Después de dos años del peor incendio en Castilla y León, Zamora sigue atrapada entre un paisaje desolado y la explotación de la madera quemada, mientras la recuperación avanza con lentitud.
La crisis climática y la despoblación rural, sumadas al abandono de la actividad agrícola, están desdibujando muchas regiones en España, moldeando paisajes cada vez más frágiles, expuestos a incendios voraces que amenazan con arrasar todo a su paso. Territorios que antaño fueron prósperos ahora se encuentran amenazados por los incendios forestales que arrasan espacios naturales y también afectan negativamente el tejido económico de muchos pueblos y zonas rurales en el país.
El 2022 marcó un alarmante récord. España acumulaba más de un tercio de los incendios ocurridos en toda Europa, con la quema de 310.000 hectáreas, el equivalente a unos 434.000 campos de fútbol. En aquel año, el verano fue especialmente duro dado que gran parte de la península sufría una ola de calor tras otra, y el fuego consumió tres veces más de lo habitual, superando con creces la media anual española registrada en las últimas dos décadas. Castilla y León ha sido la comunidad más golpeada por estos fuegos en los últimos años, agravados, en gran medida, por la falta de recursos y condiciones climáticas adversas.
La provincia de Zamora, donde más de la mitad de su superficie es para uso forestal, fue una importante víctima de los incendios de 2022. El primero se originó por un rayo en junio y destruyó cerca de 30.000 hectáreas de superficie, lo que equivale a La Gomera o a Malta. Las llamas obligaron a evacuar a miles de vecinos y murieron cuatro personas. Un mes más tarde, en julio, otro incendio quemó 32.000 hectáreas. En unos pocos días, dos tercios de la Sierra de la Culebra (un espacio natural protegido por la Red Natura 2000) fueron calcinados.
Cuando hablamos de la Sierra de la Culebra –12 municipios que suman poco más de 6.000 habitantes–, hablamos de un territorio que está experimentando un lento éxodo, un lugar donde la ganadería extensiva y las energías renovables se entrelazan y las secuelas de los magnicidios forestales van consumiendo el legado de los pueblos que ocupan los valles. Aquí, el equilibrio entre lo viejo y lo nuevo lucha por mantenerse, mientras el futuro parece dibujarse con trazos inciertos.
En el pueblo de Ferreras de Arriba, el recuerdo del fuego sigue quemando. Un bienio después, el entorno se ha convertido en un páramo de terrenos parcialmente talados, aún a la espera de ser explotados por las madereras. “El dinero de la madera yo no lo he visto”, dice Venina, una vecina de 80 años que deambula hablando con todo el mundo apoyada en su bastón. “Nos quemaron todo. Las fincas de pinos, los castañares, las abejas de ese señor… todo se perdió”, relata con voz quebrada aún por el trauma. Venina es la madre de Tomás Andrés. La familia Andrés regenta el hotel rural La Guarida de Lleira. Según Tomás, la ocupación ha caído un 40 por ciento desde el incendio. Antes del fuego, sus clientes eran excursionistas y cazadores atraídos por el bosque. “Antes abrías la ventana y veías árboles”, dice Venina. “Hoy algunos extranjeros vienen con la ilusión de avistar el lobo ibérico, pero se encuentran con estas vistas de desolación”, expresa su hijo Tomás, y habla sobre cómo la construcción de un bar tal vez dé lo que ya no da el bosque.
