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Mujer & Uruguay

La condición de la mujer en Casavalle

Fuentes: https://brecha.com.uy

«Explicación de tu ausencia» casi se llama esta nota, que empezó esperando a las mujeres de una de las zonas más duras para ellas que hay en la ciudad. Pero, cuando escampó, llegaron y no dejaron títere con cabeza. Hay que irse hasta Aparicio Saravia y Burgues, hay que pararse en la entrada del Centro Cívico Luisa Cuesta y mirar al sur para tener la mejor vista del Santuario Nacional del Cerrito de la Victoria.

Pero el viernes pasado una fotografía tomada desde ahí hubiese decepcionado. La bruma diluía todo. No hacía el frío que entró después, pero de a ratos garuaba. En Casavalle, para muchas, moverse de la casa sigue equivaliendo a meterse en el barro. No han terminado las obras viales apresuradas desde que el invierno pasado la Policía capturó a Mónica Sosa y desarticuló su banda (narcotraficantes) la de los Chingas, y cruzar San Martín a la altura de Los Palomares también es embarrarse.(1)

 

Pero la invitación a la actividad en el centro cívico era singularmente interpelante, por el tema, puede ser, pero, sobre todo, por tratarse de ese tema en ese sitio: «Mujeres de América Latina: Medio siglo de lucha», decía la invitación del Colectivo de Estudios de América Latina Contemporánea del Departamento de Historia Americana de la Facultad de Humanidades.

 

María José Bolaña, profesora en la zona durante muchos años, investigadora de la historia del cantegril, había seleccionado pasajes de algunos documentales recientes que reconstruyen historias de mujeres de los sectores populares latinoamericanos que han enfrentado las violencias del machismo.(2) Lo había hecho teniendo en mente mil historias parecidas oídas de mujeres a lo largo de los años en torno a esa avenida que fue el eje topográfico de su investigación, Aparicio Saravia, y que le hacen pensar que ese es uno de los sitios donde, detrás de los afeites de la Suiza de América, aparece claro el rostro de América Latina.

 

Además de los documentales, hubo discusión jugosa y tres investigadoras jóvenes (Julieta de León, Lucía Martínez Hernández y Alesandra Martínez) narraron lo que vienen encontrando en búsquedas que tienen que ver con las luchas emancipatorias de las mujeres.

 

Martínez, que trató sobre la emancipación de las uruguayas desde el fin de la dictadura hasta el presente, entre otras cosas, rescató hechos incómodos, de cuando «aquel Río de Libertad de 1983 ambientó cierta apertura que iba más allá de la demanda formal de democracia».

 

Algún lector canoso podrá recordar de aquellos días el aroma a destape, representado en aquel título que llenó la tapa del semanario Jaque cuando pudo celebrarse el fin de la censura: «Teta, culo, Marx». En ese medio, que representaba lo que entonces podía denominarse «la izquierda» del Partido Colorado, Hernández encontró la primera encuesta sobre la opinión que los uruguayos tenían sobre la legalización del aborto.


La mayoría de los consultados todavía estaba en contra, pero en el círculo que representaba gráficamente las porciones de opinión la información se presentó invertida, alentando la impresión contraria, lo que sugiere que «el duende de la imprenta» que anduvo por allí era bien batllista.

 

En aquel contexto las mujeres de todos los partidos se movilizaban en tanto tales y reivindicaron derechos juntas. Una asamblea de delegadas de comités de base reunida en el Teatro Astral el 10 de noviembre de 1984 había fijado para el 15 la conmemoración del Día de la Mujer Frenteamplista. «Por la paz y la democracia, la mujer frenteamplista va de Frente», sería la consigna central de la marcha por 18 de Julio realizada esa jornada. «Es bien interesante -comentó la investigadora-. La encabezaban Ema Noya de Crottogini y Lily Lerena.


Las mujeres iban por la calle y los hombres miraban desde la vereda.» El comando electoral del Frente Amplio había prohibido una de las demandas que las movilizadas pretendían, el punto 18: «Democracia en el país y democracia en el hogar». «Se temía que se entendiese que el Frente pretendía introducirse en la vida privada de las personas», explicó Hernández. Pero, encabezadas por seres de tal peso, las mujeres quebraron la disciplina partidaria y alzaron también esa pancarta.

