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Cuadernos de trabajo del Centro de Estudios Hernández Arregui

La colonización cultural. Parte I: La industria cultural norteamericana y la guerra permanente

Fuentes: Rebelión

(…) «La escuela, el periodismo, la radio, el cine, la Universidad, integran el frente de resistencia que los grupos económicamente encumbrados oponen al cambio social.» Juan José Hernández Arregui. [1] (…) «Un imperialismo fundado sobre bases económicas tratará naturalmente de crear una situación mundial en la cual pueda emplear en forma abierta, en la medida […]

(…) «La escuela, el periodismo, la radio, el cine, la Universidad, integran el frente de resistencia que los grupos económicamente encumbrados oponen al cambio social.» Juan José Hernández Arregui. [1]

(…) «Un imperialismo fundado sobre bases económicas tratará naturalmente de crear una situación mundial en la cual pueda emplear en forma abierta, en la medida en que le es necesario, sus instrumentos económicos de poder, como las restricciones de los créditos, el bloqueo de las materias primas, la desvalorización de la moneda extranjera, y así sucesivamente. Considerará como ‘violencia extraeconómica’ el intento de un pueblo o de otro grupo humano de resguardarse del efecto de estos métodos «pacíficos». Empleará medios de coerción aun más duros (…) Por último, dispone todavía de instrumentos técnicos de eliminación física violenta, de armas modernas técnicamente perfectas, que se han vuelto de tan inaudita utilidad, mediando una inversión de capital y de inteligencia, como para ser realmente usadas en caso de necesidad. Para el empleo de estos instrumentos se está construyendo por otra parte un vocabulario nuevo, esencialmente pacifista, que no conoce ya la guerra sino sólo exclusiones, sanciones, expediciones punitivas, pacificaciones, defensa de los tratados, policía internacional, medidas para la preservación de la paz. El adversario no se llama ya enemigo, pero por eso mismo es presentado como violador y perturbador de la paz, hors-la-loi y hors-l`humanité, y una guerra efectuada para el mantenimiento y la ampliación de posiciones económicas de poder debe ser transformada, con el recurso de la propaganda, en la ‘cruzada’ y en la ‘última guerra de la humanidad’.» Carl Schmitt. [2]

Los países «nacen, se desarrollan y mueren en un estado de enfrentamiento político permanente» o, como planteó Carl Schmitt: «la guerra y la enemistad forman parte de la historia de los pueblos». [3] Dicha condición inmanente de la historia hace que la declaración de la guerra y de la paz sean etapas y medios a partir de los cuales las metrópolis buscan alcanzar sus objetivos políticos expansionistas como plataforma para lograr su desarrollo nacional. Las guerras entre las potencias fueron y son actualmente, una forma de dirimir el enfrentamiento con otras naciones y pueblos. Incluso, podríamos aseverar que la segunda guerra mundial no culminó en el año 1945, sino que siguió luego de Yalta con la lucha entablada por el reparto del planeta entre los bloques de las potencias triunfadoras. El conflicto por la posesión de los recursos del mundo se prolongó, desde esa fecha con otra dinámica, hasta la caída del Muro de Berlín y es innegable que y finalmente, su vencedor exigió los derechos al derrotado: Estados Unidos aplicó su programa neoconservador de manera violenta y brutal sobre gran parte del planeta durante casi dos décadas de una tiranía que fue ejercida políticamente, a veces de manera militar y en todos los casos, con una acción de enfrentamiento y avasallamiento económico. Hernández Arregui lo expresó claramente hace ya varias décadas al sostener que «Estados Unidos, tras la ciclópea estatua de la libertad que mira Nueva York -‘la sanguinaria, la monstruosa, la irresistible, capital del cheque’, como la llamaría Darío-, y no hacia el mundo, jamás ha reparado en medios para subyugar a los pueblos que caen bajo su esfera de influencia. Su actual política, favorable al reconocimiento de los regímenes militares, en sustitución de la anterior, partidaria de los gobiernos títeres que el Departamento de Estado consideraba «democráticos» y todos ellos, tutelados por su intervención directa o su consentimiento indirecto – como es el caso Betancourt en Venezuela – no es más que el descolorido cortinado de un nacionalismo prepotente y sin imaginación. La invasión de Santo Domingo, una vez más – y no será la última – lo prueba sin atenuantes».

