Traducido por Guillermo F. Parodi y editado por Manuel Talens
La verdad es que no se hubiera podido encontrar un mejor título para un libro sobre la enseñanza de la Historia en las escuelas francesas. En efecto, esta recopilación de artículos de especialistas en la materia, publicado en 2009 por la editorial Agone, bajo la dirección de Laurence de Cock y de Emmanuelle Picard, pone el dedo en una llaga ya bien purulenta de la educación escolar: la degradación sistemática del tratamiento de la Historia en la sociedad contemporánea. Se trata de un trabajo del «Comité de Vigilancia sobre el uso público de la Historia», fundado en Francia en 2005 con el objetivo de reaccionar contra la instrumentalización del pasado.
El objetivo que tiene en su punto de mira es la situación en Francia. Pero puede muy bien ser la de todos los demás países, puesto que, ¿cuál hoy es el lugar de la Historia en nuestro bonito mundo global, si no el de un pariente pobre cuyo nombre no se menciona en los discursos oficiales sobre la financiación de la investigación científica?
Lamentablemente, la Historia no produce mercancías que puedan venderse y no mueve dinero. Una sociedad basada en estos principios puede incluso considerarla superflua.
Pero no es ese el problema que los autores de los textos publicados en la «La Fábrica escolar de la historia» han elegido resaltar. Lo que les preocupa es la forma en que la Historia se ha enseñado y se sigue enseñando. La conclusión es abrumadora: no fueron ni los científicos, ni los pedagogos quienes tuvieron la última palabra en la elaboración de los programas de historia, sino el Estado o, en particular, los círculos gubernamentales, que decidían en función de lo que consideraban su interés. Sólo cambiaron los objetivos del programa y su carácter. De la historia de los eventos, sobre todo políticos, en la cual se exigía de los alumnos el conocimiento preciso de nombres, fechas y lugares, se pasó a una historia de las representaciones y de los grandes temas. Desde entonces, se hace hincapié en las imágenes y las memorias en detrimento del acontecimiento, en lo político, en lo económico y en lo social. Así pues, en el primer caso, aprendían datos presentados en una continuidad, lo cual permitía fijar el lugar de los acontecimientos, pero por necesidades (políticas), si era necesario, se los deformaba o simplemente se los omitía. En el otro caso, la línea de evolución histórica se quiebra para beneficiar temas «transversales» y de «largo alcance». Este enfoque, en apariencia más imparcial, ofrece pocas referencias que permitan comprender las causas de los eventos en toda su complejidad y permite que la manipulación de la Historia quede prácticamente intacta.
Pese a que los métodos de enseñanza hayan cambiado, el alumno en nada se beneficia. Al contrario, incluso ha salido perdiendo, dado que la enseñanza moderna favorece las generalizaciones al jugar con las «imágenes» y la sensibilización, en detrimento del análisis y la expresión. Por otra parte, la tendencia de los jefes de Estado a dar directivas sobre la interpretación de la Historia no ha desaparecido. Los presidentes Chirac y Sarkozy no dudaron en indicar a los historiadores que deben tener en cuenta el aspecto positivo del colonialismo. Incluso, se votó una ley (la ley del 23 de febrero de 2005 «sobre el papel positivo de la presencia francesa en ultramar»), retirada más tarde bajo la presión de la opinión pública. El hecho de que la enseñanza de la historia esté dirigida por los representantes del Estado, a veces por los de más alto nivel (como fue el caso de Georges Pompidou a principios de los años setenta), que no son ni historiadores ni pedagogos, no tuvo en el fondo más que un solo objetivo: el de impedir la formación de un espíritu crítico a fin de modelar una opinión pública a su gusto con un uso engañoso de los modelos y representaciones del pasado. He ahí, entonces, esas «ilusiones y desilusiones de la novela nacional», como sugiere el subtítulo de la «Fábrica escolar de la Historia».
