El pensamiento político reaccionario ha encontrado el ambiente idóneo para articular su discurso, en el que domina la escasa capacidad creativa y el arcaísmo contumaz de los planteamientos. No se presenta ningún orden normativo que asuma los profundos cambios sociales y económicos que se han estado gestando en la historia peninsular desde la transición. Sólo […]
El pensamiento político reaccionario ha encontrado el ambiente idóneo para articular su discurso, en el que domina la escasa capacidad creativa y el arcaísmo contumaz de los planteamientos. No se presenta ningún orden normativo que asuma los profundos cambios sociales y económicos que se han estado gestando en la historia peninsular desde la transición. Sólo le interesa anatematizar los cambios, atribuyéndolos a los avances científicos, a los nacionalismos, a la pérdida de valores y a la falta de referentes éticos o morales.
El pensamiento político reaccionario defiende simplemente la España sacrosanta que se había configurado tras un largo proceso concordatario de mutuo solapamiento entre la Iglesia y el Estado. Añora el antiguo régimen que supo instalar José María Aznar. Echa de menos una Iglesia Católica que desbarató el cardenal Tarancón. Y una vez más proclama la alianza del trono y del altar, del Estado y de la Iglesia.
Son muchos los periódicos y los medios de comunicación que controlan los reaccionarios, y además tienen claro el objetivo de ataque que es la prensa contraria, la controlada por Prisa. Todos ellos están claramente preparando la contrarrevolución, provocándola e induciéndola a la acción. La ideología reaccionaria tiene dos instrumentos que, actuando coordinadamente, la llevará al poder, y son la práctica política y la ideología católica.
La práctica política. El objetivo de la ideología reaccionaria es volver a la involución preconstitucional o al constitucionalismo de la transición, con críticas impenitentes al sistema iniciado de los avances sociales en materia de inmigración, de igualdad de sexos y de protección de las clases sociales más desprotegidas. No aceptan ni naciones ni sentimientos nacionales dentro de la unidad de España. Abogan por desterrar de la vida española el aborto, el divorcio y el abigarramiento de los sexos. Proclaman que el fin del matrimonio es la procreación, por lo que el acto sexual no procreativo debe ser evitado como el mismo pecado. No son éticos los preservativos. Ni siquiera son aceptables los actos sexuales que se realicen en los momentos infecundos de la mujer.
La ideología católica preconciliar. Ante la desnudez y el vaciamiento de las iglesias se ha optado por conservar los rescoldos del antiguo esplendor por medio de pastorales de la Conferencia Episcopal. Las pastorales proporcionan a los neoconservadores españoles el liderazgo a gran escala. La prensa y la radio episcopales articulan la urdimbre ideológica, justifican y aglutinan el descontento de los enemigos de las reformas. Aborrecen como nefastas las leyes progresistas de igualdad, de emigración, del aborto, del matrimonio de los homosexuales, de asistencia social y de educación.
La jerarquía ataca sistemáticamente toda reforma que le prive de su protagonismo con respecto a las otras confesiones y todo avance de libertad en investigación científica, principalmente en genética, que les prive de su interpretación exclusiva en temas de ética.
La úlitma pastoral «por una defensa de la vida» acusa al Ejecutivo socialista de fomentar la promiscuidad sexual y de crear leyes que no protegen la vida. Afirman que «en el campo del aborto y de la reproducción asistida, tenemos en España unas leyes que atentan contra la vida, y que por tanto tienen que ser abolidas».
