La política no es lo contrario de la moral; pero nunca se reduce a la moral. M. Merleau-Ponty En la edición de La Vanguardia (domingo, 24-6-2012) [*], aparece un artículo firmado por Silvia Hinojosa bajo el título «Guia moral para políticos»; lo acompaña el siguiente subtítulo: «Catorce profesores de ética y politólogos de universidades catalanas […]
La política no es lo contrario de la moral; pero nunca se reduce a la moral.
M. Merleau-Ponty
En la edición de La Vanguardia (domingo, 24-6-2012) [*], aparece un artículo firmado por Silvia Hinojosa bajo el título «Guia moral para políticos»; lo acompaña el siguiente subtítulo: «Catorce profesores de ética y politólogos de universidades catalanas redactan un código ético para la clase dirigente». La periodista informa que los catorce profesores se han reunido en diez ocasiones bajo el «liderazgo» de la Cátedra Ethos de la Universitat Ramon Llull, cátedra dirigida por el «Doctor en Filosofía y Teología» F. Torralba. La iniciativa, se explica en el artículo, ha sido impulsada por el expresidente J. Pujol, «convencido de que es urgente recuperar la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes (…)». Tras haber redactado un código ético que «marca como principios básicos la honradez, la justicia, el respeto y la responsabilidad», el sanedrín intelectual (en el que figuran V. Camps, F. Requejo, J.M. Vallès, N. Bilbeny, A. Castiñeira junto a otros nombres del gremio) lo han hecho «llegar a políticos como a Pujol mismo o al eurodiputado socialista R. Obiols, entre otros», quienes «ayudaron a pulir el texto». Hace algunos meses que «cumplieron el objetivo final de entregarlo a la presidenta del Parlament, Núria de Gispert». Torralba subraya que el «Parlament es el interlocutor entre los ciudadanos y la política, y ahora está en sus manos».
No me resisto a hacer un comentario en torno a un episodio ahormado con la harina del cinismo y la hipocresía más gruesos (y con una absoluta falta no tan sólo de sentido del ridículo, sino también del principio de realidad). Si el discurso pretendidamente ético, volcado a hacernos creer en la existencia de criterios que podrían guiar, para beneficio de todo el mundo, el comportamiento de funcionarios al servicio de una clase y unas determinaciones sociales presentadas como única realidad, si este dicurso, digo, prosigue hallando condiciones efectivas de posibilidad entre gentes habituadas a concebir la actividad política como, para decirlo en palabras de P. Valéry, el arte de impedir a las personas que se ocupen de aquello que más les importa, al tiempo que consideran la sociedad como un conjunto bien jerarquizado de banqueros, notarios y empresarios, más unas clases subalternas toleradas a modo de molestia necesaria, es porque se trata de un discurso funcionalmente orientado a continuar anihilando la reflexión y la acción políticas genuinamente democráticas, ambas objeto de viva detestación.
El filósofo greco-francés C. Castoriadis ha señalado en alguna oportunidad que no es nada casual que, desde Kant en adelante, la ética, como disciplina autónoma merecedora de atención en sí misma, haya tenido hasta hace pocas décadas, y con escasas excepciones (H. Bergson, M. Scheler…), un papel relativamente accesorio en la reflexión propiamente filosófica. Este papel todavía ha sido más accesorio en el específico terreno del pensamiento filosófico-político -en el sentido fuerte de la expresión- abierto a partir de las revoluciones norteamericana y francesa, y prolongado y enriquecido durante los siglos XIX y XX (siglos eminentemente «políticos») por un movimiento obrero a lo largo de cuyo despliegue nunca fue cuestionada una evidencia que únicamente el individualismo metodológico de signo liberal se empeña en ignorar; a saber: que no se da oposición de principio, sino implicación recíproca, entre ámbito privado y ámbito público, entre ética y política y, en fin, entre libertad y igualdad. Una implicación, dicho sea de pasada, que Aristóteles, Hegel y Marx conocían perfectamente. Habermas («ética de la comunicación» y Rawls («ética de la justicia») acaso no tanto.
Sin negar los aspectos positivos que sin duda posee, es preciso recordar no obstante el ostensible protagonismo que ha tenido, aquí como en otros países, el discurso abstracto sobre derechos humanos («política de la emoción» según K. Ross) en la reconversión derechista de no pocos intelectuales comprometidos en su día con el proyecto de emancipación y que dieron finalmente el paso desde la teoría y la praxis transformadoras a la «moral» y la «ética», ahora valoradas a guisa de brújula exclusiva para huir de los malos caminos transitados por una politización excesiva y generalizada y conducida, según se afirmaba, por sueños utópicos de transformación social y política tan deletéreos como ilusorios (vale decir que esa clase de paso suele coincidir históricamente con el retroceso o declive tendencial del aludido proyecto).
