Traducción del catalán para Rebelión de Carlos Riba García
Parece que desde hace unos meses tenemos en marcha una champaña para reivindicar la importancia de la agroindustria en Cataluña. Editoriales, informes, reportajes por televisión insisten en mostrarnos datos extraordinarios del negocio de este sector industrial que no para de crecer. «Solo por detrás del turismo, la alimentación es el principal sector de la economía catalana», pudimos leer hace unas semanas en estas misma páginas [Ara]. En cambio, la gran cantidad de externalidades generadas por la agroindustria (una significativa responsabilidad en la emisión de gases contaminantes, elevado consumo de energía, pérdida de fertilidad del suelo; elevada producción de recursos alimentarios y que después se derrochan; abuso de pesticidas, fertilizantes químicos y antibióticos; pérdida de biodiversidad, etc.) da la impresión de que no se tienen en cuenta.
Pero en lo que quiero centrarme es en contradecir una de las muchas cifras que se esgrimen en defensa del sector agroindustrial. Se insiste en el número de puestos de trabajo que crea, pero son cifras que -según mis cuentas- son negativas; esto me permite afirmar que cuanto más crece la agroindustria más se reduce el sector agrario.
La industria agroalimentaria comprende todas las empresas que desarrollan actividades relacionadas con la transformación, conservación o manipulación de productos agrarios destinados principalmente a la alimentación. En el periodo 2010-2017, pasó de tener 75.000 trabajadores a 83.000, es decir, hubo un aumento de 8.000 puestos de trabajo, lo que parecería un dato excelente. Es lógico pensar que si la actividad de estas industrias ha crecido, la actividad agrícola que la provee de cereales, verduras, hortalizas, carne, leche, etc. también haya crecido paralelamente. Pero, paradójicamente, ha pasado exactamente lo contrario. En este mismo periodo, la población activa dedicada a la agricultura bajó de 65.000 personas (labriegos, criadores, trabajadores agrarios, etc.) a 53.800. Vale decir, se han perdido 12.700 puestos de trabajo por lo que, como decía antes, el saldo es negativo en más de 4.000 personas.
Es obvio que el crecimiento de la industria agroalimentaria está relacionado con un cambio claro en nuestros hábitos alimentarios. Concretamente, con una sustitución de los alimentos frescos (que disminuyen cada año un 3 por ciento en nuestra dieta) por los platos precocinados de origen industrial y la comida procesada. Una ecuación que tiene implicaciones negativas para la gente de campo.
Al mismo tiempo, el crecimiento de las industrias alimentarias (en el caso de Cataluña, encabezadas por Nestlé, Vall Companys, Agrolimen, Damm y Danone) se da sin alimentarse de la producción local. En un contexto de marcado libre, se alimentan de las materias primas más baratas que encuentran en cualquier lugar del mundo. Por ejemplo, si la bollería industrial necesita aceite, preferirá importar aceite de palma antes que utilizar los aceites locales. Si las empresas que producen pizzas necesitan tomate frito, buscarán los proveedores que ofrezcan los mejores precios, seguramente en Italia o Marruecos. Y cuando se da el caso de que esta materia prima barata la encuentran aquí mismo, como pasa con la poderosa industria porcina, lo que descubrimos también es muy revelador. Mientras la cantidad de cerdos engordados y faenados no para de aumentar (de 17,5 millones de animales sacrificados en 2010 hemos pasado a los 21,6 millones en 2017) baja el número de criaderos y solo sobreviven los más grandes, más tecnificados y con menos mano de obra (en este periodo, cerraron 600 granjas porcinas).
Pero no se trata solo de la cantidad; también deberíamos tener en cuenta la calidad de los puestos de trabajo. Como hemos visto en los últimos meses con las denuncias de los trabajadores de los mataderos de la industria cárnica, nos encontramos con un trabajo muy precarizado y condiciones laborales absolutamente injustas.
En fin, que para mi gusto hay demasiados aplausos para una industria de transformación alimentaria que en realidad solo ha transformado el paisaje agrario de Cataluña y nuestra forma de alimentarnos.
Fuente: http://gustavoduch.wordpress.com/2019/02/03/la-fabulosa-agroindustria-catalana/
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