Nota de edición: La educación popular nació como pedagogía de «los oprimidos» que al comprender las razones de su opresión se organizan para enfrentar la dominación capitalista. Al caminar se volvió también pedagogía de «las oprimidas» y de la descolonización cultural. La educación popular nació en Nuestramérica como pedagogía de «los oprimidos», que comprendiendo […]
Nota de edición: La educación popular nació como pedagogía de «los oprimidos» que al comprender las razones de su opresión se organizan para enfrentar la dominación capitalista. Al caminar se volvió también pedagogía de «las oprimidas» y de la descolonización cultural.
La educación popular nació en Nuestramérica como pedagogía de «los oprimidos», que comprendiendo las razones de su opresión se organizan para enfrentar a la explotación capitalista e imperialista. Al caminar se volvió también pedagogía de «las oprimidas» y de quienes, sintiéndose vulneradxs por el patriarcado, enfrentan su dominación; y se entrelazó como pedagogía de la descolonización cultural, con las experiencias diversas de más de cinco siglos de resistencia indígena, negra y popular.
En la marcha, frente a los intentos de disolución de su sentido subversivo, tuvo que aprender a ser -una y otra vez- pedagogía de los y las de abajo, e insubordinación frente a las instituciones que ponen chaleco de fuerza a los procesos transformadores.
En Argentina, una parte significativa de la energía desatada en el 2001, parece acorralada actualmente en discursos en los cuales un recorte de las superganancias de los sectores oligárquicos es presentado como la «reforma agraria»; o los planes asistencialistas como «redistribución de la riqueza». Los gestos simbólicos -después de décadas de oscuridad- tienen una luz enceguecedora, que dificulta el análisis de los cambios reales en las relaciones de fuerzas, de los reagrupamientos en el poder, o de los desafíos a las políticas capitalistas y patriarcales hegemónicas. La división y cooptación de los movimientos populares se acompaña del secuestro del lenguaje, de las palabras, e incluso de los sueños. Sin embargo, seguimos soñando un mundo diferente, humanizado por nuestras acciones. Pero como no nos gusta soñar sin actuar para ver el sueño realizado, revisamos una y otra vez críticamente nuestras prácticas y creencias sobre las mismas, volvemos sobre nuestros propios pasos.
El siglo XXI desde América Latina
El sistema capitalista en nuestro continente es -como el patriarcado y el racismo- producto de siglos de colonialismo y neocolonialismo. En este momento en que su crisis se agrava en todas las dimensiones (es crisis económica, financiera, alimentaria, energética, política, cultural) a nivel mundial, se refuerzan los mecanismos de salvataje de su «prestigio» y sobre todo, de sus desmedidas ganancias. Al mismo tiempo, se multiplican los discursos fundamentalistas religiosos y políticos que tienden a legitimar la dominación a través de la imposición de una cultura que justifica la exclusión y estigmatización del «otro», del «diferente».
El continente es pensado desde una voz principal, a partir de un sujeto hegemónico: blanco, burgués, masculino, urbano, heterosexual. El resto -la mayoría- es el otro: bárbaro, primitivo, negro, indio, mujer, homosexual, pobre, extranjero; y como tal es subalterno, es negado, es desvalorizado. La cultura de los violentos vencedores se vuelve dominación, pero también sentido común entre los vencidos y vencidas. Esto explica la colonización no sólo como ideología del poder, sino como legitimación del mismo en los cuerpos, ideas, sentimientos, sentidos y acciones de los colonizados y colonizadas.
La formación de militantes, en este contexto, se encuentra obligada a desafiar a la cultura hegemónica que atraviesa y modela -a través de los grandes medios de comunicación, las religiones, las prácticas políticas clientelares, la escuela pública en liquidación-, la subjetividad y los imaginarios populares, especialmente de los sectores más vulnerables.
Pero también es necesario cuestionar a las culturas que se proponen ser contrahegemónicas, discutiendo su eficacia. La posmodernidad progresista, acentuando las dimensiones fragmentarias de la creación popular, proponiendo la lógica del acontecimiento, de la situación, de los micropoderes… debilita los esfuerzos para la articulación de un pensamiento y una práctica que puedan derrotar a un enemigo globalizado y poderoso. Por otra parte, las formaciones dogmáticas de las izquierdas, que intentan encerrar en unas pocas categorías predominantemente económicas la riqueza de la existencia social y de las posibilidades de lucha cultural, favorecen la fragmentación. Unos y otros, posmodernxs y dogmáticxs, resultan altamente funcionales a los mecanismos culturales de la hegemonía dominante.