Sin embargo pese a ser su lectura muy interesante e instructiva, los autores omiten en el libro la propuesta de alternativas. Así es difícil discernir qué métodos, qué pedagogía, permitirían reemplazar a la «Fábrica escolar de la Historia» ahora existente. La lectura de este libro deja la impresión de que los autores no parecen suficientemente interesados en la estructura mental de los escolares. Deberían haber tener en cuenta que la tierna edad de los estudiantes no les permite desarrollar un espíritu crítico sobre representaciones demasiado conceptuales. Sin el conocimiento de los hechos y de su encadenamiento, ¿cómo orientarse en el tiempo y en el espacio, cómo obtener las referencias y cómo comprender el mensaje que les lega el pasado? Para lograrlo ¿no será necesaria una narración simple y fácil de comprender? Los académicos de marca mayor tanto como los funcionarios de los ministerios que diseñan la enseñanza de la Historia en las escuelas tienen a menudo la tendencia a olvidar que los jóvenes prefieren el relato histórico en el que los eventos se encadenan y de los que querrían conocer la continuación, en vez de una presentación estática de los hechos, incluso si están respaldados por ilustraciones, mapas y estadísticas. Igualmente, el conocimiento de los protagonistas, de sus actos y motivaciones los motiva más que la exposición despersonalizada de grandes movimientos de pueblos y civilizaciones. Mediante esa argucia podría facilitarse enormemente el desarrollo de la argumentación y el espíritu crítico. ¿Por qué, entonces, no usarla?
Ahora bien, si una sociedad teme el desarrollo del espíritu crítico, y prefiere empobrecerlo, incluso hasta destruirlo, la mejor forma de lograrlo es privando a las nuevas generaciones de la capacidad de argumentar, sobre la base del conocimiento de los hechos históricos, del contexto de la época y de los intereses (ajenos a la moral) que los animan. Cuanto menos se conoce el pasado, menos se comprende el presente, se es también menos maduro como individuo o ciudadano y, a causa de ello, la posibilidad de que haya tentativas de cambiar el orden existente disminuye. La disminución de los cursos de Historia en la enseñanza escolar y la preferencia otorgada a los aspectos culturales sobre los que afectan a los intereses políticos y económicos ¿no concuerdan con esta lógica? Los autores de la «Fábrica de la Historia», que, sin embargo, han indicado claramente cómo a lo largo del tiempo se manipulaba el discurso sobre la historia colonial, incluso sobre la Revolución francesa, parecen no atreverse a ir tan lejos en sus análisis. Perderá el tiempo quien busque palabras como «la manipulación de las mentes», «propaganda» o «mitología política». No encontrará ni la reflexión sobre el papel de los grupos industriales, de los círculos financieros, de las compañías multinacionales en la formación de la sociedad moderna y su impacto sobre la enseñanza de la Historia. No hay ninguna referencia al problema de la avidez por el poder, de la riqueza material, de la influencia del poder, de la irracionalidad de la dominación que, en nombre de las ideologías, incluidas las religiones, minan desde siempre la humanización de la sociedad. Probablemente, los autores, prefieren evitar que los traten de adeptos a las teorías de la conspiración. Pero, por otra parte, incluso si no ponen en evidencia explícitamente el tema de la descomposición del relato histórico como consecuencia de la mundialización mercantil, el contenido de sus trabajos deja percibir que de eso se trata.
El problema, al menos, está planteado. Queda pendiente encontrar la solución. No sólo en Francia, sino en todos los países del mundo. Puesto que la «Fabrica de la Historia» funciona en todas partes y la instrumentación de los dramas continúa. Después del bicentenario, La Revolución Francesa se ve privada de su importancia, el Holocausto convertido en tabú, los gulags ignorados y las masacres a ciegas de civiles, en los Balcanes o en África, seleccionadas y en caso necesario denominadas «genocidios» a fin de permitir que la «comunidad internacional» intervenga en esas zonas y que las multinacionales se establezcan allí. La Historia debe reaprenderse para que pueda responder a la misión de la que ha sido privada hasta el presente, a saber, la de orientar la vida de las generaciones futuras. Pero mientras se la siga «fabricando» ese objetivo no podrá alcanzarse. El mérito de «La Fábrica escolar de la Historia» consiste, sin embargo, en haber demostrado la perversidad de este método aplicado por el Estado en nombre de intereses muy ajenos a los científicos o pedagógicos. En ese sentido se trata de un libro que invita a reflexionar y a actuar.
Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=885