Su situación no es un caso aislado sino el reflejo de la inquietud compartida por muchos vecinos de la zona. José Manuel Soto, ganadero y gestor del chiringuito fluvial de Cional, está preocupado porque el número de visitantes ha disminuido de forma considerable, especialmente aquellos clientes fieles que cada verano buscaban la belleza del río Valdalla, transformada ahora en un recuerdo. “La respuesta tardía y la falta de preparación empeoraron la situación”, critica Soto, señalando la deficiente gestión de la catástrofe. Según el ganadero, la ausencia de una declaración de alto riesgo fue clave para que los recursos necesarios no llegaran a tiempo para combatir el fuego. Sin embargo, para Soto el perjuicio va más allá de lo material. Como muchos ganaderos de la zona, sufrió grandes pérdidas en lo que respecta al suministro de alimento para sus ovejas. “Nada ni nadie nos garantiza que esto no vuelva a pasar”, explica mientras contempla el paisaje; al oeste, unos pocos bañistas disfrutan en una orilla intacta, protegida por los últimos árboles que el fuego no logró alcanzar.
Foto: Vistas del chiringuito fluvial de Cional. Julio 2024. / J. J. P.
En el pueblo de Tábara, situado a 40 kilómetros al sureste de Cional, José Pascuali y Óscar Puente, ganaderos de ovejas y vacas, ambos preocupados, hablan abiertamente de una experiencia inolvidable. “La velocidad a la que se propagaban las llamas era increíble”, comenta Puente, haciendo aspavientos con los brazos que simulan la furia expansiva del fuego. Pascuali revive con angustia el momento en que estuvo a punto de perder a más de dos millares de ovejas. Tras esa experiencia, recalca la importancia del pastoreo extensivo, convencido de que, sin esta práctica, el terreno se volvería un polvorín, cada vez más propenso a arder sin control.
El papel de la comunidad fue crucial para evitar mayores pérdidas durante el incendio. Aunque las autoridades ordenaron el desalojo, algunos vecinos decidieron quedarse y luchar para no perderlo todo. José Pascuali y Óscar Puente tomaron decisiones valientes para proteger sus rebaños, sus tierras y el sustento de sus familias. El primero movilizó sus 2.400 ovejas hacia zonas más seguras y trabajó incansablemente para crear cortafuegos alrededor de sus pastos, mientras que Puente aseguraba agua y alimentos para mantener a sus vacas durante la crisis. A pesar de los esfuerzos, la pérdida de pastos y cercados supuso un golpe económico significativo, agravado por la insuficiencia de las ayudas gubernamentales y una burocracia que, según Puente, complicó aún más la situación. “La finca me costó 18.000 euros arreglarla por mi cuenta, más luego darle de comer al ganado todo el año porque no había pasto”, relata con frustración.
Tras el incendio, la solidaridad de los vecinos de la zona fue fundamental para salvar a la ganadería en los momentos más críticos. Tanto particulares como empresas contribuyeron con donaciones de paja y pienso, ayudando a mantener el ganado durante los primeros meses. “Nos ayudaron para un par de meses, pero luego tuvimos que arreglarnos por nuestra cuenta”, recuerda Pascuali. Sin embargo, tanto él como Puente coinciden en criticar la desconexión entre las políticas europeas y las realidades del mundo rural, subrayando la insuficiencia de la respuesta institucional, que describen como desorganizada y poco efectiva para lograr una recuperación completa.
Ambos ganaderos expresan también su preocupación por la reforestación intensiva con pinos en áreas donde históricamente no existían, lo que incrementa el riesgo de futuros incendios debido a la alta inflamabilidad de estos árboles. José Pascuali aboga por una planificación forestal más rica, que incluya árboles autóctonos como castaños y robles, como una medida sensata para prevenir desastres similares en el futuro. “Todas estas decisiones nos están echando del mundo rural”, lamenta Puente, quien recuerda las trágicas pérdidas que sufrió su comunidad durante el incendio. Habla de Ángel Martín, un empresario local de 53 años que murió tras pasar más de tres meses en el hospital debido a las graves quemaduras recibidas mientras intentaba crear un cortafuegos para proteger al pueblo. De manera similar, Eugenio Ratón, de 65 años, perdió la vida en un intento desesperado por salvar a su padre de las llamas. También murió un bombero y otra persona más que intentaba huir.