Desde las corrientes dogmáticas, el diálogo con culturas originarias o con las corrientes feministas, son consideradas como parte de las lógicas «posmodernas». Se acusa a quienes sostenemos la necesidad de este diálogo, de complicidad con los procesos de fragmentación del sujeto popular promovidos por la cultura posmoderna. Sin embargo, en nuestra experiencia, las posiciones dogmáticas lejos de contribuir a superar esa fragmentación, la estimulan, al dejar fuera del proceso de articulación del sujeto a un conjunto de experiencias que consideran «secundarias».
Es imprescindible reconocer las múltiples dinámicas de la dominación, para aportar al proceso complejo de creación de un bloque popular contrahegemónico, y para debatir el carácter y la metodología de las propuestas de formación política que actúen como dimensión pedagógica de esa creación. Los actuales momentos de fragmentación social tienen en su base material la desarticulación de las clases y sectores sociales, como resultado de la flexibilización y precarización laboral, la desindustrialización, el despoblamiento del campo, y por el retroceso en los niveles de conciencia social producido por la dictadura primero, así como por el fuerte impacto de la cultura neoliberal, patriarcal, heteronormativa, en los movimientos populares.
Las urgencias de la sobrevivencia generan formas de militancia basadas en el pragmatismo y en el cortoplacismo, que estimulan la manera efímera de constitución y desarticulación sucesiva de los agrupamientos de hombres y mujeres agredidos por el sistema, que no alcanzan a volverse sujetos políticos en la vivencia cotidiana de la inmediatez. Estas concepciones llevan al desprecio por la teoría, a la acentuación de la ruptura entre teorías y prácticas, a la limitación a procesos acotados de «capacitación» pero no de formación, a la subordinación ideológica a las diversas «modas» que se van renovando desde las usinas de la producción cultural hegemónica.
¿Qué pasa con la educación popular?
En la última década se ha producido una multiplicación de experiencias que se reconocen como de educación popular. Desde aquellas que pretenden -aun con dificultades- seguir siendo pedagogía de los oprimidos y oprimidas, pedagogía revolucionaria, y aquellas que han disociado las dinámicas y algunas técnicas participativas de la propuesta liberadora, y tienden a utilizarlas para instituir en su nombre un espacio de contención social con una fuerte marca de asistencialismo, gobernabilidad, y de inclusión subordinada en la dominación.
En la experiencia colectiva que venimos realizando desde Pañuelos en Rebeldía, intentamos recrear cotidianamente una pedagogía emancipatoria, a la que concebimos como una dimensión específica de los procesos organizativos y de lucha de las fuerzas populares y revolucionarias.
Intentamos que sea una pedagogía de la rebeldía, de la esperanza, de la libertad. Una pedagogía que tiene en su horizonte el socialismo -no como calco ni copia, sino como creación heroica de los pueblos (tal como lo concebía José Carlos Mariátegui)-. La entendemos por lo tanto en clave de revolución permanente, de desafío a las opresiones, de proceso y de proyecto libertario de los y las de abajo.
Desde Pañuelos en Rebeldía participamos en experiencias de recuperación del trabajo -con la modalidad de fábricas sin patrones, de cooperativas, de emprendimientos sociales-, en experiencias de salud comunitaria -que se realizan simultáneamente con la socialización de saberes ancestrales-, en propuestas de recreación y comunicación popular que se alejan del pasatismo promovido por los grandes medios de comunicación. También somos parte de las batallas de defensa de los bienes comunes, de los territorios, del medio ambiente, frente a las políticas depredadoras y expropiatorias del capital. Junto a las mujeres y a los colectivos de la diversidad sexual desafiamos el avasallamiento de nuestros cuerpos, de nuestras subjetividades, de nuestra sexualidad realizado sistemáticamente por el machismo y por la heteronormatividad impuestos violentamente por la cultura patriarcal.
