Ironías de la vida. Por años y cuando se sentaban en la mesa tripartita con el gobierno y las centrales obreras a acordar el incremento salarial de cada año, los empresarios asumieron históricamente una posición mezquina aduciendo escasez económica. Así las cosas, los ajustes en los ingresos han sido miserables por mucho tiempo, seguidos por […]
Ironías de la vida. Por años y cuando se sentaban en la mesa tripartita con el gobierno y las centrales obreras a acordar el incremento salarial de cada año, los empresarios asumieron históricamente una posición mezquina aduciendo escasez económica.
Así las cosas, los ajustes en los ingresos han sido miserables por mucho tiempo, seguidos por un índice de precios al consumidor despiadado al cerrar cada vigencia anual, aun cuando el Departamento Administrativo Nacional de Estadística –DANE–se encargaba de maquillar informes con la anuencia del sector privado, que aplaudía el circo en el que convirtieron ese espacio. Generalmente terminaban sacando el nuevo valor del salario por decreto “ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo con los trabajadores”
Por supuesto, en un tinglado como ese, todos sabemos quiénes eran los espectadores—los que viven de un empleo—y los payasos, que con sonrisas amplias salían en los noticiarios a pronosticar un nuevo año lleno de posibilidades financieras, ya que no se había permitido el desborde económico, como lo pretendían las centrales de trabajadores.
Amasaron fortunas a costa de los explotados y de profesionales, que tras invertir cuantiosas sumas en su formación universitaria, reciben hoy ingresos que están un poco más allá de un mínimo en Colombia, el país macondiano donde ocurren cosas inverosímiles.
Y precisamente, fruto de esa realidad mágica que sólo puede concebir un escritor de ciencia ficción, la Asociación Colombiana de Micro, Pequeñas y Medianas Empresas (Acopi) a través de su presidenta, Rosmery Quintero Castro propuso bajar los salarios hasta en un 30% y el presidente de la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), Jaime Alberto Cabal, hizo lo propio en conjugando entre los dos, una “brillante idea” que busca conservar su patrimonio y que ese salvamento lo pague la clase trabajadora.
Desde mi modesto computador y al ver las noticias, me pregunté –y aún no despejo mi interrogante–, si de lo que se contagiaron no fue del Covid 19 sino de una suerte de síndrome de cretinismo, para el que jamás se ha podido encontrar vacuna entre quienes los padecen.
Y lo digo porque cuando estábamos en los tiempos de las “vacas gordas” jamás propusieron un buen aumento salarial, ni siquiera una bonificación extra para los empleados colombianos. Pero ahora que llegaron las “vacas flacas” y están al borde de la quiebra, quieren socializar las pérdidas. ¡Eso solo se le ocurre al reducido grupo de empresarios que concentran la riqueza en Colombia!
Ojalá y el presidente Iván Duque, cuya falta de liderazgo salta a la vista, no se deje presionar más por la clase otrora rica y privilegiada que lo llevó al poder, y haciendo acopio de la sensatez se evite que, con todo y medidas restrictivas, se reaviven las manifestaciones en las calles de todo el país por parte de trabajadores que prefieren morirse de coronavirus y no de hambre y explotación.
Ay Dios, las cosas que le toca ver a los colombianos, con una clase gobernante que se aprovecha de los mercados que reparten a la gente necesitada para sacar ventaja económica, los que están haciendo política tomándose selfies cuando entregan ayudas y luego las suben a sus redes sociales con una sonrisa mesiánica e impostada, y ahora los empresarios con su pretensión de que el pueblo pague para que ellos puedan superar un mal momento económico.
Blog del autor www.cronicasparalapaz.wordpress.com