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La dispersión de Irati

Fuentes: El Salto [Foto: Eztizen Artola y Pili Caballero. Gessamí Forner]

Hay 87 niños y niñas de la mochila, sobrenombre con el que se conoce a los hijos de los presos vascos dispersos en las cárceles de los Estados español y francés. Cuando el próximo 8 de marzo Irati cumpla tres años, saldrá de la cárcel de Aranjuez para vivir con sus abuelos en Bilbao y empezará a recorrer centenares de kilómetros para ver a sus padres, ambos presos, una vez al mes.

Pili Caballero tiene 68 años, una hija presa y una nieta de dos años que alterna vivir tres semanas en el módulo de madres de la cárcel mixta de Aranjuez y una en el bungalow que alquilan sus abuelos en el camping cercano a la prisión. Cuando el próximo 8 de marzo Irati cumpla tres años, saldrá de la cárcel y vivirá con ellos, en su piso de Bilbao. Su madre será trasladada de la cárcel de Aranjuez a una prisión de mujeres y su padre, a otra de hombres. Irati vivirá en libertad, pero arrastrará la condena que el Estado español le impone a través de la política de dispersión: cada mes deberá recorrer entre 800 y 2.000 kilómetros para mantener un vis a vis familiar con uno de sus progenitores. 

Eztizen Artola tiene 20 años y un padre que estuvo preso hasta que ella cumplió los 13. Es dulce, alegre y enérgica. Explica que va al psicólogo para trabajar la gestión de sus emociones. Hace tres años, sintió que cargaba con una losa demasiado pesada. En la jerga de los familiares de los presos vascos, a los hijos se les conoce como las niñas y los niños de la mochila. Actualmente hay 87, cuatro de ellos aún durmiendo en cárceles (Aranjuez y Picassent). Cuando cumplan tres años, los niños saldrán de prisión y comenzarán a sumar kilómetros que un día les harán decidir “entre parque y calle o maleta y carretera”, resume Eztizen. 

Ninguno de los 87 menores tiene a sus padres o madres en cárceles vascas. Tras la Declaración de Aiete, el 20 de octubre de 2011, ETA anunció el cese, hace nueve años. El 3 de mayo de 2018 confirmó su disolución.

Vivencias compartidas

Pili y Eztizen se han hecho amigas. Para Pili, Eztizen es un “gran apoyo”, aunque sabe que no debe abusar, “es casi una niña”. Eztizen reconoce la “coraza” de Pili y le aconseja sacársela. “No sirve de nada”, le dice desde su experiencia acumulada en la infancia y en la adolescencia. 

Pili también ha decidido ir al psicólogo. Le aturulla pensar que algún día le tendrá que contar a Irati que su madre no está trabajando, que su madre está presa y que por ello deben recorrer centenares de kilómetros para verla cada mes, “hasta que el cuerpo aguante”. Lleva así nueve años: Soto del Real, Jaén, Córdoba, Aranjuez desde que nació la niña. “Esto te mina la salud, esa tensión, esa frustración, la rabia y la pena. Son unos sentimientos muy encontrados”, indica. Asoma la palabra “torturas”.

La vida no es una serie de televisión, aunque ¿quién no ha visto Patria? Pili no se reconoce en esa madre estereotipada, pero es madre: “Mi hija sabe que me tiene para todo”. Visitarla, cuidar de Irati, velar por ellas. Y zanja sobre la dispersión que “es lo que me ha tocado, pero yo a esta lotería no he jugado”.

Cuando era pequeña, a Eztizen también le contaban que su padre estaba lejos de ella porque estaba trabajando, pero un día empezó a dejar de creerlo. Como la Navidad, como el ratoncito Pérez, los niños están abocados a la verdad. El punto de inflexión lo marcó la primera visita que mantuvieron a través de un cristal y unos barrotes. Eztizen tenía 10 años. A esa edad, los hijos de los presos pierden vis a vises y, para compensar la falta de tiempo con su padre, le pidió a su madre mantener una visita de cristal. Tras los 40 minutos de rigor, y contarle a su padre las cosas de la escuela, le dijo a su madre que nunca más. “Fue traumático”, resume. 

“De pequeña me sentí abandonada y frustrada, teniendo que decidir unas cosas demasiado grandes para mí. Mi padre estaba lejos y pensaba que la culpa era suya, no entendía la dispersión y esa situación me creó rechazo hacia él”, detalla. Ningún hijo e hija de presos comunes pasa por esa situación, ya que cumplen condena en las cárceles cercanas a su domicilio familiar. “La dispersión se asienta en la venganza, porque genera odio, rechazo y división en las familias. Irati no tiene la culpa de nada y en marzo se va a encontrar con su madre y su padre a cientos de kilómetros de ella, sin poder entenderlo. Eso es inhumano y vulnera los derechos de los niños”, destaca Eztizen, con un atisbo de rabia contenida.

