Tan ufanos estaban sus artífices, que la presentaron como modelo de arquitectura combinada. En la reforma democrática española se rescataban elementos valiosos de la estructura anterior y se incorporaban importantes novedades funcionales y vanguardistas. No hizo falta mucho tiempo para comprobar que tan flamante edificio amenazaba ruina. Todo su maderámen estaba afectado por una devastadora […]
Tan ufanos estaban sus artífices, que la presentaron como modelo de arquitectura combinada. En la reforma democrática española se rescataban elementos valiosos de la estructura anterior y se incorporaban importantes novedades funcionales y vanguardistas. No hizo falta mucho tiempo para comprobar que tan flamante edificio amenazaba ruina. Todo su maderámen estaba afectado por una devastadora carcoma: la práctica de la tortura. Los verdugos cambiaron de uniforme y denominación ahora se les conoce como funcionarios pero sus viejos hábitos continuaron igual. Para demostrar que hasta los torturadores se han reconvertido en demócratas, utilizan durante el suplicio otro discurso más actualizado. Advierten a los atormentados que nadie tomará en cuenta sus denuncias ni exigirá esclarecimientos: las comisarías han sido homologadas por la reforma y todos los partidos políticos les dan cobertura. Entre picana y bofetón se burlan de las víctimas a las que humillaban como siempre y de los políticos que ahora les conceden impunidad. Los Padres de la Patria, congregados en la planta noble del mismo edificio, recitan a coro párrafos enteros de su flamante Constitución. Y con el alboroto de sus recitales, silencian los gritos desgarradores de quienes están siendo destrozados en las mazmorras del sótano. La Judicatura (¡venerable guardiana de la Ley!) vela para que todos los ciudadanos tengan garantizados sus derechos. El Tribunal de Orden Público es conocido ahora como Audiencia Nacional. Los jueces no quieren ver las torturas, exculpan a sus causantes, amenazan a quienes las denuncian y condenan en base a confesiones ensangrentadas. La misma práctica fascista, al amparo de un marco legal diferente. Y ¿qué decir del cuarto poder? Los medios de comunicación ponen al servicio de tan ruinoso Estado la manipulación que aprendieron y cultivaron al servicio del General. En nombre de la sagrada libertad de opinión ocultan la práctica de la tortura porque, según el guión, ésta no debe aparecer en el nuevo modelo de Estado. Todos ellos, y una caterva de borregos que se proclaman ciudadanos, cargan con la responsabilidad. Su silencio ofrece impunidad a los verdugos y contribuye a la aniquilación física y psicológica de las víctimas.
Cuando constataron que el nuevo edificio comenzaba a desplomarse, señalaron a las propias víctimas del tormento como culpables del derrumbe. Sus falsas denuncias incitaban a la demolición. No era necesaria tal argucia. Es la práctica permanente de la tortura la que ha carcomido toda la honorabilidad del Estado.
* Jesús Valencia es Educador Social