 

La investigadora recordó también el tiempo y el esfuerzo que costó sacar la violencia machista del silencio. A Flor de Lis Rodríguez el marido la asesinó el domingo 12 de noviembre de 1989 a las diez de la mañana. «Cuando Flor salía con su hermano de comprar pan, el esposo la acuchilló. Dos certeras puñaladas en el corazón y una más en un costado. Algunas otras para el hermano. Flor está muerta, su hermano herido y hay tres niños huérfanos.

Ella tenía 32 años», escribió Isabel Villar, editora de La República de las Mujeres, un suplemento del diario La República en esos años. La muchacha venía huyendo de su marido desde Durazno. El juez le reclamaba que diese su domicilio porque el hombre «tenía derecho a ver a sus hijos». Las organizaciones de mujeres le dieron apoyo. «Ella había dicho que ahora no tenía miedo porque ya no estaba sola. Entonces para las organizaciones fue como: ‘Nos la mataron'», explicó Hernández.

 

«En el resto de la prensa el caso no aparece. Tengo relevado El Diario, El País, La Mañana y La República», subrayaría después la investigadora dialogando con Brecha. «Sin embargo, es a partir de este caso de Flor de Lis que las mujeres le entran de lleno a la cuestión de la violencia de género y después, en los noventa, le dan con todo. El 12 de julio de 1995 se modifica el Código Penal y se define como violencia doméstica aquello que antes se denominaba como lesiones o lesiones graves.»

 

Por eso, incluso poner en números aquellos hechos fue una tarea complicada. El Consejo Nacional de las Mujeres, vinculado al Partido Colorado, hizo los primeros intentos para fundamentar la propuesta de crear la Comisaría de la Mujer. Después tomó el relevo el equipo de Isabel Villar.

 

Nadar en dulce de leche

 

«39.942 denuncias de violencia doméstica y 29.904 rapiñas hubo en 2018. Sobre todo cuando se piensa en estos barrios se piensa en la inseguridad ciudadana, que es real, pero tenemos muchas más denuncias de violencia basada en género, o doméstica, puntualmente, que de rapiñas y hurtos. Eso también habla de los medios de comunicación, que hacen a los temas», advirtió al semanario Clyde Lacasa, coordinadora de la Red Uruguaya contra la Violencia de Género y Sexual (Rucvgs), quien trabaja en atención directa en el Luisa Cuesta.

 

Pero, al mismo tiempo, tratándose de este territorio, sería miope considerar aisladamente la violencia basada en género. «Hay estructuras -subrayó Lacasa-; la violencia más estructural, la pobreza, la ignorancia. Y no solamente la ignorancia de la mujer que viene a atenderse, sino una que trae de generaciones anteriores y se replica.

Hay muchas mujeres, jóvenes y maduras, que tienen dificultades serias para interactuar en la sociedad. Que nunca fueron al Centro, que no saben tomar un ómnibus. Y están a 45 minutos de 18 de Julio. Esta limitación, que es estructural, les hace difícil muchas veces pedir ayuda o incluso saber que existe ayuda. Les pasa menos a las de 18 o 20 años, pero esto lo encontrás hasta en las de 30. Para esto, la llegada del centro cívico, donde están presentes muchas instituciones, ha sido una solución enorme.»

 

La violencia de género se intersecta, además, con las otras violencias ciudadanas y esto puede hacer que la cercanía de algunas instituciones tampoco alcance. «Si la mujer va y se registra con un número de cédula, una dirección, los datos de sus hijos, esto significa que esta mujer ya queda institucionalmente visibilizada», observó Lacasa. «Pero esto implica también a las personas que comparten la casa con ella y que pueden estar vinculadas a delitos, por lo que lograr que no lo haga pueda ser importante para ellas», explicó.

 

La coordinadora de la Rucvgs recordó que «hubo momentos en que estas personas intentaban evitar que las mujeres tramitaran una tarjeta del Mides, por ejemplo. O la asignación familiar. ‘¿Cuánto te dan por la asignación?’, les preguntaban. ‘Quinientos pesos.’ ‘Yo te doy mil, pero no vayas’, les planteaban. Trabajando en la violencia basada en género y en la violencia doméstica, muchas veces nos encontramos con estas limitaciones. Acá la gente que pierde la cédula no hace la denuncia. Puede pasar años sin cédula de identidad», apuntó Lacasa.

