“¿Para qué sirve entonces la civilización? ¿Para qué sirve la conciencia del hombre? ¿Para qué sirven las Naciones Unidas? ¿Para qué sirve el mundo?”
FIDEL
Existen verdades establecidas como verdades evidentes y otras que, lamentablemente, permanecen ocultas y, lo peor, ocultadas para gran parte de la humanidad.
Si se parte de la realidad de que los seres humanos han creado y han sido los partícipes de la civilización desde su origen primitivo hasta la actualidad, no puede negarse, como han afirmado historiadores y otros científicos, que la enfermedad ha influido en su creación al afectar su vida y sus actos. Y es que las investigaciones de restos humanos y animales de la historia antigua y de la prehistoria ha demostrado que la enfermedad ha prevalecido no solo a través de la historia de la civilización, sino mucho antes del surgimiento del hombre. Por tanto, la enfermedad es tan antigua como la vida misma, porque siempre han existido factores que superan la adaptabilidad de cualquier organismo.
Puesto que las enfermedades han ocurrido en todos los tiempos, todos los grupos o sociedades humanas han sido afectados por ellas y han tenido que luchar contra ellas en una u otra forma. El triunfo sobre la enfermedad ha sido siempre una parte del esfuerzo por dominar por la ciencia a la naturaleza, en los estadios superiores del conocimiento, al descubrir que la génesis de la enfermedad supone siempre dos factores: el ser humano y el medio en que se ha desenvuelto. Y es así que el medio social y físico, causa de casi todas enfermedades, es modificado a su vez, por la civilización, que ha influido y alterado profundamente la vida del hombre. Los diversos factores sociales, culturales, económicos, políticos, religiosos, éticos, filosóficos y científicos forman un conjunto integrante de lo que se denomina civilización, que traza el rumbo para develar los misterios, responder interrogantes, enfrentar amenazas y peligros y vencer las acechanzas a la vida en todos sus estadios.
La historia del hombre y las enfermedades antes y después del surgimiento de las ciencias médicas ilustra los desaciertos y aciertos de las sociedades al enfrentar la cura de las enfermedades utilizando, en muchos casos, los métodos más absurdos y bárbaros, en los que determinados factores sociales dominantes pretendieron “recetar” o “utilizar” métodos y pócimas como supuestas panaceas. Hoy asombran tales soluciones para muchos males, que sólo el desarrollo social, la ciencia y la medicina lograron descubrir y poner en práctica para un verdadero triunfo de la humanidad. Tal parece que esta época de la COVID-19 tampoco se ha podido librar de las absurdas y bárbaras “recetas” de un brujo gobernante como Trump, que incursionó en el campo de las ciencias y recomendó la administración de un desinfectante para curar el virus causante. Y lo que es más grave, que algunas decenas de papanatas seguidores ciegos del actual emperador sufrieran intoxicaciones en EE.UU.
Hoy la COVID-19, enfermedad producida por un nuevo virus, denominado SARS-cov-19, originario de una especie animal según se ha planteado hasta el momento, es una enfermedad declarada prontamente por la OMS (Organización Mundial de la Salud) como pandemia. Desde su repentina aparición en China en diciembre de 2019 hasta abril del 2020 se ha diseminado por el territorio de 183 países, ha contagiado a millones de personas y causado casi un cuarto de millón muertes. Al contrario de otros tipos de coronavirus ya conocidos desde las primeras décadas del siglo XX, relativamente benévolos, este nuevo virus ha resultado muy letal.
Países pobres y ricos han sufrido igual suerte. Y la actual civilización mundial, con todos sus avances y desarrollo, y sus desiguales niveles en los distintos países y entre ellos mismos, ha sido retada como nunca antes ya que obligó a los Estados a adoptar medidas urgentes entre las cuales han estado el cierre de fronteras, la paralización de casi total de las actividades productivas, comerciales, educativas, culturales, de recreo, de transporte, etc., y decretar el aislamiento social en casa de miles de millones de personas. Se trata, en síntesis, de lo nunca visto en la historia de la humanidad, pues ha afectado a todas las esferas de la actividad y existencia humana.
