Distinguidas damas y caballeros, hermanas y hermanos del Caribe. No puedo siquiera describir el inmenso honor que para mí representa el otorgamiento del título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Su significación es para mí aun mayor porque ello coincide con el 50 aniversario del triunfo de la Revolución Cubana. Yo […]
Distinguidas damas y caballeros, hermanas y hermanos del Caribe.
No puedo siquiera describir el inmenso honor que para mí representa el otorgamiento del título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana.
Su significación es para mí aun mayor porque ello coincide con el 50 aniversario del triunfo de la Revolución Cubana.
Yo era un niño de 12 años cuando Fidel y sus compañeros asaltaron el cuartel Moncada. Éramos adolescentes que solían sintonizar las estaciones radiales de Miami para escuchar los últimos hits musicales del rock and roll. A veces captábamos Radio Rebelde, transmitiendo desde la Sierra Maestra. Radio Rebelde fue quien me presentó a la Revolución Cubana.
Al triunfo de la Revolución había acabado de salir de la escuela secundaria y comenzaba en mi primer trabajo. Los acontecimientos de 1959 -los juicios a los criminales de la dictadura de Batista, la Reforma Urbana , la Reforma Agraria- fueron seguidos por mí con gran interés y provocaron gran expectativa entre los jóvenes de mi generación en Jamaica.
Nuestra imaginación fue totalmente cautivada por la Campaña de Alfabetización, programa a través del cual muchachas y muchachos cubanos dejaban las ciudades para ir a enseñar a leer a los campesinos pobres en el interior del país. Fue especialmente el hecho de que ellos convivieran con familias campesinas lo que les permitió recibir lecciones iguales o mayores que las clases que enseñaban.
Escuché la Primera Declaración de La Habana durante mi primer año en la Universidad en Jamaica, la grabación del discurso me la facilitó un estudiante compañero mío. Las denuncias apasionadas contra el imperialismo yanqui hechas por Fidel -quien señalaba cómo las ganancias de las corporaciones eran obtenidas a costa de la desnutrición y de la mortalidad infantil en América Latina- todavía resuenan en mis oídos.
La imagen de millones de cubanos quienes, reunidos en una plaza y convocados como la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, expresaban su aprobación a las medidas económicas y sociales adoptadas por la Revolución y declaraban su independencia de la dominación extranjera, fue una experiencia profunda para el joven de 18 años que entonces era. Me ayudó a conformar mi visión del mundo.
Jamaica y los otros territorios de las Antillas Occidentales estaban preparándose para la independencia nacional. La Revolución Cubana fue fuente de inspiración para muchos de nosotros pues nos mostró como un pequeño país caribeño podía seguir su propio camino de justicia social, transformaciones económicas e independencia nacional si cuenta con el apoyo de su pueblo movilizado, con su voluntad y energía, con una dirección que confía en las masas y rechaza ceder ante las amenazas, intimidaciones, presiones económicas y ataques contrarrevolucionarios provenientes de la mayor potencia militar del planeta a sólo 140 kilómetros de sus costas. Esto continúa hasta hoy.
Durante Playa Girón, propuse una resolución en el Consejo de Estudiantes Universitarios que condenaba el desvergonzado intento de destruir la Revolución mediante una invasión ilegal preparada desde el territorio de Estados Unidos. Mi colaborador en aquella iniciativa era un joven estudiante de Guyana que se llamaba Walter Rodney. Como ustedes conocen Walter visitó Cuba en varias ocasiones y fue profundamente impactado por la Revolución. Ustedes también conocen que fue víctima de un asesinato político en 1980.
Cuando la llamada Crisis de los Misiles, recién había llegado a Londres para comenzar mis estudios de doctorado. Algunos de nosotros, entre quienes me incluyo, estábamos consternados por la forma en que Cuba había sido arrastrada a una confrontación entre las dos superpotencias, conflicto que podría terminar con un holocausto nuclear de dimensiones globales. Otros argumentaban que Cuba no tenía más opción que asegurar una alianza como medio, para proteger la Revolución y su soberanía nacional. El debate continua hasta nuestros días.
A finales de los 60 era miembro del New World Group, fundado por Lloyd Best. Su libro sobre la economía de plantación, escrito conjuntamente con Kari Polanyi Levitt, se lanza en su edición en español en Casa de Las Américas precisamente esta semana. La profesora Levitt está hoy presente en esta Aula Magna, ella recibió recientemente un doctorado honorífico por la Universidad de las Indias Occidentales.
