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La contrarrevolución española y sus ideas

Fuentes: Rebelión

Analizamos un libro que proporciona ricos elementos para la comprensión del modo de ver el mundo y los resortes de la acción ideológica de las clases dominantes españolas, las instituciones conservadoras y las derechas que defendieron el lugar que ellas ocupaban en la década de 1930.

España Trastornada. La identidad y el discurso contrarrevolucionario durante la Segunda República y la Guerra Civil.

Ramiro Trullén Floría

Madrid. Akal, 2016.

252 páginas.

Esta obra procura la comprensión de los mecanismos ideológicos y el discurso del conjunto de la derecha española en los días de la segunda república. Se refiere a un pensamiento contrario a la democracia, anticomunista y antiobrero, con distintas vertientes y énfasis variados. Pero en su conjunto empeñado en deslegitimar a los gobiernos republicanos de izquierda, presentándolos como responsables de atentados contra los valores esenciales de la España eterna e incuestionable.

La defensa del orden social existente y sus jerarquías, orientada al aplastamiento de las amenazas que se ciernen sobre éste, es la razón de ser de lo que, según el autor, constituye una “identidad mental” amalgamada por la contrarrevolución. Espíritu que se realimenta de cada acción gubernamental o emergida desde las clases explotadas que sea percibida como potencialidad destructiva de los valores que interesa preservar.

Fascistas, clericales, militaristas al servicio del orden, la familia y la propiedad.

Trullén Floría dedica sus esfuerzos a analizar el pensamiento fascista y el nacionalcatólico como los ejes de la perspectiva de la contrarrevolución. Los dirigentes o inspiradores de la coalición católica y los de Falange desfilan por uno de los primeros capítulos. Son los dos principales exponentes, en el nivel de los partidos políticos y de los alineamientos ideológicos, de quienes combatirán no tanto a la república como tal sino a la posible derivación revolucionaria de las medidas que sus gobernantes toman o de las acciones de lucha que los ámbitos obreros y populares desatan.

El historiador despliega su estudio del discurso contrarrevolucionario a partir de lo que denomina “puntos fundamentales”: Clase, género, nación (frente a los “separatismos”), propiedad, Iglesia (identidad religiosa) y el Ejército (militarismo-pretorianismo). Todos estos factores solían confluir en un conjunto genéricamente definido como “orden”.

Al respecto afirma: “Lo que considero que la mera mención del ‘orden’ podía evocar era un universo de jerarquías de todo tipo, de defensa del capitalismo, de relaciones sociales, de género, de propiedad privada, de hegemonía católica, de papel rector de la Iglesia y el Ejército, de unidad blindada de la nación española.” (p. 49).

Es digno de mencionarse que Trullén comienza sus enumeraciones con el eje de clase y la defensa del capitalismo. Al buscar la articulación del universo mental que avanzará en dirección al fascismo o al menos a la supresión violenta de la democracia, le asigna centralidad al sostenimiento de los intereses de la clase dominante.

Clericalismo, militarismo, ultranacionalismo, defensa de la familia tradicional son modo diferentes de justificar el alineamiento con los intereses de las clases dominantes, argumentado a menudo con el sostenimiento de la propiedad como derecho fundamental, eje ordenador de la sociedad.

Ese enfoque configura una virtud fundamental de este estudio, que rehúye derivas “institucionalistas” o “culturalistas” para situar la preservación de un sistema social desigual e injusto como el impulso fundamental, la razón de ser de la acción contrarrevolucionaria.

Un mérito adicional del análisis consiste en que de ningún modo se coloca en una situación de subordinación o irrelevancia a la preservación de otras jerarquías, como la religiosa o la de género. Se trata en cambio de ubicar al elemento que proporciona la arquitectura básica al conjunto.

Otro punto de atención de la obra es cómo las dirigencias e intelectualidad derechistas procesan y administran el hecho de que se hallan en una sociedad de masas, ya no susceptible de regirse por el elitista “caciquismo” que actúa mediante el clientelismo o la extorsión.

Ya el mero conservadurismo no era suficiente, había que incidir en la visión del mundo de sectores más amplios para construir hegemonía. El libro brinda varios pasajes para comprender la acción desplegada para conseguir apoyo de masas entre sectores medios e incluso populares, en particular en el medio agrario.

