¿Acaso el distintivo amarillo que ha calificado a las cruces concedidas a los muertos salva al Gobierno Zapatero de estar implicado en los conflictos de Irak, Líbano y Afganistán? La escena fue miserable. Me refiero al momento en que, ante el jefe del Gobierno, el heredero de la Corona española imponía la cruz del mérito […]
¿Acaso el distintivo amarillo que ha calificado a las cruces concedidas a los muertos salva al Gobierno Zapatero de estar implicado en los conflictos de Irak, Líbano y Afganistán?
La escena fue miserable. Me refiero al momento en que, ante el jefe del Gobierno, el heredero de la Corona española imponía la cruz del mérito militar sobre los féretros que contenían los restos de los seis soldados del Ejército español muertos en la frontera libanesa. En pocas ocasiones un Gobierno habrá dado una muestra mayor de cobardía al decidir que la distinción póstuma fuera caracterizada con el distintivo amarillo en vez de rojo, como corresponde a una muerte en guerra. Porque esos soldados habían ido a la guerra. No vale que su papel fuera de interposición para negar el carácter armado de su actividad. Es más, ni el recurso retórico a la paz sirve para maquillar el hecho bélico en que esos soldados murieron. Todos los ejércitos dicen luchar por la paz; por la suya, claro es. Ningún ejército sacrifica seres humanos con el sólo propósito de entregarlos a la muerte. Los muchachos muertos en Líbano iban armados y con la orden de intervenir armadamente. Es más, habría que investigar si las fuerzas de la ONU se interponen con ideales plenos de justicia distributiva o sirven maquilladamente a los intereses de la parte poderosa en el conflicto. Ser solda- do de la ONU no es ser soldado del mundo, sino de quien maneja con su poder a la ONU. Todavía más: si los efectivos armados de la ONU tuvieran un significado de neutralidad plena y humanitaria actuarían políticamente con mando civil, dejando al mando militar la única función del específico ejercicio táctico. Y ese mando civil no existe en el Líbano porque reside en Washington, de acuerdo con Tel Aviv, que ignora la interposición con sus reiteradas agresiones armadas a los campos de refugiados palestinos, una vez más abandonados por Jordania y Egipto, que actúan con obscena deslealtad hacia la nación árabe en la gran farsa de la intermediación.
¿Acaso el distintivo amarillo que ha calificado a las cruces concedidas a los muertos salva al Gobierno Zapatero de estar implicado militar y políticamente en los conflictos de Irak, Líbano y Afganistán? El jefe del Gobierno español no sólo es un personaje vacío de todo propósito político que no sea el de su supervivencia ministerial sino que trata a la ciudadanía española como masa aborregada por una inteligencia elemental. Una ciudadanía a la que puede engañarse con un simple color, una bandera izada miserablemente, una frase cambiante o una afirmación sin prueba. Quizá parte de esa ciudadanía merezca ese engaño. En su día se dejó embaucar por la retirada de las unidades españolas de Irak, cuando los socialistas se apoyan en una larga tradición de ofensas a la paz en beneficio de los grandes intereses teóricamente de signo contrario y a los que sirven con alevosía.
De cualquier modo, el Gobierno Zapatero está abriendo de par en par las puertas a la barbarie moral del PP. En Euskadi, por ejemplo, esa barbarie está asumida por ambos partidos, posiblemente con el respaldo de quienes en nombre del nacionalismo tratan de acabar con cualquier conjunción real de las fuerzas nacionalistas o con el Gobierno mismo que mantiene como puede el prometido bien fundamental de la autodeterminación. A ese Gobierno han decidido concederle ya una cruz con lazo amarillo.
Los muertos en el Líbano han sido falsificados por la cobardía de un Gobierno que tuvo a su líder sentado ante el desfile de la bandera americana para envolverse al final entre sus pliegues. ¿Quo vadis, domine?