Recomiendo:
1

La -disonante- sensibilidad de la marca España

Fuentes: Rebelión

Entrañables: a un lado del ring monsieur Javier Cercas sacándose de la chistera un artículo titulado «El combate del siglo», una joyita periodística (?) a medio camino entra la ironía progre resabidilla – y desinformada – y las dos gotitas de cinismo sutilmente verbalizado que suelen acompañarle. A otro lado del ring, el supermacho del […]

Entrañables: a un lado del ring monsieur Javier Cercas sacándose de la chistera un artículo titulado «El combate del siglo», una joyita periodística (?) a medio camino entra la ironía progre resabidilla – y desinformada – y las dos gotitas de cinismo sutilmente verbalizado que suelen acompañarle. A otro lado del ring, el supermacho del periodismo español, Don Arturo Pérez Réverte, sacándose de su españolísima entrepierna, en una entrevista, la siguiente joya: «Los Yihadistas van a ganar, ellos tienen cojones». No es por importunar, pero entre el progresismo vacío de contenido, resabidillo, resentidillo, y el casticismo hispano inflado de testosterona, existen alternativas en el cada vez más calentito termómetro del prisismo cultural y lingüístico.

Resulta que al correctísimo y ejemplarísimo ciudadano Javier Cercas le duele España. Nada nuevo. En España a todo el mundo le duele España; es habitual levantarse cada mañana con toneladas de palabras quejumbrosas, plúmbeas, nihilistas y aristocráticamente desesperanzadas por el futuro de Lady España, en genérico, y por la virgindad de su himen – tan trinitario en lo confesional como unitario en lo político – en concreto.

Y es que a Javier Cercas le duele, sí, le duele mucho España, porque resulta que cada vez está más polarizada y no ha encontrado la auténtica verdad intrínseca en la filosofía del injusto término medio. Fíjense ustedes; monsieur Javi simplifica la tensión del relato histórico de la perenne e histérica memoria de los pueblos de la península con la siguiente categorización: a un lado del ring estarían lo que él denomina los GOT – grandes odiadores de la transición -, y a otro lado estarían los GAT – grandes apologistas de la transición -; podrán ustedes intuir hacia qué insinuación dirige su juguetito retórico para seguir dando tantos palos de ciego – que así se llama, por cierto, su sección en el Dominical de El país – como los ciegos mismos a los que critica por no dejarse persuadir por la llama del santísimo, unitario y trinatario espíritu de la transición. La insinuación entrelineada de Cercas es evidente: cuando dos perspectivas chisporrotean o pugnan entre sí por la veracidad del relato histórico, opta por la indiferencia moral y no te cases con ninguna, no vaya a ser que te quemes mojándote, y viceversa, o que te resulte fatigoso el esfuerzo de indagar en los fundamentos y contenidos de ambas.

Porque, claro, como nuestro excelentísimo Javier sentencia, la tribu de los GOT – grandes odiadores de la transición – somos, ya de partida, unos odiadores. Esto es: es el odio – sic – lo que nos empuja a defender un relato crítico y disconforme con el principio, proceso y resultado del susodicho espíritu de la transición. Lo sabe él, os lo aseguro, pues de vez en cuando cuelga el hábito de escritor y se pone el de periodista, para acto seguido, por debajo de éste, ponerse el de monaguillo intelectual de la santísima trinidad del extremo-centro, aunque él probablemente, ni lo reconozca, ni se de cuenta de ello.

Porque, claro, además de ser unos odiadores, somos, «en teoría, jóvenes izquierdistas que no vivieron la transición». Uséase, que puesto que somos jóvenes, y puesto que somos izquierdistas teóricos, y puesto que no hemos vivido la transición, lo que tengamos que concluir, indagar, analizar, criticar o debatir no tiene validez ninguna. Lo que cuenta es haber vivido – sic – un proceso histórico para ser autoridad revelada y revelatoria sobre el mismo; algo tan consistente como considerar que, puesto que Bruto mató a César y vivió en carne tal parricidio, habría que exhumar su tumba y hacerle masajes de reanimación para escuchar la verdad verdadera sobre lo que fue o dejó de ser Roma en ese contexto. ¡Brillante!: aplaudan a monsieur Cercas y háganle caso; puede que el día de mañana, dopo la sua morte, sean ustedes mejor considerados que los jóvenes por haber defendido en vida la teoría de que las zanahorias pueden crecer al revés.