En esa dirección van varios apuntes sobre la CEDA, el partido católico de masas que se convirtió en una fuerza nacional de primer orden. Y llegó a apostar un buen tiempo por la vía electoral para “rectificar” los supuestos “excesos” republicanos, antes de volcarse a la violencia para mitigar el resentimiento de haber perdido unas elecciones decisivas.

La España “una, grande y libre” contra el pueblo español.

Una buena parte del libro está dedicada a los diferentes anatemas que las derechas lanzan sobre las políticas republicanas. Eran fundamentados de forma que el comportamiento derechista era presentado como respuesta al hostigamiento producido desde la izquierda, tanto por instancias gubernamentales como por movimientos sociales.

Sendos capítulos se ocupan de las reacciones frente a la “dictadura socialista”; el cambio de los roles de género, las medidas laicistas, la reforma agraria, el “complot judeo-masónico”, la reforma militar.

Al contrario de lo que señalaban las acusaciones de “dictadura” y ejercicio de la violencia, fueron las fuerzas del “orden” las que ante el nuevo triunfo electoral de la izquierda en febrero de 1936 se lanzaron a pleno a las acciones de fuerza para destruir a la república. Y a la agudización de los enfrentamientos, el “caos” y la “anarquía” para justificar la irrupción militar en la disputa decisiva en torno al poder.

En el último capítulo Trullén Floría analiza el discurso de “cruzada” que se desplegó luego del fracaso parcial del golpe de julio de 1936 y el consiguiente desencadenamiento de la llamada guerra civil. Y llega a la conclusión de que existió una sustancial continuidad con los elementos discursivos del período prebélico.

Se refiere así a “…la enorme flexibilidad del marco interpretativo contrarrevolucionario que permitió recurrir al anclaje de toda una serie de argumentos e ideas fijados con firmeza en una parte significativa de la población española.” (p. 217)

Con ese basamento ideológico y cultural el asalto al poder significó la reversión de todos los avances republicanos y la vuelta a entronizar todo un sistema de instituciones y valores, que resistían así con éxito a cualquier recorte de sus privilegios y a las viejas y nuevas ideas que los sustentaban.

Sobre el final del texto, el autor da su interpretación del resultado de la guerra, que vale reproducir aunque la cita sea algo extensa:

“…el 1 de abril de 1939 la contrarrevolución nacionalcatólica fascistizada derrotó al proyecto democrático que, con diferentes matices, grados e intensidades, el bando vencido defendía. Los obreros volvieron a las fábricas, las mujeres a los hogares, la diferencia sexual se difuminó en la invisibilidad, los jornaleros descubrieron humildemente sus cabezas, las aspiraciones nacionalistas subestatales quedaron silenciadas. Los grandes empresarios y banqueros se prepararon para ver crecer sus beneficios, el Ejército y la Iglesia recuperaron su rol privilegiado en la sociedad, los propietarios regresaron a la seguridad del cobro puntual de sus rentas, la clase media conservadora abrazó el orden del nuevo régimen.” (p. 249)

Se cierra así el libro con la caracterización sintética de las bases de la dictadura que iba a durar cuatro décadas, a través de la conjunción de las tradiciones ultraconservadoras con la cosmovisión fascista. Lo que le proporcionó nuevas bases de sustento al sistema de dominación preexistente.

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Esta obra construye una mirada compleja y de alto valor explicativo sobre los fenómenos que analiza. En sus páginas anida una comprensión del proceso que no se remite al eje de confrontación “democracia vs. antidemocracia” ni subsume los impulsos renovadores de la época republicana a la matriz “modernizadora y laica” opuesta al “oscurantismo” reinante del otro lado.

Si las fuerzas de las clases dominantes y las instituciones aliadas a ella adoptaron un talante “contrarrevolucionario” se debió en gran parte a que enfrentaban los impulsos a la revolución que latieron con fuerza entre 1931 y 1939. Ubicar allí el núcleo del conflicto es una vía insoslayable para el entendimiento de las confrontaciones de aquella década. Y constituyen el aporte nodal de este trabajo.

El autor apoyó sus interpretaciones en un minucioso estudio, tanto sobre fuentes primarias, en particular las periodísticas, como en la profusa bibliografía en torno a las cuestiones que le ocuparon. El resultado es un rigor que se mantiene durante toda la obra, sin caer en solemnidades ni academicismos excesivos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.