Trataremos ahora de explicitar un poco más algunos elementos de nuestra propuesta y de nuestra experiencia:
– Concebimos la educación popular como pedagogía de los oprimidos y oprimidas, y no como pedagogía para los oprimidos y oprimidas. A nuestro entender, el sujeto de la educación popular está constituido fundamentalmente por los movimientos populares que se organizan en procesos de resistencia, y que conciben a la educación como una de sus dimensiones organizativas. El sujeto no son lxs educadorxs que pretenden «iluminar» con sus teorías revolucionarias a lxs sectores populares, ni siquiera lxs educandxs de manera aislada, sino los sectores populares que -con o sin ayuda de educadorxs externos al movimiento- se preparan en diferentes terrenos para hacer sus luchas más eficaces. Entender la educación popular como pedagogía de los oprimidos y oprimidas, significa afirmar el protagonismo del sujeto popular en la creación histórica revolucionaria.
– Es pedagogía de la rebeldía frente al sistema y no de la adaptación al mismo. Esta posición está en polémica con quienes realizan prácticas que tienen fuertes componentes de asistencialismo y clientelismo, promovidas fundamentalmente desde algunos espacios gubernamentales, ONGs e Iglesias, con el objetivo de «contener» y de «adaptar» a los sectores sociales excluidos, en una inclusión subordinada. Es una contención que funciona en clave de disciplinamiento: se trata de «contener» en el corralito de las políticas de sobrevivencia, reduciéndose la formación -por lo general- a propuestas de «entrenamiento» en algunos saberes necesarios para no morir. Estas «capacitaciones» en proyectos productivos del circuito asistencial, no sólo van dando legitimidad a ese circuito; también son mecanismos de multiplicación de la explotación, de la extracción de plusvalía, e incluso de «autoexplotación».
En la mayoría de los casos, los mismos educadores y educadoras están precarizados, con lo que se va creando un «acostumbramiento» a la idea de sobrevivir de cualquier manera, perdiendo los derechos sociales conquistados por los trabajadores y trabajadoras, y se legitima una concepción de la educación en la que se fragmentan los saberes hasta el punto de decidirse de manera pragmática cuáles deben ser «transmitidos» y cuáles «no son necesarios», en procesos que más de formación vienen a resultar de «adiestramiento» para algunas labores.
Rechazar estas propuestas nos coloca muchas veces en los límites testimoniales del ejercicio crítico… pero aceptar la subordinación a las lógicas ideológicas y simbólicas del poder nos arrastra a un terreno abonado por el cortoplacismo y la mediocridad (cuando no como socios/as subordinados de corruptelas escandalosas).
De esta manera, el objetivo de la educación popular no es la adaptación ni la inclusión en el sistema de dominación, sino el combate al mismo con el objetivo de su destrucción. Y en el «mientras tanto», el objetivo es crear las fuerzas populares con capacidad para dar esa batalla.
– Es pedagogía de la organización popular. Se realiza prioritariamente desde las organizaciones en lucha, tendiendo a fortalecer a su militancia en los distintos ámbitos que tienen de análisis crítico de la realidad y de transformación de la misma. En este marco, polemizamos con los criterios que establecen fuertes diferencias jerárquicas entre los procesos educativos «de base», y los destinados a «los cuadros». Pensamos la educación popular como teoría del conocimiento, que sustenta todos los procesos de estudio y de reflexión sobre la práctica, o de debate teórico. La división en «base» y «cuadros», establece una jerarquía en las organizaciones que en gran medida ha sido desmentida por el proceso histórico. Son muchos los «cuadros» revolucionarios que rápidamente se han vuelto «cuadros» del sistema. Y son muchos los y las «militantes de base» que se han mantenido fieles al ideario y a las necesidades populares. El reconocimiento de diferentes tipos de experiencias -hecho real, que constituye una riqueza de los movimientos- no debiera derivar en una construcción jerárquica, sino en la oportunidad de un intercambio de saberes enriquecido por las mismas.
Tampoco creemos que se deba establecer una jerarquía entre los diferentes tipos de opresiones y de luchas contra las mismas. Concebimos a la educación popular como una pedagogía de los sujetos organizados o que tienden a organizarse para luchar contra todas las formas de alienación, de negación de nuestro ser social, de enajenación de nuestra fuerza y capacidad creativa. La dimensión organizativa es una parte esencial de esta teoría del conocimiento, basada en el trabajo grupal, y en la convicción de que la única manera de transformación del mundo es a partir de la lucha colectiva de los oprimidos y oprimidas.