Efectivamente y tal cual transcurrió la historia posterior, Hernández Arregui tuvo razón: no fue la última asonada militar del imperio y sus operadores internos sobre el continente. En este marco histórico e internacional, es pertinente mencionar que la industria cultural norteamericana se vincula estrechamente con la política exterior expansionista del país que se desenvuelve como un instrumento del aparato de colonización cultural que tiene entre sus funciones privilegiadas, la de justificar el programa imperial. Los bancos, los industriales, los obreros, técnicos y todo el conjunto de operarios de las fábricas conjuntamente a los cuadros militares, construyen las bases materiales de producción para la guerra norteamericana: en este marco, los políticos y la industria cultural de su país, la preparan y la justifican ante la opinión pública y finalmente y lo que es importante, la declaran como una ley de hierro que cae sobre las espaldas del Tercermundo. Sociedad, Estado, imperialismo e industria cultural se amalgaman y tal cual lo expresó Juan José Hernández Arregui (…) «La opinión pública es una de las caras del poder social. La estabilidad misma del Estado depende de ella. De acuerdo a lo que el Estado representa frente a las relaciones de poder, así será la propaganda periodística, radial o cinematográfica.» [5]

El cine norteamericano es una pieza importante del aparato de la colonización cultural y entre otras características de su funcionamiento, está la de desarrollar una tarea ininterrumpida de construcción de la enemistad permanente de su país con las poblaciones del sistema mundial. La industria cultural cinematográfica favorece y justifica la hostilidad perpetua de la política exterior de su país sobre las poblaciones, culturas y territorios del teatro de las naciones. El cine norteamericano construye a sus enemigos como un acto reflejo de la acción de los empresarios del complejo industrial militar, de sus parlamentos, de sus cancillerías, de los servicios de inteligencia y de las operaciones de su artillería. La película norteamericana prepara la opinión pública interna e internacional, para alcanzar sus objetivos nacionales. Su industria cultural está bañada en sangre: la construcción cinematográfica del enemigo militar, es una etapa fundamental en la formación del sentimiento de enemistad permanente del país con aquellas comunidades que disponen de los recursos que el imperio ambiciona.

El enemigo externo es presentado por el gobierno y por la industria del cine como una categoría cultural o ideológica cuando en realidad, es un obstáculo económico y político para el desarrollo del imperio. La lucha por la supervivencia imperial se organiza a través de la obtención y disposición de los bienes del Tercermundo y dicha expoliación es presentada y deformada para la opinión pública por las operaciones de inteligencia gubernamentales y por la industria cultural. Las intervenciones militares nunca aparecen presentadas como lo que efectivamente son: guerras por petróleo, por minerales, por agua o por mercados. Por el contrario, son construidas como batallas entre los valores de la «democracia o el comunismo»; la «libertad o el terrorismo»; el «cristianismo o los musulmanes»; «el bien o el mal».

