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La Comuna: hacia una posible coronación de la esperanza

Fuentes: La Tizza

La Revolución, entre otras cosas, es un cúmulo de posibles. El pasado de hoy no es igual al de ayer, ni será similar al de mañana. La memoria es una proyección creada en el presente que se alarga en dos direcciones: la Historia y la Utopía.

Es imposible saber si el presente vivido será el pasado de una obra revolucionaria. Es indeterminable en la hora actual si el sacrificio que hacemos contribuirá en un ápice al avance de la causa socialista en Cuba. Ahí radica la profundidad ética de las revolucionarias y revolucionarios: dar la vida por construir posibles; quemar sus energías para iniciar caminos escabrosos.

Los posibles se agolpan en cada acción, palabra y gesto aunque con diferente intensidad y vigor; solo algunos quedarán como memoria, el resto será hojarasca de la Historia esperando ser acariciada por un futuro que lo reanime y lo cree como punto significativo de pasado.

¿Cómo hacer avanzar esa posibilidad, esa potencialidad, a veces necesaria, hacia su realización? Para las revoluciones, un camino de posibles es siempre un camino de esperanzas y convencimientos. Para las revolucionarias y revolucionarios militar es buscar incansablemente la realización de los posibles.

Hace apenas unos días se celebró un encuentro de jóvenes revolucionarios en La Habana que constituyó, precisamente, un momento de posibles. Convocado por la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), «La Comuna: evento de juventudes revolucionarias», tuvo lugar entre el 25 y 26 de febrero pasados. El encuentro pretendía, como premisa, poner en diálogo a la UJC, sus organizaciones, movimientos estudiantiles y juveniles con todo un conjunto de espacios revolucionarios surgidos al margen de la institucionalidad establecida en la Revolución, pero que han batallado por y desde ella. En ese sentido, La Comuna logró quebrar las barreras del desconocimiento, a veces mutuo, y abrir un camino de diálogo.

El intercambio entre numerosas colectividades, grupos de activismo en redes, organizaciones y personas de la sociedad civil socialista —aquellas que se sumaron— para reunirse y debatir sobre el presente y futuro de la Revolución y la UJC fue el más superficial logro del evento. Esta acción muestra, sobre todo, la voluntad de las organizaciones históricas de la Revolución, de la dirección del país y de la propia directiva de la UJC de establecer relaciones directas, formales y armónicas con todo el campo de la Revolución que ha escapado, en ocasiones, de su alcance y reconocimiento.

Dicha «apertura» puede causar sorpresa para quienes ya se disponían —dentro y fuera de la Revolución— a colocar una tarja de pacífico descanso a la UJC, a darla por inmóvil y sumida en la profundidad de sus propias pesadillas. Pero no, la UJC parece dar un giro hacia militancias posibles y propicia la constitución de La Comuna como punto de encuentro, conciliación y relación entre formas diversas de entender y ejercer la Revolución, y esa actitud ya es en sí un movimiento revolucionario notable, aunque insuficiente para colocarnos a la altura del momento histórico actual.

El reto del espacio es inmenso: transformar las prácticas revolucionarias y renovar las formas y contenidos del trabajo político-ideológico en el seno de la Juventud.

Abandonar el empeño una vez iniciado no solo sería un retroceso colosal del campo revolucionario, sino que condenaría ante la Historia a quienes, por celo excesivo, miedo a la transformación revolucionaria o por no entender las demandas urgentes del momento actual, abandonen el empeño iniciado y lo hagan fracasar.

Si un propósito queda claro en lo sucedido el 26 de febrero en el Pabellón Cuba es la necesidad imperiosa de fundar en su ejercicio una nueva práctica revolucionaria que se generalice a todo el país. Una práctica que, basada en el estudio y reflexión consciente de las condiciones en que se desarrolla nuestra vida, halle y profundice las posibilidades de expansión del socialismo en la vida cotidiana del pueblo.

En la precariedad vivida por el intenso y cruel bloqueo imperialista, por los retrocesos del programa social de la Revolución dada la crisis, los errores cometidos, las desviaciones en la política económica y el cerco del capitalismo mundial sobre nosotros, es fundamental propiciar la organización popular para la resistencia y la creación en estas difíciles condiciones.

No debe ser La Comuna un espacio de reafirmación de consignas vacías ni de reiteración de diagnósticos propaganderos, siempre falsos, sobre la realidad del país y los retos inmediatos. Su fundamento moral debe ser la más absoluta honestidad. Aunque a veces dolorosa, solo mediante su ejercicio lograremos algún triunfo. De ahí que la libertad en la contradicción se sitúe como principio en la articulación firmada.

En los días del debate escuchamos apelar a «la unidad revolucionaria» como frase dedicada a disolver un enfrentamiento de criterios. Estas apelaciones a la unidad, lejos de realizarla, la sepultan, la reducen a una fórmula discursiva, un rezo, un hechizo que pretende hacer desaparecer una desavenencia en la práctica; pero que solo solapa y silencia las posturas enfrentadas. La unidad revolucionaria que debemos construir se funda en la contradicción.

