El pasado día 2 de enero tuvo lugar en Madrid la celebración del «gran acto de oración por la familia», al menos así lo llama el diario La Razón. Esta «Misa de las Familias», como la llamó el presidente de la conferencia episcopal, Rouco Varela, en su homilía, es por las familias según el concepto […]
El pasado día 2 de enero tuvo lugar en Madrid la celebración del «gran acto de oración por la familia», al menos así lo llama el diario La Razón. Esta «Misa de las Familias», como la llamó el presidente de la conferencia episcopal, Rouco Varela, en su homilía, es por las familias según el concepto católico, no están incluidas en él, aquellas familias en las que al menos uno de los integrantes del matrimonio tiene el mismo sexo que el otro o viceversa; tampoco aquellas en las que el acto del matrimonio no se ha llegado a celebrar o se ha limitado a un legítimo y mucho más sano acto civil. Según Rouco, la formación de familias fuera del concepto católico es fuente constante e incontestable de gravísimas consecuencias, a saber:
– La familia no católica se entrega con desenfreno y ligereza a la práctica del aborto y la eutanasia. Ningún razonamiento lógico lleva a pensar que un individuo, por el simple y sano hecho de no ser católico, tenga mayor propensión a la práctica del aborto y la eutanasia. Pero siendo que la fe no participa de la lógica, comprendo que Rouco no comprenda. Hasta hace poco más de 20 años, en España el aborto solo estaba reservado a las familias más pudientes, cuya gran fe católica, o tal vez su gran contraprestación económica a la Iglesia, les hacía quedar al margen de cualquier crítica eclesiástica, a pesar de estar esa práctica tan condenada por la Iglesia.
– «La familia no católica no puede ser la base de una sociedad libre, justa y solidaria» . Supongo que Rouco cree más libre una sociedad en la que un matrimonio solo pueda obtener el divorcio si, como ocurría en España hasta 1.981, realizaba a la Iglesia importantes aportaciones económicas que materializaban su fe, una fe que los pobres no se podían permitir y, por lo tanto, no podían obtener el divorcio. Es un curioso concepto de libertad y de justicia el que obliga a dos personas a convivir incluso más allá de sus propias voluntades. La solidaridad tampoco es cualidad exclusiva de la familia católica, dicho sea de paso.
– «Los hijos de las familias no católicas son egoístas y practican un amor frío y calculado hacia padres y hermanos, porque crecen en un ambiente de rupturas y distancias paternas, desconcertados y desconfiados» . Ahí es nada. Curioso concepto de unión aquella en la que se pueden apreciar más distancias paternas que uniones. Con ganas me quedo de conocer la opinión de este señor Rouco sobre los hijos de familias católicas educados en una plena infelicidad sexual, en una timorata y casta moral, en una falsa caridad por el prójimo, o en un verdadero y único amor por las riquezas materiales. Con más ganas aún me quedo de conocer la opinión de este señor sobre los hijos nacidos de católicos pero fuera del matrimonio propio, aunque me imagino que si católica la adúltera y católico el adúltero, Rouco contento.
-Hablando de rupturas y distancias paternas, no creo que Rouco se refiera a la violencia dentro de las familias católicas, pues para Rouco, como para el niño más inocentón, las rupturas y distancias paternas que no se cuentan no existen. Todos conocemos esa frase estereotipada en boca de cura: «los trapos sucios se lavan en casa» en alusión a los malos tratos que los maridos «tenían derecho» a propinar a sus mujeres en la más profunda y oscura España católica. Si los trapos eran católicos, pues no se hable más, trapos se quedan y no delitos, ya que, al parecer, estos solo se cometen fuera de la familia católica.
– La familia no católica ha traído, según Rouco, la crisis demográfica y esta, a su vez, la crisis económica. Quizás, si más de un cura confesor confesase, saldrían a la luz los verdaderos culpables de la crisis, esos que tendrían que esperar a que un camello entrase por el ojo de una aguja antes de poder entrar en el cielo. Esos a los que un verdadero cristiano no puede servir al mismo tiempo que a dios. Esos que alargando un fajo de billetes, calman su conciencia (en caso de que la tengan) y compran una entrada para el cielo, como quien paga a la entrada de una discoteca. Cuando se tiene asegurado el sustento para la prole, cuando se tiene asegurada una educación en una universidad católico-privada en la que los mejores expedientes académicos están reservados a las billeteras con más fe, se debe parecer más católico a ojos de este señor.
– Recurre también en su arenga, a la condición católica de la familia como condición indispensable para prestar auxilio económico a aquellos desafortunados que han perdido su trabajo , como si uno por no ser católico no vaya a ayudar a un familiar que se queda en paro. Hágaselo mirar, porque esto sí que es beligerancia y no la de los laicos. Es como si yo dijera que los católicos, por serlo, despiden a más empleados, ¿no sería absurdo? No sea usted absurdo.
A lo largo de su extravagante disertación, Rouco utiliza frecuentemente el término «cristiana», para apellidar a la palabra «familia», cuando en realidad lo que quiere decir es «católica», ya que nada tiene que ver la iglesia actual con los principios cristianos en los que se originó y de los que lleva aprovechándose, con gran beneficio material, durante los últimos dos mil años.
¿No se da cuenta usted, ni ninguno de los que le asienten y consienten cualquiera de sus exabruptos, que la historia del matrimonio católico tiene tantos agujeros en el capazo que es imposible llenarlo de razones?
¿No se da cuenta usted, de que la figura de la familia existía mucho antes de que el primer católico pisara la tierra y no le corresponde pues a la Iglesia Católica, y menos aún en exclusiva, decidir su forma, su contenido y sus condiciones? ¿No se da cuenta de que aún menos les cabe intentar hacerlo extensivo y obligatorio para todos aquellos que tengan la sana y antediluviana costumbre de procrear sin que medie la intervención eclesiástica?
Llame usted como quiera a las familias que no considere católicas, el resto de la gente las seguiremos llamando familias a secas, aún en contra de su voluntad, y aunque usted se empeñe en demonizarlas y atribuirles todo tipo de defectos y de poderes catastrofistas. Tenga usted por seguro que las familias fuera del catolicismo son más propensas a la felicidad y a la realización plena, ya que no están sujetas a las terribles y nefastas ataduras de la iglesia católica. La familia no necesita de su asistencia entrometida para gozar de excelente salud. Es la idea de «familia católica» la que nació con graves deformaciones que impiden, sí o sí, hasta el más mínimo desarrollo personal de sus integrantes. Así que sea usted buen cristiano y deje de decirle a los demás cómo tienen que vivir la vida.
Me imagino que después de este festival narcotizante y enajenado, montaría usted en su caspamóvil y se marcharía a su caverna para seguir diseccionando esa realidad paralela en la que vive y para cuya visualización hace falta algo más que toda la fe del mundo.
Puede que solo sean impresiones mías, pero creo que la figura del matrimonio no es lo único que la Iglesia ha pretendido apropiarse y gobernar a lo largo de la historia.
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