«La calle es mía» Manuel Fraga Solo cuando sus intereses económicos no se ven afectados ni sus privilegios reducidos, el poder económico y social juega a lo que admiten como democracia. Es decir un sistema donde las minorías deciden y las mayorías obedecen respetuosamente. En todo caso se les permite asentir educadamente y soportar […]
«La calle es mía»
Manuel Fraga
Solo cuando sus intereses económicos no se ven afectados ni sus privilegios reducidos, el poder económico y social juega a lo que admiten como democracia. Es decir un sistema donde las minorías deciden y las mayorías obedecen respetuosamente. En todo caso se les permite asentir educadamente y soportar patrióticamente el peso de las injusticias «inevitables de la realidad».
No solo ocurre en España, por supuesto. Ahí tenemos el reciente ejemplo de Bolivia o el de Venezuela (con la histórica y permanente injerencia de los EEUU) y de cualquier país del mundo que elijamos.
Pero ahora que un gobierno de izquierda acaba de asumir en España es bueno recordar que la derecha nunca respeta la democracia, tal y como lo ha demostrado furiosamente en el debate de investidura.
A propósito dice Vicenç Navarro en un reciente artículo que ahora «se iniciará una campaña que se caracterizará por su mezquindad, falsedad y juego sucio (que han caracterizado su comportamiento) a fin de impedir los cambios necesarios y urgentes que el país necesita».
«Los superricos, continúa el profesor Navarro, que han hecho tanto daño al bienestar de la población se presentarán ahora, como siempre han hecho, como los defensores de la patria». Y de eso se encargan con gran entusiasmo sus representantes políticos: PP, Ciudadanos y muy especialmente Vox.
A la calle
No se limitan a meras declaraciones. Ya han convocado manifestaciones callejeras, tantas veces demonizadas por ellos, para que el neofranquismo exprese su descontento y su contrariedad ante la impertinencia de un pueblo que mayoritariamente votó por el cambio. Es que hay un factor determinante que une al «trifacho» para una defensa en común: el dinero. Finalmente y despejando sutiles diferencias ideológicas llegan a la misma conclusión: no pueden permitir que la riqueza que generamos todos se reparta un poco mejor. No soportan la igualdad porque ellos se sienten superiores y por lo tanto con derecho a mandar y a aprovecharse del esfuerzo de todos los demás.
Los poderosos usan de escudo a los políticos de la derecha y a los medios de difusión de su propiedad, que son los que dan las batallas políticas e ideológicas cotidianas y se encargan «del juego sucio» como dice Vicenç Navarro.
La calle es de todos
En el campo popular es el momento de las movilizaciones. Si dejamos que el gobierno actúe en solitario para aplicar las medidas que todos esperamos, no podrá. La resistencia, por todos los medios, que harán las clases dominantes será un obstáculo insalvable. Se trata, como siempre, de una relación de fuerzas. La fuerza a un gobierno de izquierda se la dan los trabajadores y las clases populares movilizados.
No solo con manifestaciones sino también con reuniones barriales, en los lugares de trabajo, en las universidades, en un debate permanente para tomar conciencia de la situación y actuar en consecuencia.
La tarea es tan exigente como necesaria. No solo servirá de apoyo al gobierno, sino también para ir avanzando en derechos sociales y laborales y para que los que gobiernan se acostumbren a mandar obedeciendo.
La democracia no solo reside en el Parlamento, sino y sobre todo en el pueblo.
La derecha no tiene respeto alguno por la democracia, como sabemos y menos si la ejercemos desde abajo y todos los días. Tampoco se rinde ni se resigna. No es el momento de ser espectadores de nuestras propias vidas, como quieren los que mandan, sino de asumir el protagonismo que nos corresponde.
Hay que ganar las calles para ganar democracia y no perder dignidad.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.