“La guerra es un asunto serio; da miedo pensar que los hombres pueden emprenderla sin dedicar la reflexión que requiere”
(Sun Tzu. El Arte de la Guerra, en Aproximaciones o “Suputaciones preliminares”).
Pedro Sánchez, el centrista presidente español, con el apoyo claro de parte de la izquierda, incluyendo la vicepresidenta Yolanda Díaz, acaba de anunciar hoy (por ayer), 2 de marzo de 2022, que entregará “material militar ofensivo a la resistencia ucraniana”. Lo que nos recuerda y nos alerta que en nuestro nombre y sin salvedades antifascistas, se darán armas para que, lejos de este país donde somos ciudadanos, unas tropas combatan a otras. ¿Fuerzas desiguales? Digamos que sí. Es así por ahora, pues quizá el escalamiento bélico surta una ecuación en la que, lo que Sanchez llama Resistencia, quede como peón, si no lo es ya, en el tablero de un ajedrez mundial en el que el rey Biden y sus aliados en la cohorte llamada OTAN, hacen apuestas y envían a extraños con rabia y cuchillos como carne de cañón al frente de guerra, donde ya estaba larvada la crisis que estalla en nuestros televisores y teléfonos.
El 11 de marzo de 2004 cuando acá en Madrid lloramos a 193 asesinados en los atentados de ese día, y tuvimos también cerca de nuestro sentir a unos dos mil heridos, sabíamos que tras la locura de la acción yihadista estaba la alucinación criminal del Trío de las Azores más uno, donde Aznar junto a Blair, Bush y Barroso definieron desatar, contra la legalidad internacional, un conflicto todavía más irracional en Irak, que hoy deja aproximadamente un millón de víctimas. Confío no en la pereza sino en la suficiencia mental y en la agilidad o destreza de los dedos del lector para comprobar este dato y otros en la web.
Uno de esos datos no es matemático, referido a cuántos millones de ciudadanos o de diputados que les representan, apoyan a Sánchez en esa decisión de implicar de forma más directa a un país como esta España tétrica, donde avanza el fascismo, en una guerra que se habría podido evitar, si tuviéramos una diplomacia competente, no mediocre y no adicta al seguidismo como la actual. Más cuando algunos de nosotros no votamos y ninguno de quienes se sientan en el Congreso sentimos tiene nuestra delegación, a no ser por ficciones e imposiciones legales, como las mismas que nos obligan a pagar impuestos para mantener zánganos en sus poltronas y enviar a nuestro nombre recursos bélicos de ataque para que otros, y no nuestros hijos, se maten.
No es técnico tampoco el dato que acá se persigue, en relación con el tipo de “material militar ofensivo”. Igualmente no es semántico ahora mismo el debate de este apunte sobre qué es la “resistencia”. Ya veremos. Es sólo una mirada que no llega a ser siquiera un testimonio, es apenas una reacción sobre la cobardía y la doble moral de quien desde su despacho, rodeado como los suyos de personal de seguridad y de colosales medios de propaganda, dispone en nuestro nombre y de un Estado social y democrático de Derecho que para frenar a Putin y su delirante ambición neocolonial, hay que convertirse en vasallo obediente cargando la proyección también y todavía más invasora, trasgresora y de reparto imperial, que comporta el gran aparato de poder que es la NATO, que de existir una verdadera justicia internacional ya habría sido ordenada su disolución e investigados sus crímenes. Obviamente primero sus responsables de elegante corbata.
Sánchez tiene a su servicio numerosos asesores jurídicos que pueden indicarle las consecuencias en el camino que está tomando por acción y por omisión. Por feriar armas sin preguntar si entre sus destinatarios hay neonazis. Aznar también tenía importantes consejeros. Le ayudaron en universidades y platós de televisión a crear los subterfugios para evadir su responsabilidad penal. Como lo hicieron los abogados de Bush y de Blair. Hoy el señor Aznar goza de buena salud y recibe dineros que los españoles debemos pagarle como ex presidente. Mereció una canción, por cierto (Dos contrahechos del Norte, y un enano de alcahuete, sádicos abominables, reclutan tribus y cortes para gestión de grilletes y corazones de sable. “Camelot”, Silvio Rodríguez, 2003).
Aludiendo a la resistencia, Sánchez no la define en lo más mínimo, no le señala requisitos, no establece siquiera criterios y límites normativos con base en las leyes de la guerra o el derecho aplicable en la conducción de las operaciones militares y en tratados de derechos humanos, como haría no ya un señor que preside un gobierno, sino un humanista; hace abstracción de los grupos compuestos por ucranianos o de otros nacionalismos, que ahora mismo en España y otros países ostentan organización y simbología de tipo nazi; no establece salvaguardas, sino que da un talón o cheque en blanco a un dispositivo de acciones no sólo militares sino paramilitares, como es lo que hoy mismo se está preparando en diferentes países europeos, reclutando a “civiles” (¿legiones de mercenarios?) para sumarse a “milicias” que en Ucrania tendrán, seguramente con derecho, ya no sólo las bombas o cócteles molotov cuya inédita glorificación está estos días en los mass media (casi siempre objetando el armamento popular), sino las sofisticadas ayudas bélicas que en nuestro nombre se donarán, como las que se venden ya a países en conflicto armado como Colombia.
