«Y el autor: ¿Quién fue el intelectual Sacristán? ¿Cómo definirlo, valorarlo?, ¿hasta dónde leerlo? La misma discreción de su presencia ante los valores y análisis que propone, ¿es convincente? ¿o excesivamente heroica la consistencia ética encubierta por esa retirada? Tal vez las referencias que disuelven su firma sean ellas mismas demasiado consistentes y confiadas. Para […]
«Y el autor: ¿Quién fue el intelectual Sacristán? ¿Cómo definirlo, valorarlo?, ¿hasta dónde leerlo? La misma discreción de su presencia ante los valores y análisis que propone, ¿es convincente? ¿o excesivamente heroica la consistencia ética encubierta por esa retirada? Tal vez las referencias que disuelven su firma sean ellas mismas demasiado consistentes y confiadas. Para esbozar este tema hay que entrar en los contenidos que nos ha legado la obra de Manuel Sacristán».1
Probablemente, uno de los perfiles más patentes a lo largo de la trayectoria intelectual y vital de Manuel Sacristán es el que hace referencia a la simultánea co-presencia de motivaciones de corte científico y a la vez de índole político-moral. Se ha señalado, en más de una ocasión, que esa peculiar perspectiva bicéfala transita a lo largo de toda su obra y que numerosas muestras de ello pueden apreciarse tanto en sus últimos escritos como en los de juventud, a pesar de las múltiples diferencias temáticas y personales que los separan. De hecho, uno de los aspectos que hicieron de Sacristán el intelectual más representativo de la filosofía española de la segunda mitad del siglo XX hunde sus raíces en la sobriedad de su labor teórica -esto es, en lo que hoy denominaríamos sin ambages su enorme profesionalidad científica- y, al mismo tiempo, junto a esto último, a su mismo nivel, la lucidez de una percepción histórica de la realidad muy poco común. Para intentar situar los parámetros generales del bloque temático de la mesa redonda en la que nos encontramos, que gira en torno al ámbito de «Ciencia, Lógica y Filosofía» en la obra de Sacristán, y también como una excelente muestra del peculiar perfil de su discurso y de lo anteriormente mencionado referente a la presencia en él de motivaciones plurales, creo que puede resultar pertinente la lectura del siguiente fragmento de un texto suyo, hoy prácticamente olvidado, a causa, entre otras cosas, de su difícil localización:
«Es preciso entender el concepto «ciencia» con toda la generosidad que merece: sólo la profunda alienación del espíritu en la sociedad burguesa permite entender por ciencia una actividad sin espíritu, la cual se limita a manipular el ser para explotarlo. En su concepción histórica, la ciencia es esencialmente algo más que esto, cualitativamente más que esto: es la lucha por la verdad, contra las concepciones del mundo mitológico-religiosas. La esencia de la ciencia se encuentra en mayor medida en las palabras del presocrático que grita: «El sol no es un dios, sino un trozo de piedra incandescente» que en los servo-mecanismos de las máquinas electrónicas que computan los datos óptimos para la propaganda de la Coca-Cola. (…) La ciencia positiva tecnificada moderna es una especialización de la razón, determinada tanto por las condiciones de la producción moderna como por la específica resistencia de la naturaleza del ser humano, elemento natural dialécticamente cualificado por aquellas condiciones. La ciencia, en el sentido pleno de su concepto, es la empresa de la razón: la libertad de la conciencia. La ciencia positiva entendida como técnica recibe así su impulso de la ciencia como razón. Y también, en este punto, el materialismo dialéctico es la formulación de la posibilidad de su empresa».2
Salvo en la referencia final al materialismo dialéctico que, por otro lado, resulta formulación muy poco habitual en los escritos posteriores de Sacristán para referirse a los planteamientos teóricos del marxismo, poco se diría que el texto citado lleva camino del medio siglo. Cuando fue escrito, en 1960, aún debía aparecer en las librerías el que sería llamado a convertirse en volumen de cabecera de los modernos renovadores de la filosofía de la ciencia que, de la mano de T. S. Kuhn, engrosarían las filas del denominado historicismo y sociologicismo epistemológico. De hecho, en el propio artículo citado, en el que Sacristán no hacía ascos al recurso metafórico de una cierta recuperación hegeliana del «espíritu» o de la «esencia» de la actividad científica a lo largo de la historia, se abogaba por defender con fuerza algunos de esos mismos planteamientos que años después se irían imponiendo, en contra de las pretensiones de agnosticismo filosófico y de absolutismo epistemológico en el que coincidían -y aún hoy siguen coincidiendo en