El 11 de septiembre del año 2001, Estados Unidos ha dado por culminado un estadio de la dinámica política del latrocinio que ejerce sobre el sistema mundo y ha iniciado un nuevo y prolongado momento militar y de enfrentamiento. El agotamiento del petróleo y los minerales, la escasez de agua dulce potable o la destrucción del ecosistema, acentúan la tendencia militarista del imperio. La crisis económica ha obligado a la dirigencia política a modificar en parte dicha dinámica militar y en especial, la forma en que construye la justificación de su actitud expansionista: particularmente en posiciones como Irak, Colombia u Honduras, se ha morigerado el tono y la manera de argumentar y de organizar la intervención y la injerencia en asuntos de otros países. Los «buenos modales» del gobierno del país del norte se refieren a una cuestión de «forma», no de contenido, ya que el objetivo de la violencia permanente que ejercen se liga a la posibilidad de obtener aquellos bienes considerados como estratégicos para su desarrollo nacional. Juan Perón se había referido a este asunto al reconocer que todas las naciones tenían objetivos políticos que podían moverlos a la guerra ya que: «Cualquier país del mundo, sea grande o pequeño, débil o poderoso, con un grado elevado o reducido de civilización, posee un objetivo político determinado. El objetivo político es la necesidad o ambición de un bien, que un Estado tiende a mantener o conquistar para su perfeccionamiento o engrandecimiento. El objetivo político puede ser de cualquier orden: reivindicación o expansión territorial, hegemonía política o económica, adquisición de mercados u otras ventajas comerciales, imposiciones sociales o espirituales, etc. Se ha dado en clasificarlos como negativos o positivos, según se trate de mantener lo existente; o bien, conquistar algo nuevo, ya sean continentales o mundiales, según las proyecciones de los mismos.» [6] Las guerras de subsistencia de un imperio si no mediara una derrota, se detienen cuando se alcanzan sus objetivos políticos y es bueno reiterar que el programa de apropiación de los recursos de otros Estados no depende del temperamento de un dirigente o de una simple decisión de alguna persona ubicada en un casillero del bipartidismo norteamericano. Ya lo dijo Juan José Hernández Arregui :»Cada nación ve a las otras de acuerdo a ‘su’ interés nacional. Y no de acuerdo a ideales de fraternidad universal». [7] Los intereses del complejo industrial militar y de una economía en decadencia, se organizan en operaciones militares y de saqueo universal: para Estados Unidos el sistema mundo esconde en su seno lo que ellos llaman «agresión terrorista» y a partir de aquí, el teatro de las naciones es un espacio potencial para la ocupación y la «agresión militar defensiva». Estados Unidos desde que consolidó su independencia política se encuentra en un estado de enfrentamiento mundial cuya finalidad es consagrar su independencia económica: entre sus elucubraciones, «el enemigo» podría provenir de Europa y a ello se vincula el origen de la Doctrina Monroe o el posterior sistema centrado en la denominada «acción anticomunista». Recientemente, repite el esquema de construcción del enemigo externo pero ahora a través de Medio Oriente en una supuesta «lucha contra el terrorismo o guerra preventiva». En América latina, y más allá de los usos de la mencionada Doctrina Monroe, lo implementó y por citar solamente dos modelos, con los Documentos de Santa Fe o con el actual Comando Sur. Para un imperio cuya subsistencia está atada a la apropiación de los bienes ajenos, los países, los continentes o los pueblos, son objetivos políticos y posiciones militares permanentes.

El debate actual originado en torno de la propuesta de ampliar las posiciones militares de Estados Unidos en Colombia, pone sobre la agenda de discusión una realidad insoslayable: el sistema mundo vive en un estado de tensión indisoluble asentado en la potencial agresión o enfrentamiento militar vinculado a la apropiación de los recursos naturales y financieros. No es nuevo para el continente y por el contrario, la narración misma de la conformación de América latina luego de la independencia, es la historia de la declaración de hostilidad permanente de Estados Unidos contra los dirigentes y líderes populares de la región. La historia moderna del hombre latinoamericano se vinculó estrechamente con la acción de sus pueblos por alcanzar la independencia nacional retrazada por las operaciones políticas, militares, económicas y culturales de las metrópolis. En este cuadro, el desarrollo y la subsistencia de los países latinoamericanos y como aseveró Hernández Arregui, se presenta «no como paz, sino como embate contra las vallas impuestas desde afuera a la nacionalidad en formación» [8].

La industria de la guerra y la economía metropolitana hacen de América Latina y del Tercermundo en su totalidad, un terreno para su desenvolvimiento: el sur de la tierra es la mano de obra, la fuente de recursos naturales y financieros y la justificación práctica de su industria militar y cultural. Los supuestos narcoterroristas de la periferia son la fuente de empleo del obrero norteamericano, materia prima a partir de la que la industria cultural educa la opinión pública y justifica los presupuestos de guerra. Los muertos del Tercermundo son el empleo de las familias del primero: el sueldo que alimenta al hijo del norteamericano, se financia con el asesinato del niño del subdesarrollo iraquí, colombiano o afgano. En este marco, ese país conforma, reproduce y consolida su modo de subsistencia por intermedio de la industria cultural, que fomenta la enemistad permanente como modo de relación normal entre las naciones y las culturas a lo lancho y largo del planeta.