Y es que, ¡vaya por dios!, la tribu de los GOT hemos cometido la impiedad de sostener, aunque no con las palabras tan sencillotas y callejeras que Cercas utiliza para caricaturizarnos, que la transición fue un tongo por supuesto, una sucia treta urdida con el fin de que el franquismo pareciera cambiar cuando nada cambiaba – off course, mon ami, y no hace falta citar la conclusión lampedusiana, que sólo tiene una interpretación posible: cambiar todo para que nada cambie. Siendo todo, el franquismo, y siendo nada, la prometida democracia que arrastramos de la no-superación del Franquismo judicial y de la antropología cultural, política y cotidiana, de España, un intento de convencer al personal de que la democracia española no es más que una democracia fraudulenta así es o una versión maquillada del franquismopor supuesto, pero de extremo-centro liberal, y ni de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario, de modo que la culpa de todos nuestros males públicos la tiene la transición – no tanto: sólo fue el principio del presente disparate y nosotros no somos responsables de ninguno en realidad es todo lo contrario: lo que queremos es hacernos responsables de los errores pretéritos de nuestros padrecitos como también lo hacemos de los nuestros, hoy.

Después de esta retahíla de patéticos estereotipos dominicales, verbalizados por monsieur palos de ciego después de un café – cargado, intuyo – matutino, viene lo mejor del baile, espérense: «Los GOT, en fin, son bastante inofensivos, algunos incluso entrañables: en cuanto a sus argumentos, no precisan refutación, de hecho ni siquiera son argumentos, sino desahogos de frustraciones personales o palancas de ambición política, y a menudo delatan un conocimiento de la transición comparable al que un servidor posee de la cría de oveja merina australiana».

Lo de inofensivos he de reconocer que, en mi caso, es cierto: siempre me he considerado un hombre de paz, y por ello trato de guerrear con la palabra. De hecho, lo mas violento que he hecho nunca ha sido en el barrio de mi pueblo, Chantada, justo el día de la famosa procesión dos caladiños, en el que quise tentar a la diosa fortuna y probar, ateniéndome a las consecuencias, a gritar lo siguiente en medio de la Piazza:

¡Ustedes no tienen fe, lo que tienen ustedes es miedo!.

Fíjense ustedes si soy ingenuo y temerario que meses después osé presentarme como alcaldable por Izquierda Unida con una caótica plataforma municipalista sin orden, estructura ni horizonte, en la que más que sujetos de izquierda existían loros de repetición del cotilleo político que llegaba a ese dañino espantapájaros llamado televisión. Pero vayamos al grano.

Javier Cercas tiene hemeroteca, bibliografía y documentación suficiente para persuadirse de la verosimilitud de los relatos y consiguientes conclusiones de los GOT. Puede que la desconozca y no lo sepa, y por eso puede que se haya pasado un poco dándoselas de listo. Puede que la conozca pero que no le dote de seriedad o rigor epistemológico-historiográfico, y si así fuese tendría que aclararnos, en su descafeinado artículo matutino, cuales son esas debilidades racionales, epistemológicas, que caracterizan a la no poca bibliografía y documentación crítico-histórica sobre la transición española. Puede que la conozca y no se haya molestado ni en leerla, porque ya está ciegamente convencido de que las musas de la sensatez, la objetividad y el sentido común – dominante – lo avalan. Puede que la conozca y no se haya molestado, ni en escudriñar sus bases epistemológicas, racionales, ni en leerla siquiera por encima, ni en considerar que todo lo que ha creído hasta ahora sobre una época de la historia contemporánea de España tiene tanta solidez como los conocimientos de cría de oveja merina australiana que reconoce, en su artículo, no poseer en absoluto.

En algo, sin embargo, empieza a acertar monsieur palos de ciego cuando escribe: «En otra esquina están los GAT – grandes apologistas de la transición -. Son más escasos que los anteriores, pero mucho más poderosos».

Que cada vez menos sujetos otorguen verificabilidad empírica a los mitos discursivos de la transición no se debe al hecho de que el pueblo raso se haya esforzado en la biblioteca y en las hemerotecas para deconstruirlos, no: millones y millones de personas siguen votando al inefable partido de la gaviota alada y a la plúmbea socialdemocracia del PSOE; sencillamente, les importa un pepino la transición. Lo que realmente les importa y les motiva es defender, en un eterno presente y sin descanso, a un lado y a otro, al partido de España, España, España. Lo que sucede, por supuesto, es que el tiempo hace trizas a las mentiras de época, y a la nuestra le va a tocar empezar a escudriñar las de la transición con más prudencia, distancia, rigor crítico y globalidad, esto es: que nos va a tocar salir del terruño patrio para hablar de las burdas mentiras con las que nos han criado en el terruño patrio.

Pero hete aquí que Javier Cercas, por fin, dice una verdad verdadera, esa verdad que, además, es la madrecita del cordero de todo este problema: evidentemente, monsieur palos de ciego, evidentemente que los GAT, los grandes apologistas de la transición, a saber, los que nunca se han atrevido ni atreverán a hacer una condena político-moral del franquismo, los que logran trepar en el aparato de estado gracias a la existencia del franquismo judicial, los que son condenados por lo penal a 5 meses de cárcel después de haber evadido cientos de millones de euros públicos sin ser obligados en absoluto a devolver lo robado, los que financian ilegalmente a sus partidos con platita de narcos y crean empresas-tapadera para evadir fiscalmente y lavar dinero negro…; esos, sí, evidentemente, señor Javier Cercas, son, como usted dice, mucho más poderosos que los GOT. Y por eso, almita de cántaro, usan el relato histórico que usan.