buena medida- el positivismo cientificista y el pensamiento místico-teológico. Erigiéndose en defensa de una concepción dialéctica y acendrada del saber, basada en una interpretación histórica de corte holístico, el artículo trataba de lidiar con la que Sacristán denominaba con amarga ironía la «alianza impía» anti-marxista, recogiendo oportunamente dicha expresión del influyente historiador inglés de la ciencia John D. Bernal. En ese escrito clandestino de 1960, del que sólo se llegaron a distribuir unos centenares de ejemplares, y en otros de la misma época, como el clásico «La tarea de Engels en el Anti-Dühring«, aparecido como prólogo a su traducción castellana de esa misma obra, publicada en México sólo tres años después, Sacristán sentaría las bases de su personal concepción renovadora del marxismo, asociada a una no menos renovadora, al menos en España hasta aquel momento, concepción del quehacer científico. Para ello, no sólo afrontaría con rigor y escrúpulo de filólogo la re-lectura de los clásicos del movimiento revolucionario sino que, sin perder un ápice de aquel rigor y de aquel escrúpulo, buscaría la adecuación de esos concretos parámetros interpretativos y subversivos de la realidad con aquéllas que, desde su punto de vista, eran las únicas vías de adquisición real del saber: las provenientes de la reflexión en torno a la actividad científica. En este último ámbito, como es sabido, la dedicación intelectual de Sacristán fue asimismo muy intensa a lo largo de toda su vida. Sus intereses abarcaron tanto las numerosas corrientes de la filosofía de la ciencia, cuanto la lógica, el análisis del lenguaje, el estudio de las pautas de la evolución histórica del conocimiento, la valoración de la incidencia de la técnica en las sociedades modernas, junto a otros muchos campos de estudio relacionados, en términos generales, con la epistemología, la metodología y el impacto social de la ciencia. De ahí que su criterio de verdad, el calado intelectual en el que cimentaba su observación, no fuera temáticamente acotado o restringido, ni se moviera en ámbitos de referencia predeterminados y cerrados, sino que buscara permanentemente una cierta elevación de la mirada, un ansia constante de «cis-mundaneidad», según sus propias palabras.
Este último sería el caso, como ya se ha avanzado antes, de buena parte del contenido de su prólogo al Anti-Dühring de Engels, que es texto primordial de todo un periodo biográfico de Sacristán, en el que podemos observar, sin solución de continuidad, la determinación de un verdadero esbozo programático de amplio alcance, no sólo desde la perspectiva de una apuesta política con pretensiones revolucionarias, sino de toda una actitud vital basada en una imprescindible actualización constante del propio saber. Dicho esbozo, establecido en el apartado final de ese prólogo, al hilo de algunos comentarios referidos al volumen de Engels que presenta, se organiza muy explícitamente -pocas veces será tan claro Sacristán al abordar las tareas de la reflexión dialéctica-, y se concreta en torno a dos principios esenciales (la concepción materialista y el dinamismo dialéctico), a partir de los cuales se buscará la determinación de la secuencia lo más completa posible de la percepción marxiana de los procesos reales. A pesar de su larga extensión, el fragmento merece ser citado en toda su longitud, puesto que recoge de manera embrionaria algo que, con el paso de los años, podrá definirse como uno de los perfiles definitorios de la particular mirada sacristaniana, de su peculiar modo transversal de reflexionar sobre la realidad. El fragmento en que Sacristán expone con trazo ejemplar la particular complejidad del tema, es como sigue:
«De esos dos principios máximamente generales de la concepción marxista del mundo [a saber, el materialismo y la consideración dialéctica de la realidad] se desprenden dos necesidades metodológicas, que son también las más generales e inmutables del pensamiento marxista: 1ª., no admitir como datos genéticos más que los de la explicación científico-positiva, en el estadio de desarrollo en que ésta se encuentre en cada época; 2ª., recuperar a partir de ellos la concreción de las formaciones complejas y superiores, no mediante la admisión de causas extramundanas que introdujeran desde afuera en la materia las nuevas cualidades definidoras de cada formación compleja y superior, sino considerando cada una de esas formaciones, una vez dada realmente, en su actividad y movimiento, sobre todo en tres despliegues de la misma que, aunque imbricados en la realidad, pueden distinguirse como intra-acción (dialecticidad interna) de la formación, re-acción de cada formación compleja sobre las instancias genéticamente previas que le descubre el análisis reductivo de la ciencia, e inter-acción, o acción recíproca de la formación con las diversas formaciones de su mismo nivel analítico-reductivo«.3
