El sistema electoral binominal -unido a los altos quorums requeridos para modificar la Constitución y las leyes orgánicas constitucionales- constituye el factor estructural más relevante que impide la existencia de un sistema político efectivamente democrático en nuestro país. La democracia consiste en que la Constitución y las leyes son el producto de la voluntad mayoritaria […]
La democracia consiste en que la Constitución y las leyes son el producto de la voluntad mayoritaria del pueblo. El binominalismo, por el cual cada circunscripción elige simultáneamente dos y solo dos diputados y senadores, distorsiona completamente la voluntad popular al igualar antidemocráticamente la primera y segunda mayoría, y al dejar sin representación a las demás fuerzas políticas.
El carácter esencialmente antidemocrático del sistema binominal hace que este no exista en ningún país democrático. Y curiosamente, pese a que no representó el factor clave que distorsionaba la voluntad popular, a comienzos del siglo XX la oligarquía chilena ya lo adoptó, de facto, entre 1911 y 1925.
Es lo que nos describe, en términos asombrosamente contemporáneos, el destacado político liberal de la época, Manuel Rivas Vicuña, en un libro escrito en 1930, al señalar que «la ley que fijaba el número de senadores y diputados fue despachada (en 1911) con una novedad que consistió en la creación de pequeñas agrupaciones de modo de reducir, en general a dos el número de diputados de cada circunscripción electoral. Esta base fue considerada justa y conveniente para el interés general del país y caso curioso, fue sugerida por el más antidemocrático de los diputados, don Alberto Edwards, miembro del partido nacional. Esta reforma, sencilla y justa en apariencia, disminuía las fuerzas de la mayoría y aseguraba un aumento en la representación de las minorías. En efecto, a las minorías les bastaría contar con poco más del tercio de los sufragios para asegurar su representación; en cambio, las mayorías necesitaban un esfuerzo enorme, de más de dos tercios, para obtener los dos puestos. De este modo, la mayoría y la minoría de cada región alcanzarían igual representación en el Congreso, y éste podría reflejar una situación de empate de dos corrientes de opinión, que no correspondería a la realidad de las cosas y que sería un obstáculo para la marcha del país».*1
La pregunta surge sola: ¿Cómo es posible que el liderazgo de la Concertación, que ha tenido clara mayoría popular y ha gobernado desde 1990, se haya conformado, en la práctica, con la continuación de este sistema hasta el día de hoy? Es cierto que siempre ha planteado la conveniencia de su sustitución, pero no le ha dado ninguna prioridad ni urgencia. De hecho, no ha estado nunca en sus temas programáticos principales en las elecciones presidenciales, parlamentarias y municipales del período.
Lo que permite entender esta aparente inconsistencia es el profundo cambio del concepto de democracia experimentado por el liderazgo de la Concertación. En efecto, durante la dictadura el conglomerado político antecesor de la Concertación, la Alianza Democrática, había planteado enfáticamente que no habría democracia en Chile mientras no se eliminaran todos los dispositivos autoritarios de la Constitución del 80, incluyendo la forma de elección del Congreso Nacional. Así, en Julio de 1984, dicha Alianza planteó que «no hay democracia posible… dentro de los marcos de los preceptos permanentes de esa Constitución (de 1980), si no se hace del Congreso Nacional un cuerpo verdaderamente representativo de todos los sectores del pueblo de Chile, elegido íntegramente por sufragio universal y dotado de reales atribuciones legislativas y fiscalizadoras».*2
Posteriormente, en Agosto de 1991, sin que se hubiera producido ninguna eliminación de los dispositivos autoritarios de la Constitución del 80, el entonces presidente Aylwin declaró que «la transición ya está hecha. En Chile vivimos en democracia».*3 Y lo que en 1984 se consideraba, con toda propiedad, como requisitos ineludibles para la existencia de una democracia; en 1991, se empezó a concebir como simples factores de su perfeccionamiento: «Esta democracia es de las tareas que tenemos por delante es perfeccionar la democracia y eso exige algunas reformas constitucionales, tarea que mi gobierno ha abordado y que probablemente no va a dejar completada y será tarea del próximo gobierno».*4
En otras palabras, Aylwin y el liderazgo de la Concertación comenzaron a ver a la Constitución de 1980, en sus preceptos permanentes, como democrática, sólo que imperfecta. Esto es, transformaron sustancialmente su concepto mismo de democracia, al valorar como tal la propia Constitución impuesta en 1980 con todos sus dispositivos autoritarios vigentes e intocados.
Lo anterior explica también porqué el liderazgo de la Concertación consideró el sistema político chileno como democrático tanto antes como después de la reforma constitucional que eliminó la tutela militar formal. Y porqué, considera nuestro actual sistema como democrático, pese a que está vigente aún el sistema electoral binominal y los altos quorums requeridos para modificar la Constitución y las leyes orgánicas constitucionales.
