Leyendo las declaraciones de Felipe González, publicadas en el diario El País el pasado domingo, no hice más que confirmar las incoherencias del entrevistado, así como la inquietante ausencia de racionalidad en el discurso político del partido que nos gobierna. A resultas de todo ello, se pone también al descubierto la inexistencia de pensadores con […]
Leyendo las declaraciones de Felipe González, publicadas en el diario El País el pasado domingo, no hice más que confirmar las incoherencias del entrevistado, así como la inquietante ausencia de racionalidad en el discurso político del partido que nos gobierna. A resultas de todo ello, se pone también al descubierto la inexistencia de pensadores con talento e independencia que abran algunos debates que esta sociedad necesita de forma perentoria.
El país de jamás, jamás, jamás. Así podría haberse llamado España desde la negativa de Prim a esta parte. Jamases que no llegaron a cumplirse, pues ocho años después retomaba el Trono la dinastía a quien había dedicado el conde de Reus tales palabras.
Pues bien, en el país de jamás, jamás, jamás, resulta que el PSOE es a un tiempo y siempre por motivos sentimentales, republicano y monárquico. O viceversa. Tanto monta, monta tanto. Así, el señor González, por un lado, se confiesa republicano, y, de otra parte, lamenta que durante el mandato de Aznar la monarquía haya sido ninguneada. Así se lo acaba de declarar a María Antonia Iglesias en la entrevista a la que hacíamos alusión más arriba. A su vez, el señor Zapatero, reivindicando a su abuelo y transmitiendo que es lector de Petit, está convencido de que vivimos en el mejor de los mundos imaginables en parte no desdeñable porque tenemos un rey muy republicano. Por si esto fuera poco, hizo hace poco una enardecida loa del heredero de la Corona.
Republicanismo sentimental del PSOE que lleva a sus principales dirigentes a reivindicar el legado de la 2ª República. De puro sentimental que es resulta que hablar de una posible tercera República se antoja poco menos que anatema. Eso no toca. El republicanismo está bien como pasado, es decir, como una especie de recuerdo familiar idealizado.
Ante ello, cabría esperar una explicación racional acerca de su filiación monárquica presente. Sería apasionante ver cómo lo argumentaban. Pero no hacen tal cosa más allá de la simpatía personal hacia la figura del actual monarca. Monárquicos por empatía, por cordialidad, por afecto. Se diría que toda su racionalidad argumental acaba ahí, justo donde tendría que empezar un análisis que fuese más allá de cualquier tipo de sensiblería.
Para mayor baldón, si vamos al recuerdo histórico de lo que fue la 2ª República, no se podría decir que en su momento la sostuvieron mucho. Don Francisco Largo Caballero fue complaciente y comprensivo con la dictadura de Primo de Rivera. Y estuvo muy lejos de tener esa generosidad con el Estado que se proclamó en abril de 31. Si nos situamos en la época del exilio, las relaciones con las instituciones republicanas de algunos líderes del PSOE fueron manifiestamente mejorables. Si nos emplazamos en la transición, cabe interpretar que no se le hizo toda la justicia que se merecía el legado republicano. Ahora, hay algunos balbuceos que apuntan en ese sentido.
Lo cierto es que si en nuestro aquí y ahora tuviésemos pensadores de talla, a poco que se interesasen por la vida pública, no dejarían de escandalizarse y harían trizas del discurso del PSOE, desde la transición a esta parte. ¿Cómo es posible que un partido político al que se le supone una sólida base racional no tenga discurso sobre su idea del Estado más allá de añoranzas ayunas de rigor que a nada comprometen y de lealtades personales que nunca tendrían que estar por encima de los cimientos ideológicos en los que supuestamente se fundamentan?
La nueva generación que nos gobierna, es decir, la de Zapatero, no sólo no ha puesto sobre la mesa su proyecto de España, sino que ni siquiera ha sabido rescatar como punto de partida una idea de España que forjó la izquierda desde en los fugaces periodos en que tuvo voz pública y algún que otro eco incluso en tiempo de mordazas.
Es de tal calado la pobreza intelectual que vivimos que ni siquiera se ponen de relieve argumentos que puedan ser discutidos. Hubo un tiempo en el que la izquierda española, incorporando su tradición, era al propio tiempo crítica con sus antepasados políticos e iba mucho más allá a la hora de hacer análisis históricos de consternaciones dulzonas y empalagosas. Pensemos por un momento en Galdós, cuando hablaba de los liberales del XIX en uno de sus Episodios Nacionales, en El Grande Oriente para ser precisos: «Desgraciadamente para España, en aquellos hombres no había más que talento y honradez. En la uña del dedo meñique de Isabel la Católica había más energía política, más potencia gobernadora que en todos los poetas, economistas, oradores, periodistas, abogados y retóricos españoles del siglo XIX». O recordemos también cómo tritura Azaña las prédicas regeneracionistas de Costa y Ganivet.
El PSOE actual, muy lejos de eso, no va más allá de la evocación doliente, cuando del pasado político se trata. Y tampoco es capaz de mirar por encima de las cuestiones personales cuando toca afrontar el presente.
Pura y dura esquizofrenia política que no tiene quien la combata desde el debate público en el que sobran pesebrerismo y crispación y faltan la lucidez y el coraje.