Daniela Manzi y Jose Luis Ugarte, profesores de Derecho del Trabajo acaban de publicar en un medio digital un comentario acerca de la Ley de explotación del trabajo juvenil mal llamado «Estatuto Laboral Juvenil». La expresión «estatuto» aclaran, «ha significado históricamente norma legal que protege a los trabajadores. Y en este caso, de estatuto no […]
Daniela Manzi y Jose Luis Ugarte, profesores de Derecho del Trabajo acaban de publicar en un medio digital un comentario acerca de la Ley de explotación del trabajo juvenil mal llamado «Estatuto Laboral Juvenil». La expresión «estatuto» aclaran, «ha significado históricamente norma legal que protege a los trabajadores. Y en este caso, de estatuto no hay nada. De flexibilidad patronal y precariedad mucho».
Según ellos, «existe desde el año 2001 el contrato part time, que tiene el mismo tope de jornada semanal de 30 horas y que es usado en forma intensa en el mismo sector que hoy celebra esta propuesta: las cadenas de comida rápida».
Los abogados laboralistas se hacen la «pregunta obvia», acerca de qué es nuevo en este proyecto. La respuesta que dan es que aparentemente la ley de Piñera-Monckeberg «autoriza a negociar diversas e ilimitadas posibilidades de jornada diaria, semanal y mensual (y) sus restricciones son asegurar diez horas de descanso diario; que el inicio y término del contrato no sobrepase doce horas; y que las horas efectivas trabajadas no superen las diez (art. 152 quater d)».
Pero la verdadera pregunta es como ellos señalan: «¿Qué gana el empleador respecto de lo existente?». Respuesta por ellos dada es: «Poder crear todos los turnos discontinuos diarios que permitan los números. El part time no permite estas interrupciones de jornada dentro del día. De hecho, hasta ahora, fragmentar la jornada de trabajo para tener a los trabajadores sólo cuando se requieren, por ejemplo, alargando exageradamente pausas de colación, era calificado de fraude laboral».
Y Manzi y Ugarte comentan: «Esta disrupción de la jornada en cualquier trabajador, contamina los tiempos libres con los tiempos de trabajo. ¿Qué tiene que ver esta alteración de la jornada con estudios universitarios? No mucho, ya que los universitarios suelen tener programaciones estables de clases que se conocen al inicio de cada semestre, responden».
En esto, hay que leer el proyecto con los ojos de siempre escriben Manzi y Ugarte, es decir lo que éstos llaman en un cierto lenguaje laboral al estilo progresista «la desigualdad de poder negociador entre trabajador y empleador». «Ese desequilibrio de poder, argumentan, no cambia por ser estudiante universitario, al contrario: ¿cuánto poder negociador tendrá un joven que necesita además de estudiar, trabajar en sectores en que no se requiere mayor calificación ni del que se obtendrá una experiencia laboral relevante? El poder de hacer valer sus propios intereses en el cumplimiento de los horarios por sobre los de su empleador es sencillamente una falacia». Un buen punto desde la óptica de las realidades sociales relevan Manzi y Ugarte.
«El proyecto afirman sería más honrado si reconociera que la compatibilidad con los estudios es lo que menos importa?. Y los académicos explican lo que define esta iniciativa: «si una persona joven quiere trabajar en Chile debe hacerlo como mano de obra flexible y barata».
Y con respecto a la situación inerte del Movimiento Estudiantil y a la pasividad de sus exdirigentes en el FA y el PC convertidos hoy en parlamentarios en el marco de la ofensiva neoliberal del Gobierno de Piñera observan: «La oferta de trabajo a los jóvenes se está constituyendo o como informalidad pura (empaquetadores de supermercado) o con contratos formales sin protección. Camino riesgoso socialmente, ante el cual, en forma alarmante las y los jóvenes universitarios, usualmente organizados y reivindicativos, respecto de los problemas del trabajo y frente a un proyecto que está dirigido a ellos (poco más del 50% de quienes trabajan en este sector son mujeres), no han manifestado postura alguna».
«Al final una constatación» dicen. «Monckerbergs (el ministro del Trabajo) hubo y habrá siempre en nuestra historia al servicio de los grandes intereses (¿Capitalistas? ¿No habría que decirlo con todas sus letras?). Sin embargo, aquí se anotan otro punto los investigadores: «Nada novedoso en esa forma extrema de servilismo político. De hecho, en el reciente gobierno de la Nueva Mayoría, de la mano de Javiera Blanco -y con el silencio del sindicalismo oficialista de la época (la CUT)- se estableció la posibilidad de jornadas de trabajo de 12 horas diarias «efectivas» (artículo 375 de la reforma laboral). Como se ve, plena continuidad ideológica en el punto».
Manzi y Ugarte señalan algo que habíamos ya relevado, aquí en El Clarin de Chile : «Lo extraño en este caso, en cambio, es la ausencia significativa de la contraparte relevante, particularmente del movimiento estudiantil. No hubo estudiantes en las calles protestando como en Francia en el 2006 rechazando el contrato de primer empleo, o como recientemente en Perú con la denominada ley del «esclavo juvenil».
Y agregan: «Esa presencia es relevante no sólo por razones de solidaridad -que ya serían suficientes-, sino de auto-interés político: serán ellos y otros como ellos, los que sufrirán en sus propias trayectorias laborales el abuso y precariedad que este estatuto les depara».
Buen análisis y aporte, cabe decirlo. No obstante a Manzi y a Ugarte se les olvida decir que la llamada por ellos «desigualdad de poder negociador» entre empresarios y trabajadores es una característica propia del tipo de relación salarial existente en el régimen capitalista que como bien sabemos se caracteriza por el poder que le concede el derecho de propiedad privada de la empresa al «patrón» de antes, el «empresario» de hoy, ambos capitalistas. Derecho inscrito en la Constitución que es un factor de dominación social, hecho que los abogados y académicos siempre olvidan de nombrar en el Chile de hoy.
En resumidas cuentas, el Estatuto Laboral Juvenil de Piñera-Monckeberg es una forma neoliberal-empresarial de la explotación capitalista del trabajador. Con la diferencia que antes el movimiento sindical se organizaba y movilizaba para proteger los derechos de todos y todas las trabajadoras. Y que este movimiento eran aún más fuerte si se forjaba una cierta unidad entre trabajadores y estudiantes.
Cuando las palabras evitan decir lo que es la realidad social y pierden su sentido, vacías de su contenido de explicación de las profundas contradicciones sociales propias del capitalismo neoliberal, aparecen los encantadores políticos como Piñera/Monckeberg. Cabe una gran responsabilidad de esta situación a la vieja izquierda conciliadora y a ese bloque llamado de «centro izquierda». El filósofo francés Merleau-Ponty, comentando a Maquiavelo decía: «El poder no es un hecho puro o un derecho absoluto, el poder no obliga, no persuade; seduce con astucia, y la mejor manera es hacerlo apelando a la ‘libertad’ que aterrorizando».
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