El enemigo a enfrentar o a prevenir en la industria cultural cinematográfica, ayer fue indochino o soviético y hoy es musulmán o el denominado «narcoterrorista latinoamericano». La ambición de un bien se proyecta como valor universal: las guerras por el petróleo, el agua o por la rentabilidad de la industria militar, se presentan como luchas entre culturas, entre modelos de «civilización y de barbarie», entre «el bien y el mal». A partir de aquí, la alteridad étnica, cultural o religiosa adquiere connotaciones marcadamente políticas. El país que tiene los recursos que ambicionan las potencias pasa a ser un enemigo eventual y la industria cultural y las cancillerías construyen una enemistad total contra su población, su religión o su forma de gobierno. Estados Unidos declara la guerra promoviendo modelos ideológicos o religiosos, que esconden la dimensión material y expansionista de su política. El petróleo de Medio Oriente es su misma pesadilla: el continente se torna un objetivo militar y para justificar la barbarie, la industria cinematográfica construye un modelo de «terrorismo islámico» ligado a las características raciales y étnicas del mundo árabe. El nacionalismo latinoamericano de Evo Morales o de Hugo Chávez son objeto del mismo operativo y son presentados como supuestos programas totalitarios, permeables a la acción de los narcotraficantes y poseedores de los valores y atributos de un «supuesto mal» que hay que extirpar para «beneficiar» al mundo.

En este esquema de política nacional e internacional se desarrolla el cine norteamericano, que se desenvuelve como una manifestación cultural de una economía de guerra y de una potencia expansionista. Sintéticamente, podemos afirmar que existe una matriz que atraviesa las diversas expresiones de la industria del cine norteamericano y que presenta conjuntamente un argumento, un contenido y una imagen que:

PRIMERO: es apologética de la intervención policíaca, cotidiana y totalizadora del Estado sobre la vida privada de los ciudadanos norteamericanos en un país que, paradójicamente, hace alarde de ser la «republica liberal ejemplar». Dicha mención permanente al «liberalismo» coexiste sin causar demasiadas contradicciones en la opinión pública, con un cine en el que los organismos de inteligencia intervienen teléfonos, domicilios, correspondencia, detienen personas y en el que las instituciones y órganos como el FBI y la CIA, son un motivo frecuente y reiterado que controla todos los ámbitos de la vida privada de los ciudadanos. El cine hace apología de un Estado autoritario que vigila e interviene policialmente la vida privada, generando un sentimiento de militarización total en el que se educa el ciudadano.

SEGUNDO: construye la enemistad permanente de la comunidad norteamericana contra un supuesto agresor externo, al cual hay que derrotar y suprimir del planeta. Las poblaciones que disponen de los recursos que ambiciona el país se tornan un enemigo total: la etnia, la raza, la historia o los sistemas de gobierno, componen la amalgama sobre la que se construye el enemigo sobre el cual hay que actuar en una «acción de guerra». El cine norteamericano recorrió las relaciones exteriores de su país y es por eso que se construyó una imagen exportable, masiva y profundamente desvirtuada, de Rusia, de las guerras de Indochina, de las acciones en Medio Oriente o de la Latinoamérica actual. La acción económica es disfrazada de lucha cultural: se combate contra la religión soviética -el comunismo-, se lucha contra la cosmovisión «árabe extremista» -el ser musulmán- y se enfrentan los valores de Latinoamérica -«narcoterrorismo y autoritarismo»-.

TERCERO: construye un estado de emergencia interna permanente donde el supuesto enemigo externo circunda la vida cotidiana del ciudadano norteamericano. El «cine catástrofe» es una expresión clara de la imposición cinematográfica de una construcción del sentimiento de potencial ataque exterior. Sobre este estado de ánimo, se configura la animosidad negativa entre Estados y pueblos. Esta imagen se amplifica con la formación del terror vinculado en un potencial exterminio tecnológico: por ejemplo, es frecuente encontrar en el cine norteamericano un arma bacteriológica o atómica en manos de los árabes o soviéticos.

CUARTO: desarrolla una tarea de promoción y de constante apología del rol de las Fuerzas Armadas para la defensa de su país y del mundo. La guerra, el armamento o los valores ligados al combate, la justicia y la tarea y práctica militar son motivos frecuentes del cine norteamericano. Nación, Fuerzas Armadas y guerra permanente hacen a la constitución del ser nacional norteamericano.