– Es una pedagogía del conflicto social, que se desenvuelve al calor de las movilizaciones sociales y políticas, y de la creación de experiencia de poder popular. Sus contenidos, métodos, propuestas, no se deciden por fuera del grupo social que forma parte del proceso educativo, sino que se va realizando junto y como decisión del grupo. En este sentido, se aleja de aquellas concepciones de algunas izquierdas que se consideran poseedoras de verdades que deben «enseñar» a «la clase»; posición que Paulo Freire caracterizó como «educación bancaria», porque sigue suponiendo que en un lugar elitista está el dominio del saber y en otro está la ignorancia, y considera que el acto educativo se limita a «transferir» o «depositar» ese saber, para «iluminar» a los que no lo tienen. La educación popular estimula, por el contrario, procesos de creación colectiva de conocimientos, de descubrimiento del mundo, de diálogo de saberes.
– Es una pedagogía de la descolonización, del develamiento de las marcas eurocéntricas y occidentales de la cultura dominante. En nuestro continente, marcado a fuego por los genocidios propiciados por la cultura capitalista, patriarcal, racista, impuesta por la conquista, la colonización y la recolonización, es imprescindible pensar en una mirada profundamente crítica del eurocentrismo y de sus lógicas racionalistas, basadas en ideales como el «desarrollo», el «progreso», la «civilización». Es necesario plantearnos -en el contexto de la crisis del capitalismo «desarrollado» y de llamado «socialismo real»-, la necesidad de dar una vuelta radical en las maneras de pensar y pensarnos, de sentir, de crear, haciendo del reconocimiento de la multiculturalidad una oportunidad de crecer en la diversidad, y de encuentro de pistas que permitan detener la destrucción del planeta.
Esto nos obliga a cuestionar nuestras propias ideas sobre las formas de vida deseables, tanto en su dimensión colectiva como individual, los modelos pensados de socialismo, los proyectos populares en los que nos involucramos.
Esta concepción propone un debate tanto al modelo hegemónico de educación -esencialmente colonial-, como a las propuestas de algunas corrientes de izquierda que han hecho del paradigma occidental de desarrollo su principal fuente de inspiración.
Sin renunciar a los aportes que puedan provenir de todos los saberes existentes en el mundo, es necesario pensar la realidad desde América Latina, desde nuestra historia, desde los sujetos que la constituyen, desde nuestra identidad indoamericana, desde nuestros saberes, desde nuestros sueños, desde nuestros cuerpos sometidos, y desde nuestros cuerpos rebeldes.
Polemizamos con algunas construcciones sostenidas desde la izquierda, que llevan a negar las raíces culturales y políticas de los movimientos populares del continente, reduciendo el conjunto de contradicciones de una sociedad a la contradicción clasista (jerarquizada como contradicción principal, y considerada en muchos casos como única y prioritaria).
Fundamentamos nuestro pensamiento en el marxismo, e intentamos despojar al mismo de las connotaciones que provienen de interpretaciones sectarias, dogmáticas, que esterilizan su mayor potencia: la capacidad crítica, la dialéctica revolucionaria, la metodología de análisis de la realidad con el objetivo de su transformación. Esto significa al menos dos desafíos inmediatos: una reflexión profunda sobre nuestra historia, y sobre la manera en la que se enseña en escuelas y universidades, y la crítica de las bases epistemológicas de todas las ciencias, que han convertido a las universidades en dependencias de las grandes empresas.
La colonización de los saberes es especialmente visible en las prácticas académicas, que -con valiosas excepciones- cada vez más se han colocado al servicio de los intereses de las corporaciones transnacionales, como se expresa en la aceptación de fondos por parte de muchas universidades de las mineras como La Alumbrera, o de «donaciones» de transnacionales del agronegocio como Monsanto. La reacción que una parte de la comunidad universitaria viene realizando frente a estos fondos, inaugura nuevos debates en el campo académico, y promueve puentes con el mundo de las víctimas de las políticas de las transnacionales.
Desde nuestra experiencia, interactuamos con aquellas franjas del movimiento universitario que tejen sus compromisos con los movimientos populares, contribuyendo con seriedad y profundidad al develamiento de los intereses que están hoy en juego en aquellas disputas.