La perspectiva de la reflexión dialéctica recogida en el fragmento anterior, nuclear en el filosofar de Sacristán de manera explícita a partir de los años sesenta y madurada durante los siguientes años, será establecida y fijada, como acabamos de ver, esencialmente a modo de elaboración inductiva y mediante la aplicación de un esquema de reconstrucción de la realidad fundamentado en tres ámbitos distintos, aunque coaligados e interrelacionados (intra-acción, re-acción e inter-acción de las formaciones idealmente complejas). Dichos ámbitos responderán a una misma situación real observada desde instancias diversas, pudiendo éstas ser desglosadas metodológica y expositivamente, con el fin de facilitar la comprensión y el análisis detallado de la dinámica estudiada, partiendo en todos los casos de los iniciales e imprescindibles data, recogidos del bagaje científico-positivo asequible en cada momento histórico. A pesar que el texto citado más arriba, escrito por Sacristán como introducción a su traducción del Anti-Dühring, fue publicado por primera vez en 1964, disponemos de otro texto suyo redactado con anterioridad, al que ya hemos hecho referencia al iniciar estas páginas, en el que nuestro autor -ya en 1960- se expresaba en términos muy parecidos para referirse a la perspectiva dialéctica. Efectivamente, algunos años antes, en sus «Tres notas sobre la alianza impía», Sacristán había presentado por primera vez el esbozo de un ideario onto-epistemológico, basándose en los mismos parámetros interpretativos antes citados. Obsérvese, en el siguiente fragmento, la semejanza formal y de contenido que guardan ambos textos:
«Nos referimos a la dialéctica, cuyo principio, desde el punto de vista del tema que nos ocupa, es el siguiente: la manera de aprehender una formación compleja, sobreestructural, en toda su especificidad cognoscible y en aquello desconocido por el análisis reductor científico-positivo consiste en conocerla en su actividad, y sobre todo en tres desarrollos de ésta, los cuales, si bien que imbricados en la realidad, pueden ser distinguidos como la intra-acción (es decir, la dialecticidad interna) de la formación; la reacción de la formación sobre las instancias genéticamente previas que descubre el análisis científico-positivo, y la inter-acción de la formación con las diversas formaciones de su mismo nivel genético-analítico».4
Más allá de una simple y mera coincidencia de contenidos, lo que en primera instancia nos puede mostrar la curiosa semejanza entre los fragmentos citados es, sin lugar a dudas, el esfuerzo continuado de un joven Sacristán -todavía no ha cumplido por entonces los cuarenta años y se encuentra en un momento vital de claro y manifiesto optimismo personal e intelectual-, por establecer criterios y parámetros filosóficos fértiles y fiables con los que abordar, interpretar y transformar la realidad. En aquellos artículos de la primera mitad de los años sesenta que aquí venimos comentando, pero también en otros quizás menos conocidos -debido a una menor difusión entonces, pero también desgraciadamente después-, fueron surgiendo con fuerza elementos de un perfil filosófico-político, de una particular manera de observar y de entender la realidad, que en absoluto eran simple correlato de tendencias o esquemas político-ideológicos al uso. Como ya se ha insinuado, eran las manifestaciones más visibles de una esforzada labor personal de comprensión y de interpretación, del surgimiento de un particular marxismo no ideológico a cuyos planteamientos adhirieron espontáneamente muchos de sus lectores y lectoras. De hecho, al recoger hoy los relatos de muchas personas, políticamente comprometidas desde la izquierda en la lucha antifranquista, que conocieron de primera mano aquellos escritos de Sacristán, observamos por su parte el reconocimiento de un fuerte influjo intelectual, no exclusivamente del lado del bagaje formal, semántico y temático sino, fundamentalmente, del lado del estilo personal del razonamiento y de la convicción, del poso de su discurso.5