Allí, en ese país suramericano, de jugosas inversiones españolas, el año pasado, en solo unas semanas de movilización popular, hacia el mes de mayo, las fuerzas estatales y paraestatales, mataron a 80 jóvenes, campesinos y activistas sociales; atacaron sexualmente a 30 mujeres; sacaron ojos a 83 manifestantes; cometieron aproximadamente 4.000 graves violaciones a los derechos humanos. En 2021 dichas fuerzas represivas efectuaron 93 masacres y asesinaron a 165 líderes. 48 firmantes del acuerdo de paz de las FARC fueron igualmente eliminados. Salvo los defensores de ese régimen de probados nexos con estructuras narcotraficantes y paramilitares, como el propio presidente Duque, nadie en su sano juicio y con cierta ética puede negar que en ese país, socio especial de la OTAN, se padece un genocidio.
A los cien días de las matanzas, en septiembre del 2021, en Madrid, lejos de la sangre chispeante, Sánchez abrazó con gran entusiasmo a Duque. En pleno el Consejo de Ministros progresista, con dirigentes de izquierda incluidos, por supuesto, le otorgó a ese personaje, la Gran Cruz de Isabel la Católica, una de las máximas condecoraciones, también en nuestro nombre, que concede el Estado español “y de cuya Orden es gran maestre el rey, Felipe VI”, monarca éste que ochenta días después, en diciembre, repitió la encopetada escena: en la calurosa Barranquilla, donde cerca en desembocaduras suelen aparecer cadáveres de jóvenes mutilados por las fuerzas del orden, Duque recibía de manos señoriales el World Peace & Liberty Award, el premio Paz y Libertad.
Ante la eficacia de Duque, quien deja el cargo, España debería antes de su salida como jefe de gobierno en agosto próximo, preparar algún otro galardón. La semana pasada, el 22 de febrero, fueron asesinados varios líderes campesinos, entre ellos Teófilo Acuña, a quien recordamos caminando por estas calles de Madrid, esperanzado en que la vieja Europa fuera capaz de una solvencia moral y en lugar de tomar partido por las guerras y los victimarios, se acercara a los pueblos sufrientes.
¡No Teo! Han pasado ya dos décadas de ese diálogo nuestro mientras caminábamos por El Retiro y compartíamos una cerveza. En esta soledad de hoy, de una tarde en la que España aplaude entrar en guerra, o peor: no entrar cobardemente en ella pero sí mandar armas para que otros se maten, no tengo, Teo, más que volver a sacar mis fichas de lo dicho alguna vez por Camus y que hoy le diríamos tú y yo junto con otros a la cara a Sánchez y su gobierno: “– No, un hombre se contiene. Eso es un hombre, y si no… soy pobre, salgo del orfanato, me ponen este uniforme, me arrastran a la guerra, pero me contengo (El primer hombre, 1960. Última obra de Albert Camus, inconclusa). Junto a un texto de un contradictor suyo, Jean Paul Sartre (Prefacio de Los condenados de la tierra, 1961, del psiquiatra y filósofo revolucionario Franz Fanon), quien propuso recobrar la denuncia enfática que él acertadamente hizo del “striptease de nuestro humanismo”, cuando confrontaba esa moralidad hipócrita o falsa de las metrópolis o de las burguesías (las elites políticas y económicas) que condenan la violencia de otros pero que soslayan reprobar la propia.
Quizá lo único bueno que queda de lo hecho hoy por Sánchez en nombre nuestro, como ayer 1º de marzo Biden lo proclamó en el Congreso en nombre de sus intereses, ocultos un poco en la masa de su verborrea imperial, es que se está hablando algo de las oligarquías (las rusas, por supuesto, no de las españolas, ni colombianas, ni venezolanas en el barrio Salamanca, ni tiene lugar tampoco hablar de la fortuna del humorista hoy presidente Zelenski). Es bueno se hable de las oligarquías: de las pandillas de cualquier país, responsables de pillajes, de saqueos, de guerras de despojo, de planes militares y económicos de agresión y anexión, enriquecidas porque han hecho del hambre, la precariedad, la devastación y el dolor un lucrativo negocio.
Es bueno también porque hoy 2 de marzo Sánchez ha hablado de “la Resistencia”, de necesidades militares, de solidaridad, de guerras asimétricas, del deber de ayudar a quienes deciden hacer frente a la agresión, la ocupación, la injusticia y la opresión. Vale la pena que combatientes palestinos, colombianos y saharauis tomen nota.
Por último, en paralelo a los esfuerzos legítimos de plataformas de derechos humanos y de víctimas que buscarán con plena razón documentar los espantosos crímenes de guerra de Putin y de otros mandos rusos, ¿es posible también que en España al menos, donde alguna vez se enjuiciaron crímenes internacionales, pueda documentarse desde hoy la responsabilidad de Pedro Sánchez y su gobierno por ordenar asistencia militar directa en una guerra turbia que debería hallar ya mismo canales de diálogo y resolución con garantías?
Esperamos que haya compañeras y compañeros, juristas demócratas y de izquierda, o sencillamente ciudadanos de a pie, sean intelectuales, académicos, opinadores o no, coherentes con su obligación moral y con algunos principios del arruinado derecho internacional, con su condición sentipensante, y sustancien con la misma energía los crímenes que con los dineros, los silencios y los consentimientos que aportamos desde aquí, llevan desde hoy la marca España en su lomo.
¡No en nuestro nombre!
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