Volvía del trabajo a casa. La misma ruta de siempre, con mi bicicleta. Circulaba por el carril bici por una avenida donde se encuentra ubicada parte de la Universidad de Valencia. Con eso quiero decir que en el mes de agosto está poco o nada transitada. Era uno de esos días y a las tres […]
Volvía del trabajo a casa. La misma ruta de siempre, con mi bicicleta. Circulaba por el carril bici por una avenida donde se encuentra ubicada parte de la Universidad de Valencia. Con eso quiero decir que en el mes de agosto está poco o nada transitada. Era uno de esos días y a las tres y poco del mediodía no había ni un alma. Iba con mi bicicleta pensando en mis cosas cuando giro la vista y observo junto a un coche a un hombre que tenía la bragueta bajada y se masturbaba ávidamente mientras me miraba pasar. Algo en mí brotó, una rabia visceral como nunca se había manifestado en situaciones similares, que no han sido pocas. Mi reacción también aumentó si la comparo con otras respuestas que he tenido ante el mismo hecho. Ayer había algo más. Frené mi bicicleta en seco, tanto que casi me caigo de morros ya que la parte trasera se levantó por encima de mi. Me dirigí hacia él, lo miré a la cara y comencé a gritar socorro como si ese acoso, ese abuso sexual fuera una agresión, una violación. Y es que lo era. En ese preciso instante me estaban violando a mí y todas nosotras, otra vez, tantas veces. Todos los días nos violáis a todas y cada una de nosotras continua e incesantemente, cuando nos miráis lascivamente, cuando nos lanzáis improperios mal llamados piropos cada vez que ocupamos el espacio público y os viene en gana, cuando os masturbáis a nuestra costa en plena calle. que para eso es vuestra y para eso estamos nosotras allí, para ser violentadas de una manera u otra, además de un largo etcétera de situaciones que soportamos día a día sin nuestro consentimiento, porque sí, porque vosotros tenéis esas y otras prerrogativas sobre nosotras. Tanto es así que lo veis, se ve como natural y todo. Seguí gritando y al ver que no había nadie ni nadie podía oírme salvo él, que enfundó su armamento en la bragueta y él en su coche, supongo que sorprendido por mi «desproporcionada reacción» ante un hecho tan cotidiano, le volví a mirar, esta vez a los ojos, y con toda mi ira le advertí, «la próxima vez te corto la polla, cabrón».
Y es que este día ha sido un día duro para todas nosotras, como si algo que hasta ahora había estado velado y que todas intuíamos se hubiera manifestado de repente, aunque es cierto que con previo aviso, la crónica de una muerte anunciada. Ya llevan tiempo advirtiéndonos del espejismo de la igualdad, nos quieren hacer creer con sus acciones y leyes que nuestros cuerpos no nos pertenecen , que están decididos a disciplinarnos a toda costa. Ejemplos no faltan, contrarreforma de la ley del aborto, ordenanzas municipales que regulan los cuerpos de las mujeres en el espacio público cuando hay «apariencia de prostitución». Hemos recibido todas una noticia que nos ha dejado en estado de shock, un varapalo que va a hacer historia y estoy segura que habrá un antes y un después. Ha sido la gota que ha colmado el vaso. Hoy sabemos que estamos fuera, que el sistema heteropatriarcal y sus instituciones tienen la intención de proteger y perpetuar esta cultura de la violación. Hoy tenemos la amarga certeza de que estamos solas en esta guerra, que no hay aliados posibles y que solo nos tenemos a nosotras mismas.
El miércoles la jueza titular del Juzgado número 2 de Málaga archivó el caso de una denuncia interpuesta por una mujer por una violación múltiple, cinco contra una porque, según sus propias declaraciones «las pruebas practicadas y las declaraciones tomadas no demuestran que haya delito». No sé muy bien de cuales de los delitos que yo identifico en este caso habla la señora jueza, si de la agresión sexual, el robo con intimidación o por filmar la agresión. Este caso nos muestra que no estamos tan lejos de la tan ejemplarizante sentencia de la minifalda, aunque quizás ya nos hemos pasado tres pueblos y que el mensaje viene a ser el mismo. El discurso que subyace es idéntico, las mujeres no debemos andar solas por las calles y mucho menos por la noche porque esto supone una provocación que justifica que seamos violadas, por transgredir la norma, por no quedarnos en casa como deben hacer las buenas mujeres, pero no solas, o salir sin un hombre que nos proteja. Nos está diciendo que nosotras somos las responsables de ser violadas, que si se nos ocurre denunciar los hechos seremos condenadas culpables por promiscuas, por no seguir las recomendaciones del ministerio del interior para evitar ser violadas, como evitar el contacto con desconocidos, no ir sola por la calle, sobre todo por la noche, también nos conmina a entablar conversación con el agresor con el objeto de disuadirle, o sea, ser amable, aunque eso luego se vuelva en nuestra contra, como ha ocurrido en este y otros muchos casos, en los que se alega que no se ha opuesto la debida resistencia, o evitar subir en un ascensor con un extraño, no sabemos bien el motivo, si para protegernos a nosotras mismas o al pobre hombre que, encerrado en un ascensor con una extraña peligrosa, se expone a que haya » una chica con ganas de buscarte las vueltas, se arranque el sujetador o la falda y al salir del mismo grite que la han intentado agredir» según palabras del alcalde de Valladolid, el señor Francisco Javier León de la Riva. Esta paranoia se hace extensible incluso a nuestro domicilio privado, a nuestra casa, que en el caso de vivir sola, algo que por lo visto también es peligroso según este protocolo, nos advierte de la necesidad de no poner nuestro nombre de pila en el buzón, correr las cortinas para evitar miradas indiscretas o encender las luces de diferentes estancias para que los violadores en potencia supongan que no estamos solas. Esta última advertencia es especialmente curiosa si se tiene en cuenta que las estadísticas muestran y demuestran todo lo contrario, que el peligro muchas de las veces está dentro, no fuera y que la mayor parte de las violaciones se producen en el propio domicilio de la víctima, no en polígonos industriales. Nos está diciendo que si estamos solas somos vulnerables. Volvemos al cuento del lobo y la niña, al hombre del saco. Me pregunto si este protocolo estará elaborado por hombres, por mujeres, por ambos y en qué porcentaje y apostaría a que han sido hombres, todos o en su mayoría. Nada dice de estrategias o técnicas de autodefensa, prefiere recluirnos en casa y no solas.