No hacer justicia a nada ni a nadie agarrándose al secular reino de los cielos del extremo-centro, que es lo que suele hacer Javier Cercas, puede llegar a violentar tanto a la verdad y al más elemental sentido de la justicia como el vomitar apasionados exabruptos con la fe ciega de un hincha, que es lo que suele hacer Arturo Pérez Reverte, a quien me vi obligado a responder ya hace tiempo en referencia a unas declaraciones suyas sobre la hipotética inexistencia de la literatura gallega – http://www.rebelion.org/noticia.php?id=105300 -. 

Rebelion. La guerra de literaturas www.rebelion.org. No aprendemos. A la eterna guerra lingüística e identitaria en España le añadimos, además, la guerra de literaturas. Me veo obligado a intervenir en esta guerra …

Lo realmente cómico de ambas actitudes, de ambas texturas de sentimiento, con lo terriblemente disonantes que son, es que sirven, a día de hoy, para seguir dando cimiento cultural al neoconservadurismo marca España en su disonante versión progre y castiza: un neoconservadurismo que moviliza toneladas de clichés y poses retóricamente justificadas desde el periodismo de opinión, la edición de novelas históricas sin el menor rigor histórico, la promoción de productores de ruido e insultos, popularmente llamados tertulianos, sapientes de nada pero habladores de todo, la creación de contenidos culturales y programas conducentes a avivar el sentimiento nacional y la endogamia en detrimento de la reflexión e investigación histórica, y la militancia en unos medios de comunicación que se han quedado anclados en el pasado, alérgicos a normalizar el rol y la profesión del periodista como un sujeto obligado a transformar una opinión pública integralmente privatizada en un logos crítico que amplíe el fundamento nuclear que se precie de cualquier democracia, a saber, aquel que recuerda que la participación, la deliberación y la decisión son monopolio del demos, y en él, en última instancia, reside el consentimiento de toda acción colectiva. O sea: política.

Puede que recalcar esto último no interese, ni a Javier Cercas, ni a Arturo Pérez Reverte, puesto que ambos tienen que comportarse con respecto a sus lectores y aduladores igual que los comerciantes con sus clientes: ofrecerles lo que éstos buscan. A saber, patéticas, nostálgicas, idealizadas y tergiversadas batallitas históricas protagonizadas por hombres armados hasta las cejas, en las cuales – ¡qué casualidad! – su honor moral siempre sale vencedor, para mayor gloria de las fantasías intelectuales del merchandishing cultural de la marca España. O también, en el caso de Cercas, moralismo apriorístico incapaz de tomar partido por perspectivas y sensibilidades críticas cercanas a las capas sociales subalternas, no tanto por el hecho – azaroso – de ser o no ser subalternas, puesto que eso no garantiza el grado de verdad o falsedad de un hecho histórico, sino por el hecho de que, en un país en el que tutti il mondo, periodistas, escritores, científicos, artistas, políticos, etc, echa espumarajos por la boca debido a la corrupción estructural de la democracia post-transición, lo mínimo que debe hacerse es atreverse a repensar críticamente, con fundada sospecha, sobre el carácter presuntamente democrático de los procesos que nos han llevado hasta aquí.

No es por nada, señor Reverte, pero yo creo que el periodismo, la literatura y la ciencia histórica se merecen algo más que espantapájaros que hagan apuestas públicas al caballo ganador del terrorismo islámico, con cojones o sin ellos; yo creo que el problema de la corrupción estructural de la democracia española es el mismo problema del modelo anglo-euro-israelí de democracia y reside en la injusticia estructural misma del modelo económico a él integrado. Ese fue el modelo por el que el prisismo cultural, político y mediático, desde cuyos marcos ustedes verbalizan sus exabruptos, optó por hacer propaganda: el modelo del imperio atlántico de ultramar, comandado por pro-hombres blancos, varones y occidentales, con sus pingues inversiones en i-d-i militar y tecnológico para imponer o exterminar físicamente, si hace falta, a gobiernos o pueblos remisos a no ceder su soberanía política, cultural, económica y militar por un puñado de euro-dolares.

El mismo modelo, señor Cercas, que tragaron las izquierdas, los centros y las derechas hegemónicas del estado español, antes, durante y después de la transición. El mismo modelo, señor Reverte, que financia, tanto el armamento que infla a los por usted admirados cojones del terrorismo islámico, como a los por usted non tan admirados cojones del colonialismo euro-americano que lo han creado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.