También tejemos redes con las educadoras y educadores que en los diferentes niveles del sistema de educación pública intentan abrir paso a una pedagogía crítica, cuestionadora del statu quo, transformadora y desafiante de las lógicas que esperan de este espacio la mera reproducción de los saberes de la dominación.
Descolonizar nuestras maneras de estar y de sentir, de pensar y de vivir, exige un enorme esfuerzo grupal que tenga signos claros de cambio, de crítica, de reeducación; que desafíe lo «aprendido» en la «socialización» en la que nos hemos de-formado. Es un esfuerzo que sólo puede concretarse en la lucha, en la praxis transformadora, en la fuerza que se reúne en el gesto colectivo. Es un proceso fundante de nuevas identidades, de nuevas prácticas, de proyectos de creación de poder popular, de soberanía, de independencia, de libertad, de socialismo, que seguramente no podrán realizarse tan sólo en términos de un grupo -por más amplio que éste fuera-, ni siquiera de un pueblo-nación; sino que tendrán que ir forjándose en una perspectiva continental, indoamericana, desde nuestra América mestiza.
Se trata de la posibilidad de ir proyectando la integralidad de la lucha, superando los mecanismos de fragmentación y dispersión de los esfuerzos populares. No hablamos de la suma caótica de fragmentos, sino de la posibilidad de inventar y realizar un proyecto popular, con un horizonte que se proyecte desde las luchas anticoloniales hacia prácticas alternativas originales, comunitarias, sociales, nacionales, continentales, internacionalistas, en las que el diálogo de saberes, de haceres, de sentires, de sueños, permitan que nuestros colores y olores, gustos y palabras, cuerpos y gestos, avancen hacia una manera de encuentro basada en la alegría del descubrimiento, en la continuidad terca y rebelde de más de cinco siglos de resistencia indígena, negra, feminista y popular.
– Es una pedagogía de la dialéctica práctica-teoría-práctica, que intenta superar las dicotomías trabajo manual-trabajo intelectual. Creemos firmemente que las experiencias históricas de los pueblos son una fuente ineludible de conocimiento, que la teoría debe integrar, a partir del esfuerzo colectivo por leer y reescribir el mundo. Desde esta perspectiva, los procesos de conocimiento no se agotan en las búsquedas académicas. Es imprescindible el diálogo de los saberes académicos y de los diversos saberes populares.
La educación liberal y su pedagogía han ido creando sucesivas disociaciones. Una de ellas es la dicotomía entre trabajo manual y trabajo intelectual, en la cual queda desvalorizado el trabajo manual. Esta experiencia conduce a la distancia entre «los que hacen» y «los que piensan», entre los «intelectuales» y «los trabajadores». Estas dicotomías, al tiempo que privilegian el pensar sobre el hacer, también priorizan el pensar sobre el sentir, y la «mente» sobre «el cuerpo». Este sistema dicotómico escinde no sólo a los grupos, sino también a las personas, siendo un factor de alienación de los seres humanos.
En los grupos populares, cuando se traslada esa dicotomía, queda de un lado la teoría y del otro la práctica. De ahí surge una concepción elitista de la elaboración teórica, que deposita en los intelectuales o en los «cuadros políticos» esta tarea, como supuestos portadores del saber. La teoría queda fuera del movimiento, y debe ser «transmitida» al mismo, perdiéndose la capacidad de que el movimiento popular en sí se constituya como intelectual colectivo, en el cual los «intelectuales orgánicos», al decir de Gramsci, sean parte -y no aparte- del mismo.
En nuestra concepción de educación popular, la clave del proceso educativo es la batalla contra la alienación que escinde a las personas, y la constitución de los movimientos populares como intelectuales colectivos. En ellos aportan de manera destacada los intelectuales «orgánicos», tanto los que provienen de la academia, como los que se han formado en las organizaciones populares. La integración en la praxis cotidiana, permite a los intelectuales y a los movimientos -intelectuales colectivos- ganar capacidad de comprensión de la realidad que quieren transformar.
La sistematización de los procesos de lucha, de debate, la relación práctica -teoría – práctica, enriquece los análisis y es en sí mismo un momento educativo por excelencia.
Aporta a esta reflexión el concepto de «hombre nuevo» del Che, quien creía en el trabajo voluntario como camino para su formación en la lucha revolucionaria. El Che analizaba que en la educación anticapitalista, era imprescindible librar una batalla cotidiana contra la enajenación que produce el trabajo convertido en mercancía. Veía al trabajo voluntario como una de las posibles expresiones de un tipo de trabajo liberado de la coacción del capital y del mercado.
