En su nueva obra Bizitzea ez al da oso arriskutsua? [¿Vivir no es demasiado peligroso?] Joseba Sarrionandia nos ha recordado «el capitalismo del desastre» de la mano de Naomi Klein. El neoliberalismo no sufre las crisis; al contrario, se aprovecha de ellas para dar un salto más. El capital utiliza las destrucciones y los desastres […]
En su nueva obra Bizitzea ez al da oso arriskutsua? [¿Vivir no es demasiado peligroso?] Joseba Sarrionandia nos ha recordado «el capitalismo del desastre» de la mano de Naomi Klein. El neoliberalismo no sufre las crisis; al contrario, se aprovecha de ellas para dar un salto más. El capital utiliza las destrucciones y los desastres para su beneficio. Así ocurrió en el Chile de Augusto Pinochet, en la Polonia post-soviética o en la ciudad de Nueva Orleans tras el huracán Katrina, por ejemplo. El capital aprovecha la crisis causada por la destrucción, como en una terapia de choque: el liberalismo económico ( «laissez faire, laissez passer» ) y las fuerzas del Estado («seguridad nacional») se fusionan en la doctrina del shock. Es verdad que semejante paradigma se mantiene todavía, pero tenemos que ir más allá.
El capitalismo de los desastres no coincide por casualidad con la doctrina del shock. El capital es destrucción desde su raíz. A la hora de describir la innovación dentro del capitalismo el economista Joseph Alois Schumpeter se valió de la expresión «destrucción creativa». En cualquier renovación económica es necesaria la destrucción para que surja la novedad. Por tanto, el capitalismo del desastre se basa en la dinámica del capital. Dicho esto, hay que tomar en consideración dos consecuencias adicionales. Una: las crisis son consustanciales al capitalismo. Otra: la clase que utiliza el capital es revolucionaria, en la medida en que produce una destrucción creativa. Aquí hay que recordar lo que decían Karl Marx y Friedrich Engels en El manifiesto comunista: tras destruir el feudalismo y darle la vuelta al Antiguo Régimen, la burguesía es una clase revolucionaria. El nuevo izquierdismo ha olvidado este punto con frecuencia.
En la actualidad ideólogos como Steve Bannon y Aleksandr Dugin han puesto en marcha una nueva revolución populista conservadora con la intención de superar el paradigma global de liberales y socialdemócratas. En una entrevista reciente el mismo Dugin la ha descrito: «Hoy la burguesía no es ya de derechas o de izquierdas: es liberal. El liberalismo hoy es económicamente de derechas y moralmente de izquierdas. Aborto, progresismo y gran capital. Eso es precisamente la globalización: Hillary Clinton, la Unión Europea… El populismo por el que abogo es precisamente lo opuesto: económicamente a la izquierda, unido a valores conservadores tradicionales. Estos dos aspectos han sido abandonados por los liberales».
La extrema derecha ha asimilado y moldeado el populismo a su estilo, bien por la vía del «nacionalismo económico» de Bannon, bien por la vía de la «cuarta teoría política» de Dugin. Bannon, por caso, aconseja al Frente Nacional de Marine Le Pen, así como a Vox: después de entrar en contacto en Washington, Vox ha anunciado que para la campaña electoral europea de 2019 le invitarán antes de fin de año. Por otro lado, Dugin también ha escrito a favor de Marine Le Pen y hace poco fue invitado a hablar de la metafísica del populismo por parte de la extrema derecha española. Tanto Bannon como Dugin también han ensalzado al gobierno del presidente Matteo Salvini. Por supuesto, no hace falta decir que la fuerza de esta revolución conservadora no ha caído del cielo: el éxito de Bannon no existiría sin los Estados Unidos de Donald Trump, ni tampoco el de Dugin sin la Rusia de Vladimir Putin. Asimismo, no es preciso recordar que detrás de Marine Le Pen todavía tenemos el petainismo y detrás de Santiago Abascal el franquismo, pero paulatinamente están aprendiendo a dominar y superar la democracia liberal.
El capitalismo no desaparecerá, se adentrará en otra fase: la democracia del caos. Por una parte, esos personajes critican duramente el liberalismo moderno y el populismo posmoderno, pero al mismo tiempo no tienen ninguna intención de que desaparezca el capitalismo. Impulsan el proteccionismo económico nacionalista, también la xenofobia, sin poner en cuestión el capital y la propiedad privada, tras repetir algunos gestos liberales (como, por ejemplo, la bajada de impuestos). En contra de la propaganda que difunden hay que decir claramente que no son de izquierdas, ni en economía, ni en valores sociales. Como toda la extrema derecha, tienen un gran interés en difuminar la diferencia entre izquierda y derecha. Por otra parte, el capital ha aprovechado esta oleada para su beneficio. Después del ascenso de Vox en las elecciones andaluzas un periódico económico -la voz liberal de la clase del capital- publicó en portada el siguiente titular: «Partido Popular, Ciudadanos y Vox quieren bajar impuestos en Andalucía». El capital impulsará este punto anárquico y «políticamente incorrecto» que ha introducido la nueva extrema derecha en la democracia, pero en esta ocasión no la encauzará por la doctrina del shock del liberalismo, sino por la democracia del caos.
El prototipo de partido de la izquierda renovada occidental, ecologista-feminista-anticapitalista-populista-progresista-demócrata, no será suficiente ni frente a la oleada de la revolución conservadora, ni frente a la destrucción creativa del capital. Para una muestra, el movimiento de los chalecos amarillos ha pillado por sorpresa al melenchonismo de François Ruffin y Didier Eribon. La clase trabajadora y desposeída no ha visto ningún ecologismo nuevo en la subida del impuesto a los combustibles que quería imponer el presidente Emmanuel Macron, sino solamente el capitalismo destructor de siempre. Últimamente más de un experto liberal ha hablado de la «complejidad de la democracia». Sin embargo, la democracia actual no es demasiado compleja si seguimos sus rastros materiales y los procesos del capital. El espontaneísmo voluntarista, el electoralismo teledirigido y el reformismo sin alcance han sido las herramientas del izquierdismo parlamentario. En la democracia anárquica del caos del capital son inútiles. En Saló o los 120 días de Sodoma se escucha decir: «Nosotros los fascistas somos los únicos verdaderos anarquistas una vez, naturalmente, que nos hemos adueñado del Estado. De hecho, la única verdadera anarquía es la del poder». Tendríamos que tomar en serio la advertencia de Pier Paolo Pasolini. La democracia del caos es demasiado peligrosa.
* Este artículo fue publicado en una primera versión en euskera en el periódico Berria.
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