Todo líder político está abocado a ser tonto o hipócrita. La sociedad despersonalizada y autómata del presente exige certezas y sobre todo optimismo. No se admiten las dudas, las vacilaciones, no se toleran las malas noticias. Zapatero o es tan ingenuo que se cree sus propias mentiras o engaña al personal. Se ha ido de […]
Todo líder político está abocado a ser tonto o hipócrita. La sociedad despersonalizada y autómata del presente exige certezas y sobre todo optimismo. No se admiten las dudas, las vacilaciones, no se toleran las malas noticias.
Zapatero o es tan ingenuo que se cree sus propias mentiras o engaña al personal. Se ha ido de vacaciones encantado de haberse conocido. Se vanaglorió de que en los últimos meses se han conseguido en la lucha antiterrorista resultados significativos. Pero precisamente los éxitos de ahora pueden dejar al descubierto la pasividad consciente de los últimos años y la responsabilidad de haber permitido a ETA robustecerse en lugar de debilitarla cuando, tal como se está demostrando, era posible. En cualquier caso, como dicen que el gato escaldado del agua fría huye, Zapatero -que se quemó cuando dos días antes del atentado de Barajas en diciembre anunció una evolución positiva en el tema terrorista- ha querido dejar claro en esta ocasión que se puede producir un atentado en cualquier momento.
Pero donde el triunfalismo del presidente del Gobierno adquiere la máxima intensidad es en la política económica. «La marcha de la economía es espectacular». «En esta ocasión los datos económicos son todavía más optimistas que yo». Y es que todo depende de los datos que se consideren y para quiénes sean significativos. En esto del optimismo económico, el Gobierno se encuentra muy arropado; no sólo por los medios de comunicación afines que, por supuesto, se empeñan en resaltar los aspectos positivos y en ocultar los negativos, sino también por los contrarios, que aparte de que ven que la política económica del Gobierno beneficia sus intereses, la consideran prolongación de la practicada por el PP, con lo que resulta imposible atacar a la una sin hacerlo también a la otra.
Esta euforia difícilmente puede encubrir la información que hace pocos días saltó a la prensa. La reciente publicación de la OCDE «Las perspectivas económicas del empleo 2007» ofrecía el dato de que el salario real había descendido en España un 4% en los últimos diez años. La noticia no tenía nada de sorprendente para quienes, sin prejuicios, viniesen observando la realidad económica desde 1996 y no se quedasen exclusivamente con las cifras de la propaganda oficial. Algunos, desde estas mismas páginas, habíamos veníamos repitiendo, una y otra vez, la evolución negativa de los salarios con respecto al excedente empresarial y cómo, del tan cacareado crecimiento económico, sólo se habían beneficiado las empresas y las rentas de capital, sin repercusión alguna en las rentas del trabajo, que no sólo no habían crecido en términos reales, sino que muy probablemente habían perdido poder adquisitivo. La novedad radica en que haya sido un organismo internacional -nada sospechoso de izquierdismo- el que lo haya puesto sobre la mesa.
La reacción no se ha hecho esperar. Múltiples artículos desde distintos ángulos (económicos y políticos) han pretendido cuestionar la exactitud de la cifra. Vano intento porque, abstrayendo de si es un 4, un 3 o un 5, lo cierto es que el reparto de la renta ha tenido una evolución fuertemente regresiva. Basta seguir con atención la información periódica de la prensa sobre los incrementos salariales y el de los beneficios empresariales, o analizar los datos de la Contabilidad Nacional, que indican que a pesar de haberse incrementado de forma sustancial el número de asalariados, sus ingresos han perdido, entre 1977 y 2006, 5,5 puntos porcentuales en la distribución de la renta.
Entre los artículos anteriormente citados destaca el del secretario de Estado de Economía en el diario El País. Parte del hecho de que nos movemos en una economía dinámica -lo cual es totalmente cierto- y hábilmente, con un ejemplo sencillo, quiere demostrarnos que son los bajos salarios de los emigrantes los que hacen bajar la media, sin que este descenso tenga ninguna repercusión en el resto de los trabajadores. Pero esta consideración, en contra de sus palabras, es estática, ya que una consideración dinámica, a la que apela, nos indicaría lo contrario: que es imposible que la incorporación de nuevos trabajadores con bajos salarios no vaya a tener repercusión sobre los antiguos, al menos evitando su incremento e impidiendo por tanto que se beneficien del crecimiento económico.
Vegara recurre al incremento de la renta per cápita, pero he aquí una prueba más, porque esta variable también es una media y, sin embargo, los bajos salarios de los emigrantes no han impedido su crecimiento, como sí lo han hecho con el salario medio. La renta per cápita ha aumentado porque ha aumentado de forma espectacular -aquí sí que cabe hablar de espectacular- el excedente empresarial, cosa que, por supuesto, no ha ocurrido con la remuneración de los trabajadores.
El secretario de Estado de Economía aduce también que la renta familiar no proviene exclusivamente de la evolución de los salarios, y que en ella interviene la variación de los impuestos. Cierto. Pero no creo que acudir a la política fiscal ayude lo más mínimo a su tesis, ya que durante los diez últimos años ha sido claramente regresiva, reduciendo los impuestos directos e incrementando los indirectos. Han sido las rentas altas, las de capital y los resultados de las empresas los favorecidos, mientras que las rentas del trabajo y las bajas se veían perjudicadas. Es más, para una consideración total de la capacidad económica de las familias habría que tener en cuenta también las prestaciones sociales y los servicios públicos. Estos últimos, gracias a las privatizaciones, se han deteriorado, subiendo sus precios, y el incremento de las primeras en ningún caso ha ido parejo al de la renta per cápita.
La espectacular marcha de la economía, de la que el señor presidente del Gobierno hizo gala, tiene pleno sentido desde la óptica de los empresarios, pero empieza a difuminarse cuando se contempla desde los intereses de los trabajadores. El modelo seguido, tanto por el anterior Ejecutivo como por el actual, es el de un fuerte crecimiento basado en la incorporación de mano de obra barata con fuertes beneficios empresariales y políticas públicas, especialmente la fiscal, a favor de la empresas y del capital. Sólo las argucias y las intoxicaciones mediáticas pueden justificar el optimismo imperante.
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