En un famoso ensayo titulado Pensamiento independentista y libertad caribeña, Lloyd Best planteaba que la relación de Cuba con la Unión Soviética demostraba el fracaso del resto del Caribe en brindar apoyo moral, político y económico a Cuba en su lucha por su autodeterminación.
Entre 1959 y 1960 el Dr. Eric Williams de Trinidad y Tobago estaba haciendo campaña para que se devolviera, al gobierno de ese país, la Base Naval de Estados Unidos establecida en Chaguaramas y para que, en las instalaciones ocupadas por la base, se estableciera la capital de la recientemente formada Federación de las Indias Occidentales. Finalmente el Dr. Williams firmó un acuerdo por el que dejaba a Estados Unidos el control de la base. Lloyd Best señaló que se había perdido una oportunidad histórica para el establecimiento de una unión antiimperialista en el Caribe que se extendiera desde Trinidad, en el este, hasta Cuba, en el oeste; para construir una «integración de la conciencia regional». Él nos desafió al plantear:
«Consideremos que podría haber pasado si el gobierno de Trinidad y Tobago hubiese declarado que se nacionalizaba la base de Chaguaramas, proclamaba su independencia y se unía a Cuba en el control de la industria azucarera. La respuesta colonial diría que los marines hubiesen venido y que los otros gobiernos caribeños se habrían sometido tal y como hicieron en 1953, cuando el PPP enfrentó dificultades en Guyana. Pero el movimiento de Castro y el PNM habían sembrado sus raíces en la conciencia caribeña y no sería fácil abandonarles.
Incluso, si los marines hubiesen venido, ¿no podríamos haber luchado como los cubanos cuando Playa Girón y los constitucionalistas de Santo Domingo, en 1965? ¿Cuánto territorio hubieran podido mantener si todo el Caribe se hubiese levantado contra ellos? Incluso si hubiesen logrado mantenerse -durante algún tiempo- nunca habrían disfrutado la conquista moral y la satisfacción de ver a Cuba tornarse hacia otro imperialismo en busca de apoyo. Y el Caribe podía haber emergido de esta lucha tan integrado moral y políticamente como ya lo está culturalmente…
Si esta oportunidad se perdió entonces se debió, en gran parte, por falta de experiencia política. Pero la oportunidad volverá» (867 – 868).
¡Y la oportunidad volverá! La visión de un Caribe unido e independiente fue el eje central y motivador del New World Group en la década del 60, una visión que tuvo raíces profundas en la conciencia de una historia común de colonialismo y rivalidades de las metrópolis, de sistema de plantación, de esclavitud y servilismo, de resistencia y rebelión, de afirmación continua de ese indomable espíritu humano, de humanidad en medio de la brutalidad, de amor a la libertad, de amor a la vida, de una estética caribeña permeada del sentido de la belleza natural de nuestras islas y tierra firme y alimentada de los ritmos de nuestros pueblos y nuestra música y nuestra lengua – tan a menudo fundidos- y de nuestra imaginación creativa.
Y Cuba es una parte integral de la conciencia caribeña, de la familia caribeña.
George Beckford de Jamaica, otro de los líderes del New World Group, fue autor de un trabajo seminal sobre el sistema de plantación en el Tercer Mundo, Pobreza Persistente. Visitó Cuba en 1965 y fue víctima de la represión del gobierno de Jamaica cuando, a su regreso, su pasaporte fue incautado.
El interés profesional de George Beckford, dada su condición de economista especializado en los temas de la agricultura, estaba en la Reforma Agraria y la economía azucarera; pero lo que realmente le impresionó fueron tres importantes contrastes de Cuba con el resto del Caribe:
» … Primero, la notable ausencia de síntomas de desempleo (y subempleo); los signos de pobreza son mucho menos estridentes que en cualquier otro lugar de la región – no hay prostitución ni mendicidad de ningún tipo, ni siquiera de esa mendicidad disimulada bajo la apariencia de propinas, como sí existe en otras partes. En segundo lugar, la omnipresencia de los esquemas de educación – en la radio y la televisión, en la prensa y en las fábricas, y a todo lo largo y ancho del país. Y, tercero, el compromiso obvio del pueblo que participa en los asuntos que conforman la vida nacional. La conciencia nacional e internacional de la población a todos los niveles y la atmósfera general de cohesión nacional, de orden público, y de autoconfianza no son, ciertamente, características del resto del Caribe». (Una Visión Caribeña de Cuba, New World Quarterly II.2) 271).
