No deja de ser curioso que en medio de una crisis económica tremendamente seria a la que no se ve salida, la máxima preocupación estos días atrás de políticos y comentaristas fuese si España acudía o no a la Cumbre del G20. Será porque uno siempre va contra corriente, pero el hecho de que […]
No deja de ser curioso que en medio de una crisis económica tremendamente seria a la que no se ve salida, la máxima preocupación estos días atrás de políticos y comentaristas fuese si España acudía o no a la Cumbre del G20. Será porque uno siempre va contra corriente, pero el hecho de que Zapatero estuviese o no en Washington me traía sin cuidado. Lo importante es ser y no estar. Los que son deciden estén o no estén, y aun cuando estés apenas decides si no tienes peso y fuerza para ello. En realidad, en los momentos actuales deciden muy pocos países, me atrevería a decir que decidir, decidir, de verdad sólo uno.
Bien es verdad que en esta cumbre importaba más la foto que el contenido. No sólo porque lo que se dilucidaba era ante todo la imagen de los mandatarios internacionales, todos querían estar en la foto y en un puesto preeminente, sino porque la medida más importante que hoy se puede tomar contra la crisis consiste en la restauración de la confianza. Como en casi todas las crisis, el problema es de confianza y durará hasta que ésta se restaure. Lo que sí hemos aprendido es que en momentos críticos el mercado no la otorga, nadie cree en la mano invisible y todo el mundo vuelve la mirada hacia esa otra mano visible que es el Estado. Así que si esta cumbre sirve para ello, pues bienvenida sea.
Ahora bien, poco más se puede esperar de ella. El gran problema en que se debate en este momento el sistema económico radica en que mientras los mercados son, o se pretende que sean, globales, los Estados son nacionales, lo que no casa y convierte en contradictorio al sistema. Sin duda, la medida más urgente, y así se ha reconocido en Washington, es reactivar la economía a través de estímulos fiscales (lo que no quiere decir bajada de impuestos, a la que en seguida se apuntan algunos); pero, a la hora de la verdad, se concluye que cada país haga lo que pueda, lo que difícilmente concuerda con esa condena del proteccionismo. Tan proteccionista como los aranceles o los contingentes a la importación son las ayudas a las empresas nacionales que de forma tan prolija se están imponiendo por necesidad en los últimos tiempos y que incluso se recomiendan como medida más urgente. Al menos, el santo temor al déficit se ha sustituido por el santo temor a la depresión.
Prueba de las contradicciones del sistema es que, frente al acuerdo de realizar una política fiscal expansiva, nada se afirma acerca de la política monetaria. Ciertamente, EEUU no necesita ninguna recomendación en ese sentido, ya que ha situado sus tipos de interés en las cotas más bajas, pero ¿y Europa, que se mueve bajo la dictadura neoliberal del Banco Central Europeo? Los mandatarios europeos que se sentaban en Washington eran sólo medio mandatarios, ya que carecen de la capacidad de instrumentar la política monetaria, en manos de un señor llamado Trichet que no se sabe muy bien a quién representa. ¿No se quiere refundar el capitalismo?, pues comencemos por borrar esa aberración de un Banco Central Europeo autónomo.
Como era de esperar, la reforma del sistema financiero internacional queda para más adelante. Era evidente que no se podía realizar en una reunión de estas características. Pero lo peor es que no está nada claro lo que se pretende. La propuesta de incrementar el papel regulador del Fondo Monetario Internacional es ignorar que este organismo carece de todo poder regulador, como no sea el de las condiciones que impone a los países en desarrollo a cambio de sus préstamos. Préstamos que, precisamente debido a esas condiciones, estos países rechazan porque les conducen al desastre. El problema del Fondo es que se ha quedado sin clientes. Por otra parte, no deja de ser paradójico que, en un momento en el que al menos muchos países abjuran del neoliberalismo económico, se quiera poner al frente de la renovación a quien ha sido su portavoz y defensor más aguerrido.
Difícil resulta hablar de regulación de los mercados financieros aceptando el principio de la libre circulación de capitales que nadie quiere, por lo visto, poner en cuestión. Sólo si existiese un Estado mundial sería viable. Con Estados nacionales es poco factible que ningún organismo internacional tenga autoridad ni representación democrática para realizarlo. Por otra parte, las autoridades nacionales serán inoperantes para poder implementar un control realmente eficaz.
Desde el Gobierno y las instancias económicas españolas se nos intenta vender la excelente supervisión que ha realizado el Banco de España. Es posible que, después de múltiples crisis bancarias que han costado mucho dinero a los contribuyentes, algo hayan aprendido. Pero que las instituciones financieras se hayan contaminado poco de los activos basura que venían principalmente de EEUU tiene otra explicación y es el enorme endeudamiento exterior de nuestro país. Nuestros bancos no salían a los mercados financieros a comprar activos (ni tóxicos ni no tóxicos) sino a emitir pasivos, es decir, a endeudarse. En cualquier caso, y tal como se está viendo, de poco sirven las supervisiones nacionales si los otros países no las aplican, ¿y quién va a obligar, por ejemplo a EEUU, a hacerlo? El Estado español está teniendo que salir en ayuda de ese sistema financiero, según dicen tan ejemplar, igual que el resto de los países.
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