Cegados por lo inmediato de la corrupción, por los chanchullos de relevantes autoridades y de significados políticos, sin excluir a los partidos a los que pertenecen, estamos olvidando que el mayor problema, con mucho, es la paulatina liquidación del Estado y de las prestaciones sociales a las que está obligado o debiera estarlo. Comenzaron en […]
Cegados por lo inmediato de la corrupción, por los chanchullos de relevantes autoridades y de significados políticos, sin excluir a los partidos a los que pertenecen, estamos olvidando que el mayor problema, con mucho, es la paulatina liquidación del Estado y de las prestaciones sociales a las que está obligado o debiera estarlo. Comenzaron en los 80 y desde entonces no ha pasado ni un solo día en el que algo público no se privatizara, bien fuera alguna propiedad, un servicio o algún derecho social. Con toda claridad y para entendernos, algo nuestro, algo que nos pertenece, pasa a ser negocio de alguien que después nos lo venderá más caro y con menor calidad. Bienes y servicios que pasan a ser propiedad de alguien relacionado estrechamente con el poder, con los personajes del partido político de turno que forman el Gobierno, con la complicidad de la oposición. El pretexto, siempre el mismo, la rentabilidad y la mejor gestión de lo privado frente a lo público, como si los beneficiarios nos hicieran un favor o fueran ONGs recién caídas del cielo, no lo que son, depredadores de todo lo que pillen para estrujarnos hasta donde puedan en aras de la rentabilidad, para mantener la tasa de ganancia, la suya, a costa de lo que haga falta.
En definitiva, la función de este modelo de Gobierno, y de la Unión Europea, es hacer que lo público, lo nuestro, -bienes y servicios- sea regalado a las fauces de no se sabe bien quién -de sobra se sabe- para que después nos lo vendan a nosotros mismos. Y si hablamos de finanzas, el Gobierno, más allá de regalar los derechos del Estado sobre el sistema financiero, sobre el Banco de España -que no es poco-, dispone que sean los bancos (los mercados), los que manejen el tinglado de las finanzas y presten al propio Estado, a nosotros, el dinero que necesitamos. Así es como ellos, el mercado, los bancos, nos prestan nuestro propio dinero para que les paguemos un altísimo interés. Que nadie pretenda entender esto; digámoslo de otra manera: ¡estúpido, es el capitalismo! Y quedémonos con lo de estúpido, porque no otra cosa es usted, nosotros y yo mismo. Al menos así es como nos consideran nuestras autoridades, cómplices necesarios de las tropelías de la banca o de lo que ellos llaman mercado.
Y, realmente, algo o mucho de estúpidos hemos de tener cuando, repasando lo expuesto, todo gira en torno a «nosotros». Es nuestro Gobierno, nuestros partidos, son nuestros políticos, nuestro dinero, nuestros bienes, nuestros derechos, pero, para no dejar que todo siga siendo nuestro, lo anterior se transforma y nos lo convierten en nuestra miseria, porque en la miseria es en donde están dejando a mucha gente y en donde nos quieren dejar a todos los demás, solo necesitan un poco más de tiempo.
El nivel de corrupción, política e institucional, representa, ni más ni menos, el nivel de democracia que tenemos, incluida la monárquica. La corrupción, los sobresueldos y el resto de los delitos, no va más allá de revelar la catadura moral y política de estos personajes y de los partidos a los que pertenecen, no otra cosa. En cuanto al daño que representan sobre la economía sus miserables sobres y comisiones a penas es una pequeña parte de la punta del iceberg de la corrupción de fondo. Con más de medio centenar de paraísos fiscales, legalizados todos ellos por nuestros políticos y por nuestras instituciones, ¿qué otra cosa cabe esperar? A todo lo anterior hay que sumar la evasión fiscal de los grandes, amparada por el Gobierno de turno o por sus instituciones, cuando no legalizada mediante rebajas, indultos, bonificaciones o directamente con las Sicav.
En definitiva, la corrupción es el reflejo de una democracia hecha a medida de los mercados a los que el Gobierno (éste y los anteriores) representa y se arrodilla. No sé bien cómo, pero hemos apostado defender la libre circulación de capitales, mientras que para el resto de los derechos sociales nos hemos conformado con tener el derecho, sin más. Lo mismo que si dijéramos que todos tenemos derecho a tener un millón de euros, un ciento o un millar (Sin olvidar que para que alguien los tenga, muchos, la mayoría, nada han de tener). Puro mercado, puro neoliberalismo, en esto estamos ya, para seguir y para que ellos sigan prosperando.
Como al perro sarnoso al que todo se le vuelven pulgas, al neoliberalismo de la Unión Europea le hemos de sumar el legado de décadas de dictadura, de la que ahora somos tristes beneficiarios de una monarquía caduca, obsoleta, más escándalos a parte, junto con un perfecto planificado diseño de bipartidismo (PSOE-PP) y bisindicalismo (CCOO-UGT) a modo de dúo polio político y sindical, responsables directos del actual desastre social y también responsables del desmadre financiero. Todo, tanto antes como ahora, bajo palio, cobertura esencial, como si esto les dotara de la legalidad moral de la que carecen.
Cada día vemos cómo el Gobierno va arañando en la prestación de bienes y de servicios básicos, para ponerlos en manos privadas, convirtiendo los derechos de los ciudadanos en negocio exclusivo de los mercados, de los bancos. Así, este modelo de Estado, despojado de sus funciones sociales, solo nos servirá para recibir cada vez más represión, tanta como a ellos, al Gobierno, mercados y bancos, les sea necesaria para aplastar cualquier amenaza que pudiera surgir de los movimientos sociales.
Poco a poco Gobierno y oposición van configurando un Estado a su medida con cada vez menos prestaciones y con cada vez más represión. Este es el principal problema; la corrupción solo significa una pequeña parte de la ingente cantidad de millones que importan las privatizaciones y la liquidación del Estado.
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