Es más, en esta década han surgido voces dentro de aquel liderazgo que han relativizado incluso el carácter antidemocrático del propio sistema electoral binominal. Así, el ex presidente Aylwin señaló, en Septiembre de 2003, que «yo creo que la democracia volvió a Chile para quedarse y eso es lo que importa. Hay cosas que aún no se han logrado. ¿Es bueno o no el sistema electoral binominal? A mí no me gusta, pero reconozco que le da estabilidad a los gobiernos y conduce a gobiernos de mayoría».*5
A su vez, la profunda modificación de la visión de la democracia del liderazgo concertacionista se explica por el giro copernicano de sus concepciones económicas que aquel tuvo a fines de la década del 80. Este giro condujo a converger con las concepciones y el modelo neoliberal impuesto por la dictadura, como lo consignó con todo detalle la eminencia gris del primer gobierno de la Concertación, Edgardo Boeninger en su libro «Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad», publicado en 1997.
Sin embargo, dada la lucha efectuada contra la dictadura y el programa claramente reformista de la Concertación de 1989, Boeninger señala que dicha convergencia «políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer».*6
Esto permite entender la aparentemente increíble cesión de la mayoría parlamentaria simple que le aguardaba a Aylwin de haberse mantenido sin cambios la Constitución de 1980. En efecto, sus artículos 65 y 68 establecían que el futuro presidente -entendiendo que Pinochet ganaría el plebiscito del 88, quedando así como presidente hasta 1997- tendría mayoría legislativa teniendo simplemente mayoría absoluta en una cámara y un tercio en la otra. Pinochet habría tenido con seguridad mayoría absoluta en el Senado (con el sistema electoral binominal y los senadores designados) y un tercio en la Cámara. Sin embargo, la derrota de Pinochet en el plebiscito generó la previsión opuesta. La Concertación ganaría la presidencia y obtendría con seguridad la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y un tercio en el Senado.*7 ¡Y la Concertación aceptó regalar esa mayoría que tenía segura por medio de las reformas de aquellos artículos, las cuales pasaron desapercibidas dentro del total de 54 reformas aprobadas por consenso entre Pinochet y la Concertación y luego ratificadas por un plebiscito en Julio de 1989!
Este cuadro inédito en la historia de la humanidad en que una coalición política prefiere ser minoritaria en el parlamento, no puede ser explicado ni por la estupidez ni el temor. Es absurdo sostener que un ataque de estulticia cegó simultáneamente a decenas de líderes políticos. También lo es sostener que el temor puede llevar a alguien a cederle poder a quien teme, pues esto lo hace evidentemente más vulnerable a sus eventuales ataques.
La única explicación razonable es la que se deduce del propio Boeninger. Esto es, que la pérdida de la mayoría parlamentaria le permitió al liderazgo de la Concertación plausiblemente culpar a ese hecho de
no poder desarrollar un programa de reformas económico-sociales en las que inconfesablemente ya no creía. De otra forma habría quedado desnudo con el abandono puro y simple de su programa prometido.
Este abandono de las promesas de cambio social es la que nos permite entender también su negativa a efectuar pactos electorales con la izquierda extraconcertacionista, pese a que dichos pactos le habrían dado mayoría parlamentaria propia en las dos cámaras ya en 1998.*8
Todo lo anterior quedó patentemente demostrado en el año 2000, durante el gobierno de Lagos, cuando la Concertación quedó con mayoría en las dos cámaras desde Agosto de ese año hasta Marzo de 2002, por los desafueros de Pinochet y Francisco Javier Errázuriz. En ese lapso ¡el gobierno no impulsó ningún proyecto destinado a transformar las instituciones económico-sociales impuestas por la dictadura! En realidad la opinión pública ni siquiera se enteró o le importó de que se produjera un vuelco en la mayoría del Congreso Nacional. Se había acostumbrado o resignado a la consolidación del modelo económico efectuado por los propios gobiernos de la Concertación.
Ya a comienzos de esta década ni siquiera causaban asombro verdaderas apologías de la obra económica de la dictadura, efectuadas por connotados líderes concertacionistas, Como la realizada por el ex presidente del PDC y actual canciller Alejandro Foxley, en Mayo de 2000, en la que dijo que «Pinochet… realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, al cual están tratando de encaramarse todos los países del mundo. Hay que reconocer su capacidad visionaria… de que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile y que, quienes fuimos críticos de algunos aspectos de ese proceso en su momento, hoy lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile, que ha terminado siendo aceptado prácticamente por todos los sectores. Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar».9*
Ha sido tal el grado de consolidación del modelo neoliberal en esta década y media, que ha provocado en los últimos años reiterados cuestionamientos del episcopado católico por las escandalosas desigualdades sociales que genera. Y, por otro lado, ha suscitado múltiples panegíricos a Lagos y su gobierno por parte de connotados líderes de derecha. Así, tenemos las declaraciones de «amor» a Lagos efectuadas por el presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, Hernán Somerville, con ocasión de la reunión de la APEC en Octubre pasado;*10 las expresiones del destacado economista de derecha, César Barros, de que Lagos ha sido «el mejor Presidente de derecha de todos los tiempos»*11; y la calificación del político de la UDI Hernan Chadwick de que su gobierno fue «muy bueno»*12
Y en términos más generales tenemos las expresiones del cientista político, Oscar Godoy, quien consultado si no observa un desconcierto en la derecha por la «capacidad que tuvo la Concertación de apropiarse del modelo económico», respondió: «Sí. Y creo que eso debería ser un motivo de gran alegría, porque es la satisfacción que le produce a un creyente cuando consigue la conversión del otro. Por eso tengo tantos amigos en la Concertación; en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como liberales, comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica liberal, a mí me satisface mucho».*13
Por último, esta conformidad con el sistema político autoritario y con el modelo económico heredados de la dictadura nos permite comprender otros tres elementos insólitos de las políticas concertacionistas desarrollados en estos 16 años: los intentos por consolidar la impunidad en materia de violaciones de derechos humanos; la autodestrucción de los medios
de comunicación concertacionistas y la ausencia total de esfuerzos por revitalizar las organizaciones sociales de los sectores medios y populares destruidas por la dictadura.