QUINTO: el enemigo externo es universal, pero la defensa y salvación del planeta sólo una actividad norteamericana. Esta construcción induce a formar una opinión pública mundial centrada en la defensa del monopolio de la producción de armas y de la declaración legal de la guerra y la muerte. Reproduciendo literalmente los contenidos se puede deducir que los asesinatos efectuados por los norteamericanos son «legítimos» y los realizados por otras naciones (más: en general defensísticos) son expresiones de «terrorismo». Estas concepciones contribuyen a reforzar la actual división internacional de la guerra y la declaración del derecho a la muerte, que tiene a Estados Unidos como principal detractor.

La industria cultural norteamericana recorre un complejo entramado de tensiones por un lado, entre la hegemonía que ejerce la dirigencia ligada a la industria de la guerra y su aparato de la colonización cultural y por otro, con diversos mecanismos como el financiamiento direccionado o la censura gubernamental. La cultura de la guerra se produce y reproduce a través de convicciones, pero además, de subsidios y de persecuciones políticas. Asimismo, debemos reconocer que no manejamos la hipótesis de que existe un «sólo» cine norteamericano, sino que en realidad, repasamos algunas tendencias generales sobre una corriente cinematográfica particular que es respaldada por la estructura rentística y concentrada de la industria cultural y los aparatos de prensa norteamericanos y que se exporta masivamente a las pantallas latinoamericanas. Norteamérica y su dirigencia van a la guerra junto a su industria cultural, furgón de cola de la organización internacional de la muerte y el saqueo histórico y diario del imperio sobre el Tercermundo. Frente a este cine de raíz colonial es bueno traer la propuesta del grupo Cine de Liberación que sostiene que (…) «creemos que basta que el cineasta conciba su existencia como una militancia en el terreno de la cultura para que ese cine, sea y pueda cumplir su praxis total. A fin de cuentas, si entendemos el papel del cineasta como el de un operario o trabajador de la cultura, quedará claro que las dificultades que habrá de atravesar no serán ni mayores ni menores que las que viven hace años los trabajadores de otros frentes sujetos a leyes mucho más coercitivas y dictatoriales. (…) Importa más llegar a un solo hombre con la verdad de una idea, que a diez millones con una obra mistificadora. Aquello libera: lo otro es ignominia». [9]

BIBLIOGRAFÍA

Getino Octavio y Fernando Solanas (1969). «Notas de Cine de Liberación. Tema: La censura». Revista De Marcha, Uruguay.

Hernández Arregui Juan José (2004). Nacionalismo y Liberación, Editorial Peña Lillo, Ediciones Continente, Buenos Aires (1957).

Imperialismo y Cultura. La política en la inteligencia argentina, Ed Amerindia, Buenos Aires.

Perón, Juan Domingo (1944), «Significado de la Defensa Nacional desde el punto de vista militar», conferencia en la UNLP, versión Digital.

Schmitt, Carl (2001), «El concepto de lo político» y «Enemigo total, guerra total, Estado total» en Teólogo de la política, Ed. Fondo de Cultura Económica, México.

Hernández Arregui Juan José (1957), Imperialismo y Cultura. La política en la inteligencia argentina, Ed Amerindia, Buenos Aires, p. 34.

[2] Carl Schmitt (2001). «El concepto de lo político», en Teólogo de la política, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, p. 223.

[3] Carl Schmitt (2001). Enemigo total, guerra total, Estado total, p. 146.

[4] Juan José Hernández Arregui (2004) Nacionalismo y Liberación, Editorial Peña Lillo, Ediciones Continente, Buenos Aires, pp. 128-129.

[5] Hernández Arregui (1957), p. 270.

[6] Juan Perón (1944) «Significado de la Defensa Nacional desde el punto de vista militar», conferencia en la UNLP, versión Digital.

[7] Hernández Arregui (2004), p. 63.

[8] Hernández Arregui (2004), p. 70.

[9] Octavio Getino y Fernando Solanas (1969), «Notas de Cine de Liberación. Tema: La censura», Revista De Marcha, Uruguay.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.