¿Qué significa llamar a «no discutir las diferencias»? ¿Qué utilidad puede tener no dejar en claro las apreciaciones distintas que tenemos sobre determinados métodos, contenidos y formas de entender la causa del socialismo, la Revolución, la Historia, etcétera? ¿A quién favorece el falso silencio y la falsa unanimidad si no a los enemigos del socialismo y de la causa emancipadora del pueblo?

Si partimos del criterio de que un colectivo, un medio, una organización —tradicional o reciente— es revolucionaria porque se declara como tal sin criticarnos en el desarrollo de la lucha, ¿cómo sabemos la condición de revolucionario del otro? Imbuidos en estas suposiciones podemos descubrir un día —y sorprendernos por ello— que estábamos muy lejos de las mismas interpretaciones de la Revolución.

La necesidad del diálogo sincero, crítico y profundo para la configuración continua del campo revolucionario debe ser un principio permanente de La Comuna en tanto Foro de Juventudes Revolucionarias. No solo porque la crítica y la autocrítica han de ser elementos característicos de cualquier revolucionario, sino porque aludir a «la Revolución», «la Patria», «el socialismo», etcétera, como abstracciones vaciadas de sentido niega toda posibilidad de actividad política concreta y desgasta todo debate en una horrible procesión de palabras vacías.

El espíritu de La Comuna opone, contra el llamado a no discutir la diferencia, el llamado a profundizar en los orígenes, las forma y contenidos de todas las diferencias. Contra la voz abstracta de la Revolución, el grito concreto de sus sentidos. Contra el apaciguamiento discursivo, las contradicciones de la práctica. Contra «los puristas» de la Revolución, «los impuros» de su realización. Contra el oportunismo, el compromiso ético. Contra los defensores de lo retardatario, la vanguardia revolucionaria.

Varios peligros acecharán el triunfo de La Comuna como espacio de profundización revolucionaria y socialista. Primero, la burocratización de su estructura. Creer que el propósito es fundar una nueva organización a la que la UJC atienda y se forme a partir de todas estas experiencias firmantes, no es solo un reduccionismo, sino un error porque el espacio no contribuiría a la ampliación hegemónica del socialismo, sino a la estatalización de las formas que surgen del impulso popular. Frente a este peligro debe darse una política de unidad y autonomía consensuada; es decir, hacer en el espacio propio lo que se decide en el conjunto. De esta forma, haremos desaparecer los límites y estancos hasta formarnos una visión y acción común cada vez más expansiva.

Un segundo peligro, simétrico al anterior, será el apego a ultranza a lo que son nuestras diferentes experiencias en este momento y que, por pudor, miedo o sospecha, todo cambio que promueva o genere la futura relación se reciba como inaceptable y se rechace. Toda transformación que expanda las mejores prácticas en pos de profundizar la causa común, debe asumirse, aunque quiebre las fronteras de lo que somos. Sin incitaciones a lo precipitado, pero tampoco sin estímulos a lo retardatario. Solo la reflexión de cada situación nos permitirá saber si la metamorfosis es prudente, necesaria e ineludible para el triunfo de nuestras causas.

Un tercer peligro es la instrumentalización discursiva de lo que representa La Comuna. En el sentido de que su solo hecho —la aglutinación de todos esos colectivos en un mismo espacio «bajo la bandera de la Revolución»— sirva de apropiación oportunista para afirmar y paralizar: «miren, los jóvenes apoyan la Revolución y ello significa que todo está bien». Esta es una amenaza latente que toda revolucionaria y revolucionario debe evitar y condenar si se diera el caso.

La Comuna no surge con carácter declarativo, sino con una voluntad práctica de transformación real de la política revolucionaria. Quien intente ver en ella un objeto adocenado, un búcaro cuya función es embellecer frívolamente el panorama político cubano, debe recibir el rechazo conjunto de todas las revolucionarias y revolucionarios. En el triunfo de La Comuna existe, en latencia subterránea, una victoria de nuestra Revolución en su actualidad, pero solo será tal si sabemos construirla con paciencia, compromiso e inteligencia. El 26 de febrero, día en que culminó este evento, no fue un éxito per se, sino el inicio de una batalla por la renovación de las fuerzas revolucionarias.

Cuando la tarde se levantaba por sobre los hombros de la mañana y los congregados en el Pabellón Cuba cantábamos la Marcha del 26 de julio, podía tenerse la sensación de que algo nuevo y extraño sucedía. Los más optimistas y los más escépticos alzaron los puños: imagen de la convicción de continuar la lucha. Dispuestos en círculo, puños en alto, se cernía sobre nosotros la imagen de una corona humana: no regia, no opresiva, no alegórica al poder aplastante sobre hombres y mujeres.

Una corona popular y diversa nacía allí, pero no corona nada aún, porque nada hay que coronar todavía.

Para consagrar, con el impulso de la sinceridad y el gozo en el sacrificio, aquella Revolución proyectada por la esperanza que nos habita, debemos hacer que los posibles iniciados aquel día se vuelvan el pasado vivificante de un futuro victorioso. Ese es nuestro desafío.

Fuente: https://medium.com/la-tiza/la-comuna-hacia-una-posible-coronaci%C3%B3n-de-la-esperanza-797243fbb4c9

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