Al referirse Beckford al discurso de Fidel en Santa Clara, el 26 de julio de 1965 con más de 600 000 personas presentes, escribía:
«Resultó claro que fue muy importante para el Primer Ministro Castro retar públicamente a un periodista norteamericano durante aquel discurso en Santa Clara, cuando dijo:
‘Déjenlo tomar fotos, déjenlo filmar y veremos si en Washington, New York o en cualquier otro lugar ellos pueden motivar el entusiasmo de más de 500 000 ciudadanos. Vamos a ver si algunos de esos gobiernos títeres de Brasil, Guatemala, Nicaragua, Paraguay y otros… si cualquiera de ellos, o todos ellos juntos, son capaces de reunir a 500 000 personas, tal y como ocurre aquí hoy… Una multitud, pequeña o grande, puede ser reunida en una asamblea por diferentes medios, pero lo que no es posible es crear el entusiasmo de la multitud que aquí se concentra’
«Ningún testigo de lo ocurrido en Santa Clara (decía Beckford) podía estar en desacuerdo» (276)
Sí, la Revolución ha tenido un gran impacto en el pensamiento, en la imaginación, de mi generación, al igual que en todos aquellos que la han seguido. Ella ha mantenido su significación como icono, como elemento permanente del paisaje caribeño.
Recuerdo las palabras del Primer Ministro Michael Manley de Jamaica en la Cumbre de los No Alineados de 1980, cuando dijo que América Latina y el Caribe podían contar con «un movimiento y una roca; y ese movimiento es la Revolución Cubana y esa roca es Fidel Castro».
En las décadas que siguieron a los años 60, tuve la oportunidad de asociarme con varias organizaciones cubanas para colaborar profesionalmente con centros académicos cubanos, y establecí relaciones de amistad duradera con colegas cubanos.
La colaboración abarcaba varias áreas de trabajo y actividades, tales como investigaciones sobre política científico-técnica y planificación económica en los 70. En los 80 y los 90 trabajé, desde la Asociación de Economistas Caribeños, con la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES) y el Centro de Estudios de América (CEA). Con la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC) colaboro desde los 80 y, por supuesto, con la Asociación de Estados Caribeños desde los 2000.
Podría decirse que tengo casi la misma edad de la Revolución y que he ido envejeciendo con ella. Pero la Revolución mantiene su vigor juvenil, y yo trato de seguir ese ejemplo.
Hay algunos momentos ciertamente graciosos. Recuerdo cuando Carlos Rafael Rodríguez advirtió a la primera delegación de Jamaica que visitaría la URSS sobre la aceptación de rublos convertibles como pago por las exportaciones jamaicanas, pues con ellos no se podría comprar nada. Cuando le pregunté por qué entonces los soviéticos los llamaban convertibles, él me respondió con una amplia sonrisa: «eso es lo que hemos estado tratando de averiguar desde hace mucho tiempo».
Mi amigo Roberto Verrier Castro es el Presidente de la ANEC. Una vez yo me referí a él, en tono de broma, como Presidente Castro. Roberto estaba sentado en la presidencia junto con Fidel; y su expresión denotaba claramente que no le había hecho ninguna gracia mi chiste.
Recuerdo la generosidad de la ANEC al recibirme junto a mi familia – mi esposa y dos hijos – en una visita de dos semanas en 1999, cuando fuimos a varias provincias. En esa ocasión yo fui hecho miembro honorario de la ANEC , y deseo hoy agradecer nuevamente a esa asociación por ese gesto.
Yo estoy muy contento de que Jasmine, mi compañera y alma gemela, este aquí hoy para compartir este momento especial de la tarde de hoy.
Ustedes no se imaginan lo que los niños pueden notar. Al regresar a Jamaica de ese viaje a Cuba de 1999, escuché a mi hija de 10 años decirle a una amiga: «En Cuba, todos son iguales».
Yo tenía una foto enmarcada de Fidel, Che y Camilo, la famosa foto de los tres comandantes, colgada en la pared de mi casa. Un día, misteriosamente, desapareció.