Pero llegados a este punto, debemos necesariamente contextualizar, aunque sólo sea en lo esencial, ese fecundo periodo de la biografía de Sacristán del que estamos hablando, para poder con ello hacernos cargo de cuáles eran en aquel momento sus intereses culturales y, más en general, su motivaciones personales y políticas. Entre los años 1960 y 1964, esto es, entre las fechas de redacción de los dos escritos que aquí hemos comentado, Sacristán desarrollará una enorme actividad intelectual, compaginando su labor docente universitaria con la de traductor (entre otros, verterá al español autores de perfiles tan distintos como W. V. O. Quine, T. W. Adorno, A. Brecht, G. Lukács, H. Heine, K. Marx, F. Engels, L. W. H. Hull, O. W. Nestle, etc., completando un total de más de dos docenas de volúmenes). Asimismo, durante ese periodo Sacristán redactará algunas piezas clave de su producción escrita como, por ejemplo, su Introducción a la lógica y al análisis formal, que es texto de referencia en la universidad española debido a su influencia académica y también por ser el primer manual de lógica publicado en nuestro país desde la Guerra Civil, numerosas presentaciones a las traducciones hechas por él (es el caso, por ejemplo, de algunos volúmenes de W. V. O. Quine o de Marx y de Engels), amén de otros textos relevantes en otras lides, como «La veracidad de Goethe» (1963), «Heine, la consciencia vencida» (1964), o un extenso tratado de lógica, encargo editorial para una enciclopedia que finalmente no vio la luz.6 También durante aquellos primeros años sesenta, Sacristán preparará con ahínco unas oposiciones a la Cátedra de Lógica de la Universidad de Valencia -manipuladas directamente por el régimen franquista para evitar concederle la plaza-, ocasión para la que redactará algunos escritos académicos originales e innovadores en su campo. Es el caso, por ejemplo, de «Sobre el Calculus Universalis de Leibniz en los manuscritos nº. 1-3 de abril de 1679″, o de la propia memoria de oposición, todavía hoy inédita.7 Por si todo ello fuera poco, a lo anterior habrá que sumar una no menos intensa actividad cotidiana de agitación política clandestina y de militancia en el seno del P. S. U. C. (Partit Socialista Unificat de Catalunya) y del P. C. E. (Partido Comunista de España), formando parte de sus órganos de dirección.8
Se trataba, como estamos viendo, de una intensa labor personal y de proyección pública, tanto desde una perspectiva académica como política y editorial del intelectual Sacristán, a partir de una estrecha conjugación de sus propias ansias personales por conocer y por actuar, de su esfuerzo por enhebrar la empresa de la razón con la libertad de la conciencia. La intersección de planos que aquella intensa dedicación requería, verdadero compromiso holístico de percepción crítica de la realidad por un lado y de formulación de propuestas de intervención transformadora por otro, probablemente tenía en su base, y aunque aquí no dispongamos de suficiente espacio para argumentarlo como merece, unos remotos orígenes filosóficos, previos al cultivo de la dialéctica marxista. En no poca medida, una de las fuentes de aquel optimismo de la inteligencia -y quizás también del de la voluntad- puede rastrearse en una etapa de formación, anterior a ese periodo de los primeros años sesenta, a través del influjo del presunto potencial -al menos sobre el papel- de los modelos formales con pretensión comprehensiva y globalizadora provenientes de la tradición leibniciana, profesados en el Instituto de Lógica de Münster -al que asistió Sacristán entre 1954 y 1956-, por parte de su fundador, Heinrich Scholz. En 1957, muy pocos meses después de la muerte de este último, Sacristán publicó en la revista académica barcelonesa Convivium un artículo laudatorio en el que, junto al reconocimiento a los esfuerzos dedicados por el filósofo alemán en pro de una particular mathesis universalis, lúcidamente advertía, como haría años después de forma parecida al referirse a las propuestas escolásticas de los «lógicos dialécticos» marxistas, que: «Cualquier intento de conceder a un cálculo o lenguaje simbólico-formal valor filosófico, es decir, virtualidad para la consideración filosófica de la realidad, ha de enfrentarse ante todo con el posible reproche de desconocer los límites de lo formal».9 Ello, sin embargo, no sería óbice para no reconocer, como concluía el artículo, que la propuesta de Scholz y «su intento de reencontrar lo filosófico en la Lógica y más generalmente en la investigación de fundamentos, en el «lenguaje fundamental», sin desentenderse por ello de los temas de la «filosofía del mundo real», tiene un interés imposible de exagerar (…)».10 A pesar de que, sin duda, el contexto filosófico de estas frases es ciertamente distinto al de los textos de Sacristán con los que iniciábamos estas páginas, resulta indudable que en ambos casos late con fuerza la preocupación por clarificar los complejos límites entre los ámbitos de lo formal y de lo contingente, en la búsqueda por intentar casar el rigor científico del conocimiento positivo con los inevitables envites filosóficos de la mirada histórica.