El valor del fuego
La recuperación de la Sierra de la Culebra está requiriendo una inversión de unos 50 millones de euros para la restauración de los ecosistemas degradados y la reparación de infraestructuras.
La extracción de madera quemada y su venta ha generado más de 19 millones de euros para los ayuntamientos de la Sierra de la Culebra y la Junta a través de cuatro subastas de lotes de madera. La adjudicación de estas subastas autoriza a las empresas madereras y organizaciones ganadoras a gestionar la explotación de los montes de utilidad pública.
La inversión significativa en la restauración de la zona y los ingresos derivados de la madera quemada son aspectos cruciales para entender la economía del fuego. La restauración va más allá de cifras y obras; se trata de un esfuerzo conjunto para dar sentido a una tragedia que representa uno de los peores desastres naturales de la historia reciente de España.
José Ángel Arranz, el director general de Patrimonio Natural y Política Forestal de la Junta, explica que “se ha hecho un esfuerzo por extender y reforzar todos los recursos”, haciendo especial hincapié en el uso de tecnologías. “Lo que queremos es que no vuelva a suceder lo mismo”, subraya Arranz.
Sin embargo, las críticas hacia la gestión de estos esfuerzos no tardaron en aparecer. En octubre de 2022, Greenpeace España denunció a la Administración de Castilla y León por no actualizar su Plan de Protección Civil ante Incendios Forestales desde 1999 ni adaptarlo al cambio climático. Aunque la causa fue archivada, un año después se actualizó el plan, ampliando la temporada de alto riesgo de incendios, que ahora comprende del 12 de junio al 12 de octubre.
“En Zamora y León, regiones del norte donde los incendios son frecuentes, existía una importante falta de planificación”, explica Mónica Parrilla, ingeniera forestal de Greenpeace. Señala que la vegetación, ahora más seca e inflamable bajo el azote de olas de calor y sequías prolongadas, crea las condiciones ideales para que los incendios se propaguen sin control.
Incendios como el de la Sierra de la Culebra ponen de manifiesto que es necesario incrementar tanto los recursos económicos como los humanos para proteger las masas forestales que cada día están más amenazadas por el cambio climático. Para Parrilla, los trabajos de restauración deben ir de la mano de políticas de prevención. “Incendios va a haber, pero lo que tenemos que prevenir son los de altísima intensidad porque son dramáticos a todos los niveles”.
Andrés Castaño, guarda mayor de Zamora, ha dedicado más de 34 años a la protección de los bosques de la Sierra de la Culebra. Como responsable de la gestión forestal en la región, se ha enfrentado a muchos retos, pero los incendios del verano de 2022 fueron, según sus palabras, “algo que nunca había visto antes”. Su trabajo lo coloca al frente de la vigilancia y cuidado del entorno natural, una labor que se ha vuelto más compleja y urgente. Hoy, también supervisa y manda supervisar las tareas de extracción y tala en los bosques arrasados, asegurándose de que se gestionen de manera adecuada.
Castaño explica que la madera de mejor calidad es destinada a muebles y materiales de obra, mientras que la menos valiosa se astilla para la producción de energía a través de biomasa. Según él, aproximadamente el 60 por ciento de la madera quemada en la sierra se ha destinado a la producción de biomasa, mientras que el 40 por ciento restante se sigue transformando para otros usos; y alrededor de 25 empresas madereras, muchas de Galicia y Portugal, han sido las principales extractoras. Estas compañías, a su vez, han vendido la materia prima a empresas de producción de muebles y materiales como IKEA y Finsa, así como a energéticas renovables como Forestalia y Veolia, que queman la madera de menor calidad para producir electricidad. Otras como Tecmasa, especializada en la recuperación de residuos de madera, la están convirtiendo en tableros, una estrategia similar a la adoptada por la firma austriaca Kronospan, también enfocada en la fabricación de estos productos.
