En una reciente entrevista Christoph Harnisch, jefe de la Cruz Roja en Colombia, planteó una serie de temas para un debate largo. Aquí solo se aborda el de las ayudas humanitarias. Su posición es la siguiente: el CRIC, Comité Internacional de la Cruz Roja, se negó a hacer parte del show mediático que implementó EE.UU. […]
En una reciente entrevista Christoph Harnisch, jefe de la Cruz Roja en Colombia, planteó una serie de temas para un debate largo. Aquí solo se aborda el de las ayudas humanitarias.
Su posición es la siguiente: el CRIC, Comité Internacional de la Cruz Roja, se negó a hacer parte del show mediático que implementó EE.UU. con la derecha golpista en América Latina, de llevar «ayuda humanitaria» a Venezuela sin ésta solicitarlo.
No es solo eso, el show lo montan después de bloquear sus cuentas y activos en millones de dólares, impedir compras de medicamentos, en atenazarla con el «cerco diplomático», el desabastecimiento, el acaparamiento, el contrabando en la frontera y el ataque y mentiras constantes desde los grandes medios y redes sociales para someterla, hasta dividirla y provocar un enfrentamiento interno o guerra civil. No se pretende negar que hay una oposición que cuenta con apoyo también.
Por eso cuando el director del CRIC dice que los camiones cargados en la frontera no debería llamarse ayuda humanitaria porque no cumple con los principios de imparcialidad, independencia y neutralidad, está en lo cierto, en tanto la Cruz Roja se rige por el DIH y los tratados internacionales y no se pone a inventar como lo está haciendo la diplomacia colombiana hoy en todas sus salidas erráticas sobre la crisis venezolana y la mesa de diálogos con el ELN.
Como es bien sabido, la primera víctima en toda guerra es la verdad, y como lo afirma el representante de la Cruz Roja, aquí la primera víctima fue la ayuda humanitaria, cuando afirma que se ha manipulado el término humanitario.
Para nadie es un secreto que la «ayuda» proviene principalmente de USAID, conocida fundación ligada a la inteligencia de EE.UU. y a los golpes de Estado e invasiones que han cometido a lo largo de la historia reciente. Sin duda, el objetivo de esa «ayuda» sigue siendo el mismo: producir el regime change (cambio de régimen) derrocando o deponiendo al gobierno legítimo de Venezuela y en su lugar poner un títere como presidente, Juan Guaidó, quien se autoproclamó el pasado 23 de enero y fue apoyado inmediatamente en una seguidilla de pronunciamientos «diplomáticos», primero por EE.UU, luego Colombia y seguidamente el grupo de Lima, alineados con la política de intromisión y agresión de la potencia en el continente.
Hasta ahora han fracasado todos los intentos para doblegarla, por el nivel de organización, consciencia, unidad y defensa que han mostrado el gobierno, las FANB, la GNB y el amplio y decidido apoyo ciudadano.
De nada les ha servido las mentiras, montajes, ultimátum, chantajes, agresiones, el bloqueo económico, de medicinas, de sus activos, ni el «cerco diplomático», como se vio con el intento de provocar una confrontación militar en la frontera; pero insistirán hasta provocar una invasión o guerra fratricida que desencadenaría, muy seguramente, en una guerra civil atípica, porque involucraría mínimo, dos ejércitos nacionales con mucho poder y dos pueblos hermanos unidos por la historia pero separados por el mezquino interés particular de las oligarquías de Colombia y Venezuela.
Como sostiene el jefe de la Cruz Roja, ellos no se prestaron para ese chantaje y pretexto, porque estarían violando los principios de neutralidad e independencia que son los que determinan su participación en cualquier tipo de acción humanitaria.
Además de esto, hay que decir que si EE.UU, el gobierno colombiano y el grupo de Lima quisieran ayudar a los más vulnerables y necesitados, entonces empezaría por la misma Cúcuta y llevarían esa ayuda a los barrios periféricos donde abundan la miseria y la pobreza extrema, o se la entregarían a los miles de inmigrados venezolanos que hay en Colombia en sus ciudades y pueblos, o ayudarían a evitar la muerte por inanición de niños de la Guajira o el Chocó, con lo cual queda demostrado su falso humanismo y su doble moral.