Mucho tiempo después mi hijo de 19 años me confesó que él la había tomado cuando se fue a estudiar fuera de Jamaica. Ahora estaba puesta en su pared. Él tenía 12 años cuando visitó el Memorial del Che en Santa Clara.
Otras cosas significativas también me ocurrieron, y yo quiero aprovechar esta oportunidad para comentárselas.
Quiero decirles que recuerdo con especial orgullo y placer un largo encuentro que sostuve con el Comandante en Jefe Fidel, cuando yo era Secretario General de la Asociación de Estados del Caribe, una noche bien tarde en su oficina, en 2002. Esa madrugada me explicó el programa que permitiría que cada niño cubano adquiriese conocimientos de computación, ¡y me dio su franca opinión sobre las payasadas del Ministro de Asuntos Exteriores de cierto país latinoamericano!
Quiero decirles que en mis contactos con los cubanos, con las personas cubanas, he quedado impactado por su profesionalidad, su disciplina, su organización, su autoconfianza como individuos y como nación -todo ello combinado con una total ausencia de sentido de superioridad-, por su sistema de valores que no se guía por el culto al dinero o a los objetos materiales, por su voluntad de compartir lo que tienen y por su solidaridad con los otros.
Yo espero que nunca pierdan esas cualidades. Ustedes son un ejemplo para el resto de nosotros.
Quiero decirles que nosotros en el Caribe, especialmente aquellos de mi generación, nunca olvidaremos la contribución hecha por los hombres y mujeres cubanos para la liberación de Sudáfrica del flagelo del apartheid.
Quiero decirles que nosotros nunca olvidaremos – y no deberíamos nunca olvidarlo – a los más de 70 jóvenes, hombres y mujeres de Cuba, de Guyana y de otros países que murieron en las costas de Barbados en 1976, víctimas de uno de los más atroces actos de terrorismo en la historia de nuestra región.
Quiero decirles que nunca olvidaremos el apoyo dado por Cuba al pueblo de Granada durante el proceso revolucionario de 1979 a 1983, ni la resuelta condena de Cuba al asesinato de Maurice Bishop y a varios de sus colegas cuando el trágico fin de aquel proceso, ni a los cubanos que dieron sus vidas en la invasión que sufriera Granada.
Quiero decirles que para un país en la posición de Cuba el haber sobrevivido el colapso de la Unión Soviética y lo que esto significó en términos de la desaparición de mercados, de abastecimientos habituales de alimentos, de petróleo y piezas de repuesto, de una caída tremenda del ingreso nacional; el haber sobrevivido a esta catástrofe en medio de un recrudecimiento del embargo de los Estados Unidos; el haber sobrevivido y lograr preservar muchos, sino la mayoría, de los logros de la Revolución, y que lo haya hecho sin incrementos significativos del delito o de otros desórdenes sociales, sin la represión brutal del tipo que hemos visto en otros países que han experimentado procesos muchos menos severos de ajuste social; el haberlo logrado desafía toda lógica política, económica, social.
Es como un milagro, sólo que no se han visto milagros en la tierra en los últimos 2000 años.
Así que quiero decirles, desde mi manera simple de ver las cosas, que creo que este milagro sólo puede ser explicado por la práctica de una profunda democracia participativa en Cuba, bajo un liderazgo que lo explica todo, una sociedad que lo discute todo, un reajuste económico que fue equitativamente distribuido y un pueblo determinado a defender su Revolución y su independencia, sin importar el costo.
Pero la cuestión que nos impacta más a todos nosotros, la cualidad que yo quiero distinguir entre todas, es el internacionalismo del pueblo cubano.
Al revolucionario guyanés Walter Rodney, sobre quien hablé anteriormente, se le atribuye el haber dicho en una ocasión la frase siguiente: «Los de las Indias Occidentales vivimos más en el tiempo que en el espacio».
Yo creo que esta es una de las más profundas afirmaciones jamás hechas sobre la condición de los caribeños. Y es más que significativo que Walter la hiciera cuando era un estudiante de secundaria.
¿Que quiso decir él con esto? Creo que lo que quiso decir era que la visión de los caribeños de sí mismos, de su lugar en el mundo, está regida más por una conciencia de las fuerza históricas que nos han conformado que por los límites geográficos de nuestra existencia.