Afirman que la Iglesia Católica preconciliar sabe que si quiere pervivir tiene que volver a sus raíces de cuando fue Sociedad perfecta frente a la Sociedad perfecta del Estado. No quiere ser confundida con una ONG, ni con otras iglesias cristianas, ni con otras religiones teístas. Por eso vuelve a su núcleo primitivo y plurisecular, a las misas en latín, a su ética tradicional, a su defensa de la vida a ultranza en contra de las cédulas madres o de la clonación terapeútica. Sigue creyendo que fuera de la Iglesia católica no hay salvación. Afirma que se debe volver a la verdad una y absoluta, que la Iglesia la tiene en su poder, desde siempre, por voluntad divina. No quiere tolerancia con el error, porque el error no tiene derecho. Dicen textualmente: «Recientes cambios legislativos han llevado a que España tenga una de las legislaciones que menos protege la vida humana en el mundo entero». La Iglesia jerárquica ignora a todos aquellos miembros de la Iglesia carismática que continúan siendo fieles cristianos, pero, a la vez, son rudos censores de las desviaciones políticas de la mayoría de su episcopado y se escandalizan de la politización de su jerarcas.
La ideología reaccionaria se propone instaurar un orden social de la contrarreforma sobre estas diez metas:
Primera: Aprovechar el Estado de Derecho que protege la libertad de palabra y de manifestación para instaurarse en el poder político y desde este mismo controlar las libertades ciudadanas.
Segunda: En el programa reaccionario hay una a veces larvada y otras explícita alusión a que cualquier estrategia de adquirir el poder es válida.
Tercera: Se presenta la antigua unión de la Iglesia y del Estado, del trono y del altar, como figura redentora de la eterna y sacrosanta España. Saben que sus reclamaciones doctrinales como la guerra preventiva ideológica y armada deben atacar a los desobedientes y cismáticos. Pero esperan que al fin triunfará la reforma neoconservadora de la que ellos se sienten portadores.
Cuarta: Trata de propiciar el golpe de estado que implante la contrarreforma salvaguardando la memoria histórica de la Guerra Civil y de sus mártires.
Quinta: La lucha por el poder es una guerra de religión y una cruzada antiprogresista. La jerarquía católica que fue baluarte contra el comunismo y contrafuerte de defensa del franquismo, ahora, con sus reclamaciones legales y sus exigencias de cumplimiento de los pactos con Roma, se ha trasformado en líder de la Contrarreforma.
Sexta: La Jerarquía y varias asociaciones de padres de familia atacan las nuevas leyes del Estado porque no están consensuadas, porque son aprobadas por mayoría absoluta, pero sin su consentimiento, porque ultrajan y atropellan los privilegios de una Iglesia Católica, única religión de los españoles, pero cuya formulación no cabe en las consecuencias laicizantes de la Constitución de 1978.
Séptima: Todos los que quieran recobrar los valores que dan sentido a la existencia deberán volver de nuevo a la España sacrosanta, en la que estén de nuevo juntos el trono y el altar, que si alguna vez se han distanciado en su historia, nunca se han separado de veras, porque ambos son paladines de la verdad.
Octava: Ante el mundo dialogante y descreído que pretende tener su parte en la verdad y en los valores, afirman tajantemente que la verdad y los valores son intangibles. Y por lo tanto a ese mundo hay que volverle a la realidad, desenmascarándole de sus intentos de llegar a niveles de derechos y de poderes que son únicamente del Estado y de la Iglesia.
Novena: El Estado recobrará su propia esencia española cuando se despoje de esos intentos de compartir territorios y poderes con fuerzas centrífugas que no son sino formas de gobierno estatal en provincias. La España sacrosanta se centrará en una unidad unitaria que no admite divisiones y compartimentos. No hay más que una nación que es España. Y ante la realidad de España ya no caben ni nacionalidades ni realidades nacionales. España sólo se sentirá fuerte cuando, recibiendo de la Iglesia su legitimidad, confiese que no hay más religión de los españoles que la católica. Las demás religiones y confesiones religiosas que erróneamente, pero, sin culpa, profesen los españoles, serán provisionalmente no perseguidas, mientras que den esperanzas serias de buscar y encontrar la verdad, que únicamente se encuentra en la Iglesia Católica Romana.
Décima: Finalmente ante esta disparidad de planteamientos contrarios a la unión de la Iglesia y del Estado, del trono y del altar, no cabe más que la autodefensa por medio de la guerra santa o la cruzada contra los enemigos de la civilización europea cristiana.