“IKEA ha adquirido muchos tableros indirectamente fabricados a partir de esta madera quemada”, explica Sergio Mateus Enrique, maderero portugués, que trabaja talando los últimos pinos que quedan en la enésima ladera de la sierra. Lo hace en un lugar donde la señal móvil no llega, donde el retumbar de la maquinaria pesada resuena a través del paisaje devastado. Desde hace meses, el sonido de equipos especializados en tala y extracción ha llenado las montañas, una constante presencia de la naturaleza en continua transformación. “Los corzos se han acostumbrado a las máquinas y al ruido, ahora conviven”, reconoce Andrés Castaño, el jefe de los guardas. Las procesadoras forestales, que pueden talar, desramar y cortar los árboles en una sola operación, han sido fundamentales para agilizar el trabajo en terrenos vastos, difíciles y también para avivar la economía surgida del fuego.
Foto: Andrés Castaño, el Guarda Mayor, y su compañero forestal Julián Escudero supervisan la transformación de la madera quemada en biomasa. Sierra de la Culebra, julio 2024. / J. J. P.
La madera quemada remanente en las numerosas parcelas pequeñas y privadas complica las cosas. Castaño explica que mientras una empresa privada puede gestionar eficazmente un lote de 300 hectáreas, extrayendo numerosos lotes de madera después de trabajar durante tres meses, el proceso se complica considerablemente en parcelas más reducidas. Esto resulta en que pequeñas masas forestales quemadas queden sin talar. Además, la situación se agrava con la aparición de plagas, como la del ips typographus, un insecto que ataca a los árboles debilitados y puede destruir un árbol en días al crear galerías bajo la corteza, una amenaza que se ha intensificado tras los incendios.
Castaño y su colega forestal Julián Escudero conversan sobre los desafíos mientras recorren el monte de Cabañas de Aliste en un Toyota Hilux, siguiendo uno de los caminos establecidos para acceder a la madera quemada. Cruzan por una plantación que el guarda mayor ayudó a reforestar en los años noventa tras otro fuego y hoy, reducida a astillas, se utiliza para la generación de energía eléctrica. “Ésta va para Forestalia”, comenta un operario de Maderas Castañeiras, empresa de León, mientras sube a la cabina de una procesadora. Con cada tronco engullido por la máquina, se libera al aire un velo de serrín que, en pocos minutos, se intensifica hasta formar una nube de ceniza de color pardo. Cada tonelada métrica de astilla, equivalente al contenido de madera de aproximadamente dos o tres árboles medianos, se comercializa a la empresa energética por 55 euros, según la maderera leonesa. Al convertir estos árboles en astillas de biomasa, se pueden producir cerca de 4.000 kWh de energía, principalmente térmica, equivalente al consumo de un hogar promedio español durante 15 meses y proporcionando un rendimiento equiparable a aproximadamente 400 litros de gasoil.
El fuego se apagó hace dos años, pero dejó tras de sí algo más devastador que las cenizas. En Zamora y en los pueblos cercanos a la Sierra de la Culebra, la tierra ya no responde al sol ni al viento; parece como si hubiera olvidado cómo ser fértil, como si todo lo que creció allí se hubiera desvanecido. Con el paso del tiempo, las voces de los vecinos y ganaderos se pierden en el silencio. Sin embargo, las máquinas siguen trabajando, el cielo se llena de polvo pardo, mientras los lotes de madera se dispersan en todas direcciones. Nada parece llenar el vacío que deja el rastro del bosque extinto. Quedan los pocos troncos carbonizados, erguidos como columnas fúnebres en un paisaje herido, el aire del suelo árido cargado de preguntas sin respuesta: ¿qué queda cuando todo se ha ido? Venina lo resume: “Nada. No queda nada”.
Elena Sánchez Nicolás es periodista freelance y trabaja para EUobserver en Bruselas como editora ejecutiva.
Jordi Jon Pardo, fotógrafo documental y periodista de Barcelona, es Explorer de National Geographic especializado en historias medioambientales y cofundador de MÓN.