Esa última fue preocupación constante de Sacristán a lo largo de toda su vida, a pesar que en sus escritos posteriores podamos observar un progresivo enfriamiento del esfuerzo por la determinación explicita de los parámetros del modelo dialéctico. Ello fue así por evidentes razones derivadas de la insalvable dificultad formal y expositiva de aquella determinación, pero también por la necesidad de revisar críticamente y denunciar la banalidad a-científica y la esterilidad con pretensiones analíticas en las que se acabaron convirtiendo muchas de las propuestas formalizantes de los seguidores de las denominadas leyes de la dialéctica. Precisamente, en una entrevista que la revista mejicana Dialéctica realizara a Sacristán en 1983, sólo dos años antes de su muerte, éste resumía brevemente su concepción personal sobre aquel concepto: «»dialéctico» es un cierto trabajo intelectual que, por una parte, está presente en la ciencia, pero, por otra, la rebasa con mucho, en el doble sentido de que actúa también en el conocimiento ordinario pre-científico y en otro tipo de conocimiento, posterior al científico metodológicamente. Ese tipo de trabajo intelectual existe como programa (más bien oscuro) en la filosofía del conocimiento europea desde el historicismo alemán, tiene en Hegel una realización especulativa y busca en Marx una realización empíricamente plausible».11 Será en esa concreta tradición político-cultural, caracterizada por un «cierto tipo de trabajo intelectual», que hunde sus cimientos en base científico-positiva, donde podemos encontrar hoy el perfil más puro de la obra de Sacristán, a lo largo de las piezas que componen el conjunto de su legado escrito. Con la composición de ese legado, recogido y ordenado física y linealmente a lo largo del friso vital que constituye la propia producción sacristaniana, podría observarse claramente, a mi modo de ver, el esfuerzo de su autor por mostrar en forma práctica el estilo de aquella tradición de trabajo intelectual en la que el propio filósofo se sitúa y que definía tras el concepto de dialéctica.
Efectivamente, pueden reconocerse atisbos y referencias indirectas a ese perfil dialéctico en multitud de observaciones metodológicas hechas por Sacristán en sus escritos posteriores a los de la segunda mitad de los años sesenta. A modo de ejemplo, sirvan las siguientes reflexiones, recogidas en las primeras páginas de El orden y el tiempo, texto redactado en 1968, en las que nuestro autor señala la complejidad de los diversos planos que intervienen en la reconstrucción de la figura histórica de Gramsci: «La clave de la comprensión de los escritos y el hacer de Gramsci, en su variedad y en sus contradicciones, no es, pues, la biografía individual, pero sí la totalización cuasi-biográfica de numerosos momentos objetivos y subjetivos en el fragmento de historia de Italia, historia de Europa e historia del movimiento obrero cuyo «anudamiento» bajo una consciencia esforzada fundaría el «centro» que fue Antonio Gramsci. En la organicidad de esa vida así entendida -no como oscura intimidad aislada, sino como línea recorrida por el «centro de anudamiento» de innumerables referencias objetivas- el preso, derrotado y moribundo Gramsci consideró no sólo resueltas, sino incluso salvadas las contradicciones, los sufrimientos, las catástrofes de su existencia».12
Ahora bien, volviendo al tema al que hacíamos referencia unas líneas más arriba, es probable que sin la tarea de composición y de recopilación lineal del legado escrito de Sacristán, en torno y a lo largo de aquel friso vital que constituye su propio «centro de anudamiento», pudiéramos incurrir en un cierto riesgo de pérdida del sentido unificante de su obra, en un inconsciente abandono de la permanencia de su mirada dialéctica. En determinados casos, en alguna de las interpretaciones de esa obra que se han propuesto en los últimos años, se ha podido producir esa pérdida de perspectiva global, al dar primacía a algunos sesgos que son fruto, entre otras cosas, de la especialización sorda o interesada. De hecho, es probable que la propia distribución temática con