La noticia de que Marruecos tiene el proyecto de instalar una central nuclear en su litoral, a tan sólo 400 kilómetros de las costas canarias, ha suscitado una comprensible preocupación y la reacción de los distintos partidos políticos del Archipiélago.Desde luego, las manifestaciones de nuestros políticos institucionales han tenido mucho de demagogia y oportunismo, como […]
La noticia de que Marruecos tiene el proyecto de instalar una central nuclear en su litoral, a tan sólo 400 kilómetros de las costas canarias, ha suscitado una comprensible preocupación y la reacción de los distintos partidos políticos del Archipiélago.
Desde luego, las manifestaciones de nuestros políticos institucionales han tenido mucho de demagogia y oportunismo, como corresponde a su calidad moral y a la proximidad de las elecciones autonómicas y municipales.
Demagógicas han sido, por ejemplo, las declaraciones del psocialista Santiago Pérez, quien tras recordar la evidencia de que «Canarias, como región fronteriza con Marruecos, podría ver sus intereses medioambientales y económicos ‘afectados’ por esta central nuclear», apeló a la vía diplomática como instrumento para intentar «armonizar los intereses de Marruecos y los de Canarias». Por supuesto, no es que exista alguna imposibilidad intrínseca para lograr esta armonización, al menos en cuestiones puntuales, pero -como veremos- los intereses más básicos de la mayoría de los canarios, marroquíes y saharauis se verían algo más que «afectados», si llegase a construirse la proyectada instalación nuclear.
Igualmente rechazable ha sido la actitud del presidente de CC Paulino Rivero, quien también ha utilizado este tema para presentarse, una vez más, como el paladín de lo nuestro, exigiendo al Gobierno Central «que vele por los intereses canarios». O la de Adán Martín, «que pidió a España que exigiese a Marruecos todas las garantías para que no haya ninguna posibilidad de contaminación ambiental de ningún tipo». Quizá haya quien considere que atacamos injustamente a nuestros representantes políticos y que éstos se han limitado a manifestar la inquietud que se ha generado en los sectores más informados de la población de las Islas. Sin embargo, este ataque se encuentra más que justificado por el planteamiento falaz de un problema cuyas consecuencias, a largo plazo, podrían ser gravísimas.
En los últimos días se ha recordado que Marruecos es un Estado soberano y que, por tanto, tiene el mismo derecho que cualquier otro a desarrollar una industria nuclear. Sin duda, esto es cierto. Aunque, como sucede con otras verdades evidentes, ésta también ha puesto de manifiesto la hipocresía y la falta de legitimidad moral de quienes pretenden negar este derecho a otros países, como Irán, cuando éstos no están dispuestos a actuar como fieles lacayos de las grandes potencias.
Sea como fuere, los portavoces de CC, PSOE, NC o PP se han limitado a recordar que el posible complejo nuclear se encontraría en una zona de actividad sísmica y a preocuparse por la fiabilidad de la tecnología rusa que Marruecos está interesado en adquirir. Se trataría, desde su perspectiva, de que el Gobierno español utilizase sus buenas relaciones con la monarquía alauita para garantizar – no se sabe cómo – que la futura central nuclear sea suficientemente segura.
Evidentemente, lo menos que puede exigirse a una instalación de estas características es el establecimiento de ciertas medidas que minimicen la posibilidad -siempre presente – de un accidente que tendría efectos devastadores. Sin embargo, es esta manera de plantear la cuestión la que constituye un sórdido engaño que comienza a cobrar fuerza en los últimos tiempos.
Al contrario de lo que afirman sus propagandistas, cualquier central nuclear, incluso funcionando sin accidentes ni incidentes menores, emite isótopos radioactivos a la atmósfera y al caudal de agua que la refrigera. Todas las actividades relacionadas con esta industria generan importantes dosis de contaminación radioactiva, aunque los puntos más contaminantes son – además de las plantas de tratamiento del uranio – las propias centrales y los depósitos de residuos, que permanecen activos durante cientos o miles de años. No existe, en la actualidad, ninguna tecnología para tratar estos residuos, que deben ser almacenados en «basureros atómicos» de dimensiones cada vez mayores que heredarán las futuras generaciones.
La radiación interna: un enemigo oculto en nuestro propio cuerpo
Toda esta contaminación radiactiva afecta, necesariamente, a la salud de los humanos, aunque de maneras diversas. Para mostrar hasta que punto se engaña a las poblaciones cercanas a estas centrales cuando se defiende que son absolutamente seguras, también es preciso diferenciar los dos mecanismos por los que esta radiación alcanza a los humanos. Por un lado, se encuentra el peligro de la irradiación externa, que es la que procede de la exposición a una fuente de emisión situada fuera del organismo, de tal forma que actúa sólo mientras se está en el área de exposición. Ésta es la que sufriríamos en el caso de que se produjera un escape, el peligro que suele estar más presente en el imaginario colectivo.
