Las nuevas tecnologías casi han condenado a la prehistoria de los recuerdos aquella castiza expresión que daba por acabado un asunto que se antojaba difícil e interminable: «dar carpetazo». Aquel pesado caer de azules tapas de cartón sobre los papeles y el seco latigazo de unas gomas amarrando las esquinas, señalaban que había llegado el […]
Las nuevas tecnologías casi han condenado a la prehistoria de los recuerdos aquella castiza expresión que daba por acabado un asunto que se antojaba difícil e interminable: «dar carpetazo». Aquel pesado caer de azules tapas de cartón sobre los papeles y el seco latigazo de unas gomas amarrando las esquinas, señalaban que había llegado el momento de conducir aquellos documentos y legajos a los fríos depósitos del olvido, aceptando así una lógica burocrática tan incomprensible, como incuestionable.
En cualquier caso, hoy, cuando las carpetas están quedando reducidas a un inmaterial icono en la pantalla del ordenador, seguimos sumidos en esta cultura del «carpetazo». Más aún. Esa resolutiva forma de entender la vida se ha incrustado hasta tal punto en la sociedad que cada vez nos sorprende menos esta suerte de «democracia del carpetazo» en que se ha convertido la política.
No en vano, tiempo atrás, aún lograba escandalizarnos el recurso con que algunos políticos recurrían a este rigor burocrático para zanjar los contratiempos. Todavía causa cierta dentera ética recordar la afirmación de «teníamos un problema y lo hemos resuelto», lanzada por José María Aznar hace algo más que una década, para justificar la decisión de dar carpetazo a la incómoda llegada de inmigrantes a base de narcotizadas repatriaciones.
Por el contrario, a estas alturas ni siquiera nos inmuta que el progresista Gaspar Llamazares, tras sentirse exultante por haber sido designado candidato de IU con el rechazo del 14,1% de la militancia y la indiferencia del 62,5%, decida animar la participación crítica en el seno de la organización a golpe de «carpetazo», purgando a Felipe Alcaraz, Manuel Monereo y Willy Meyer de la dirección. O desautorizando la asamblea de EUPV para ir en defensa de una minoría tan «perseguida» en el País Valenciano que tiene la mayoría en el grupo parlamentario autonómico, donde pudo aplicar la «política del carpetazo» de su mentor en Madrid y destituir contra lo acordada a la dirigente Glòria Marcos.
Lo más curioso, con todo, no es la apatía con que se reciben estos hechos, sino el alborozo con que son acogidos por comunicadores y columnistas encantados con esta nueva «democracia del carpetazo» que pone coto a las ideas «añejas» y «trasnochadas» de una izquierda que se resiste a la modernidad. No en vano, este tipo de prácticas son desde ahora esencia misma de la arquitectura política europea desde el momento en que Bruselas optó por «dar carpetazo» a la crisis abierta por el rechazo ciudadano a la Constitución comunitaria, con la expeditiva decisión de anular cualquier referéndum y aprobar el documento camuflado ahora como Tratado de Lisboa.
Eso sí, para guardar las formas, una comisión de sabios analizará los retos que aguardan al futuro de Europa. Al frente de la misma estará Felipe González, cuya filosofía política se condensa en un proverbio: «gato blanco, gato negro. Lo importante es que cace ratones». La oposición democrática en Venezuela seguro que está encantada.
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