El escenario político más inmediato que la ciudadanía española y su clase política contempla es el de las próximas elecciones europeas. Si ya de por sí este evento ha tenido tradicionalmente escasa repercusión a nivel de voto, existen otros factores propios de los tiempos que corren, que hacen prever la poca o nula incidencia que […]
El escenario político más inmediato que la ciudadanía española y su clase política contempla es el de las próximas elecciones europeas. Si ya de por sí este evento ha tenido tradicionalmente escasa repercusión a nivel de voto, existen otros factores propios de los tiempos que corren, que hacen prever la poca o nula incidencia que las políticas votadas puedan aportar a los grandes problemas por los que atraviesa nuestra sociedad, e incluso, se puede aventurar un recrudecimiento de las mismas políticas que hasta aquí nos han traído.
Tan es así que hoy, con la cantidad de signos políticos, ideológicos, sociales y económicos que desde Bruselas y sus instituciones se van lanzando, todavía ninguna fuerza política del panorama actual ha tenido el arrojo de oponerse, no ya a Europa y sus políticas, si no a esta forma de haber construido Europa, pues todo lo demás se desprende de este primer axioma.
El diseño actual de Europa, entorno a unas políticas económicas orientadas a fomentar la desigualdad periférica, entendida ésta no sólo en términos geográficos, si no también en términos económicos y sociales, y construida con instrumentos de control tan eficaces como el BCE o el Euro, obedece a las necesidades de una clase capitalista cuya aspiración última es y será la de salvaguardar sus privilegios y acrecentar sus cuotas de poder, pasando de camino por encima del cadáver de los derechos sociales, laborales y humanos.
Es compresible por lo anterior que las fuerzas conservadoras políticas se empecinen en vender el mensaje de más de esta Europa, dando otra vuelta de tuerca a lo que se refiere a políticas de «integración»; no obstante, esta forma de construir Europa permite que los gobiernos nacionales cada vez tengan menos margen de maniobra, supeditándose las políticas nacionales a políticas supranacionales dictaminadas por organismos técnicos (Comisión Europea, BCE o FMI) ajenos a cualquier forma de participación ciudadana y democrática, y que obedecen a unos dictados muy diferentes a los de las necesidades de la población.
La cuestión relativa a las fuerzas conservadoras es interesante y conviene abundar en ella, pues de nuevo, como históricamente ha sido puesto de manifiesto, bajo este rol se ha comprender a la socialdemocracia europea y, por ende, a la socialdemocracia española. No es de extrañar que un partido político como el PSOE, con una orientación y deriva política rayana en el conservadurismo más puro en materia económica y social, abogue por seguir sacándole punta al lápiz de la construcción europea bajo la luz creadora de Maastricht. Nuestros Rubalcaba o Valenciano, continuadores de la ortodoxia socialdemócrata tan bien representada otrora por González o Zapatero, son los Kautsky o Kerensky de nuestra época. Éstos, bajo el disfraz de cordero, se mueven bien entre líneas para garantizar al poder y a su servidumbre los privilegios de que goza.
Mas lo anterior y desde mi punto de vista, no aporta nada al terrible drama de la sequía política e ideológica a la que como pueblo trabajador nos enfrentamos. Con los anteriores ya contábamos. La cuestión grave y urgente es el porqué ninguna otra fuerza política aparece con ánimo de situarse en las antípodas de este diseño europeo y empieza a construir discurso, lenguaje y debate alternativo. Porqué, cuestiones tan elementales como los planes de estabilidad presupuestaria, la deuda del Estado, la necesaria salida del euro y el inquisitorial papel que ejerce el BCE o la comisión europea en nuestras condiciones económicas, así como la pérdida de soberanía económica (prácticamente extinta en lo creativo, y muy acrecentada en lo punitivo) no han sido punta de lanza del discurso político alternativo. Sea como fuere, aquellas políticas que quieren ser palanca de cambio del orden existente en un determinado momento histórico, deben ser rupturistas con el modelo vigente, plantear alternativa real opositora, y construir un nuevo camino que no suponga sólo un desvío transitorio en el actual. Por ello, la auditoría de la deuda ilegítima, el impago de la misma, la reversión del artículo 135 de la Constitución o la salida del euro se hacen argumentos impepinables para esa vanguardia.
Será que como Lenin decía, el pueblo y sus necesidades hoy está muy a la izquierda de aquellos que dicen, desde los aparatos políticos de supuesta vanguardia, representar la voz de ese mismo pueblo. Será que el mal endémico de la socialdemocracia también ha corroído a esas fuerzas políticas que presumen ser alternativa.
Jorge Alcázar. Colectivo Prometeo y Frente Cívico.
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