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La anemia diplomática española

Fuentes: Rebelión

Es difícil encontrar análisis (serios) en la prensa española en torno al papel que la diplomacia española juega en el exterior. Tan sólo dos diarios importantes abren sus ediciones con las páginas dedicadas a la información internacional (La Vanguardia y El País), y en las páginas de opinión, pese a existir cada día artículos de […]

Es difícil encontrar análisis (serios) en la prensa española en torno al papel que la diplomacia española juega en el exterior. Tan sólo dos diarios importantes abren sus ediciones con las páginas dedicadas a la información internacional (La Vanguardia y El País), y en las páginas de opinión, pese a existir cada día artículos de firmas nacionales y extranjeras sobre geopolítica, apenas se ocupan del estado, perspectivas, errores y aciertos de la política internacional española. De hecho, un lector común podría pensar que ésta no existe, y que en el partido global, España, ni siquiera está en el banquillo. Y puede que tenga razón.

Las razones que se barajan para excusar esta triste situación pueden remontarse a la pérdida de las colonias, el subdesarrollo económico en comparación con el resto de países europeos, el largo régimen autoritario de Franco, la falta de autoestima o la escasa preparación en diplomacia, hacer maletas y aprender idiomas.

Sin embargo, España corona la primera década del siglo XXI como una de las diez economías más grandes del planeta, y plenamente integrada en entes internacionales como Naciones Unidas, la Unión Europea, la Organización Mundial del Comercio, la OTAN, la OSCE, la OCDE, el FMI (cuyo director es español)… Asimismo, impulsa iniciativas como las cumbres iberoamericanas, la Alianza de Civilizaciones y está presente en conferencias de ámbito Mediterráneo. Sus estudiantes, políticos, empresarios y académicos tienen la oportunidad de formarse en el exterior, viajar y acceder a un volumen de información y conocimiento enorme. ¿Qué sucede entonces?

Así como el tradicional área de influencia francesa se ha centrado en África, los países árabes y el eje con Berlín para la construcción europea; España sigue ligada a América Latina y el mediterráneo. Claro que la posición de Francia como potencia nuclear, con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y con un peso específico histórico no es comparable a la taciturna posición española. Pero la política internacional francesa anda de capa caída, como la de la mayoría de países occidentales actualmente, y comienzan a surgir voces para reorientar los habituales centros sobre los que rota su estrategia hacia lugares más «de moda».

España no puede permitirse el lujo de abandonar lo más mínimo el gigantesco mercado hispanoamericano, ni su reserva cultural en castellano, ni sus recursos, ni sus lazos emotivos. Aunque sólo sea porque allí todavía puede contar algo hoy en día, le conviene mantenerse firme especialmente en potencias emergentes como México y Brasil. Tampoco debe renunciar a su papel de mediador con el mundo musulmán. Y todo ello a pesar de la demagógica postura que mantienen los autodestructivos opositores al actual gobierno español consistente en que sólo se sabe alinear con Venezuela e Irán, países a los que gusta desdeñar.

Pero ya es hora de despertar. En el contexto internacional, donde se toman las decisiones a la hora de la verdad, España ni está ni se le espera. Lo primero que se debería despertar en la sociedad española es una lúcida reflexión sobre su pasado colonial más reciente. En el Sahara se pudren miles de personas bajo el yugo marroquí esperando que un día la que fue su metrópolis le eche una mano de verdad. En Guinea Ecuatorial los escándalos en materia de derechos humanos, falta de libertades y corrupción presidencial se suceden desde que España se libró de ese pedazo de tierra hace cuarenta años, sin prever que sería el segundo productor de petróleo de África. Además de mantener el grifo de la cooperación abierto, pese a la riqueza petrolera del país, España no sabe qué hacer.

Cuando reconozca su responsabilidad internacional y se atreva a hacer política sin prejuicios ni sonrojarse, podrá empezar a ser tomada en serio. Cuando forme verdaderos expertos, o coloque a los expertos ya existentes en puestos de toma de decisiones, podrá enterarse de por dónde va la agenda global. Cuando envíe delegaciones de alto nivel al Foro Económico de Davos, al Foro Social Mundial, o a la Conferencia de Munich, podrá poner el oído donde se cuecen temas importantes.

Cuando no malgaste su oportunidad de sentarse en el Consejo de Seguridad de la ONU como vasallo de otra potencia, cuando sus soldados sean de verdad necesitados, cuando proponga planes coherentes y concretos, cuando se anticipe, cuando se sepa cuál es su lugar en la producción económica mundial… entonces España contará en el panorama internacional.