Se ha vuelto una costumbre en los políticos profesionales utilizar una muletilla que cumpla con describir el momento en que se vive. No importa si es o no reflejo de la realidad; lo importante es que todo el espectro lo utilice y luego se convenzan de que en efecto, es así. Le ha tocado el […]
Se ha vuelto una costumbre en los políticos profesionales utilizar una muletilla que cumpla con describir el momento en que se vive. No importa si es o no reflejo de la realidad; lo importante es que todo el espectro lo utilice y luego se convenzan de que en efecto, es así.
Le ha tocado el turno a la frase «cambio de ciclo». Nadie que se enfrente a un micrófono deja de repetir que el país entra en un nuevo ciclo. Sin embargo, a juzgar por lo que se ve y se lee, las cosas siguen donde mismo. A menos que se entienda por tal los resultados preliminares de años de movilizaciones de la gente exigiendo, con costos elevados, el fin del neoliberalismo. Pero lo que determina el modo en cómo vivimos los chilenos, en su vasta y profunda extensión, sigue y va a seguir, por mucho tiempo, igual.
La nueva administración llega montada en un programa que rasguña aquellas exigencias levantadas por la chusma. Y se ha elevado su texto a la condición de referencia sagrada. Sin embargo, es difícil desprenderse de la sana costumbre de dudar, en especial de los programas gubernamentales. No se dice con la frecuencia necesaria, pero las primeras víctimas de los últimos gobiernos han sido, precisamente, sus programas.
Entronizada como un mecanismo necesario para el funcionamiento de todo lo demás, la impunidad ha permitido que en las campañas electorales se ofrezca este mundo y el otro, sin que los imaginativos redactores tengan la obligación de cumplir con lo que mienten con descaro. Luego, una vez terminados sus gobiernos, sigue una discusión estéril y de mal gusto para determinar los porcentajes de cumplimiento de lo ofrecido, hasta que el fragor de otras mentiras, agota la discusión, para revivirla cuatro años después.
Con todo, el nuevo gobierno, como todo nuevo gobierno, logra instalar una buena dosis de incertidumbre en el comienzo de su gestión. La eterna espera de la gente se permite contener por un rato su rabia y duda respecto de si ahora le llegará su turno. Pero luego, deberá sufrir la decepción de siempre.
A partir de cierto punto los esfuerzos comunicacionales se van a centrar en justificar del modo más convincente posible aquello que el fragor de la campaña electoral y los esfuerzos por convencer a los otrora rebeldes, les obligó a prometer. Un presupuesto restrictivo dejado por el anterior gobierno, la situación de la economía mundial, la necesidad de una redacción minuciosa de los proyectos de ley, prioridades impuestas por cuestiones de Estado, lentitud en el proceso de generación de las leyes, y un etcétera imaginativo y contundente, se desplegarán para ganar tiempo e intentar bajarles los ímpetus a los revoltosos y apurones que no entienden esto de gobernar.
De modo que el famoso nuevo ciclo no será otra cosa que una vuelta en redondo para comenzar de nuevo en donde lo dejamos.
Un nuevo ciclo para el país, entendiendo por tal la inauguración de una nueva cultura, sólo será posible cuando todo lo que exista comience a ser desmontado para dar paso a una civilización que de verdad ponga por sobre el egoísmo un tiempo solidario, en donde la economía no sea aquello que asfixia todos los días a los más desprovistos de la suerte, en donde la mentira sea castigada y los niños nazcan para ser felices.
Un nuevo ciclo se va a celebrar cuando las riquezas del territorio se queden en él, para disfrute de todos los habitantes. Cuando ningún niño mapuche se aterrorice al sentir el vuelo rasante de un helicóptero. Y cuando se clausure el último de los guetos de pobres que han proliferado en la orillas para no afear el centro.
Mientras eso no ocurra, aquello que se entiende por un cambio no va a ser otra cosa que el necesario acomodo para permitir la pervivencia de la misma cultura que ha fundado el país, se dice, más desigual del planeta. Y ese triste récor no va a ser defenestrado por la mera articulación de una serie de medidas propuestas sólo para encantar al populacho más rebelde.
Serán otros hombres y mujeres los que harán lo que corresponda: desarmar lo existente para construir algo nuevo. De eso se trata. No de intenciones en las que creen solo aquellos que han hecho de la esperanza una tabla de salvación.
Un nuevo ciclo comenzará en el país cuando el último de los cómplices y encubridores de la dictadura enfrente una justicia de verdad. Y cuando no sea posible la existencia de autoridades políticas que avergüencen.
Un nuevo ciclo en la historia de nuestro país va a ser posible cuando las víctimas que vivimos desde que los primeros aviones aparecieron por el norte antes de destruir La Moneda, sean los que manden. O cuando no mande nadie.
Un nuevo ciclo habrá comenzado cuando se extinga el último cavernario que entienda más importante la corbata de Gabriel que sus ideas.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 800, 21 de marzo, 2014