 

En el barrio la vulnerabilidad se respira. «Cuando llegás, ocho y media de la mañana ya está el helicóptero dando vueltas. Y los patrulleros y alguna camioneta del Pado (Programa de Alta Dedicación Operativa).Durante mucho tiempo la Policía no estaba en la puerta del Luisa Cuesta, pero estaba en frente, en la placita», describió la entrevistada.

 

La soledad de las mujeres ante las cargas familiares hace que se suela usar la palabra «matriarcado» para referir a la relación. Algún medio definió a Mónica Sosa como «matriarca» de Los Chingas. Lacasa admitió que, «cuando los varones van presos y las mujeres quedan a cargo del negocio, a veces ejercen una violencia superior a la de los hombres».


Pero de esto habría que concluir que hay una disputa del poder. «Lo que hacen es ejercerlo para protegerse. Cuando el hombre sale de la cárcel, vuelven a estar sujetas a sus violencias y a su economía.»

 

Pero en torno a Aparicio Saravia incluso vivir del lado de los salvos supone riesgos. «En lugares donde las instituciones no han llegado, las organizaciones basadas en la fe han crecido de manera estrepitosa. Nos encontramos mujeres que van a esas iglesias y a menudo lo que reciben es que hay que perdonarlo todo en nombre de Dios.


Entonces te encontrás mujeres que viven 50 años en situaciones de violencia doméstica o de abuso sexual porque se perdona todo. Y, si no se hace un trabajo más importante desde las instituciones, eso va a seguir pasando. Además, esas organizaciones manejan mucho dinero. Reciben a la mujer en instalaciones a veces suntuosas. Las atiende la pastora. Pero luego los casos no son trasladados a las instituciones. Y esto es peligroso, muy peligroso», advirtió.

 

Pero tampoco toda la institucionalidad está alineada. «Encontramos familias con problemas psiquiátricos endémicos, que no sólo tiene la generación más joven, sino que se originan más atrás. Vos notás ya en la madre algunas carencias, que quizá fueran simplemente funcionales en su inicio, pero que cuando no se trabajan se transforman en una patología social. Los problemas psiquiátricos aparecen mucho más de lo que se piensa y las policlínicas están saturadas. V


os le decís a la mujer: ‘¿Y, fuiste al psiquiatra?’. ‘Sí, tengo que ir tal día a tal hora para que me den hora para agosto o setiembre’, te responden. Entonces, por más que una institución trabaje en estas cosas, si no cuenta con las otras que también se necesitan para abordar estas situaciones, es como nadar en un mar de dulce de leche, más o menos», graficó.

 

Pero que espere afuera 

 

El menú cinematográfico que Bolaña preparó hubiera sido muy adecuada materia de discusión en una zona como la descrita por Lacasa. La experiencia de presenciar el diálogo entre las vecinas y la docena de investigadoras que llegó al centro cívico hubiese sido impar. Pero las vecinas, por el tiempo, por el tema o por algún otro motivo, no acudieron. «Nosotras hubiéramos venido, de haber sabido. Nos prendemos a todos los talleres», dijo Leonela Olivera. Pero Aparicio Saravia es larga y la invitación no llegó hasta el Marconi, donde vive.

 

Pero no siempre ella y sus compañeras del colectivo de mujeres Calandrias fueron tan salidoras. Probando que ahora es así, el miércoles desdeñaron ser visitadas en su barrio y se vinieron al centro cívico a conversar con Brecha. Hay cosas que están cambiando en sus vidas desde que se vienen juntando, hace dos años, coincidió la «delegación», de la que también formaron parte Alejandra Fernández y Macarena Olivera.

 

«Es que el tema asusta», admitió Alejandra. «Cuando empezamos a reunirnos, muchas no se querían acercar porque pensaban que tenían que hablar de si el esposo les pegaba», recordó Leonela. «Somos mamás de la escuela 191. Las maestras (las dos Lucías, Valentina y Micaela) nos plantearon la idea, estuvimos de acuerdo y empezamos a invitar gente con tarjetitas. Invitamos a las mujeres de la zona, a las maestras mismo», precisó Macarena.

 

«Pero de lo que hablábamos era más general, de la violencia de género que hasta nosotras mismas nos ejercemos, el machismo, porque desde pequeñas nos vienen criando machistas», explicó Alejandra. «Nosotras decíamos: el rosado es de nena y el celeste de varón. Y después nos dimos cuenta de que no, de que la nena puede usar azul, verde, anaranjado, y el varón, rosado, violeta, rojo», graficó Macarena.

