Hace ya unos nueve años que la ciudadanía española se echó a la calle, en lo que probablemente haya sido la revuelta popular más bella de las últimas décadas. Así, el 15-M, movimiento entre revolucionario y contracultural, al grito de “¡democracia real ya!”, de modo asambleario, utópico, feminista, fraternal y solidario, tomó las plazas y caminos de nuestro país para intentar crear una economía al servicio de la política, una política al servicio de la justicia, y una justicia al servicio de los más humildes.
De este modo, se pretendió, entre otras metas, acabar con los desahucios, poner freno a los abusos de la banca y de las grandes empresas y redescubrir las iniciativas populares (huertos comunales, economía social, etc.). Se habló de la necesidad de un proceso constituyente y, para conseguirlo, todo el huracán despertado en dicho movimiento se transformó en una iniciativa electoral novedosa, representada por Podemos. Dicha iniciativa comenzó siendo asamblearia, independiente de los bancos, alternativa y, como tal, cuestionó el bipartidismo, la casta y el poder financiero.
Así, descubrimos la falsa democracia que teníamos: una jefatura de Estado no electa, masculina, vitalicia y hereditaria; una presidencia del gobierno que la ciudadanía no vota; un Congreso que elige al presidente (quebrando la separación de poderes), un poder judicial cuyos CGPJ y Tribunal Constitucional los elige en parte el Congreso (rompiendo la independencia del poder judicial); una clase política corrupta (los ERE del PSOE o el caso Bárcenas del PP), represora (el GAL del PSOE), genocida (Aznar y la foto de las Azores) o conculcadora de las libertades (la ley Corcuera, la censura a La Clave de Balbín…); todo esto debido a, según la lúcida expresión de Antonio García Trevijano (por cierto, silenciado por sus certeras críticas al presente régimen), la partidocracia que domina el parlamento y todos los poderes políticos.
A su vez, el poder económico, por irresponsable y corrupto, generó el drama de los desahucios, el ser rescatado con un dinero público que no se va a recuperar, la salida en falso de la crisis de 2008 dejando un saldo de precariedad, y la degradación de los servicios públicos. Dicho poder económico es el que, en última instancia, controla de modo sutil pero real a la clase política (piénsese en las puertas giratorias, y en Aznar y en Felipe González, entre muchos más).
Sin embargo, ese huracán que tanto nos ilusionó y que en su momento nos pareció, al menos a muchos de nosotros, que iba a traer verdaderamente una democracia real, fue combatido y derribado por el poder, mediante un paquete de ideas sencillas y fáciles de poner en práctica:
- La sustitución de un Borbón por otro Borbón, para mejorar la imagen de una institución desgastada por corrupta.
- El surgimiento de políticos jóvenes (Arrimadas, Sánchez, Casado…) por la misma razón que en el caso de la monarquía.
- La creación de nuevos partidos políticos, aparentemente emergidos del 15-M, pero con la intención no de renovar, sino de confundir y dividir (Ciudadanos, una suerte de Podemos de derechas).
- El linchamiento mediático de las alternativas, con la vergonzosa acusación de nazis a los anti-desahucios por los escraches, o la persecución a Podemos, conculcando toda ética profesional.
- La domesticación por absorción de Podemos.
Este último factor ha sido el más inteligente del establishment, y ha consistido en una trampa que el PSOE le ha tendido y en el que la formación morada ha caído. Al integrarle en el gobierno, y, a cambio de mínimas concesiones sociales, tener que aceptar las normas del juego de un tablero corrupto y posibilista, ha renunciado Podemos a la radicalidad de su estructura (ya los círculos no funcionan, y a cambio se impuso la cúpula de Pablo Iglesias), de su programa económico (basado en el del 15-M que fue avalado por el propio Stiglitz), y de su programa político (el proceso constituyente).
Dicha trampa, a la que la derecha contribuyó fingiendo la indignación frente a un supuesto gobierno social-comunista en el que Sánchez sería rehén de Iglesias (¿), es la estrategia del maestro que, para domar al gamberro de la clase, le sienta en primera fila, y le da una pequeña función (abrir la puerta, dejar la llave), a cambio de poder entrar 3 minutos más tarde.
Por todo esto, el covid nos sorprendió con los servicios sociales degradados, como afirma Vicens Navarro; los desahucios se siguen produciendo, la precariedad puede llegar al 40% de los españoles, según Oxfam, y la desigualdad aumenta, según la misma organización.
Sin embargo, como se suele decir, dejaremos el pesimismo para tiempos mejores, y seguiremos luchando. Si de aquel 15-M solo queda una minoría, esa minoría seguirá luchando, a la espera activa de que vuelva a saltar una brisa que se vuelva huracán. No sabremos cómo ni cuándo, pero es cuestión de tiempo. Como le escuché decir a un cura revolucionario de Chiapas: “La esperanza no muere; y si muere, resucita”.
Así, seguiremos en pie de paz luchando por otro despertar masivo. Tal vez el próximo llegue más temprano que tarde, y logre un país más alegre, más feliz, más bello, más justo, sin tanta pobreza ni desigualdad. De este modo, se hará real el sueño de Prisciliano, de Juan Luis Vives, de los Comuneros, de la Escuela de Salamanca, de Fermín Salvochea, de Joaquín Costa o de Julio Anguita, por citar a algunos.
Nacho Dueñas, cantautor e historiador