Ha habido, sin embargo, una sola actividad inalterada, que debe ser objeto de presentes y futuros estudios político-ético-sociológicos: la permanencia de las agresiones militares, de sanciones y bloqueos, del despojo ilegal de recursos que han mantenido vigentes determinadas naciones prepotentes, cuyos mandatarios debieran ser juzgados en el futuro como autores de actos de lesa humanidad contra los pueblos que han sido víctimas de tales medidas. El juzgamiento debiera ser hecho desde ahora mismo por la ONU y el Tribunal Penal Internacional o tan pronto esos personajes dejen sus posiciones de gobierno. Y debe añadirse como una agravante adicional de los delitos criminales, las circunstancias en que se han cometido, ya que han incluido medidas encaminadas a impedir los recursos y acciones contra la COVID-19 que esos países agredidos necesitaban con urgencia para garantizar la salud y disminuir la inevitable letalidad en la población afectada por la enfermedad. Existen casos notables como el del presidente Donald Trump que además de aplicar medidas y lanzar agresiones militares contra un grupo de países, también ha sancionado a la OMS, organización líder mundial contra la pandemia; y también el Primer Ministro de Israel Netanyau, con las agresiones de bombardeos contra Siria y Palestina.,
No se puede soslayar que hoy como ayer la humanidad tiene un problema grave que resolver en el campo de las enfermedades infecciosas de tipo respiratorias. Debe recordarse que en el siglo pasado la pandemia de influenza de 1918-1919 acabó con diez millones de vidas. Incluso el catarro común y sus variedades si bien no matan a las personas si no se complican en formas de neumonías, crean mayor número de incapacidades temporales que cualquier otra enfermedad, y todavía no existen formas de evitarlo. Y hoy la COVID-19 es una nueva variedad de enfermedad respiratoria que la medicina y las ciencias afines deberán desentrañar en todas sus posibles complicaciones e interrogantes, así como constatar la definitiva morbilidad y letalidad a nivel mundial y nacional; si podrá evitarse por vacunas y si se mantendrá o no como una enfermedad respiratoria estacional más. También habrá de hacerse un balance final del número total de contagiados y de muertos, y estimar qué porcentajes representan entre individuos ricos y pobres.
En estos tiempos en que la civilización ha alcanzado tantos avances, con suficientes recursos para ponerlos a disposición de los derechos humanos de las personas, para garantizar la salud, la vida y el bienestar de pueblos enteros, para compartir solidariamente los recursos humanos y materiales entre los países, especialmente los necesarios para sostener los sistemas de salud con sus misiones integrales en la sociedad moderna, la evolución y comportamiento de esta pandemia ha puesto de manifiesto muchas verdades ocultas y ocultadas, que deseo resumir.
El comportamiento de la pandemia en el país más rico del planeta, EE.UU., y en las otras potencias occidentales capitalistas, con el modelo político imperante denominado neoliberal, demuestra que no garantizan un sistema de salud con enfoque social y universal, de carácter integral en lo preventivo, curativo y rehabilitador. Tampoco han demostrado ser capaces de expresar una solidaridad consecuente y desinteresada con los países subdesarrollados más pobres. Y para mayor pobreza moral e insania criminal se da el hecho insólito que el gobierno estadounidense está librando una campaña calumniosa y agresiva contra la cooperación médica solidaria de Cuba con muchos países, a pesar de ser reconocida mundialmente como un modelo de la cooperación Sur-Sur.
Millones de niños pobres mueren todos los años por desnutrición y hambre, porque tanto en países ricos como en los pobres, se olvida miserablemente que las condiciones económicas y la educación de las personas son la sustentación del trabajo de la salud pública universal para todos. Las condiciones sanitarias dependen de la situación social y económica, y la pobreza es la maldición de la humanidad
Si las sociedades han avanzado en los últimos tres siglos como nunca antes, especialmente en los dos últimos, la medicina como ciencia de la salud ha alcanzado una nueva concepción: el fomento, la prevención, la curación y la rehabilitación de las personas, pero con un desempeño y una investigación paralela ligada a las familias en su entorno comunitario. Es decir, que el carácter social de la medicina se ha impuesto como teoría y práctica. Pero desgraciadamente en la mayoría de los países, bajo el sistema capitalista neoliberal, la privatización del ejercicio de la profesión médica y, además, de las instituciones de salud, se han convertido en una fuente de explotación de los enfermos con recursos financieros para pagar los altos costos de las consultas y los tratamientos, a la vez que se excluyen, incluso en casos de urgencias graves, a quienes no pueden pagar los servicios.
En la actualidad los avances en las ciencias de la salud, los conocimientos sobre la naturaleza de las enfermedades, y de los factores determinantes de ellas, han dejado establecido que el mejor sistema social es aquel que asegura los servicios a todos los individuos o habitantes de los pueblos y, que a la vez, las mismas personas participan activamente en los programas de salud. Cada familia debe tener su médico y otro personal de la salud, y también una institución básica de salud, como un consultorio médico y un policlínico que estén ubicados en la cercanía de la comunidad y sean, por lo tanto accesibles y gratis para todos, ya que configuran lo que se denomina atención médica primaria. Que, además, las instituciones superiores como los hospitales de distingos rangos, con servicios especializados, deben ser también gratuitos y accesibles a todos, y que cuenten con un adecuado equipamiento y recursos humanos que garanticen la calidad de los servicios con un enfoque preventivo y social para los enfermos.
