La colusión entre productores avícolas no sería posible sin la otra colusión: la que implica a todo un sistema político que no tiene empacho en violar sus propias leyes con tal de aumentar sus enfermizas ganancias. Y que, de paso, ve en las demandas sociales una amenaza a su estabilidad, que es como decir a […]
La colusión entre productores avícolas no sería posible sin la otra colusión: la que implica a todo un sistema político que no tiene empacho en violar sus propias leyes con tal de aumentar sus enfermizas ganancias. Y que, de paso, ve en las demandas sociales una amenaza a su estabilidad, que es como decir a sus ingresos.
Se coluden los políticos con los empresarios y promulgan con alborozo generalizado una reforma tributaria que, entre otras perlas, permite el blanqueo de los capitales ocultos en paraísos fiscales y que, por esa misma razón, deben tener orígenes oscurísimos.
También implica una colusión aceptada por los paladines de la decencia que el gran empresariado financie a gran parte de los políticos del sistema con cifras de escándalo. Pontificando sobre la decencia, la moral, las buenas costumbres, la ultraderecha no ha trepidado en aceptar dineros para financiar sus campañas electorales, permitiendo por esa vía la infiltración de los empresarios en el sistema político, lo que demuestra sus increíbles grados de corrupción.
No mucho menos ha hecho la ex Concertación, hoy Nueva Mayoría. Ahora se sabe lo que ya se sospechaba: que la generosidad empresarial da para todos, y no menos de un cuarto de todo el dinero repartido por los empresarios ha ido a engrosar los presupuestos de quienes se presentan públicamente como paladines de la decencia y la superación de las prácticas que le hacen mal a la política, los progresistas que se dicen herederos de la mejor tradición de la Izquierda.
Ha quedado demostrado lo que siempre se ha sabido: en Chile siguen mandando aquellos que han visto aumentar sus fortunas a niveles de escándalo por la simple vía de pagar a quienes tienen la responsabilidad de hacer las leyes. Queda claro que el sistema político chileno se desenvuelve en la más perfecta de las corrupciones y que por ese solo hecho, todo el producto de su trabajo queda indefectiblemente en entredicho. No se trata sólo de ajustar precios, producciones, intereses o la repartición de los mercados. Se trata que todo el sistema político tiene un vicio de legitimidad que de no ser este un país profundamente enfermo, correspondería que la gente se levantara indignada para exigir que se vayan todos.
El rasgo esencial de un modelo que por sobre cualquier otra consideración sitúa el lucro desmedido, es su olor a podredumbre, que lo cubre todo y que emana hasta del más pintado. La traición a la gente que esperó con ansias la llegada de la alegría fue a partir de la colusión entre los criminales que no fueron tocados y los nuevos administradores del sistema, cuya primera vergonzosa declaración fue la oferta de justicia en la medida de lo posible. A poco andar, lo posible fue solamente aquello que se pudo pagan mediante aportes reservados y de los otros.
Este largo tiempo posdictatorial no ha sido sino una eterna sucesión de acuerdos forjados en el secreto de la convivencia de un sistema político en el cual son todos iguales, amigos, colegas y socios que se necesitan unos a otros. Y cuyos efectos nocivos los pagan los mismos silenciosos abusados de siempre, desde que se descubrió que la impunidad de sus acciones estaba asegurada por la vía del miedo y la necesidad de creer en algo. Así, se ha construido una sociedad donde puede pasar cualquier cosa, y más allá de algunos titulares de la prensa y las declamaciones cínicas de rigor, no va a pasar nada. A los sonados escándalos que dejan en evidencia que quienes finalmente mandan en las agendas legislativas y gubernamentales -los mismos empresarios que cuando han visto amenazados sus intereses no han trepidado en impulsar criminales asonadas-, va a seguir una pasmosa tranquilidad, como si nada grave hubiera pasado.
La Polar, la colusión de las farmacias y los bancos, el caso cascadas, Ripley, Johnson’s, Metrogas, los productores de pollos, el transporte interprovincial, y ahora el escándalo de Penta que casi por una casualidad demuestra la precariedad moral de los políticos del sistema, vuelven a confirmar que este país camina a pasos agigantados hacia la pudrición. Nada se puede esperar en términos de verdaderos cambios en un modelo cuyos grados de corrupción son cada vez más increíbles, como increíble resulta el hecho que aún viviendo ante estos grados de putrefacción, no destelle alguna iniciativa que se proponga la revolucionaria tarea de rescatar niveles de decencia que hagan algo más aceptable vivir en este país.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 814, 3 de octubre, 2014