La prensa de la oligarquía hoy se escandaliza porque el presidente Petro les ha dado la mano a los jefes paramilitares que hicieron posible el ascenso y la elección de Álvaro Uribe Vélez en 2002.
En ese entonces, los Castaños, Mancuso, Jorge 40, Don Berna y demás jefes paramilitares, eran héroes porque habían contribuido con el debilitamiento territorial y militar de las FARC.
Y no fue esa prensa oligárquica la que develó y denunció la “parapolítica” sino que fue Gustavo Petro, algunos demócratas y valientes periodistas independientes, los que sacaron a la luz ese contubernio entre “paras” y la clase política tradicional.
Algunos de esos jefes “paras” contaron después, ya cuando estaban presos y desacreditados, que fueron los mismos políticos corruptos, principalmente de Antioquia, Magdalena Medio y la Costa Caribe, los que impulsaron esa estrategia de guerra contrainsurgente.
Pero, además, quienes estaban detrás de la financiación inicial de esos grupos paramilitares eran las grandes empresas transnacionales como la Drummont, Chiquita Brands, y otras, el gremio de los bananeros y los grandes terratenientes interesados en despojar a los campesinos de sus tierras.
Luego, cuando la guerra escaló en la década de los años 90s del siglo XX y principios de la primera década del XXI, con el visto bueno de altos mandos del gobierno, del ejército y del gobierno de los EE.UU., los “paras” se fueron convirtiendo en verdaderos narcos y viceversa.
Cuando Mancuso llegó al Congreso en mayo de 2005, fue recibido por la casta política con bombos y platillos, y la prensa que hoy posa de moralista, no dijo nada. Al contrario, justificaban sus crímenes y el exterminio de la UP, con la amenaza de la guerrilla comunista.
Ahora, esa oligarquía criminal y sus medios de comunicación “prepagos”, temen que esos jefes paramilitares que fueron traicionados por Uribe, saquen a relucir los nexos de importantes empresarios que financiaron y se lucraron de esos crímenes y, se apropiaron de extensos territorios que estaban en manos de campesinos pobres en muchas regiones de nuestro país. Fue lo que se denominó la “Contrarreforma Agraria Armada”.
Bien por Petro y su gobierno que, sin ofrecerles gabelas a esos criminales del pasado, les ofrece un camino o vía para que aporten información valiosa para identificar a los llamados “terceros”, o sea, a los verdaderos determinadores de la violencia paramilitar.
Ese es un paso muy importante para entender la evolución del paramilitarismo en Colombia. Se trata de identificar con mayor precisión las diversas fases por la que ha pasado ese proceso contrainsurgente, que aún hoy está presente entre algunos grupos como el Clan del Golfo y las Autodefensas de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Esa información podrá aclarar cómo la estrategia de crecimiento y expansión de las Farc, basada en fortalecer su estructura militar canalizando recursos de las economías ilegales (“vacunas”), les permitió a los narcotraficantes adquirir grandes extensiones de tierras en el Magdalena Medio a principios de la década de los años 80s del siglo pasado (XX), y luego, cuando se convirtieron en grandes terratenientes, se aliaron con el Ejército Oficial (con asesoría israelí) para quitarse de encima los impuestos de la guerrilla e impulsar el proceso paramilitar.
Luego vino la fase de fortalecimiento en zonas estratégicas como el Urabá y el Nordeste Antioqueño, Córdoba, Sierra Nevada de Santa Marta y los Llanos Orientales, zonas en donde las Farc con su torpe política de agresión contra los campesinos ricos y medios, crearon las condiciones para que los grupos paramilitares construyeran una amplia base social.
Después, bajo la dirección de los hermanos Castaño se organizan las Autodefensas Unidas de Colombia AUC y, en dura competencia con las Farc y con el apoyo del Ejército y de las agencias de inteligencia de los EE.UU., se produce la expansión de los paramilitares por todo el territorio nacional.
Dicho proceso fue, en realidad, dirigido “desde arriba” por la oligarquía y la casta política tradicional, con algunas excepciones. Ellos, con el liderazgo de Uribe cuando fue Gobernador de Antioquia, impulsaron con fuerza y determinación el paramilitarismo, aunque se hacían los inocentes, posaban de no saber nada, pero por debajo de la mesa eran los que realmente movían los hilos del conflicto y de esa estrategia.
Es importante entender que a los “gringos” y a la casta dominante y criminal de Colombia, o sea, a los que desde siempre han controlado el poder del Estado (y todavía lo tienen), no les interesaba tanto derrotar y exterminar a las guerrillas sino instrumentalizar el conflicto para desplazar a la población rural (campesinos, indígenas y negros) de regiones estratégicas para el gran capital, expandiendo la economía del narcotráfico a lo largo y ancho del país.
Más adelante, algunos sectores del paramilitarismo intentaron “refundar la Nación”, o sea, adquirieron cierta autonomía e independencia frente a sus determinadores y financiadores “legales”, y por ello, Uribe con asesoría estadounidense impulsó la política de Justicia y Paz en 2005.
Fue el momento escogido para traicionar a los jefes de los “paras”, desmovilizarlos y desarmarlos y extraditarlos para los EE.UU. Su gran “pecado” era “saber mucho”. Esos aliados incómodos ahora le estorbaban a Uribe y a la oligarquía y fueron desechados como basura.
Después de ese falso “proceso de paz” de Uribe, vino la fase de descomposición de las fuerzas paramilitares que no se sometieron o que se desencantaron del proceso de paz de Uribe, que los llevó ‒al igual que las guerrillas en la otra vertiente ideológica‒ a convertirse en la “policía rural” de los narcotraficantes, que desde entonces fueron subordinados por las mafias mexicanas. Y en eso estamos todavía.
Por ello, lo que está haciendo el presidente Petro es acertado. Esos jefes paramilitares desde las cárceles o donde estén, pueden ayudar a construir una Verdad Transformadora, y a superar la “verdad acomodada”, que centra la responsabilidad del conflicto en los actores armados (“paras”, guerrillas y algunos sectores del Ejército) para garantizarle la impunidad a los verdaderos perpetradores y determinadores de la guerra fratricida que hemos vivido en Colombia.
¡Está llegando la hora de la Verdad Verdadera, la que la prensa oligárquica siempre quiso ocultar!
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