Sin embargo, la contaminación radioactiva de la industria nuclear actúa sobre los humanos, fundamentalmente, por irradiación interna. De todos los elementos radioactivos que la industria nuclear vierte al medioambiente, los que tienen una mayor incidencia son aquellos químicamente parecidos a los elementos utilizados por los seres vivos en su constitución. Estos residuos, vertidos al agua en cantidades pequeñas y permitidas por la legislación, se concentran en los organismos acuáticos y terrestres, llegando a alcanzar en ciertas especies, a lo largo de las cadenas alimenticias, cantidades de radioactividad peligrosas para el consumo humano. Los radioelementos similares o iguales a los constituyentes de los organismos, una vez introducidos en el cuerpo humano pueden estar años irradiando internamente, provocando a largo plazo cánceres o mutaciones genéticas. Este es el caso, por ejemplo, del Estroncio-90, que se acumula en los huesos, y cuya irradiación continuada aumenta la posibilidad de desarrollar cáncer óseo. O el carbono -14 que puede modificar la molécula de ADN y el código genético.
El hecho de que este tipo de patologías se manifiesten después de largos periodos de tiempo dificulta el establecimiento de una relación causa-efecto, aunque existen – desde hace décadas – casos conocidos de acumulación de radioelementos en humanos y están suficientemente contrastadas las patologías que éstos pueden provocar.
El regreso de la energía nuclear: la peor alternativa a los combustibles fósiles
Recientemente, los líderes de la Unión Europea se reunieron para tratar el problema del cambio climático y -según manifestaron – para promover las energías sostenibles. En dicha reunión cobró un evidente protagonismo la energía nuclear, presentada como una solución a los problemas causados por el uso excesivo de petróleo, carbón y gas. Los esfuerzos de la industria nuclear para conseguir que este tipo de energía sea considerada «sostenible» están resultando exitosos. La Comisión de Desarrollo Sustentable de la ONU, ha admitido en un reciente informe que, efectivamente, puede llegar a serlo, aceptando así las tesis de quienes pretenden venderla como una alternativa a los combustibles fósiles que ayudaría a luchar contra el cambio climático. De esta forma, nos encontramos ante la cruel paradoja de que la que, muy probablemente, es la industria más peligrosa y contaminante del Planeta podría ser incluida en la lista de tecnologías de los «mecanismos flexibles» del Protocolo de Kyoto para reducir la producción de este tipo de gases.
Dentro de la UE es Francia el país que encabeza el fomento de las centrales atómicas y a nivel mundial es EEUU su máximo abanderado. Pero ya en el año 2002 los ministros de asuntos energéticos del G8 manifestaron que el «poder nuclear puede ayudar a resolver los problemas de crecimiento económico, seguridad energética y protección ambiental, siempre que se garantice una seguridad y un manejo de los desechos óptimos». En España, el anuncio por parte del presidente del Gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero, de su intención de reducir el uso de la energía nuclear, lejos de haber zanjado el debate, ha provocado el reagrupamiento de todos los sectores pro-nucleares, también en el seno del PSOE.
Todo parece indicar que, en los próximos años, aumentará la presión y la influencia de estos sectores, y existen razones de peso para la preocupación. Uno de sus principales argumentos, el hecho de que las necesidades energéticas mundiales continúan aumentando a un ritmo demasiado elevado como para desechar la aportación de la industria nuclear, encuentra el terreno abonado en una sociedad que, mayoritariamente, ha asumido los valores destructivos del desarrollismo primermundista.
La postulación de la alternativa energética nuclear no es sino la última locura inducida por la que – a la postre – se ha manifestado como la mayor contradicción irresoluble del capitalismo. La necesidad de mantener un crecimiento ilimitado dentro de un ecosistema con recursos finitos y que ha sobrepasado con creces su capacidad de regeneración.
Los planes de Marruecos que, efectivamente, tiene tanto derecho como Francia, EE.UU. o Inglaterra a desarrollar su industria nuclear, son especialmente preocupantes para todos los pueblos que habitan esta area geografica, entre los que estamos incluídos marroquíes, saharauis y canarios. Los perjuicios provocados por la construcción y funcionamiento de una central nuclear en este país serían, sin embargo, muy similares a los de cualquier otra central de las que existen en España o el resto de Europa. Y es preciso recordar que tampoco en lo referente a la crisis medioambiental que sufre nuestro planeta es realista confiar en salvaciones individuales.
En los años 80, diferentes colectivos ecologistas llevaron a cabo importantes campañas informativas y reivindicativas contra el desarrollo de la energía nuclear en el Estado español. Hoy, urge recuperar estas iniciativas. Y también recuperar el esfuerzo, iniciado en esas fechas por algunos sectores de la izquierda tradicional, para que esta perspectiva antinuclear se integre en una visión más amplia que sea capaz de establecer las oportunas relaciones entre ecologismo, economía y política. Pues, cada vez con mayor claridad, se muestran como quiméricas las esperanzas de quienes confían en «convertir en amigo de la Tierra a un sistema cuya dinámica esencial es la depredación creciente e irreversible».(1)
(1) Mientras Tanto, Nº1. 1979. Carta de la redacción.