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La Colombia desolada

Fuentes: Rebelión

Luego de tantos años de ausencia, describir el estado anímico generado por la oportunidad del reencuentro, desplaza la placidez del pasar hoja por hoja, cuál la imagen del recuerdo embrujado de añoranza; porque en mi caso, transcurrió más de una veintena sin sucesión de transcurso de tiempo; sin presente histórico o más bien sin un […]

Luego de tantos años de ausencia, describir el estado anímico generado por la oportunidad del reencuentro, desplaza la placidez del pasar hoja por hoja, cuál la imagen del recuerdo embrujado de añoranza; porque en mi caso, transcurrió más de una veintena sin sucesión de transcurso de tiempo; sin presente histórico o más bien sin un presente activo. Al partir al exilio, quedó plasmado un pasado: de imágenes, sucesos, rostros, memorias. Al regresar me he enfrentado al reto que no es cierto que el tiempo pasa y las cosas quedan. Todo ha cambiado y ha dejado de ser, el siendo. El hilo conductor con lo quedado, se redujo a la comunicación esporádica, al reflejo de la imagen transmitida por el avance tecnológico; a la escucha de una voz distinguida. Pero nada quedó. Lo añorado no fue tal. Quizá permaneció «el olor a la guayaba». Logré esquivar la nostalgia. Se disipó lo construido, lo logrado. Al quedar sin compañera, quedé sin alas. Conservé lo de la gacela, libre cual el viento, inmerso en un continente de lo desconocido por venir; pero con la diferencia de lo consiente por lo asumido. Así, nunca experimenté soledad, que es un estado de ánimo mezquino. Jamás me he sentido solo, junto a un libro.

El automóvil rojo oscuro-manejado por mi cuñado – de silencioso motor, desplazó raudo desde Bogotá a Barranquilla. Más de ochocientos cincuenta kilómetros de andar por carretera de última generación o 4G; según las indicaciones oficiales; pero conforme a la realidad de los desposeídos un escaso treinta y cinco por ciento del interminable recorrido, está así acicalado.

Al recorrer la accidentada geografía nacional destaca la importancia de esa modernidad aplicada por las escarpadas carreteras andinas: penetra cadenas cordilleranas, erige viaductos, salvando abismos, acariciando laderas antes congestionadas de tráfico pesado, resplandeciendo el paisaje al final de los túneles. Los anillos viales, en puntos de confluencia geográfica, engalanadas con ramplas de paso, cual vericuetos y sendas de laberinto, sin señalizaciones del destino o paso. Esquivando los poblados, desviando de las calles principales de corregimientos y municipios; dicen ir a una ciudad y la eluden, pasan a un lado. La Locombia de la miseria, de los desplazados, de los olvidados, no merece ser vista. Está concebida para el superávit del tráfico pesado en momentos en que la producción nacional neta ha mermado tanto que vuela en uno la imaginación que tanto es lo que transportan… o el preguntarnos: por qué no se nota el transporte de ganado en pie, comercializado?. Y en la inmensidad de la llanura media del Magdalena, esa connotada recta de asfalto paralela a los ríos grandes de la patria y sus afluentes, con infinidad de indicaciones de puertos, que no son vistos, atraviesa a lado y lado de la vía un escenario de únicos beneficiarios: la cuenta sin fin de haciendas y fincas ganaderas y de emporios empresariales agrícolas de invasores inversionistas foráneos. Pese al fenómeno climático el inmenso potrero verde con costosos ejemplares pastando. Son los únicos individuos. Los raizales vivientes de Pedro Pueblo, brillan por su ausencia. Cual impactante realidad, la cruenta reforma agraria blanca para-estatal logró su cometido. Son las vías concebidas para el desarrollo de la riqueza; pero de quien y para quienes. La entronización del latifundismo terrateniente; del conglomerado industrial-agrícola y bioenergética, en detrimento de la soberanía alimentaria de nuestro pueblo. Ya ni se puede mencionar de «Colombia», porque la dictadura mediática también se ha apropiado ese género. La Colombia de quién o de quiénes?

