La autora, activista de la plataforma catalana Campanya pel Dret a l’Avortament Lliure i Gratuït, sostiene que la jerarquía católica se enroca en un discurso insostenible por lo que el diálogo es imposible.
Hablar de los contenidos de la última campaña anti elección de la Iglesia es difícil: se caen por su propio peso (el lince de la foto ni siquiera es ibérico). Pero los colectivos feministas nos encontramos con un contrasentido a la hora de enfrentarnos lobby anti elección.
Su discurso es insostenible (aunque lo sostengan), lo que hace imposible dialogar nada con ellos. De hecho, la postura de buena parte de los colectivos de mujeres es no dialogar con ellos, no darles legitimidad, palabra ni espacio público. Su argumento es el mismo que hemos oído explicar durante años a madres, padres, abuelos y abuelas que habían recibido la educación nacionalcatólica, que muchas creíamos, al menos en parte, superado: que la vida es algo que viene directamente de Dios y que empieza exactamente en el momento de la concepción. Hasta el punto que si en el desarrollo del embrión se pone en riesgo la vida de la madre, como es el caso de la niña brasileña de nueve años embarazada de gemelos tras una violación, no se puede intervenir. La niña abortó, y la Iglesia ha excomulgado a la madre, a la niña y al equipo médico que le ha practicado el aborto. La católica es la única de las grandes religiones monoteístas que sostiene una postura tan rígida respecto al aborto. Las mujeres cuidan la vida Bien, esto al menos en lo que se refiere al discurso oficial, porque todas sabemos que, en la práctica, las mujeres creyentes también abortan, y hay colectivos, como Dones en l’Església o Católicas por el Derecho a Decidir que tienen otros objetivos y otras prácticas.
Desde el movimiento feminista defendemos que somos las mujeres las que hemos cuidado la vida, el planeta, el entorno, a la gente mayor y a la pequeña. Las que sabemos cuándo y cómo queremos y podemos ser madres. Las que pedimos la corresponsabilidad de la sociedad en estos cuidados.
Y las que desde hace milenios abortamos cuando lo tenemos que hacer. Por esto exigimos el reconocimiento del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, incluyendo la despenalización del aborto. Reivindicamos el placer, una sexualidad sana y libre y defendemos la vida desde parámetros de dignidad y de calidad. Y por ello, a diferencia de la jerarquía católica, estamos en contra de todas las guerras y de la pena de muerte, y a favor del condón o la eutanasia, por ejemplo. Pero el discurso vacío y absurdo de la Iglesia Católica se sostien e con medios desproporcionados. La jerarquía católica es rica y poderosa, y además destinan a las campañas anti elección muchos recursos, más de los que utilizan para otras. Y es que el derecho de las mujeres a decidir desmonta lo más profundo de las estructuras patriarcales. La voz de la mayoría de las mujeres queda tem- poralmente soterrada ante la fuerza de estos recursos, que los colectivos feministas no tenemos.
La campaña anti elección, no lo olvidemos, una ofensiva de ámbito mundial, tiene ramificaciones diversas. Desde hace unos meses, grupos de fundamentalistas católicos se concentran el 25 de cada mes ante clínicas acreditadas para la interrupción del embarazo de diferentes poblaciones del Estado para hacer un rezo «por los no nacidos». No son numerosos, pero tienen un discurso y unas maneras muy agresivas que remueven fantasmas de épocas pasadas. En Barcelona, diversos colectivos se han concentrado el mismo día, y a la misma hora, en la acera de enfrente, en defensa de la libertad sexual. Aunque entre los grupos de la Campanya tenemos debate sobre la utilidad de esta estrategia.
Mientras tanto, el Gobierno socialista decide, por fin, revisar la legislación del aborto, «siempre y cuando haya consenso social». En la búsqueda de dicho consenso, y dado el poder de la Iglesia, dialogan con ellos. Pero es imposible hacer ninguna ley de aborto, del tipo que sea, con el consenso de la Iglesia oficial, ya que la única ley buena para la jerarquía católica es penalizar el aborto, a las mujeres y profesionales que lo practican, prohibir la educación sexual y reproductiva y la anticoncepción. Y en esto estamos seguras de que no hay ningún consenso social, ni siquiera dentro de la propia Iglesia.