Y es que estamos inmersas en una cultura que promueve la violación de las mujeres, que nos enseña a nosotras a protegernos para no ser violadas pero que enseña promueve e incentiva con todos los medios a su alcance que los hombres puedan violarnos. Todo un entramado minuciosamente articulado se encarga de estructurar este discurso, desde las declaraciones de políticos, las leyes, la administración de justicia, el cine, la televisión, la publicidad, la literatura, las discográficas o los medios.
El papel de los medios también ha contribuido a legitimar esta cultura de la violación. El tratamiento de esta noticia me duele y son muchos los interrogantes que se agolpan en mi mente y en mis vísceras. Nada de lo leído me cuadra, los datos que nos muestran son contradictorios, pero hay cosas que no puedo llegar a comprender.
Supongamos que soy yo, como podría ser cualquier otra la que está trabajando en una caseta de feria. Supongamos que vienen cinco clientes y que, según algunos testigos «soy amable con ellos» (entiendo que es lo que se pretende de alguien que trabaja cara al público). Supongamos que después de mi jornada laboral sigo con ellos charlando y tomando algo. Vayamos más allá. Supongamos que la fiesta se alarga hasta la madrugada, que me pongo cachonda y les invito o acepto que vayamos al polígono industrial a seguir la fiesta, desoyendo, claro está, la instrucción del ministerio del interior de no hablar con extraños. Supongamos que consiento todo el rato, supongamos que consiento tener sexo con dos de ellos como ha afirmado el que dice que le robó el móvil y el bolso. Supongamos que consiento que me filmen para que luego puedan utilizar esa filmación para cualquier fin que se les ocurra. Supongamos que consiento que me roben el bolso y el móvil. Supongamos que en un momento determinado de la noche digo NO, es decir, dejo de consentir. Supongamos que ellos se molestan y que encima me roban, como ha declarado uno de los chicos «robaron el bolso y móvil de la chica al disgustarse con ella porque sólo quería mantener relaciones con los otros dos».
Me aterra la idea de que la propia filmación de esta historia fuera utilizada como prueba de la defensa. Me pregunto si se filmó con el consentimiento de ella y con qué objeto lo estaban filmando. Y también me pregunto si, según se ha dicho, se trataba de dos videos de menos de un minuto, cómo la señora jueza puede concluir que de ellos «no puede derivarse ningún indicio de acusación debido a que no se muestra ningún tipo de forcejeo por parte de ella», como si tuviéramos que estar forcejeando todo el rato para poder demostrar que la agresión no es consentida. También me sorprende que se tenga en cuenta las declaraciones de testigos que afirman que ella estuvo con ellos tomando algo, como si eso probara que posteriormente ella no fue violada. Bajo mi punto de vista, si todo esto es cierto, el mensaje implícito es que eso es lo que ocurre si damos signos de promiscuidad, el mismo tratamiento y el mismo mensaje que encontramos en los casos de agresiones sexuales o asesinatos de trabajadoras sexuales.
Otro aspecto que me ha llamado la atención es el tema del informe del forense y las contradicciones a la hora de dar la noticia. El país el 18 de agosto decía que «los médicos certificaron la violación», mientras que el 20 de agosto el mismo diario dice que «la causa incluye un informe médico forense que descarta la violación» cuya fuente, en este caso, es el letrado de la defensa. Según otras fuentes,» la mujer fue examinada en el hospital por un médico forense, que confirmaba que la joven sufría un desgarro vaginal y que la agresión sexual había sido consumada».
La cuestión es que se le ha dado la vuelta a la tortilla y ahora es ella la culpable ya que el hecho de que la señora jueza archive la causa por falta de pruebas contundentes se ha interpretado como que la denuncia es falsa. Y así, los pobres muchachos que, según sus propias declaraciones se encuentran «destrozados» por todo lo que ha ocurrido y aseguran que han recibido «maltrato psicológico» o «amenazas por parte de la policía», que les han querido «destrozar la vida», «que «tienen miedo y vergüenza de salir a la calle», que «n o hay derecho, hay justicia para la mujer y también tiene que haberla para el hombre». Este estado de ánimo se muestra claramente en la fotografía en la que aparecen tres de ellos sonrientes y en actitud de victoria, uno de ellos con los brazos extendidos o en los vitoreos y vivas que recibieron al salir del juzgado. Tanto es así que están pensando en emprender acciones legales contra ella.
Todo este asunto me ha provocado un gran malestar. Opino que es necesario que digamos basta y seamos intransigentes ante cualquier forma de abuso de poder por parte sistema heteropatriarcal. Construir, tanto individual como colectivamente mecanismos de ataque y defensa desde todos los ámbitos de nuestras vidas, en las relaciones afectivas, sociales o amistosas, en casa, en el trabajo, en la calle, en tu cama o en un polígono industrial. Se trata, bajo mi punto de vista, de ocupar el espacio y los espacios que nos corresponden, el primero de ellos nuestro cuerpo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.