la que se recogían los textos de Sacristán en los diversos volúmenes de sus Panfletos y Materiales, propiciada por él mismo, facilitara indirectamente una cierta parcialización de su perfil intelectual. Miguel Candel, ya en uno de los primeros homenajes organizados poco tiempo después de la muerte de Sacristán, advertía de la posibilidad de desvirtuación o tergiversación de una obra que, para más inri, consistía fundamentalmente en obra dispersa sin pretensiones de sistematicidad. En un artículo publicado en 1987 en un número monográfico de la revista mientras tanto se refería a ese riesgo real, tras considerar el perfil de intelectual o de sabio que mejor le correspondía a la figura de Sacristán: más bien en la línea del Lukács maduro, observador atento, sereno y lúcido de la realidad. Esto es, de alguien que se sabe plenamente consciente, como escribía Candel, que «él no podrá decirlo todo y que su discurso ocultará tanto o más de lo que desvelará». Desde esta perspectiva biográfica, por otro lado muy afín a la de otro clásico muy querido por Sacristán, como fue Antonio Gramsci, Candel afirmaba sagaz y críticamente que «(…) el papel del sabio suele alternar las grandes tiradas pletóricas de concepto con los interminables silencios cargados de perplejidad. Son esos silencios, y en especial el definitivo de la muerte, los que tratan de colmar las comparsas epigonales con sus bocadillos más o menos afortunados, a riesgo siempre de convertir el drama en sainete o esperpento. En el caso que nos ocupa creo ver ese riesgo en relación con un silencio que hilvana todas las intervenciones filosóficas dispersas y les da coherencia a la vez que deja hueco para la tergiversación».13
En los veinte años transcurridos desde la muerte de Sacristán, a pesar de la edición de algunas monografías sobre su obra y su figura, de la aparición de algunos volúmenes que han recogido inéditos suyos -tanto de artículos como de conferencias y charlas transcritas-, o bien entrevistas con discípulos o personas que le trataron en vida, aquel riesgo al que hacía referencia Miguel Candel al final del fragmento citado, sigue estando presente. Y quizás en mayor medida todavía, observando con cierta perspectiva histórica esos cuatro lustros, si atendemos al dicho popular que asegura que la distancia, aunque sólo sea temporal en nuestro caso, es sin lugar a dudas sinónimo de olvido. En 1985, ya al final de su vida y con plena conciencia de esto último, en la breve presentación del tercer volumen de sus Panfletos y Materiales, dedicado a las intervenciones políticas, Sacristán escribía lo siguiente: «Varios de estos papeles pueden resultar incomprensibles o ininterpretables porque estén olvidadas las ocasiones que los motivaron»; esa era la razón por la que había decidido incluir en los mismos algunas notas aclaratorias y contextualizadoras. En esa misma introducción, recogiendo el guante dejado por José María Ripalda en una reseña de los dos primeros volúmenes de los Panfletos, en la que aquél «censuraba (…) que los textos aparecieran ordenados por asuntos, y no de un modo simplemente cronológico», Sacristán respondía lo siguiente: «La censura me parece justa. (…) El primer proyecto editorial consistía, en efecto, en publicar todos los Panfletos y Materiales en un solo volumen, ordenados por fechas de redacción. Pero la editora y yo también vimos en seguida que el conjunto no tendría suficiente interés como para poder difundirse al precio que alcanzarían sus 1.300-1.500 páginas. Por eso se decidió editarlos en varios volúmenes. Y de esa decisión viene el defecto criticado por Ripalda».14
Hoy, que las constricciones editoriales y del contexto político-cultural ya no deberían significar un impedimento insoslayable, quizás podría ser el momento de realizar aquel deseo latente y no cumplido, expresado por el propio Sacristán. Y que con ello también sea llegado el tiempo de los nuevos lectores, más allá del de la voluntad personal de los que lo conocimos y apreciamos, para que ese tiempo lejano por venir, que es el de la forja de los clásicos, le ceda un merecido espacio en su memoria.