En efecto, si la obra económico-cultural de aquella se visualiza en términos tremendamente positivos y si se considera que dichas transformaciones no pudieron efectuarse sino por medios dictatoriales,*14 es inevitable que las violaciones de derechos humanos conexas adquieran mucho menor gravedad.*15
Asimismo, el giro copernicano del liderazgo de la Concertación no se extendía a su base, ni menos a periodistas que habían demostrado una gran consecuencia y valentía en la lucha contra la dictadura y su modelo económico. Por tanto, a esta luz resultan perfectamente comprensibles las políticas gubernamentales de bloqueo de ayudas externas *16 y de discriminación del gasto publico *17 dirigidas contra medios de comunicación concertacionistas o afines, y que los han llevado a su destrucción.
Y por último, como consecuencia natural de la asimilación del modelo económico; ha sido completamente lógica también la política de los gobiernos concertacionistas de mantener la irrelevancia de los sindicatos, juntas de vecinos, colegios profesionales y del movimiento cooperativo.
La conformidad no ha sido solo, pues, con el sistema electoral binominal.
NOTAS
1* Manuel Rivas Vicuña.- «Historia Política y Parlamentaria de Chile», Tomo I; Edic. de la Biblioteca Nacional, Santiago, 1964; pp. 245-6
2* cit. en Patricio Aylwin.- «El reencuentro de los demócratas. Del golpe al triunfo del NO»; Edic. Grupo Zeta, 1998; p. 259
3* «El Mercurio»; 8-8-1991
4* Patricio Aylwin, en «El Mercurio»; 8-8-1991. Han pasado varios gobiernos de la Concertación y dicha tarea aún no está «completada».
5* «El Mercurio»; 26-9-2003
6* Edgardo Boeninger.- «Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad»; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1997; p. 369.
7* Pese a que los nueve senadores designados en ese entonces serían todos de derecha, la Concertación habría elegido un senador en cada una de las 13 circunscripciones originales. De este modo, habría superado el tercio de 12, considerando que el total de senadores habría sido 35.
8* Así, la suma de votos entre la Concertación y la Izquierda, le habría permitido a la primera obtener un senador más en 1993 (Circunscripción Novena Norte) y dos más en 1997 (Segunda y Octava Interior); con lo que en lugar de haber estado en minoría en el Senado de 23 a 25, habría tenido una mayoría de 26 a 22
9* «Cosas»; 5-5-2000
10* Ver «La Segunda»; 14-10-2005
11* «La Tercera»; 11-3-2006 Además, Barros compara a Lagos con el hijo pródigo de la parábola evangélica (Lucas 15;11-32), analogando a la derecha económica con Dios Padre y a la derecha política con el hijo mayor.
12* «El Mercurio»; 21-3-2006
13* «La Nación»; 16-4-2006
14* Como lo reconoce Andrés Allamand, «Pinochet le aportaba al equipo económico algo quizás aún mas valioso: el ejercito sin restricciones del poder político necesario para materializar las transformaciones» («La Travesía del Desierto»; Edit. Aguilar, Santiago, 1999; p. 156)
15* Ciertamente que esta lógica no tiene porqué llevar a aceptar la brutal escala a que llegaron las violaciones de derechos humanos de la dictadura, pero sí a que ellas, en algún grado, representaron un mal necesario o mal menor.
16* Denunciadas en el caso de «Análisis», «Apsi» y «Hoy» por el ex director de la primera, Juan Pablo Cárdenas («El Mercurio»; 11-9-2005).
17* Denunciadas por Juan Pablo Cárdenas («El Mercurio»; 11-9-2005) y por Sonia Montecino, Diamela Eltit, Martín Hopenhayn, Manuel Antonio Garretón, Sofía Correa, Bernardo Subercaseaux, José Miguel Varas, José Balmes, Naín Nómez, Ana Pizarro, María Eugenia Horvitz, Francisca Márquez, Elicura Chihuailaf, Alfredo Joignant, Tomás Moulian, Julio Sau, Ramón Griffero, Sergio Trabucco, Paulo Slachevsky, Silvia Aguilera y Faride Zerán. («Rocinante»; N° 84, Octubre, 2005).