amnesia Todavía hay quienes consideran que la amnesia es una enfermedad mental, una grave dolencia que, como consecuencia de lesiones patológicas o seniles, afecta la corteza cerebral de los individuos provocando la pérdida de su memoria. Así de injusto es el juicio de la gente. Así de equívoco es el diccionario. La amnesia, y cualquiera […]
Todavía hay quienes consideran que la amnesia es una enfermedad mental, una grave dolencia que, como consecuencia de lesiones patológicas o seniles, afecta la corteza cerebral de los individuos provocando la pérdida de su memoria.
Así de injusto es el juicio de la gente. Así de equívoco es el diccionario.
La amnesia, y cualquiera que la disfrute me dará la razón, es una de las más gratas facultades que adornan la existencia de los seres humanos, una inseparable compañía de las almas puras que aspiran a una existencia bondadosa, sin sobresaltos, temores o vergüenzas.
Gracias a la amnesia, los más repugnantes crímenes quedan relegados al olvido recuperando los asesinos sus impolutos expedientes y cristianas maneras.
La amnesia siempre ha obrado milagros transformando al ladrón en probo, al canalla en benemérito, al pecador en santo y al mentiroso en historiador.
Observa la propiedad, además, la bendita amnesia, de que una sola dosis de desmemoria es capaz de vacunarnos para el resto de nuestra amnésica existencia contra toda clase de recelos y desconfianzas. Y como la amnesia se contagia, una sociedad que haya sido agraciada con tan íntegro gozo puede, al conjuro de unos pocos doctores en las artes del olvido, recuperar su beatífica paz y apacible vida.
No hay crimen, por execrable que nos parezca, que no pueda la amnesia remitir a la impunidad y hasta transformarlo en piadosa virtud.
No hay robo, por más evidencias que lo delaten, que no deba la amnesia convertir en honesto y laborioso patrimonio, a salvo del recelo de las togas y de la maledicencia de las esquinas.
Ni siquiera es preciso que el tiempo, que hasta lo indeleble desvanece, se ocupe de borrar los vestigios del crimen porque antes, incluso, de que seque la sangre, ya el matarife es aclamado como santo varón destinado a ocupar su lugar en la gloria.
Y son tantos los eméritos hampones que, como los que en Montejurra, hace treinta años, asesinaron a Aniano Jiménez y a Ricardo García Pellejero; o los que asesinaron en las faldas del monte Ezcaba, también en Navarra, a tantos republicanos presos; o los que han venido saqueando los recursos de Navarra; y hoy, todavía, se esmeran en el expolio y el pillaje de las tierras, los bienes y el derecho navarro, que ni siquiera nos queda a los que sobrevivimos a Amadeo Marco, a Sixto de Borbón, a Urralburu, a Del Burgo, a Aizpún, a Sanz y compañía, la esperanza del cielo en la otra vida, porque ni a la derecha de Dios íbamos a estar mejor acompañados.