* Texto de la comunicación presentada en los actos de homenaje a Manuel Sacristán, organizados, entre otros, por las principales universidades de Barcelona , mientras tanto, El Viejo Topo, etc., en invierno del 2005, con motivo del 20 aniversario de su fallecimiento.
1 J. M. Ripalda, «La tarea intelectual de Manuel Sacristán», mientras tanto, nº 30-31, de mayo de 1987, p. 127.
2 Del artículo de M. Castellà (pseudónimo de Manuel Sacristán), «Tres notas sobre la alianza impía», publicado originalmente en catalán en Horitzons, revista teórica del P.S.U.C. (Partit Socialista Unificat de Catalunya) editada y distribuida clandestinamente durante el franquismo (nº 2, correspondiente al 1er. Trimestre de 1961, p. 22)
3 De «La tarea de Engels en el «Anti-Dühring» (1964), en M. Sacristán, Sobre Marx y Marxismo, Panfletos y Materiales I, Barcelona, Icaria, 1983, pp. 50-51. La aclaración entre corchetes y el subrayado del texto son míos.
4 A falta del original castellano escrito por Sacristán, que hoy es un documento al parecer perdido, reproducimos la traducción que Salvador López Arnal ha vertido desde la versión catalana, que fue la que originalmente se publicó en 1960 en Horitzons (pp 20-21, véase la nota 2). La traducción completa de López Arnal puede verse en Manuel Sacristán, Sobre dialéctica, Barcelona, El Viejo Topo, 2006 (en prensa). El subrayado del fragmento es del original.
5 Sobre la impronta de los artículos de Sacristán que aquí venimos comentando puede verse, por ejemplo, lo que comenta J. R. Capella referente a su enorme difusión en las facultades universitarias: «… eran recomendados de boca en boca entre los estudiantes …» (La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política. Madrid, Trotta, 2005, p. 54), o las reacciones de interés intelectual que motivaron esos escritos durante aquellos años, incluso desde planteamientos filosóficos alejados del marxismo, como los de J. Muguerza (entrevista en S. López Arnal y P. de la Fuente, Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, 1996, pp. 673-675).
6 Se trata de un texto de más de 400 páginas mecanografiadas que fue editado póstumamente con el desafortunado título de Lógica elemental (Barcelona, Vicens Vives, 1996).
7 El texto sobre los manuscritos lógicos de Leibniz se encuentra recogido en M. Sacristán, Lecturas de Filosofía Moderna y Contemporánea (Madrid, Trotta, 2006).
8 Como ha recordado J. R. Capella, durante los años a que hacemos referencia, Sacristán «escribió (…) numerosas notas para las hojas volanderas de su partido, notas anónimas, casi imposibles de identificar, en publicaciones mejor o peor impresas que llevaban los nombres de Metall, Tèxtil, Unitat o Treball. Además colaboraba en Horitzons, Nuestras Ideas o más tarde en Realitat, las revistas editadas con pie de imprenta en México, Bruselas o Roma para ser distribuidas clandestinamente en España» (J.R. Capella, La práctica de Manuel Sacristán, cit, p. 51).
9 M. Sacristán, «Lógica formal y filosofía en la obra de Heinrich Scholz» (1957), en Papeles de Filosofía, Panfletos y Materiales II, Barcelona, Icaria, 1984, p. 66.
10 Ibid., p. 88. El subrayado es mío.
11 Entrevista recogida en Acerca de Manuel Sacristán, cit. p. 212
12 M. Sacristán, El orden y el tiempo, Madrid, Trotta, 1998, p. 88. El subrayado es mío.
13 M. Candel, «La ideas gnoseológicas de Manuel Sacristán», en mientras tanto, nº 30-31 de mayo de 1987 dedicado íntegramente a M. Sacristán, p. 134.
14 M. Sacristán, Intervenciones políticas, Panfletos y Materiales III, Barcelona, Icaria, 1985, pp. 9-10.