Por eso cuando Harnisch afirma que «Después de los años noventa hubo en algunos conflictos intereses de algunos gobiernos de considerar la acción humanitaria como una estrategia de política extranjera. Ahí hay una mezcla que no es buena para nosotros porque nos afecta,» hay que leer entre líneas lo que ello significa. Una interpretación plausible es que EE.UU. y otras potencias han utilizado la «ayuda humanitaria» como una estrategia de agresiones, conquistas e invasiones. Lo ha hecho EE.UU en Irak, Afganistán, Libia y por último en Siria. No obstante, la disfrazan de lucha por la «democracia» y la libertad» para poder tener cobertura de sus acciones militares.
Peor aún, el grupo que encabeza Ivan Duque, más dispuesto a gobernar y solucionar los problemas de Venezuela que los de Colombia, está pisoteando y desconociendo los principios del Derecho Público Internacional: la No intervención en los asuntos internos de otro país, la autodeterminación y la soberanía de los pueblos. En esta materia el gobierno colombiano está haciendo el oso e inventando, como lo vienen haciendo desde la Cancillería, con la diplomacia. Las embajadas y las relaciones internacionales desde que puso en esas carteras amigos y aliados políticos y no expertos en el tema, improvisando y dejando por el piso a Colombia ante otras naciones.
La agenda de agresión contra Venezuela se compone del ataque mediático, bloqueo económico, cerco diplomático y golpe de Estado y la construyeron entre los asesores de Donald Trump (los halcones de la guerra, Mike Pompeo, Mike Pence, John Bolton y Elliot Abrams, entre otros) y las facciones más extremistas de la oligarquía colombiana y venezolana con la excusa de la represión, la hambruna y la falta de medicinas en Venezuela. Empezó por acusar, sin argumentos de fondo, de dictadura al gobierno venezolano y desconocer su gobierno legítimo para producir el regime change o cambio de régimen, objetivo que les ha fallado hasta ahora con el autoproclamado monigote Juan Guaidó.
A partir de ahí viene el conocido guión que EE.UU. ha implementado en aquellos países del mundo como Irak, Afganistán, Irán, Libia, Siria, Panamá, Nicaragua, Cuba, República Dominicana, Haití, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil que se negaron en algún momento de su historia a someterse a sus dictados e intereses económicos, militares y políticos.
Y cabe preguntarse, ¿cómo llamar al régimen colombiano, cuando aquí se asesina un líder o lideresa social cada día, se persigue la oposición, se censura, se quiere imponer una visión de la realidad y la historia que niega la existencia de un conflicto armado interno de 70 años, que mantiene en la miseria o pobreza extrema más de 4 millones de colombianos y 20 millones de pobres, tendría autoridad alguna para reclamarle a otra nación sobre los problemas que no ha sido capaz de resolver en la propia?
Hay otros asuntos que no trata con rigurosidad el director de la Cruz Roja en Colombia. Por ejemplo, es discutible el análisis que ofrece sobre los desplazados y los emigrados venezolanos. Parece que no conoce o no tiene claro cuántos desplazados tiene Colombia y al comparar con Venezuela dice que la emigración desde allí supera cualquier otra hoy en el mundo. ¿Entonces cómo entiende el desplazamiento forzado que ha habido en Colombia que alcanza a más de 6 millones en 3 décadas, documentado por el CNMH y otras organizaciones de DD.HH? Tampoco es cierto que este gobierno y escasamente el anterior, así haya hecho un acuerdo de paz con las FARC que está en veremos, esté comprometida en «arreglar su jardín».
Menos el gobierno de Iván Duque, declarado enemigo de los acuerdos, e interesado en un conflicto binacional con repercusiones regionales y mundiales, de consecuencias impredecibles e incalculables.
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