El emblema de las vías carretéales de cuarta generación vierte la venta de los activos nacionales y productivos- como Isagen- en la danza fantasiosa del dinero encauzado por la corrupción y a manos llenas otorgadas a los insaciables contratistas y detentadores privados de la «cosa pública». En cientos de kilómetros de zonas planas no se requiere de tal derroche. Si operara en Colombia una democracia participativa directa, sería el poder de las comunidades locales las que definirían el trazado carretéale a imponerse junto con la aplicación del buen trazado, mantenimiento, obras de arte, que han sido las demandas de paros cívicos populares recurrentes.

 

La columnista Fanny Kertzman al opinar sobre la privatización de los activos de Isagen expresa: «Lo que me produce verdadera indignación con los recursos de la venta de Isagen es que lo que quede se irá a un fondo oficial para prestarles plata a las concesiones 4G». Y agrega: «Luis Carlos Sarmiento, el multimillonario #85 en Forbes, ha sido el más beneficiado hasta el momento con proyectos de infraestructura y vivienda gratis».

Frente a este cuadro calamitoso de promociones, qué diferencia existe entre la conducta del presidente Holguín, quien regaló en 1873 el Tesoro Quimbaya precolombino al rey de España y el Decreto 1385 de 2015, otorgado por el neoliberal Juan Manuel Santos e ideado por el Grupo Aval para que los Fondos de Pensiones, que son recursos propios de ahorros de colombianas y colombianos, sean objeto de auto préstamo y créditos encausados para obras 4G? Pues PARO ES PARO y será la respuesta popular que vendrá en este 2016!

Al llegar a San Alberto (Cesar) hemos recorrido cuatrocientos cincuenta kilómetros. La mitad del camino para llegar a las tres perlas que menciona la continental canción: Barranquilla, Santa Marta, Cartagena. Estamos en la tierra caliente que mencionaban los abuelos. La irreverente recta de la modernidad vial eludió el rosario de pueblos, glosados por lo cantantes y juglares vallenatos. Desde Aguachica, hasta Curumani, no se pasa por ellos. Besote, El Burro, San Roque, La Mata, etc. quedan cual radiografías del recuerdo. Es que los desalmados hasta las radiografías las velan. La verdad es que para el momento del recorrido la ansiada doble vía, ya no me motiva. «Aquí termina la doble calzada» y cien kilómetros después: «Aquí comienza la doble calzada». Ah!, pero lo observado es dantesco. La inclemencia del fenómeno del Niño es trágica. Ya sobre los puentes que pasamos no hay ríos, ni quebradas. Es lúgubre el letrero del paso sobre el Río Seco. Si antaño le llamaban los campesinos así, como llamarlo hoy si es un rumbón embrujado. Paisaje desolador de vacas flacas buscando sombra, cayendo rendidas por la sed, cual sentir de los pobladores.

Siempre al norte, así se llega a Ciénaga. Punto de confluencia: por la costa oriental hacia Santa Marta. Por la costa este hacia Barranquilla y Cartagena. Estamos en el litoral Atlántico y en la Ciénaga Grande del Río Magdalena.

Este no es un relato de protesta. Lo es de padecimiento. Las pasadas e inhumanas viviendas lacustres han sido remplazadas por aisladas casitas de block erigidas sobre los pantanosos terrenos ante el lento y perceptible retiro de las aguas. A lado y lado del moderno terraplén carreteable un paisaje de desolación. De qué pesca pueden sobrevivir esos habitantes?. De Ciénaga a Barranquilla no hay calzada de 4G. Igual de Barranquilla a Cartagena, conforme a los interregnos atrás descritos. Pero acongoja y abruma la suerte de los manglares Quisiéramos no dar crédito a lo visto. Los manglares han desparecido. Eran santuarios de diversidad ecológica. Extensas áreas destapadas. Son desérticas. A ras del nivel del mar no existe vida. Al ser paisajes sin la vegetación de esos humedales el brioso viento caribeño embiste la estructura del automóvil, lo tambalea. No hay señales de peligro, ni de auxilio ni de nada. Aquí se me nubla el pensamiento y la mirada. Cierro los ojos ante tanta congoja y me despierta la llegada a Barranquilla. Llamada la Arenosa. Allí me esperaban los familiares tantas veces ansiados; verificando aquello que los ausentes llegan a ser los más cercanos. Luego describiré – para mi numerosa familia- como me tomaron de la mano, al son de guitarras y maracas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.