Cuando se ignora la verdadera naturaleza de los acontecimientos, o cuando se quieren ocultar, los que mandan recurren a clichés, a simplificaciones que calan sin la mínima reflexión en las mayorías sociales que necesitan esas recetas para sobrellevarlo, aunque lo que se anuncie o se propague sea la concreción de una situación vital que les […]
Cuando se ignora la verdadera naturaleza de los acontecimientos, o cuando se quieren ocultar, los que mandan recurren a clichés, a simplificaciones que calan sin la mínima reflexión en las mayorías sociales que necesitan esas recetas para sobrellevarlo, aunque lo que se anuncie o se propague sea la concreción de una situación vital que les perjudica. Dejarse llevar por el ritmo cínico e hipócrita que marcan quienes están al servicio de un sector invadido por la codicia es una muestra evidente de la debilidad intelectual de esta especie nuestra.
La crisis económica es el término al que se recurre ahora para ocultar un estado de cosas que tiene mucha más enjundia de lo que nos quieren hacer ver. La crisis se ha convertido en el cajón de sastre en el que todo cabe, privándole a la expresión de su verdadero significado. Las crisis económicas, para que puedan ser consideradas como tal, deberían ser hechos de carácter coyuntural, no pueden permanecer en el tiempo sine die. Una crisis, en el más amplio sentido del término, es un tramo temporal con un comienzo y un final. Acaba con la recuperación y la vuelta a una situación análoga a la anterior o con el final de esa situación. Ahora nos están mintiendo intencionadamente diciendo que la crisis en la que, según la propaganda, estamos inmersos acabará, pero no se sabe cuándo. Antes era en el 2012, después en el 2013, ahora los políticos que gobiernan este país nos dicen que habrá recuperación en el 2014, algunos hablan del 2020, pero en estos momentos nadie con sentido común se atreve a pronosticar el final de esta crisis que, según nos han ido contando desde los ámbitos de poder, para ocultar la verdadera realidad, ha ido adquiriendo, a modo de metamorfosis, diferentes formas: inmobiliaria, financiera, económica, etc.
Ningún gobierno de turno, ni ningún medio de comunicación, se atreven a decir que lo que se está produciendo es la «crisis sistémica final» o, en términos más precisos, la quiebra del sistema capitalista. Pero interesa mantener el engaño para distraer a la masa y para que unos cuantos sigan viviendo del cuento mientras esto dé de sí. Nadie considera en estos tiempos que fuera una simple crisis económica el paso del feudalismo al capitalismo, proceso que se prolongó, al menos, durante doscientos años.
El falso anuncio de crisis económica, sin acotar principio y fin, es, en suma, una estratagema para seguir manteniendo esas enormes desigualdades entre unos y otros sectores sociales, cuando no para incrementarlas. Es, además, una medida de resistencia para mantenerse a flote en un barco que se hunde sin remedio.
Pero, en este tiempo de confusión y de mentira, no todos los sectores sociales se encuentran en la misma situación, lo que origina una asimetría vital, o «crisis asimétrica», que complica las cosas e impide, en gran medida, una revuelta generalizada. Esa asimetría vital o social se manifiesta a diario en el espacio internacional y, particularmente, en diferentes ámbitos de esta sociedad nuestra, dando lugar a contrastes o contradicciones que desbordan los límites de la razón:
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Las clases populares se empobrecen al mismo ritmo que las grandes fortunas aumentan, o aparecen bolsas de nuevos ricos.
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Las desigualdades se agudizan incluso entre lo que se conoce como «clase media»: la pobreza en nuestro país se ceba sobre más de doce millones de personas, mientras otros sectores de trabajadores siguen manteniendo un desahogado nivel de vida. Quizás sea éste uno de los principales motivos por los que no se produce una agitación social generalizada.
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Las actuales manifestaciones y demás actos de protesta se nutren de ese amplio sector social que vive sin demasiadas apreturas mientras que quienes se encuentran en la más absoluta penuria no acuden masivamente a estos eventos.
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Muchas y masivas manifestaciones en la calle no se traducen en logros, lo que muestra que las acciones de otros tiempos no son válidas, por lo que habría que buscar nuevas fórmulas más efectivas.
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Desahucios: los bancos se apropian de los pisos, los pobres tienen que seguir pagando el crédito después de ser desalojados de sus viviendas.
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Las mayorías votantes eligen a unos supuestos representantes que luego gobiernan en contra de sus intereses y restringen sus derechos.
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Los políticos, supuestos representantes de la soberanía popular, se blindan custodiados por la policía mientras los ciudadanos protestan en las calles, e intentan rodear el Congreso para manifestar su descontento con los que se sientan en los escaños.
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La Monarquía se divierte entregando premios en Asturias a futbolistas, y a otros tantos, mientras los ciudadanos protestan en los aledaños de los palacios por las medidas llevadas a cabo por el Gobierno de turno.
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La corrupción es práctica habitual en todas y cada una de las instituciones públicas; sin embargo, esto no supone ningún coste a los elementos que se corrompen.
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Los medios de comunicación manipulan la información, los tertulianos reciben excelentes emolumentos y el pueblo llano, sin voz ni voto, se deja llevar, sin indignarse, por los absurdos pseudodebates de esos individuos de baja talla intelectual.
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Unas clases privilegiadas (políticos, deportistas, agentes de los medios de comunicación, etc.) consumen lujo mientras amplias capas sociales tienen que recurrir a la caridad para poder comer.
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El actual Gobierno del PP recorta salarios y sube impuestos a los sectores menos favorecidos mientras mantiene los privilegios impositivos de las grandes fortunas. Un empresario español dona 20 millones de euros a Cáritas, mientras se beneficia de unos 500 millones a través de las ventajas que ofrecen las SICAV (sociedades de inversión de capital variable).
En resumen, que se asuma lo que oficialmente nos cuentan y no haya respuestas generales o individuales, físicas o intelectuales, ante el engaño de quienes nos hablan de una crisis que, según ellos, tendrá fin, aunque no dicen cuando; que exista un amplio sector social que aún no se ve afectado en su ritmo de vida (a pesar de recortes y subidas de impuestos); que, sin ningún tipo de reflexión o cuestionamiento, se acepten las normas impuestas desde arriba; que las acciones globales ejercidas contra el Gobierno o, en general, contra la casta política sean un fin en sí mismo y no un medio para alcanzar unos objetivos; que la corrupción no sea motivo de castigo en las urnas; todo esto, tal vez todo esto, sea la causa de que no se lleve a cabo una respuesta contundente y eficaz contra los que se empeñan en empeorar e, incluso, destruir una forma de vida que con tantos esfuerzos ha conseguido la clase trabajadora a través de la historia. Una respuesta que, ante el final de un sistema agotado, permita avanzar hacia un nuevo modelo basado en la igualdad y el progreso.
Sin embargo, hay que valorar en positivo la lucha de sectores laborales que no cesan en la defensa de sus condiciones de trabajo. Un reciente proceso reivindicativo con logros lo encontramos en el mantenimiento funcional del madrileño Hospital de la Princesa, doblegando la voluntad de un Gobierno regional reaccionario. Apostamos por este tipo de acciones sectoriales en la certeza de que la sincronía de actos de este tipo pueden hacer cambiar el ritmo de unos dirigentes que, de dejarles seguir así, nos arrastrarán hacia una sociedad empobrecida y cada vez más radicalizada, con enormes diferencias entre ricos y pobres.
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