No puede ser un accidente, por ejemplo, que Marcus Mosiah Garvey, la primera persona del Caribe angloparlante en crear un movimiento de masas antiimperialista, fuese un panafricanista. Su organización política se expandió a muchas de las islas y tuvo filiales en Cuba, América Central y en Estados Unidos. Garvey vivió más en el tiempo que en el espacio.
Él ayudó a inspirar a Mandela, Kenyatta y Nkrumah.
Él fue seguido por destacados panafricanistas de nuestras islas y territorios continentales como George Padmore, CLR James, Silvestre Williams y Walter Rodney.
Hay personas que no podían comprender como Michael Manley, líder de una pequeña nación de 2 millones de habitantes, pudo tener la audacia de promover una campaña por un Nuevo Orden Económico Internacional.
Bob Marley abogó por «una ciudadanía mundial y las reglas de la moralidad internacional».
Y José Martí habló no solo de Nuestra América. Él proclamó que Patria es Humanidad, mensaje de bienvenida que saluda a todos los visitantes que llegan a Cuba y arriban por el aeropuerto de La Habana que lleva su nombre.
José Martí vivió más en el tiempo que en el espacio. Y su legado de internacionalismo ha sido sostenido por el Che, por Fidel y por todo el pueblo cubano.
Uno de los más conmovedores discursos de Fidel que yo he escuchado, fue el de la Cumbre del Sur que se desarrolló en la Habana en el 2000. Se titula «El apartheid económico global.»
Y ese sentido de internacionalismo, me atrevo a sugerir, es un vínculo espiritual entre nosotros como pueblo caribeño. Y la práctica del internacionalismo proletario que emana de él es aquello en lo que más pienso cuando pienso en la Revolución Cubana.
En 1985 asistí a una Conferencia sobre la deuda externa de América Latina y el Caribe. Fidel proclamó: «La deuda es impagable, la deuda no puede ser pagada.»
Esta tarde, queridos amigos, yo quiero agradecer sinceramente por este honor que me confiere una de las mas distinguidas universidades de nuestro hemisferio, lo que acepto no solo en mi nombre, sino en el nombre de mi generación de intelectuales pancaribeñistas; en nombre de Lloyd Best y George Beckford y otros del New World Group, hoy quiero reconocer que la deuda es impagable.
Pero no me refiero a la deuda de América Latina y el Caribe, y que se cuenta en dólares estadounidenses. Yo me refiero a la deuda que debe el Caribe, y la humanidad toda, pagar al pueblo cubano, deuda que es producto del sacrificio y la solidaridad y de la firme decisión de su liderazgo.
Por los 185 000 profesionales cubanos de la salud que han trabajado en 103 países durante los últimos 10 años, la deuda es impagable.
Por las aproximadamente 350 millones de visitas realizadas bajo el Programa de Salud Global de Cuba en las comunidades pobres de otros países en los últimos siete años, por el 1 400 000 vidas salvadas y por las 327 000 personas que han recuperado su visión gracias a la Operación Milagro, la deuda es impagable.
Por las 2 451 000 personas de 13 países que han aprendido a leer ya escribir gracias a los programas cubanos de alfabetización, la deuda es impagable.
Por los 27 000 estudiantes de 120 países que estudian en Cuba y por las miles de becas otorgadas a los hijos e hijas de el Caribe para el acceso a la educación superior, la deuda es impagable.
Por los 330 000 cubanos que, entre 1975 y1991 fueron a Angola, por la sangre derramada por 2 000 de ellos que dieron sus vidas en la lucha contra el régimen racista; para las familias que ellos dejaron atrás, la deuda es impagable.
Por hacer todo esto mientras se mantiene un embargo económico de casi medio siglo impuesto por el país más poderoso del planeta y cuyo costo ha sido estimado en torno a los 93 billones de dólares -lo que equivale a 12 veces la deuda externa de Cuba-, por los sacrificios materiales y condiciones difíciles en que ustedes han trabajado y han brindado esperanza e inspiración al resto del mundo, la deuda es impagable.
Por invocar las palabras inmortales de su Héroe Nacional José Martí, de que Patria es Humanidad, y por hacerlas realidad, día tras día, mes tras mes, año tras año, década tras década, la deuda es impagable.
Por dar un significado universal a la palabra Patria asumida en el compromiso Patria o Muerte, ¡Venceremos!, la deuda es impagable.
Les agradezco este honor, su atención, su heroísmo ejemplar.
Muchas gracias.