Por primera vez en su historia una mujer accede a la presidencia mexicana. La cosa no es baladí, dado el perfil machista de nuestra nación hermana, donde una inaudita violencia siega un escalofriante número de vidas femeninas todos los años, tal como reflejó Roberto Bolaños en una parte de su obra póstuma 2666. El perfil de la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, difícilmente podría ser más halagüeño. Tiene una sólida formación científico-académica y una consolidada experiencia como gestora política en cuanto alcaldesa de la capital mexicana.
Por eso resulta especialmente llamativo el conflicto diplomático creado con España. Hasta Putin parece haber podido recibir la invitación, aunque no acuda. Sin embargo, el titular de la Corona Española no puede asistir al no haberse disculpado por una colonización acaecida hace medio milenio. Felipe VI es el Jefe del Estado español, mal que nos pese a los republicanos. Su función está encuadrada en un sistema democrático que se regula como una monarquía parlamentaria, ejerciendo esa representación simbólica. Considerarlo heredero de los Austrias y pensar en términos de reconquista es algo que hacía más bien el franquismo, que ideó un Día de la Raza y conmemoraba la jornada del Descubrimiento.
En España todo eso se asocia con la dictadura y es una perspectiva que reivindican los nostálgicos del franquismo. Meter a toda la ciudadanía española en el mismo saco no parece algo propio de una ideología progresista, que tiende a juzgar las cosas con otras varas de medir. Sería como identificar al pueblo alemán actual el nazismo de los años treinta o a los judíos con su jefe de gobierno. Los gentilicios orientan el estudio de la historia, pero afortunadamente no determina el destino de las naciones, que pueden cambiar con el tiempo en uno otro sentido.
El presidente norteamericano ha decidido enviar a la primera dama, en vez de a su vicepresidenta por ejemplo. En el caso español una de nuestras vicepresidentas planeaba ir con Felipe VI, pero tiene que anular el viaje, pese a compartir ideología con la presidenta mexicana. Estamos ante un incidente diplomático bastante absurdo. No hay que despreciar el significado histórico-político de cualquier simbolismo, pero tampoco sirve de mucho malversarlo intempestivamente y a destiempo. Estrechar los lazos que obviamente nos unen es el mejor modo de revisar nuestra común Leyenda Negra y comprender cómo muy pocas huestes contaron con el auxilio de comunidades indígenas que lucharon q su lado contra quienes detectaban la hegemonía en ese momento.
Pese a los desmanes perpetrados en aras del fanatismo religioso y la codicia de los conquistadores, el intercambio cultural enriqueció a las generaciones venideras, aunque lo hiciera sobre las ruinas de culturas reprimidas y sojuzgadas. Descontar cualquiera de los dos factores arrojaría una imagen parcial del resultado. La realidad está plagada de luces y sombras, aunque siempre tiente recurrir a las visiones maniqueas. ¿O acaso no tuvo sus claroscuros el proceso de Independencia mexicano? El Papado de la época también jugó un papel protagonista y sin embargo se le reverencia con esa sumisión que solo da la fe.
México acogió como ningún otro país a los exilados republicanos que perdieron la Guerra Civil española, provocado por un alzamiento militar al que ayudaron los fascismos europeos, mientras las democracias jugaban a ser neutrales. De poco hubiera valido entonces invocar las hazañas bélicas y conquistadoras de la monarquía española. Conviene no confundir las cosas.
Ahora mismo la Corona española tiene otras rendiciones de cuentas pendientes. Juan Carlos I amasó un patrimonio ampuloso y sus conquistas amorosas costaban dinero al erario público. Una de sus amantes más estables, Barbara Rey, recibió una pingüe compensación económica por parte del Estado, tras negociar con el servicio secreto, que recurrió a los fondos de libre disposición, reservados para cosas tales como el contra terrorismo y el espionaje. No hace falta endosarle agravios de sus ancestros al padre del actual monarca. Su inmunidad es un escándalo mayúsculo. Cada cual debe responsabilizarse de sus actos.