd., p. 92

13 Alfred Sohn-Rethel, Trabajo intelectual y trabajo manual…, pp. 101, 102.

14 Ibíd., p. 52

15 Ibíd, p. 60.

16 Ibíd., p. 62.

17 Ibíd., p. 66.

18 Ibíd., p. 67.

19 Slavoj Zizek, ¿Cómo inventó Marx el síntoma?, en Zizek, Slavoj (comp.) Ideología, un mapa de la cuestión, FCE, 2003, Buenos Aires, p. 335.

20 Ibíd., p. 338.

21 Karl Marx, El Capital.., p. 88.

22 Karl Marx, El Capital.., p. 89.

* No es que el fetichismo se produzca simplemente por el hecho de que el trabajo humano se objetive en sus productos -al modo hegeliano-, esto induciría a pensar que el fetichismo es en sí un fenómeno transhistórico. En realidad, los productos devienen objetos endemoniados sólo si se enfrentan en el mercado.

23 Alfred Sohn-Rethel, Trabajo intelectual y trabajo manual…, p. 122.

24 Ibíd, p. 126.

25 Karl Marx, El Capital.., p. 58.

26 Ibíd, p. 58.

27 Slavoj Zizek, ¿Cómo inventó Marx el síntoma?…, p. 338.