Ruido. Algarabía. Sinrazón. Irresponsabilidad. Ambición. Hambre de poder. Mentira. Esos son algunos de los ingredientes del maldito cóctel que nos plantan ante las narices cada día en este país de locos. País de locos. País de vociferadores, de mentirosos, de liantes. Y también de crédulos, de inocentes, de buena gente. Una voz clama en la […]
Ruido. Algarabía. Sinrazón. Irresponsabilidad. Ambición. Hambre de poder. Mentira. Esos son algunos de los ingredientes del maldito cóctel que nos plantan ante las narices cada día en este país de locos.
País de locos. País de vociferadores, de mentirosos, de liantes. Y también de crédulos, de inocentes, de buena gente. Una voz clama en la radio (adivinen de quién): ¡Mentira, mentira! ¡No sabemos quién puso las bombas, pero lo que es seguro es que los que están en el banquillo no las pusieron!
País de locos. A Ibarretxe lo llevan a los tribunales; le imputan un delito relacionado con la sedición. Nada menos. Es una acusación tan ridícula que sólo en un país de locos se le daría curso. Luego, el lehendakari monta un festival grotesco para sentirse apoyado en su visita a la Audiencia. La locura es contagiosa.
En los campos de fútbol el griterío es ensordecedor, una forma de liberar las zozobras y angustias de la semana. Pero en el partido Valencia-Barcelona los decibelios aumentaban cada vez que un defensa barcelonista, Oleguer Presas, tocaba la pelota. Era la forma en que el público recriminaba a Presas haber escrito un artículo en el periódico vasco Berria. Un artículo que nadie debía haber leído, porque su contenido es impecable. Un contenido que suscribiría la inmensa mayoría de gritones que vociferaban en el campo si lo hubiera firmado otra persona. Pero Presas es independentista, y no debe ser escuchado: hay que aumentar el ruido, taparle la voz. Incluso al independentista presidente del Barça, Joan Laporta, se le abrieron las carnes al ver que Presas, además de futbolista, era ciudadano. ¿Dónde quedó aquello de «yo no estoy de acuerdo con lo que dice, pero daría mi vida
para que pueda decirlo»?
Pero hay muchos más gritos; por ejemplo, los de la Asociación de Víctimas del Terrorismo; gritos que pretenden marcar la agenda de gobierno, enmendar la justicia, imponer sus criterios. También los del Foro de Ermua, anunciando a Zapatero su voluntad de que el actual presidente reciba el mismo «tratamiento» que su abuelo. La algarabía no cesa en este país de locos, en el que ETA puede afirmar sin sonrojo que la tregua no se ha interrumpido, aunque haya volado un edificio y asesinado a dos personas.
Y en cuanto a algarabía, la montada alrededor del Estatuto de Cataluña se ha llevado la palma. Una algarabía que no se ha acabado; ahora ronda por los despachos del Tribunal Constitucional. Los mismos que se dan codazos para colocar a los «suyos» en las altas instancias judiciales se quejan de la politización de la justicia cuando presumen que las sentencias no van a favorecerles. País de locos.
Como de locos es que se forzara la aprobación de un Estatuto que corre el riesgo de ver invalidada algunas de sus partes por el Tribunal Constitucional. Un Estatuto ambicioso, dijeron los que lo impulsaron. ¿Ambicioso o irresponsable? Porque si se declarara parcialmente inconstitucional, nos hallaríamos ante un problema de gran calado: el pueblo de Cataluña, ciertamente a trancas y barrancas, ha aprobado ese Estatuto, es decir, ha decidido democráticamente darse ese marco legal, y se supone que, en democracia, eso es sagrado. Y si la Constitución no le da cabida, entonces abría que cambiar la Constitución. Pero eso, como todo el mundo sabe, es imposible por múltiples razones, que no desarrollaremos aquí por simple falta de espacio. Así, el conflicto afecta a los fundamentos de la democracia: el poder del pueblo queda en entredicho. Aquí podría empezarse otra discusión sobre el pueblo catalán, el pueblo español, cuál es la voluntad que ha de prevalecer, etc., pero esa es una discusión larga en un terreno plagado de arenas movedizas. Pronóstico: todo el mundo acabará cabreado, la histeria seguirá creciendo y los decibelios aumentando.
Ruido. Algarabía. Sinrazón. Irresponsabilidad. Ambición. Hambre de poder. Mentira. Esos son algunos de los ingredientes del maldito cóctel que nos plantan ante las narices cada día en este país de locos. He aquí un buen consejo: no lo beba.