Otro debate necesario, vinculado con la relación teoría-práctica, es el tema de la dogmatización de la teoría. Muchas veces, los compañeros y compañeras considerados «intelectuales» por el movimiento revolucionario, comparten muy poco de las vivencias de este movimiento, salvo en momentos en que actúan como «docentes», «enseñando» de manera directa o a través de sus libros, lo que «el pueblo debería saber para luchar mejor». Es una reproducción de las concepciones iluministas, en la que se perjudican fuertemente tanto la teoría como las prácticas.
Es importante a la hora de repensar los horizontes de la formación política, someter a crítica no sólo la cultura capitalista, sino también aquellos modelos que en nombre del socialismo cimentaron diferentes corrientes de dogmatismo, una de cuyas características comunes es la negación de la dialéctica marxista, que permite establecer el carácter cambiante, las fuentes del movimiento, la historicidad de los procesos. Los enfoques dogmáticos, simplifican el análisis de la realidad en unas pocas contradicciones antagónicas -retrato en blanco y negro-. Desde esa lógica, se reacciona ante los procesos de despolitización y desideologización de los movimientos, regresando a los enfoques tradicionales de homogeneización política que no favorecen el análisis del complejo mundo en el que estamos insertos, quienes aspiramos a revolucionarlo. Se reproducen modelos de enajenación de los sujetos, al reforzar la vivencia de un saber que desvaloriza el conocimiento construido por los colectivos populares.
La necesidad de colocar en el centro de la acción política la tarea de formar un bloque político social contrahegemónico, no puede resolverse pretendiendo instalar una lógica falsamente homogeneizadora de las diferencias
– Es una pedagogía de la autonomía. Entendemos la autonomía como la capacidad de las organizaciones populares para determinar por sí mismas sus rumbos, sus proyectos, las maneras de realizarlos, sin volverse instrumentos de políticas que se resuelven sin su protagonismo. Aun aceptando las posibilidades que ofrece el Estado nacional como trinchera de disputa de las políticas de soberanía nacional y popular, es necesario cuestionar las concepciones que niegan la autonomía de los movimientos populares, y pretenden manipularlos desde la gestión estatal, atravesada como está la misma por fuertes lógicas de burocracia, clientelismo y corrupción. La autonomía de los movimientos populares, en esta perspectiva, no significa la reclusión en un lugar testimonial de crítica o de oposición a uno u otro gobierno, sino la capacidad de los mismos para actuar desde sus intereses y necesidades, en diálogo con otros movimientos, y si es conveniente, interpelar o apoyar a los diferentes niveles de los gobiernos que pueden favorecer una resolución positiva de sus demandas.
– Es una pedagogía anticapitalista, antiimperialista, de liberación nacional e internacionalista. Frente al ascenso de las movilizaciones populares que se enfrentan a las políticas de saqueo y destrucción de nuestras sociedades, estimuladas por el deterioro en el imaginario social del mito publicitario de los años 90 sobre los supuestos beneficios de las políticas neoliberales, la respuesta desde las fracciones del poder es el resurgimiento y fortalecimiento de tendencias militaristas, guerreristas, con las que se disponen a defender, reproducir y ampliar la explotación de los pueblos oprimidos. En esta dinámica se ponen a la orden del día nuevas invasiones, golpes de estado, intervenciones, bases militares, aumento de la carrera armamentista, políticas de desestabilización de los regímenes democrático populares. Se plantea un escenario internacional en el que cobran un fuerte protagonismo las propuestas antiimperialistas, que enfrentan el nuevo reparto del mundo que promueven las corporaciones transnacionales, y los grandes bloques imperialistas.
La educación popular tiene el desafío de asumir un aporte concreto en las batallas de liberación nacional, de defensa de la soberanía, en los procesos antiimperialistas locales, regionales y continentales, en la gestación de alternativas frente a los bloques de poder mundial.