Al encuentro de F. Cambó y de la Lliga, A. Calvet, «Gaziel», dejó escrito el siguiente apunte (lo doy en propia traducción) en sus amargas Meditacions en el desert (1953): «Hay un hecho elocuentísimo: desde Cambó hasta el más insignificante de sus hombres de confianza, todos, absolutamente todos -como si el común destino hubiera sido cortado con un único patrón- han terminado igual: políticamente, no han dejado nada; económicamente, todos se han enriquecido.» «Gaziel» sabía muy bien de qué escribía y sobre quién escribía. Aunque retrospectivo, su balance no ha perdido en modo alguno pertinencia en relación a los actuales herederos del universo lligaire. El conservadurisme catalán siempre se ha caracterizado por una iniquidad y una voracidad devastadora difícilmente exagerables. Ayer pudo encontrar en el catolicismo autóctono -uno de los más integristas de la época- recursos efectivos de mistificación; hoy le debe parecer que apelar a un redreçament ético dels «líders» puede ser buen procedimiento para proseguir perpetuándola.
No hay duda de que el toque de alarma «ético» efectuado por uno de los mas fervorosos fieles que ha tenido en Catalunya la religión del credo in unam sanctam realitatem obedece a justificada preocupación. Conviene tener presente que los «realistas» más coriáceos son a menudo los primeros en tratar de jugar desde el escenario con la fantasía y la buena fe de los espectadores (con su irrealismo, pues), extrayéndose del sombrero o bien un fulard, o bien un conejo o bien una paloma. Palomas: hacerlas volar y, con ellas, ilusiones que se encuentran en muy bajas horas.
En esta oportunidad, el intento de fer volar coloms (hacer volar palomas) se ha traducido en un pueril montaje destinado a fortalecer en la opinión pública la entelequia consistente en presentar la actividad política como asunto particular de una «clase dirigente» capaz de rectificar «errores» ( quién no los comete), tentaciones personales (la carne es débil) y más de una inepcia (el más sabio se equivoca) a partir de una «reacción moral» que la convierta en más sensible respecto a «los principios básicos» que figuran en el nonato código (honradez, justicia, respeto y responsabilidad), principios en relación a los cuales (no es menester que nos mostremos tan prudentes como la periodista de La Vanguardia) la gestión política de esa misma clase ha sido y es necesariamente la burda i y simétrica aplicación inversa.
Una vez más, la reactivación de un dispositivo ético y moral habrá sido iniciada con la finalidad de falsear la auténtica naturaleza política y social de los problemas actuales, escamoteando al mismo tiempo el terreno donde podrían hallar una resolución efectiva., terreno que no es ni el de una ética ni el de una moral groseramente desconectadas de la actividad y la deliberación colectivas. En este sentido, bien pudiera afirmarse que estamos ante un discurso que pretende erigirse en (im) púdica hoja de parra con la que esconder realidades que resultan harto incómodas para una oligarquía siempre proclive a dejarse arrastrar hacia la auto-satisfacción (cofoísme) y la auto-adulación más solipsistas.
Digamos para concluir que, como frecuentemente pasa con los artefactos ideológicos, también en la elaboración de éste su promotor habrá contado (está acostumbrado a ello) con la inestimable ayuda de algunos prestigiados profesionales universitarios dispuestos a corromper ideas y lenguaje -y más- invocando la necesidad de extender la virtud.
Nota:
[*] La versión original del presente texto fue publicada, en catalán, hace un par de años en Espai Marx (1/7/2012). El denominado «caso Pujol» ha vuelto a poner de manifiesto el recurrente anudamiento entre falsa política y falso discurso ético, razón por la cual acaso tenga algún interés recuperar, en versión castellana, la reflexión que se hacía en el texto sobre un episodio, a estas alturas ya decididamente grotesco, que ilustra de forma insuperable tal anudamiento. Salvo error de mi parte, el episodio no ha sido objeto de comentario alguno hasta la fecha. He procedido a traducir igualmente al castellano las frases entrecomilladas correspondientes al artículo de S. Hinojosa publicado en la edición catalana de La Vanguardia.
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