Son los sentimientos los que le empujan a contar su propia historia: “A veces entras en un pozo que no tiene fondo ni luz. La situación no cambia, pero nosotras tenemos que estar en ella y contar lo que sucede, porque si no pones nombre y apellidos, la historia se deshumaniza. Parece que no es real, pero Irati es real”. Como Eztizen.

Una mano que escribe Justicia

El 15 de mayo de 2001, el periodista Gorka Landaburu recibió un paquete bomba en su casa de Zarautz que le provocó la amputación de una falange de la mano derecha y cuatro de la mano izquierda, además de otras heridas en rostro y abdomen. Oskarbi Jauregi cumple pena por diversos atentados, uno de ellos el de Landaburu. Hace un mes, Jauregi fue trasladada a la cárcel de Martutene de Donostia. Tras conocerse el traslado, el periodista escribió en un tuit: “No me alegro por ella, pero sí por su familia”. La política penitenciaria del Estado español está como los presos de ETA: a centenares de kilómetros de la sociedad vasca. Es raro entablar conversación con alguien que la desee y justifique. 

A día de hoy, hay 30 presos vascos en cárceles francesas y 210 en españolas. Solo 15 cumplen condena en el País Vasco y alguno se encuentra en libertad atenuada debido a enfermedades graves, explica por teléfono el portavoz de la organización Sare, Joseba Azkarraga, camino a la cárcel de Albocàsser (Castelló). En las últimas semanas ha habido un acercamiento a cárceles de territorios colindantes (17 a La Rioja, 5 a Cantabria y otros 5 en tránsito, Burgos y Soria). El 70% de los traslados autorizados por Instituciones Penitenciarias son de presos que tienen cumplida las tres cuartas partes de la condena (muchos han cumplido 30 años y sus familiares, 30 años de viajes). Quedan entre 70 y 80 en cárceles de Andalucía, Galicia y País Valencià.

La carrera política de Azkarraga empezó en el Partido Nacionalista Vasco durante el franquismo y continuó en Eusko Alkartasuna a partir de 1989 —una escisión hacia la izquierda del PNV—. Siempre ha defendido las vías políticas para resolver el conflicto vasco. Ha sido diputado en el Congreso, ha ocupado un escaño en el Parlamento vasco y fue consejero de Justicia durante ocho años con el Gobierno de Juan Luis Ibarretxe. Ahora es portavoz de Sare, una red que reclama el acercamiento de los presos. Sobre la dispersión de Irati, Azkarraga resume que “al margen del delito cometido por sus padres, este no se puede cargar sobre la niña y sus familiares”. 

Un módulo mixto en Zaballa

Los familiares y amigos de los presos disponen de diferentes tipos de visitas dependiendo del grado de parentesco: vis a vis íntimo (de la pareja), vis a vis familiar (90 minutos en familia, una vez al mes), de convivencia (hasta cuatro horas madre, padre e hijos; una vez cada dos meses) y visitas de cristal para familiares y amigos (40 minutos semanales a través de un cristal y un telefonillo). 

La Plataforma Irati gurasoekin Euskal Herrira (Los padres de Irati a Euskal Herria, en castellano), de la que forman parte Eztizen y Pili y a la que se han adherido miembros de la cultura vasca, solicita la creación de un módulo mixto en la nueva prisión de Zaballa (Araba) y que los padres de Irati sean trasladados a ella, así podría verles a ambos todos los meses desplazándose apenas una hora de ida y otra de vuelta. 

La madre y el padre de Irati fueron detenidos en marzo de 2011 e ingresaron en prisión preventiva. Posteriormente, fueron condenados por terrorismo (furgoneta bomba contra la casa cuartel de la Guardia Civil de Burgos en 2009, que causó heridas en 60 personas, y el asesinato con una bomba lapa del inspector de policía Eduardo Puelles en Arrigorriaga). Hasta 2003, el máximo legal de años para cumplir pena en la cárcel eran 30. A partir de 2003, se elevó a 40. “Nunca voy a ver a Beatriz fuera de la cárcel”, asume Pili cuando habla como madre. “Pero los hijos no tienen culpa de lo que hayan hecho sus padres”, añade cuando habla como abuela. 

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/dispersion/dispersion-de-irati