La batalla antiimperialista, como dimensión específica de la lucha anticapitalista, implica conocer mejor las modalidades que asume hoy esta dominación, y en particular sus mecanismos de generación de consenso y de cooptación de las fuerzas sociales, y de los centros de producción de conocimiento. El poder mundial disputa e intenta apropiarse de todo el campo de los saberes, desde los saberes académicos, generados en los centros propios de investigación, hasta los saberes populares, a los que no sólo aspira a «conocer», sino también a «poseer» y «patentar»
Desde la educación popular realizamos una revalorización del saber popular en la lucha contrahegemónica, que tiende a resguardar los conocimientos acumulados por los pueblos originarios, las comunidades campesinas, las mujeres de los sectores populares, como parte de las «armas» de la resistencia, de su capacidad de sobrevivencia y de gestión de alternativas.
El internacionalismo, en las condiciones de globalización del capitalismo, es una exigencia de nuestro proyecto político pedagógico. Comprender las relaciones existentes en el mundo hegemónico, ha vuelto más complejas las luchas reivindicativas y políticas. En tal sentido se trata no sólo de asumir, como lo hace la Vía Campesina, la consigna de «Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza», pensadas estas «globalizaciones» en una perspectiva contrahegemónica. Es fundamental también hacer del internacionalismo práctico, de la solidaridad con los que luchan en cualquier parte del mundo, una manera de autoeducarnos, de formar nuestra sensibilidad ante los sufrimientos y dolores, sueños y esperanzas en cualquier rincón del planeta. Estas vivencias internacionalistas amplían al mismo tiempo nuestros horizontes de análisis, y nos permiten aprender de las múltiples experiencias de lucha que se desarrollan en nuestro tiempo.
– Es una pedagogía feminista, socialista, libertaria, del «buen vivir». Nuestra meta es crear colectivamente, en un diálogo fraternal con los diferentes colectivos de lucha, un proyecto que permita el encuentro de las propuestas emancipatorias, libertarias, que los pueblos han ido inventando en su marcha. No se trata de la suma de demandas, sino de la ampliación del horizonte de nuestros sueños. Es por ello una pedagogía de cuerpos en movimiento, de sujetos colectivos, de socialización de los saberes y de las esperanzas, de creación de nuevas relaciones entre los diversos géneros, y de los seres humanos con la naturaleza.
El paradigma libertario anima nuestras iniciativas, cada vez que pensamos a la educación «como práctica de la libertad» -de acuerdo con las primeras búsquedas «humanistas» de Paulo Freire-. Y es desde esa libertad que imaginamos la posibilidad de que la humanidad vuelva a plantearse como meta el proyecto socialista. Un proyecto que necesariamente tendrá que enamorar la lucha anticapitalista con la lucha antipatriarcal y anticolonial. Que requiere de la mirada crítica de todas las experiencias realizadas hasta el momento, en nombre del socialismo.
Con esta concepción de educación popular intentamos trabajar. Nuestra propuesta es inacabada, y no pretende ser más que un aporte al diálogo que puede realizarse en cualquier ámbito donde haya sujetos con disposición a la lucha y al diálogo creativo.
Nos resulta sumamente auspiciosa la multiplicación de experiencias de educación popular que vienen promoviendo diferentes movimientos sociales. También valoramos la gran batalla que están dando los educadores y educadoras que defienden la educación pública, como espacio fundamental de lucha política y pedagógica. No creemos que haya que optar obligatoriamente por un lugar u otro de construcción de la propuesta, sino que las posibilidades que tenemos en este momento, nos permiten trabajar críticamente en los más diversos campos de acción
Entendemos que sería sumamente productiva la creación de espacios comunes en los que podamos problematizar las experiencias en las que participamos, de manera de aprender colectivamente de las mismas, y fortalecerlas, identificando sus debilidades, y sumando fuerzas para superarlas.
La educación popular está en una encrucijada. Si se conforma con ser una metodología «democrática» de intervención social, con fines de inclusión de los marginados y marginadas, quedará atrapada en las redes fuertes y resistentes del poder, que se rehacen a cada paso.
Quisiéramos pensar que en sus diferentes expresiones, tenderemos a multiplicar la experiencia desde el lugar de la rebeldía, de la insubordinación frente a todas las dominaciones. A hacer de la educación popular el lugar donde la indignación, la rabia, el deseo, y las esperanzas de cambiar la vida encuentren no sólo su lugar, sino también un camino posible.
Publicado originalmente en Pañuelos en Rebeldía
Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/la-educacion-popular-en-clave-de-debate/