 

Se dieron maña para contarse lo que, por lo menos al principio, no era fácil: «Usamos mucho lo escrito, sin nombres ni nada. O, si no, tomo un cuento de otra y lo cuento, pero cambiado, como si no fuera mío», explicó también esta última.

 

Y así, añadió Alejandra, «muchas de nosotras nos dimos cuenta de que estábamos siendo maltratadas y de que eso no está bien». «Muchas mujeres piensan que no sufrieron violencia porque no las agredieron físicamente», aclaró Leonela. «A veces no te das cuenta. Te criaron de esa manera y vos te creés que eso está perfecto. Y capaz que no te mata a palos, pero capaz que te mataste cocinando y viene y te tira toda la olla al piso», ejemplificó Alejandra.

 

«¿Y por qué sucede?», preguntó el periodista. «Porque ellos se piensan que somos de ellos, que son los dueños», sentenció sin dudarlo Macarena.

 

-¿Qué les sugiere la palabra «feminismo»?

 

-Hay muchos grupos que se llaman feministas, de los cuales algunos a mí no me representan. Por ejemplo, las que salen a hacer daño, a romper vidrieras, a hacer sus necesidades enfrente a iglesias. Las que consideran que todos los hombres son malos, que son violadores, esto y aquello. Eso no es feminismo. Yo me considero feminista en el sentido de que estoy de acuerdo en que los derechos tienen que ser iguales y en que, quizás ahora no tanto, pero a la mujer se la trataba mal, los sueldos no eran los mismos, no te daban mucho trabajo porque si sos mujer, tenés hijos y, por lo tanto, no te puedo explotar lo que preciso. Feminismo es la igualdad -respondió Alejandra.

 

Leonela y Macarena han tenido una experiencia singular con la iglesia neopentescostal a la que acuden. Ellas iban con sus hijos al merendero que funcionaba los miércoles en la institución. Pero el colectivo había resuelto fijar su reunión para los miércoles. El pastor, lejos de reclamarles que abandonaran Calandrias, resolvió pasar la merienda para los viernes. «Hay otras distintas, pero ahí nos dan para adelante para que vayamos a todo lo que nos haga bien a nosotras», explicó Macarena.

 

-No las convido con mate porque sé que toman dulce -se disculpó el periodista, aludiendo a un video sobre Calandrias que anda en la red.(3)

 

-Hasta en eso estamos cambiando -objetaron a coro.

 

-¿Y algo más cambia?

 

«Yo veo que las nuevas generaciones son un poco más liberales. Las mujeres se animan a manejarse más solas y los hombres se animan un poco más a soltar», opinó Alejandra. «Y en la identidad sexual también. Antes un hombre se animaba a soltarse recién de veterano. Hoy un nene de 15 años, si ya está decidido a ser homosexual, va y lo muestra. Y gente mayor también. Personas con cuatro o cinco hijos que se separaron del marido y se casan con mujeres. En el barrio hay tres casos», contó Leonela.

 

-¿Y por qué en el video vos decís que no importa si el hombre es marido o concubino, transitorio o duradero, siempre que te espere afuera? -preguntó Brecha específicamente a Alejandra.

-Porque el taller es para sentirnos libres y, a veces, si estás con tu marido…

 

-En el video ustedes dejan una pregunta sin respuesta: la mujer posee instinto maternal, ¿mito o realidad?

 

-Coincidimos todas en que es mito. Es algo que te encajan desde pequeña. Si vos no querés tener hijos, no tengas hijos. No es nada malo. Es un mito. Nos van a matar por esto, pero es la verdad. Se tenía que decir y se dijo.

 

Fuente: https://brecha.com.uy




Notas

 

1. «Nada es para siempre», Brecha, 13 VII 18. Sobre la zona de Casavalle y Los Palomares ver artículo de Ernesto Herrera, La razón policiaca: un «censo» en territorio enemigo (https://correspondenciadeprensa.com/2018/06/26/uruguay-la-razon-policiaca-un-censo-en-territorio-enemigo/) 

2.  «De Aparicio Saravia a Dolores», Brecha, 23 XI 18.

3.  https://www.youtube.com/watch?v=Tt7Tpr1YtTw