Ante el fracaso de las naciones gobernadas por regímenes neoliberales que entronizan unas sociedades competitivas, quizás los resultados de la actual pandemia como el de otros muchos fenómenos sociales, ilumine las conciencias de los pueblos y mueva a los ciudadanos a luchar por instituir sociedades cooperativas, socialistas y solidarias, mediante disímiles luchas, que se caractericen por una democracia verdadera en las cuales todos tengan iguales derechos y obligaciones, de hecho y de derecho. Esas luchas de las naciones y de las poblaciones oprimidas, tienen que poner en evidencia la dimensión real de la explotación que sufren y se ejerce por una minoría explotadora, y deben batallar por su independencia política y económica, por la libertad y la justicia, por el derecho al trabajo y el bienestar que les permita el acceso a la salud y a una vida digna. Y algo también fundamental, que reciban y brinden la solidaridad natural en cualquier momento y época en que las coyunturas la demanden. Solo así se estarán construyendo los cimientos y la creación de una civilización nueva y mejor, que remplace definitivamente la injusta y enajenante actual.
Cuando se piensa en los recursos financieros gigantescos y de otros tipos que se dilapidan por los Estados para construir armas letales, como acorazados, portaviones, aviones, drones, cohetes, y armas nucleares de todo tipo, para amenazar al mundo con su destrucción y la muerte de miles o millones de personas y posiblemente la desaparición de la humanidad entera, uno llega a la conclusión que es necesario que se asuma como una ley primera de todas las naciones del mundo y de todos sus habitantes, la verdad salvadora que expresara Fidel el 12 de octubre de 1979 en el seno de la Asamblea General de la ONU, que hoy en los tiempos de la COVID-19 sirven como anillo al dedo a la humanidad amenazada de males infinitos y de exterminio total. Dijo Fidel entonces:
“Se habla con frecuencia de los derechos humanos, pero hay que hablar también de los derechos de la Humanidad.
¿Por qué unos pueblos han de andar descalzos, para que otros viajen en lujosos automóviles? ¿Por qué unos han de vivir 35 años, para que otros vivan 70? ¿Por qué unos han de ser míseramente pobres, para que otros sean exageradamente ricos? Hablo en nombre de los niños que en el mundo no tienen un pedazo de pan. Hablo en nombre de los enfermos que no tienen medicinas, hablo en nombre de aquellos a los que se les ha negado el derecho a la vida y a la dignidad humana.
Unos países poseen, en fin, abundantes recursos. Otros no poseen nada. ¿Cuál es el destino de éstos? ¿Morirse de hambre? ¿Ser eternamente pobres? ¿Para qué sirve entonces la civilización? ¿Para qué sirve la conciencia del hombre? ¿Para qué sirven las Naciones Unidas? ¿Para qué sirve el mundo?
No se puede hablar de paz en nombre de decenas de millones de seres humanos que mueren cada año de hambre o enfermedades curables en todo el mundo. No se puede hablar de paz en nombre de 900 millones de analfabetos. La explotación de los países pobres por los países ricos debe cesar.
Sé que en muchos países pobres hay también explotadores y explotados. Me dirijo a las naciones ricas para que contribuyan. Me dirijo a los países pobres para que distribuyan. ¡Basta ya de palabras! Hacen falta hechos. ¡Basta ya de abstracciones! Hacen falta acciones concretas. ¡Basta ya de hablar de un nuevo orden económico internacional especulativo que nadie entiende! Hay que hablar de un orden real y objetivo que todos comprendan.
No he venido aquí como profeta de la Revolución, no he venido a pedir o desear que el mundo se convulsione violentamente. Hemos venido a hablar de paz y colaboración entre los pueblos. Y hemos venido a advertir que si no resolvemos pacífica y sabiamente las injusticias y desigualdades actuales, el futuro será apocalíptico.
El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se pueden resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia. No pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos. Y, en el holocausto, morirán también los ricos, que son los que más tienen que perder en este mundo.
Digamos adiós a las armas y consagrémonos civilizadamente a los problemas más agobiantes de nuestra era, esa es la responsabilidad y el deber más sagrado de todos los estadistas del mundo. Esa es, además. la premisa indispensable de la supervivencia humana”.
En conclusión, 40 años, 6 meses y 19 días después de esta denuncia y apelación de Fidel en las Naciones Unidas, el mundo continúa viviendo la misma tragedia, y los sueños y esperanzas esperan por la concreción de las realidades urgentes posibles.
Wilkie Delgado Correa. Doctor en Ciencias Médicas. Profesor de Mérito y Doctor Honoris Causa de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.