Aprendí algo sobre la democracia: que no viene del gobierno ni llega de lo alto, viene de la gente que se une y lucha por la justicia. Howard Zinn, «Contra el desaliento» El rechazo hacia las instituciones del poder político y financiero, que fundamentan nuestro presunto estado democrático, es cada día mayor. Sobre todo porque, […]
Aprendí algo sobre la democracia: que no viene del gobierno ni llega de lo alto, viene de la gente que se une y lucha por la justicia.
Howard Zinn, «Contra el desaliento»
El rechazo hacia las instituciones del poder político y financiero, que fundamentan nuestro presunto estado democrático, es cada día mayor. Sobre todo porque, se puede comprobar cotidianamente que, aunque elegidas en votaciones aparentemente democráticas, son otros, no elegidos, quienes realmente manejan sus decisiones. El poder mediático, otrora el cuarto poder independiente, es la voz sumisa del poder político y, sobre todo, de su propietario el financiero.
Los personajes que encarnan oficialmente tales instituciones no son creíbles. Ponen rostro a la toma de decisiones, que aumentan a diario el estado de injusticia generalizado en nuestra sociedad. Todos ellos están identificados con las brutales y represivas políticas sociales impuestas.
Suman sus promesas de bienestar individual y social a las promesas de eterna felicidad que, hasta ahora, nos prometían las diferentes iglesias religiosas: Sufrid ahora, y un día será vuestro el reino -en este caso- del bienestar. Mientras tanto, es todo nuestro…
Pero ya no son tan sólo los personajes gobernantes públicos los rechazados. También son contestadas las instituciones que conforman el presunto estado democrático. Se recusa todo lo que encarna el poder. Cámaras representativas, poder judicial y, sobre todo, al gobierno de la nación y el partido que lo sustenta.
Salvo los militantes, los ciudadanos no creen en los partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales y cualquier otra organización que pueda considerarse institucional. Todas, de un modo u otro, están ligadas a la corrupción política, económica y ética que gobierna esta sociedad. Todas ellas juntas y revueltas, nos han conducido a este mundo de injusticia y despropósito, por el que tanto han luchado los ideólogos neoliberales del capitalismo salvaje.
Pero es que tampoco podemos creer en los, aparentemente, nuevos partidos políticos que nos prometen un futuro distinto.
En primer lugar, porque vemos como se van estructurando ejercitando los viejos cánones organizativos.
Y, en segundo lugar, porque el mundo futuro que, aparentemente, pretenden reconstruir nos conduce a un mundo que ya conocemos: el mundo anterior a la crisis, a una ordenación social que nos ha traído hasta donde estamos. Una estructura social injusta basada en una economía depredadora del planeta, favorecedora del mundo occidental -entiéndase Estados Unidos y Europa- y las élites del sur que, servidumbre de los anteriores, favorecen la explotación del planeta Tierra, incluido el 99’9% de sus habitantes. Comprendidos aquí todos los seres vivos.
Lo que lleva a la mayoría social a la individualizada práctica del sálvese el que pueda, yo el primero.
La desesperanza no es colectiva. Numerosas formaciones tratan de organizarse para oponerse a la consolidación de tal orden social. Las tendencias son muy diversas y con proyectos muy diferentes. Si bien, hay un primer punto en común en todos ellos: el rechazo a estas instituciones que nos gobiernan.
Mayoritariamente, tienen un segundo punto en común: castigados -como lo hemos sido- por haber cedido ante nuestros actuales líderes políticos la toma de todo tipo de decisiones, procuran estructurarse colectivamente, rechazando jerarquías.
Aunque la mayoría, aceptan liderazgos de facto. Nos han educado así, necesitando líderes en los que resignar el ejercicio cotidiano de nuestro albedrío personal. Haciendo dejación de nuestros propios intereses.
Sólo tendencias anarquistas y anarquizantes se niegan a resignar su libre albedrío a unos líderes que pretendan perpetuarse en el poder.
Pero, frente al actual poder totalitarista financiero, las organizaciones anarquistas -numerosas y enfrentadas entre sí- tampoco ofrecen un futuro posible a una sociedad individualista amedrantada y desorientada que, en su mayoría, busca un cobijo frente a la crueldad socio-económica impuesta.
La colectividad solidaria es un tipo de organización minoritaria en nuestra sociedad. Producto de una farisaica educación, es considerada un bien por la mayoría social. Pero es rechazada para el individual comportamiento por la mayoría social. Durante los cuarenta años de la dictadura, más los cuarenta del actual régimen, el poder fáctico, a través de los media y la educación, incluidos los púlpitos religiosos, han incidido en asociar la colectividad social a la Guerra Civil, a los rojos que provocaron la guerra. El fracaso de las cooperativas agrícolas durante estos ochenta años es proverbial. La mayoría de los individuos prefiere organizar su vida en la familia y en su inserción en la vida laboral. Familia y Trabajo, dos de los lemas del franquismo.
Hemos abandonado la organización del espacio público, que se corresponde con la colectividad, al poder político, es decir, al financiero. Éste vela por sus intereses, no por los de la colectividad.
Es aquí, en el espacio público, donde se libra la batalla por la verdadera democracia, la soberanía popular. Contra la confusión conceptual y social que promueve el actual poder.
Las plazas fueron tomadas por el 15M. Los caminos y las calles por las Marchas de la Dignidad, por las Mareas. Hoy, plazas, caminos y calles nos son arrebatadas por el poder político, que no se coarta a la hora de re-crear las leyes franquistas para reorganizar la represión contra la libertad del colectivo popular. Parte del cual reclama los derechos por los que lucharon muchos de ellos, sus padres, sus abuelos. Derechos por los que muchos perdieron la vida y muchísimos más su libertad bajo los padres, abuelos y tatarabuelos -al menos en lo político- de quienes nos gobiernan.
El poder corrompe. Tomar el poder y ejercerlo, se ha demostrado, a lo largo de la historia, no sirve sino para la organización de las diversas formas de simulacro de la liberación de los pueblos. Para el lema gatopardiano de cambiar para que todo siga igual.
Para evitar que ocurra nuevamente, durante las luchas por la toma del poder, la actual estructura de los partidos clásicos debe caminar hacia otro tipo de formaciones. Paso a paso se debe ir profundizando en estructuras colectivizadas de las mismas. Las reglas comunes, que ahora ya nos damos, deben ir ampliándose hasta delimitar las excepciones a aquellas que la colectividad vea imprescindibles para evitar todo tipo de discriminaciones. Lo que se deberá profundizar tras la toma del poder.
La mayoría de las individualidades no queremos perder nuestra singularidad. Pero el único refugio para ésta, que nos queda frente al poder, es en la colectividad de nuestras individualidades. Una colectividad solidaria no debe anular la personalidad individual de cada uno de sus miembros. Más bien, debe y puede potenciarla al servicio del colectivo.
A pesar de todas las derrotas -para analizar en otro artículo-, podemos comprobar que, a lo largo de la historia, sólo los combates colectivos contra el poder han logrado avances en los derechos de las sociedades, mejoras que, con avances y retrocesos, se han ido manteniendo en el tiempo. Y que, ahora, pretenden arrebatarnos una vez más. Nos están arrebatando.
Sólo tenemos una historia, la de la lucha por la Justicia. O la colectividad o el caos. Cada individuo de la comunidad tiene su propio papel en esta lucha colectiva. Actúa.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.