Los últimos trágicos acontecimientos en torno a los desahucios, así como las posteriores e insuficientes medidas adoptadas por el PP, nos dan una buena muestra de la situación crítica por la que atraviesa el Estado español. Por un lado, los efectos de la crisis se ceban con la mayoría social que, poco a poco, se […]
Los últimos trágicos acontecimientos en torno a los desahucios, así como las posteriores e insuficientes medidas adoptadas por el PP, nos dan una buena muestra de la situación crítica por la que atraviesa el Estado español. Por un lado, los efectos de la crisis se ceban con la mayoría social que, poco a poco, se rebela contra las políticas neoliberales que impone la troika. Por otro, el poder estatal es incapaz de dar soluciones a sus ciudadanos y comienza a perder el control de la situación.
La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), que viene denunciando desde comienzos de la crisis el drama social de tantísimas familias en el Estado español, ha respondido al decreto-ley 27/2012 del gobierno, señalando en su comunicado que «la patronal de la banca dictó el decreto la semana pasada y el Gobierno redactó ahora lo que le manda ‘su amo'». En efecto, la escenificación tanto del PP como del PSOE para «buscar una solución» ha terminado en otro simulacro que sigue sin abordar las causas reales del problema de la vivienda.
En su última asamblea, la PAH de Catalunya, que reúne a las 33 plataformas locales, denunció que apenas nueve familias reunirían los requisitos que exige el gobierno. Desde el comienzo de la crisis ya van más de 400 mil desahucios, una media de 526 desahucios diarios. Ante esta farsa sólo cabe seguir luchando, nadie lo tiene más claro que la PAH. La presión social que ha hecho que el bipartidismo haya salido corriendo para «hacer algo» es más fuerte que nunca y seguramente se acrecentará con el tiempo.
La PAH, que se constituye a principios del año 2009, es un colectivo que no nace de la nada, sino que surge como un paso más allá desde los movimientos sociales, como el V de Vivienda de Barcelona, allá por 2006. La combinación de experiencia y fuerza de sus miembros sirvió para que la PAH se transformara en un espacio vital de encuentro, para que fuera capaz de responder a las necesidades en torno al acceso a la vivienda tras el estallido de la burbuja inmobiliaria.
Como colectivo reivindicativo y plural está conformado por personas solidarias, muchas de ellas afectadas por las deudas, que no dudan en invertir horas en asesorar a familias en proceso de ejecución hipotecaria o en ponerse delante de la policía, si es necesario, para evitar el desahucio de alguna familia. La iniciativa Stop Desahucios no sólo ha sido capaz de construir un tejido asociativo entre el vecindario, sin distinción de sexo, etnia o nacionalidad, sino que ha logrado instalar en la opinión pública un optimismo esperanzador que tumba el mito del «no hay nada que hacer».
El «¡sí se puede!» que se escucha cuando se para algún desahucio es un grito impregnado de dignidad y de orgullo por defender lo nuestro, lo común. Con más de 50 asambleas en el Estado español, la PAH ha sido capaz de construir una red de apoyo mutuo que ha roto el círculo activista tradicional alrededor del derecho a la vivienda. En sus asambleas no veremos sólo a jóvenes activistas, también nos encontraremos con familias enteras, gente jubilada u obrera, personas autónomas, estudiantes, etc., socializando cada caso, cada problema, cada emoción, ya que se entiende que la única forma de hallar una solución es la praxis colectiva.
¿Cuántas personas han hallado en la PAH la recuperación de una dignidad robada? ¿Cuántas personas han visto la luz al final del túnel gracias al apoyo de la PAH? Al contrario de los bancos, ¿cuántas vidas ha salvado la PAH? Seguramente decenas, miles, imposible calcular la solidaridad de tanta gente anónima que ha pasado por sus asambleas.
Hace poco, el presidente de la Asociación de la Banca Española anunciaba que la receta para acabar con la exclusión social era «construir más casas y dar más créditos hipotecarios». El descaro de la oligarquía ya no es una excepción, sino la regla.
En tiempos de agresiones tan brutales como las de hoy, la desobediencia civil se convierte, como dijo Manuel Cañada, ex coordinador de IU en Extremadura, «en el derecho de mañana». La PAH ha demostrado que aquella frase tan vieja de «la unión hace la fuerza» en absoluto es un cliché y sigue siendo tremendamente actual, porque la desobediencia civil, más allá de su consideración jurídica y política, no es sólo un derecho más, es también una ética colectiva de la clase trabajadora.
Franco Casanga, militante de En lluita y miembro de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de L’Hospitalet